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stos pocos ejemplos pueden bastar para la mayor comprensión de lo distintas que son las relaciones entre las partes, constituyentes y la unidad compuesta planteadas en el nivel de integración de los organismos respecto de las planteadas en el nivel de los átomos y las moléculas. La hipótesis fundamental atomística de la física, la suposición de que las propiedades de las unidades constituyentes más pequeñas pueden explicar las de las unidades superiores formadas por estas, se justifica por cuanto en el nivel de existencia estudiado por los físicos las unidades constituyentes no poseen propiedades específicas de su respectivo nivel. No han sufrido una transformación especializadora que las adecue a la estructura funcional del nivel de integración superior, del compuesto del que son componentes. Los niveles fisicoquímicos también forman parte, como niveles constituyentes, de los niveles de integración de cuyo estudio se ocupan los biólogos; las partículas subatómicas, los átomos y las moléculas simples forman niveles de las unidades constituyentes de todo organismo. Pero en un organismo vivo el comportamiento de las unidades del plano fisicoquímico está dirigido y regulado según un tipo de ordenamiento distinto al tipo de ordenamiento fisicoquímico. Su comportamiento se regula de acuerdo con la función que han de cumplir en el marco de una organización superior. Se unen en células que, a su vez, se unen para formar organismos multicelulares poco integrados, que se unen en organismos multicelulares más complejos y más firmemente integrados. Pero la organización propia y la estructura del comportamiento de átomos y moléculas no varían cuando estos se integran en tales configuraciones de orden superior. Lo único que cambia es la dirección de su comportamiento hacia la organización e integración del orden superior. Esta organización y esta integración de los átomos y las moléculas son, pues, responsables de que el comportamiento de la unidad de orden superior no pueda explicarse a partir de las propiedades de los átomos y moléculas que la componen. Cuando esta organización se quebranta, cuando la unidad compuesta se disuelve y desintegra, no quedan más que los átomos y las moléculas de que estaba formada. Sólo desaparece la configuración, el orden en que estaban unidos esos átomos y moléculas. Y es precisamente al desaparecer este orden cuando los átomos y las moléculas pierden todas aquellas características a las que aludimos con términos como «organismo» o «vida». El mal funcionamiento y, finalmente, el quebranto de la organización de moléculas en la forma de células, órganos y organismos es lo que llamamos «muerte». Las moléculas simples y los átomos unidos entre sí en una de tales organizaciones y dirigidos según esta no sufren transformaciones estructurales específicas de su nivel, de manera que permanecen intactos al morir el organismo y varían sólo en tanto quedan fuera de la organización que los dirigía. Únicamente a partir del nivel de integración de las células se verifican en las unidades constituyentes cambios específicos de su nivel, es decir, cambios acordes con la función que las unidades constituyentes cumplen dentro de una unidad compuesta de nivel superior; y, en este caso, las unidades constituyentes pierden su estructura específica de nivel cuando se desintegra la unidad compuesta de nivel superior a la que dan forma. Cuando muere una persona, mueren también las células que la forman; en cambio, los átomos que la forman apenas varían.

Ya he dicho que la síntesis en cuyo transcurso surgen moléculas complejas de moléculas simples, células de moléculas complejas —a través de muchas etapas intermedias—, seres multicelulares de células, es un proceso natural. Se trata de un proceso natural tan espontáneo como el proceso de formación de estrellas expuesto antes, aunque de otra índole. En el proceso estelar se trataba de una reacción en cadena producida en el marco de un mismo nivel de orden, aquí se trata de síntesis espontáneas cuyos resultados, unidades compuestas de un determinado nivel de orden, se reúnen, mediante síntesis ulteriores, en unidades compuestas de unidades compuestas, y así sucesivamente, a lo largo de una prolongada escala de planos de integración imbricados unos con otros, formando unidades compuestas cada vez más complejas y diferenciadas. Ciertamente, en lo que respecta a estas formas de existencia, los organismos, no es tarea sencilla desarrollar símbolos más convenientes, representaciones conceptuales más adecuadas, con cuya ayuda las personas puedan orientarse y comunicarse mejor, y, después elaborar procedimientos de investigación más idóneos y específicos de cada nivel. Pero aclarar la tarea contribuye a atenuar la dificultad; pues, digámoslo una vez más, en este caso la dificultad no radica en la carencia de conocimientos particulares —los extraordinarios progresos en este sentido hechos durante las últimas generaciones, en especial en lo referente a la importancia de las síntesis naturales, exigen desde hace ya mucho tiempo que se intente una síntesis teórica de índole más global—. Lo que actualmente impide que se siga avanzando en ese sentido es una serie de modos de pensamiento, un anticuado sistema de categorías que obstaculiza el acceso a estos hechos e incluso arroja un velo sobre ellos, en parte, sin duda, porque los hechos contradicen los deseos de las personas. Por otro lado, actualmente las personas están tan acostumbradas a la presencia de esos modos de pensar en su trato con los demás, que les parecen evidentes; una renuncia a esos modos de pensar es algo casi inimaginable.

Entre esos modos de pensamiento se encuentra, como ya se ha dicho, la idea del potencial explicativo universal del átomo o, en términos generales, de las unidades constituyentes más pequeñas, lo cual comporta el predominio de procedimientos aislantes y desintegradores (del análisis) sobre la síntesis elaboradora de modelos. Cuán a menudo se leen frases como: «La célula, al ser la unidad estructural y funcional más pequeña del organismo, es la unidad fundamental de la vida».

Ciertamente, no es tan difícil comprender que, para adquirir conocimientos más ajustados a la realidad, a partir de un determinado nivel de ámbitos de estudio la reflexión debe ir desde modelos de la unidad mayor dada hacia las unidades constituyentes de esta. Pero, según parece, actualmente las discusiones están tan enfrascadas en una pugna entre alternativas equivocadas que costará mucho trabajo conducir la nave a mar abierto dejando atrás Escila y Caribdis: el reduccionismo atomístico de los físicos y las especulaciones universalistas o vitalistas de los metafísicos. Esto no es posible de manera convincente si uno se limita a filosofar o se da por satisfecho con reflexiones carentes de un estrecho contacto con hallazgos empíricos de importancia. El hecho de presentar estos hallazgos, aunque sea de manera muy superficial, unido a los correspondientes pasos hacia la síntesis teórica, constituye un elemento indispensable del esfuerzo por romper la trampa de la polaridad actual.