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Dicho en otras palabras, en este estadio primitivo todo el mundo se centra en torno de la propia aldea y es vivido como un mundo unitario de espíritus, junto con lo que hoy llamamos «naturaleza», No es imprescindible que este modo de experiencia desaparezca en las fases posteriores, pero sí deja de ser, en muchas áreas de la vida humana, el modo dominante. Como tal, como modo de experiencia dominante, se va limitando de manera creciente a ciertas áreas parciales de la vida social. La pregunta primaria, el símbolo del compromiso profundo del hombre —¿es bueno o malo para mí o para nosotros?— ejerce también un ulterior influjo en la experiencia humana, pero en áreas de experiencia cada vez más numerosas, ha dejado de ser la pregunta dominante. En especial en la experiencia del área que hoy en día llamamos «naturaleza», la pregunta referida a uno mismo —¿qué significa y qué finalidad tiene todo esto para mí o para nosotros?— ha sido destronada y subordinada sin ambigüedad, a otra pregunta de carácter impersonal y distanciado, del tipo: ¿cuál es la relación entre estos sucesos?, ¿qué significan en cuanto tales, prescindiendo de mí y de nosotros? Buscando preguntas de este tipo distanciado, la congruencia con la realidad del saber humano ha crecido mucho en una serie de áreas y junto con ello, la seguridad del saber, así como la capacidad correspondiente para controlar los hechos en estas áreas. En la evolución de la humanidad, tal como la conocemos, no hay un punto cero del saber realista, pero sí se dan grados en que es muy pequeño el acervo del saber referido a la realidad, con el acervo del saber fantástico. Junto con el crecimiento del primero, va no solo la ampliación de la capacidad humana para controlar los sucesos, sino también la elevación de la certeza de los hombres respecto de los vínculos y el origen de los acontecimientos.
Lo curioso del caso es que este aumento de certeza apenas ha sido entendido. En términos generales, somos conscientes solo de una manera vaga de que un saber adecuado a la realidad, cuyo mejor ejemplo es el conocimiento científico de la Naturaleza, ayuda a disminuir el miedo de los hombres, pues les permite obrar con mayor certeza de los supuestos y consecuencias de su acción, y vivir con mayor seguridad dentro de las zonas de un saber relativamente fiable. Sin una visión objetiva del enorme incremento de la seguridad de la vida y la correspondiente reducción del miedo y la incertidumbre humanos, características de sociedades avanzadas, no es posible entender el alto nivel de peligro e inseguridad en que vivían sociedades más primitivas. En las categorías de la sensibilidad y el pensamiento de una fase posterior, se puede reducir la enfermedad repentina y la muerte subsecuente de un hijo a razones naturales. Un padre puede lamentarse profundamente de su pérdida, pero dominará su necesidad de atribuir a alguien la culpa de esa muerte —tal vez a sí mismo—, en casi todos los casos, mediante la tendencia dominante de su sociedad de explicar por «causas naturales» también las enfermedades muy repentinas. Mientras no sucede esto, mientras la «naturaleza» es vivida como un mundo de espíritus, se introduce en toda la experiencia propia, como elemento voluntario, un factor por completo incalculable. Uno puede tratar de adivinar qué espíritu o, llegado el caso, qué hombre es responsable de la enfermedad y muerte de otro hombre; se pueden hacer suposiciones sobre las propias intenciones. Pero cuando la opinión pública se fija en tales situaciones, en una explicación, esta se relaciona por lo general con conflictos y luchas por el poder humano, como las que se libraban entre Ezelu y sus enemigos.