35
La omnipresente conciencia del tiempo de los miembros de sociedades relativamente complejas y urbanizadas es parte integrante de su modelo social y de la estructura social de su personalidad. Este excurso sobre el modelo social y la estructura de la personalidad de los guerreros en sociedades en un primitivo grado de desarrollo lo he incluido para destacar más este hecho, y confieso que el tema me ha apartado demasiado de la cuestión del tiempo. El modelo social en sociedades simples ostenta solo escasos signos temporales, que sin excepción, están relacionados con ciertas oportunidades; no hay ninguno que se aproxime a la ubicuidad y al alto nivel de síntesis característico de los signos temporales de los miembros de las naciones industrializadas. La personalidad del guerrero entre los indios norteamericanos y de los Chaco del Sur, descritos por Clastres, con sus enormes oscilaciones entre placeres y sufrimientos igualmente crueles y su directa relación con el momento presente, puede servir de contraste para percibir con mayor facilidad aspectos de la propia estructura de la personalidad, como el inexorable sentido del tiempo que nos domina, con un cierto grado de distanciamiento en su contexto amplio. La contraposición nos facilita relacionar la experiencia colectiva del tiempo con el grado característico de desarrollo social de las naciones industriales relativamente avanzadas y en especial con el estadio del proceso civilizatorio que representa el modelo de autocoacción de sus miembros.
Hay otro problema al que quizá no se concede todavía la atención que merece y que adquiere su verdadera dimensión, si se le compara con la estructura de la personalidad en sociedades de un periodo más primitivo. Desde el punto de vista biológico, los indios norteamericanos son nuestros iguales: pertenecen a la especie homo sapiens. Un proceso social involuntario los ha conducido a una situación en la que muchos de ellos, en especial los guerreros, se sienten llenos y realizados en la lucha y en el torturar y en su heroico silencio, cuando ellos mismos son atormentados. No han elegido este modo de vida, a la que los ha forzado un desarrollo social largo y ciego. Lo mismo puede decirse de nuestro tipo de vida. Tampoco nosotros podemos escapar a cierto sentimiento del tiempo y estamos amenazándonos con una guerra atómica que nos destruiría a todos, sin encontrar hasta ahora una manera convincente de conjurar este peligro. Estas circunstancias no son menos indicativas de la coacción no planeada de la evolución social. Desde lejos podríamos tal vez reconocer el proceso social ciego que lleva a los guerreros indios al callejón sin salida de sus guerras permanentes y sus torturas mutuas. Seríamos incluso capaces de damos cuenta con cierta perspectiva que estos hombres estaban entregados al humor de un ciego proceso social que los mataba, tan irremediablemente como a los antiguos los procesos naturales —inundaciones o epidemias— que no podían dominar. No es que el poder ciego de la Naturaleza haya desaparecido del todo, sino que está en buena parte domeñado, gracias al conocimiento creciente de sus procesos y a la explicación de los mismos. En la actualidad, los hombres están menos conscientes de que ellos mismos, al entretejer sus actividades, desatan y mantienen procesos casi tan impensados e involuntarios como los procesos naturales. Ejemplo de ello es el sentimiento del tiempo muy desarrollado que estudiamos en este trabajo, y que es un aspecto del desarrollo social que nadie ha planteado o introducido voluntariamente. Tenemos que convivir con dicho sentimiento y con una tendencia a la guerra, así como los miembros de sociedades más simples, de que antes hablábamos, con las coacciones de su estructura social. De niños, tanto nosotros como ellos, somos introducidos en ella, que se vuelve parte nuestra y hasta podemos considerarla razonable. El tiempo es un buen ejemplo de dicha estructura. Se nos introyecta un sentimiento generalizado del tiempo, que se hace parte de nuestra propia personalidad y nos parece algo obvio; nos parece que no se puede vivir de otra manera.
Lo dicho hasta aquí, puede ayudamos a tomar una cierta distancia no solo respecto del tiempo y de la guerra, sino también de los ciegos procesos sociales que producen estos hechos, cuya peculiaridad es hasta ahora poco conocida. La facultad de controlarlos está todavía en sus comienzos. Muchos aspectos relacionados con este tema son sumamente controvertidos. El problema del tiempo ofrece un terreno relativamente neutral, así como una base documental para la presente discusión.
Ello nos permitirá tal vez entender mejor el valor cognoscitivo de un método comparativo. La propia actitud social y algunas notas diferenciales del estadio de desarrollo que cada uno representa, se ponen de relieve al confrontarse con los representantes de otro estadio y con su actitud social, así como estos adquieren contrastes más definidos al compararse con los de un estadio posterior. Gracias a estas comparaciones y confrontaciones, cabe esperar que, corriendo el tiempo, resulte una imagen más global del desarrollo humano y, por tanto, de la secuencia de sus estadios. La fuerte tendencia que manifiestan los científicos sociales, de retirarse del pasado y futuro al presente momentáneo, obstaculiza los estudios comparativos, tanto como la percepción del pasado como «historia».
Ya he dicho que la propia experiencia del tiempo solo la puede uno entender con ayuda de una reconstrucción del pasado, y de una confrontación con los estadios primeros de la determinación del tiempo, que a su vez, como tal vez haya quedado claro, solo pueden presentarse como peldaños de la escala del desarrollo. En pequeño, la literatura filosófica clásica sobre el tiempo es un buen ejemplo de la confusión que resulta de una negación del pasado social, esto es, de la ignorancia del largo proceso que ha llevado a los hombres adonde se encuentran ahora. En el estadio actual de la humanidad, algunos de sus representantes tienen el poder de destruirse mutuamente y tal vez al mundo entero. En una situación así, es peligroso no ser absolutamente sincero y no esforzarse en despojarse de todo disfraz idealista, materialista o de cualquier otro tipo, que son un lujo que ya no podemos permitimos. El peligro radica en que el impulso civilizatorio actual no llega todavía al punto en que la autocoacción individual predomina sobre los mecanismos de la coacción exterior.