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Hay una serie de problemas que desempeñan un papel central en este trabajo. Constituyen temas críticos que, como leitmotiv y en múltiples formas se repiten en toda la investigación. Pero a menudo aparecen sin anunciarse y no siempre es posible referimos explícitamente a ellos, sin apartamos demasiado del tema inmediato, aun cuando vengan al caso. En consecuencia, parece sensato presentar por lo menos tres de ellos, de una manera breve, pero explícita.
Todos estos problemas resultan parcial o totalmente de la circunstancia de que ciertas formas usuales y aceptadas del decir y el pensar impiden el acceso al problema del tiempo. Un estudio sobre el tiempo es, como quizá se haya notado ya, un punto de partida para una limpieza general que desde hace mucho ha venido retrasándose. Una necesidad que sigue viva, siempre que una tradición cultural que proporciona los medios básicos de orientación dentro de su sociedad, prosigue su curso a través de los siglos, como la nuestra desde el (sedicente) Renacimiento hasta la actualidad, desde Descartes a Husserl, desde Galileo a Einstein o también desde el tomismo hasta el neotomismo y desde Lutero hasta Barth, Bultmann o Schwitzer. En todos estos casos, ciertos supuestos fundamentales han echado tan profundas raíces en los hábitos lingüísticos e intelectuales, que, para nuestra experiencia, son ya algo indiscutible e inmutable; se constituyen en axiomas evidentes que la clase dirigente del momento transmite a la siguiente generación, aunque en la superficie el nexo parezca cortado. Cuanto más larga sea la tradición, tanto más evidentes parecerán estos axiomas. Así pues, cuando una tradición empezó su andadura hace siglos, se vuelve una tarea urgente sacar a la luz estos axiomas incuestionables y comprobar si el «mobiliario del pensamiento» —cuanto se asume como algo dado— sigue siendo útil, y si ya no lo es, pensar qué se puede poner en su lugar. Es claro que se trata de una tarea que ningún individuo puede realizar solo. En efecto, ninguno dispone del poder necesario para limpiar a los medios de orientación de una sociedad, de los axiomas enraizados profundamente y establecidos desde hace largo tiempo; ni tampoco de la amplitud de conocimientos ni de la longevidad que tal empeño exige. Más aún, le será difícil elaborar y hacer triunfar los nuevos medios de orientación, capaces de superar los axiomas triviales de la tradición antigua. Pero cabe intentarlo.
Así pues, escogeré de entre el amplio espectro de temas críticos de importancia, tres problemas que no debían escapar a nuestra atención en la lectura de este estudio, ni siquiera en los contextos en que son tratados explícitamente. Es claro que solo podré mencionarlos y hacer un brevísimo comentario, como ejemplo de la transición que aquí discutimos, de una orientación que consecuentemente reduce el proceso a otra que, con igual consecuencia, se refiere al proceso; cosa que, a todas luces, es el punto central de toda esta investigación.
El primer problema que expondré, se refiere a una peculiaridad única de toda medida utilizada para determinar posiciones e intervalos dentro de lo que llamamos «tiempo». Las medidas de tiempo se diferencian en varios aspectos de las medidas espaciales. Esta diferencia desempeña un papel importante en las dificultades específicas con las que los hombres se han topado y siguen topándose, al desarrollar los conceptos y normas temporales y al formular con claridad los problemas del cuándo, cuya respuesta depende de tales conceptos y normas. A los físicos no ha pasado inadvertida esta diferencia entre las medidas de tiempo y espacio, pero la fuerte tendencia a reducir el proceso que domina en su tradición intelectual, y su ideal de cercenar los continuos en devenir en «sistemas aislados», oscurece con demasiada facilidad la simple naturaleza de esta diferencia y, por consiguiente, la naturaleza misma del «tiempo».
El segundo problema se relaciona con el cambio ya mencionado de una forma discontinua, puntual, referida a la situación de la determinación de tiempo hacia una retícula temporal continua, muy general y cada vez más ceñida, que influye sobre las actividades humanas, a todo su largo y ancho. La retícula social del tiempo con la que están familiarizados los miembros de las naciones muy industrializadas, es de este tipo. Hoy en día se difunde poco a poco en todo el mundo y no es difícil observar las dificultades que trae consigo la adopción de tal retícula temporal en zonas donde se usaban formas anteriores de determinar el tiempo. Querríamos notar que los problemas sociológicos empíricos y teóricos que encontramos aquí, merecen mayor atención. Es fácil reunir anécdotas referidas a la cuestión, si uno se interesa por preguntas acerca del tiempo. No hace mucho me contaban de una mujer sudamericana que, al volver de Alemania, narraba como algo digno de admiración, que allí los relojes de la estación de trenes, no tenían solo dos manecillas para marcar las horas y los minutos, sino una tercera para los segundos[17]. Tales referencias a la hasta ahora última fase en el desarrollo de la determinación del tiempo pueden contribuir a aguzar nuestra percepción de su tendencia general y a ir preparando un estudio exhaustivo de la síntesis que subyace a todas las experiencias e instituciones del tiempo.
Hasta aquí hay algo manifiesto: determinar el tiempo significa relacionar o sintetizar los acontecimientos en una forma específica. En la actualidad, la síntesis de los aspectos temporales de los acontecimientos se presenta, por lo general, como espontánea, ya se la suponga derivada de la experiencia propia, ya anterior a toda vivencia humana. Directamente al corazón del problema del tiempo lleva la opinión de que el tiempo es todo menos algo espontáneo, que los hombres de periodos anteriores no sabían y, de hecho, no podían saber que los acontecimientos se relacionan «en el tiempo», y que fue preciso un esfuerzo intelectual largo y fatigoso para avanzar en el camino hacia una síntesis más amplia que abarcara la prolongada serie de síntesis de nuestros ancestros, tal como la poseemos hoy. Dicho de otra manera, la síntesis de que son capaces los hombres de hoy, es un grado posterior de un proceso muy largo, en cuyas etapas anteriores, o más precisamente en el estadio del grupo hipotético sin conceptos, los hombres solo estaban en condiciones de hacer una síntesis estrecha y relativamente parcial. Por eso, en comparación con la nuestra, su perspectiva y su determinación del tiempo parecen discontinuas. El segundo problema, por consiguiente, toca una amplia gama de preguntas todas las cuales no podemos abordar aquí.
El tercer problema que merece un comentario, se refiere a la relación entre «naturaleza» y «sociedad», o al menos es su punto de partida. Como ya lo hemos dicho, en nuestros días, se considera un axioma evidente que «naturaleza» y «sociedad» son dos entidades existenciales separadas. En consecuencia, el problema del «tiempo» queda dividido. Parece como si el tiempo físico fuera algo separado del tiempo social y del tiempo vivido. Los ejemplos de sociedades más simples que he mencionado antes, muestran que prácticamente casi siempre la determinación del tiempo se basa en una combinación de lo que nosotros distinguimos como procesos «naturales» o «físicos», por un lado, y «sociales» o «humanos», por otro. Una comprobación del desarrollo social a largo plazo de la determinación del tiempo y su dirección permite, por tanto, reconocer con facilidad que suponer un abismo existencial entre «naturaleza» y «hombres», tal como lo hacen las discusiones cultas de nuestro tiempo, es un axioma no probado de nuestra época. Deberíamos, pues, preguntamos si no pertenece ya al museo de los conocimientos superados.
Y justamente en este contexto, resulta importante plantear esta pregunta, porque, mientras se acepte como evidente el axioma de un mundo escindido, es imposible captar el problema de la relación entre los niveles «naturales», bajo los cuales, según el uso actual, se entienden principalmente los niveles de integración «físicos», pero que sin duda incluyen también los niveles de integración «biológicos», y los niveles «humanos» («sociales», «referidos a la experiencia») que integran el Universo. Sigue uno cautivo de la opinión dominante, según la cual el «tiempo» es una cuestión de físicos, en especial de los teóricos, mientras que el problema sociológico del «tiempo» yace improductivo en tierra de nadie, entre las ciencias naturales y las sociales. La tendencia de cada grupo de científicos a considerar su propio dominio como sacrosanto y como una fortaleza que hay que proteger de los intrusos con un foso de convencionalismos e ideologías comunes a la especialidad, obstaculiza cualquier intento por relacionar las distintas áreas científicas, mediante un marco de referencia teórico común. Tal como están las cosas, es difícil derrumbar estas barreras, cuando nos ocupamos del problema del «tiempo». O dicho de otro modo, es dificultoso pensar y hablar de tal modo, que no se suponga implícitamente que el tiempo físico, el tiempo biológico, el tiempo social y referido a la experiencia están yuxtapuestos sin relación alguna. Precisamente por esto, en este contexto, es necesario investigar la peculiar escisión que, en nuestra tradición, recorre toda la representación simbólica del Universo y de la cual son casos las oposiciones conceptuales entre «naturaleza» y «sociedad» u «objeto» y «sujeto». Cuando se estudia el «tiempo», se investiga a los hombres en la Naturaleza y no separadamente a los «hombres» y a la «naturaleza». También este tema recurre constantemente en este trabajo.