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Vuelvo siempre a este ejemplo, porque hasta ahora, solo raras veces se han aducido documentos escritos para sustentar estas formas primitivas de determinación del tiempo, y de allí está tomado este relato, que, en consecuencia, muestra la función de esta forma de determinación temporal en su amplio contexto social, de una manera más viva y directa que de ordinario. Por lo común, se dispone del testimonio de las piedras, pero estas son mudas y fácilmente se las interpreta mal. Pensemos en Stonehenge, aquel monumento de piedra en la llanura de Salisbury, en Wiltshire, Inglaterra. Grupos humanos desconocidos, posiblemente de procedencia mediterránea, lo erigieron por lo menos en tres etapas, durante el segundo milenio antes de Cristo. Es manifiesto que se trata de un sitio culto, un primitivo Delfos del lejano Occidente. El monumento constaba (y consta aún en parte) de círculos concéntricos de enormes bloques de piedra en vertical. Cuando, como lo hicieran alguna vez los sacerdotes o los reyes con su séquito, se acercaba uno al lugar desde el noroeste, por una senda aún hoy visible y transitable, siguiendo en línea recta el eje principal del círculo hasta su centro, podía, mirando al sudoeste en la prolongación directa de este eje, contemplar, la mañana del día del solsticio estival, con mayor o menor precisión, detrás de un altar o piedra solar, el orto del Sol en el horizonte. Dicho de otro modo, Stonehenge era un lugar de culto con una medida del tiempo incorporada. La disposición de las piedras se interpreta a menudo como una señal de que los hombres que erigieron este enclave habían sido «adoradores del Sol». Pero esta explicación no hace más que disfrazar nuestra ignorancia. En ese periodo, los hombres adoraban por regla general a los dioses. Pero sean cuales fueren las otras funciones del monumento, es obvio que servía como medio para determinar el tiempo más complejo, pero igual en lo fundamental, que el del sacerdote que observaba el orto del Sol sobre cierta colina, para dar la señal del comienzo de la siembra.

«Solsticio» significa —no hay necesidad de recordarlo— que el Sol se detiene: ha alcanzado el punto más lejano de su viaje veraniego y allí parece detenerse. Numerosos grupos humanos han visto en este solsticio una señal de particular importancia. Por largo tiempo, no estuvieron tan seguros de los movimientos regulares de las luminarias celestes, como lo estamos hoy. Según múltiples relatos, los hombres temían que la Luna no volviese a aparecer, tras un eclipse lunar. Necesitaban asegurarse de que el Sol volvería a hacer su circuito tras detenerse. Por ello sentían la necesidad de hacer ofrendas a sus dioses para ganar su bendición y alejar sus maldiciones: para que la cosecha fuera abundante y el ganado se multiplicara, o vencieran a sus enemigos. Ahora bien, fueran cuales fueran las restantes funciones de esas construcciones monumentales, como medio para determinar el tiempo nos permiten ver desde una mejor perspectiva la naturaleza de dicha determinación y su desarrollo. Como otros muchos, los hombres de Stonehenge trataban de definir el momento —el tiempo— en que el Sol cambiaba la dirección de su movimiento, respecto de ellos, y lo hacían porque en este cambio veían la señal para que su grupo emprendiera una actividad específica. Determinaban, pues, el tiempo de manera ingenuamente egocéntrica. En términos más generales puede decirse que su medición del tiempo era sociocéntrica, esto es, referida a un grupo.