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n parte, si no por completo, es este aletargamiento de los procesos de formación de conceptos en los niveles superiores de la síntesis simbólica, en comparación con el desarrollo del conocimiento de los detalles, lo que actualmente dificulta que se perciba la decisiva función que la configuración de las unidades constituyentes posee en el comportamiento de unidades compuestas en formas de existencia que se encuentran más allá de los límites de las moléculas, y que esta sea tenida en cuenta en el pensar y el hablar. En el plano de las ciencias particulares la concepción de una jerarquía de niveles de orden o de integración de las formas de existencia que se corresponda más o menos con la sucesión de los niveles evolutivos ya no es una idea extraña. Ahora bien, también en este caso el estudio de las implicaciones teóricas de tales hallazgos de las ciencias particulares y, por ende, el estudio de su importancia para la teoría de la ciencia están fuertemente obstaculizados.
Una representación global de los niveles de integración, tal como se deriva del estado actual de las ciencias, seria más o menos como sigue:
El estado de cosas al que alude este esquema es bastante simple. Podría decirse que en los países desarrollados lo conoce prácticamente todo el mundo. Sin embargo, esta breve descripción global hace que sea más sencillo percatarse de problemas que hoy en día suelen vegetar en los límites de la conciencia o, quizá, se encuentran incluso más allá de estos, Por otra parte, en este esquema hay algunos puntos problemáticos; los observadores críticos no tardarán en reparar en ello; pero incluso lo problemático contribuye a la reflexión.
El primer problema es a qué se refiere la preposición «de». Puede enunciar «compuesto de» y también «desarrollado a partir de». Se hubiera podido resolver la ambigüedad, pero esta dirige la atención hacia la cuestión de si la jerarquía de niveles de orden imbricados unos con otros, tal como hoy se contempla, se corresponde también con la jerarquía de los niveles evolutivos, es decir, con el proceso diacrónico en cuyo transcurso unidades más complejas se desarrollan a partir de unidades atómicas y moleculares.
También es problemático y, en este contexto, inusual el término «sociedades de organismos». La distancia entre la biología y la sociología es actualmente tan grande, que los biólogos sólo utilizan el término «sociedad» en casos muy específicos, como cuando se estudian las vidas sociales de antropoides o de hormigas. Aún está muy arraigado en ellos la costumbre de hablar de «el» organismo, en singular. Cuando quieren hablar de una multiplicidad de organismos utilizan expresiones como «poblaciones» o «especies». Bastante a menudo los biólogos utilizan como modelo básico al organismo individual en su medio ambiente. En muchos casos el organismo particular está inmerso en una convivencia temporal o permanente con otros congéneres. Esto sucede en muy gran medida en el caso del ser humano, que sólo alcanza el nivel de experiencia y comportamiento humanos a través del aprendizaje de un sistema de comunicación común, de un lenguaje. Expresiones como «especie», «género» o «población» hacen pensar en congéneres individuales que viven unos al lado de los otros de una manera que puede describirse en términos meramente estadísticos. Son expresiones características de un canon de pensamiento atomístico: cada individuo particular puede, según parece, existir, como un átomo, con absoluta independencia de los otros. Basta contar las cabezas o, según el caso, determinar las características y modos de comportamiento de muchos organismos individuales para poder hacer afirmaciones hables sobre poblaciones o especies. De hecho, en algunos casos este procedimiento también es suficiente en el plano de los organismos; pero muchas veces no es así. Algunos modos de pensar tradicionales impiden la visión de cosas evidentes. Así, por ejemplo, se dice que una especie es una multiplicidad de poblaciones de individuos semejantes capaces de procrear descendientes semejantes. Pero ya el hecho de que un organismo individual esté por naturaleza dirigido a procrear con un organismo de su misma especie confiere un carácter único a las relaciones entre congéneres. Hay en ellas agrupaciones de congéneres —como manadas, grandes familias u hordas— cuyo tiempo de unión va más allá de la época de celo y en las cuales existen lazos afectivos limitados fundamentalmente a congéneres, agrupaciones de tipo social, cuyo valor para la supervivencia descansa sobre todo en la protección que ofrecen ante ataques de criaturas no pertenecientes al grupo. Es muy significativo que este unirse en grupos en la lucha por la supervivencia contra otras especies o contra otros grupos de la misma especie desempeñe un papel fundamental precisamente en la evolución de los homínidos, que no poseen armas naturales como, por ejemplo, garras o dientes peculiarmente fuertes. El desarrollo de muchas características específicas de la especie humana difícilmente puede comprenderse sin esta armonización fundamental del ser humano individual y la convivencia con otros seres humanos.
Así, pues, en muchos casos la especie y la población no están compuestas por organismos aislados. Los individuos están unidos por lazos sociales de las más diversas índoles, unidos en sociedades cuya estructura, en el caso de los organismos no humanos, es relativamente inmutable, como corresponde a estructuras de instintos y comportamientos de raigambre genética, mientras que en el caso de los seres humanos, por el contrario, la superior maleabilidad de las estructuras de instintos y comportamientos hace que la estructura social sea igualmente dúctil y, de acuerdo con el creciente caudal de saber que pasa de una generación a otra, altamente variable.
Así, un prejuicio sociopolítico, la concepción de la sociedad como multiplicidad de individuos independientes, juega quizás una mala partida a los pensadores al convertirse en una tradición de pensamiento en virtud de la cual los biólogos perciben la unidad de una especie únicamente como una unidad compuesta de organismos individuales. Pues ya los deseos de un individuo de aparearse sexualmente y, yendo más allá, toda la rica escala de intensas y variadas relaciones afectivas empujan, junto a las necesidades de protección y seguridad antes mencionadas, a la formación de agrupaciones sociales. La tendencia a formar agrupaciones sociales de uno u otro tipo, ya sea de manera determinada por la herencia, ya de manera aprendida, está muy arraigada en prácticamente todos los organismos biológicos superiores y en muchos inferiores. Así, en la jerarquía de los niveles de integración no es posible ascender directamente desde los organismos aislados hasta las unidades biológicas de la especie y el género. Entre ambos se encuentra un nivel de integración específico, la agrupación de organismos individuales en unidades sociales, ya sean estas familias o manadas, como en el caso de leones y elefantes, ya sean tribus y Estados, pueblos y ciudades, como en el caso de los seres humanos. Cuando se habla del ser humano y de su medio ambiente tampoco se está respondiendo apenas a la situación real. Si se habla con propiedad, sólo se puede hablar del medio ambiente de los pueblos y ciudades, de las tribus y naciones, es decir, de sociedades humanas de un tipo concreto. Las relaciones de los seres humanos con sus semejantes, las relaciones sociales, tienen un carácter muy distinto al de las relaciones con ríos y peñascos, plantas y animales —con su «medio ambiente»—. La sociedad, podría decirse, es la primera esfera del ser humano.
La costumbre de muchos biólogos, y también de muchos estudiantes de medicina, de situar los organismos aislados en el centro de la atención, dejando de lado la fundamental sociabilidad, la coordinación de los organismos en una vida en interdependencia —temporal o duradera— con sus semejantes, y considerando esta como una determinada forma de integración, tiene su origen en una tradición de pensamiento que tuvo su momento culminante en los siglos XVII y XVIII. De acuerdo con el estado del conocimiento en aquel entonces, al hombre sólo le parecían realmente estructurados y, por tanto, asequibles a la formulación de teorías la «naturaleza» y el ser humano particular, con su «conciencia» y su «razón»; es decir, sólo el «objeto» y el «sujeto». Lo que quedaba entre ambos, las agrupaciones sociales de individuos, de «sujetos», parecía algo carente de orden y de estructura, y, por consiguiente, algo propio de la vida práctica, que existía en la antesala de la ciencia y la filosofía, pero que no pertenecía a los ámbitos de estudio de estas. El paulatino avance de las ciencias sociales y, en particular, el realizado por la sociología en los siglos XIX y XX, pese a la fragilidad de estas disciplinas, nos ha puesto al alcance de la mano la posibilidad de estudiar científicamente el nivel de integración de las sociedades humanas, aunque muchos científicos naturales, en particular los biólogos, por no hablar de los filósofos, continúan anclados a la vieja concepción del organismo aislado en su medio ambiente, del individuo humano enfrentado a la «naturaleza», del «sujeto» enfrentado al «objeto». Por otra parte, no pocos sociólogos, siempre llenos de preocupaciones por su status y de temor por su autonomía, después de algunas malas experiencias pasadas han desarrollado una especie de repulsión traumática a todo intento de dilucidar las relaciones de aquellos niveles de integración que ellos mismos buscan estudiar con los niveles de integración precedentes, sobre todo con el biológico. Temen la reducción a ese nivel biológico; y la actitud de muchos biólogos, que intentan explicar las sociedades y el comportamiento humanos según el modelo de niveles de integración prehumanos, contribuye en no escasa medida a fomentar esa postura defensiva que algunos sociólogos mantienen ante la biología.
Pero este miedo a la reducción, sea de la sociología a la biología o de la biología a la física y la química, no tiene por qué conducir a que se renuncie a preguntar si y hasta qué punto son lícitas las pretensiones de autonomía de las ciencias que se ocupan del estudio de distintos niveles de integración del universo. ¿Son las pretensiones de autonomía de los distintos grupos de investigadores que se dedican profesionalmente al estudio de ámbitos distintos únicamente un subproducto de la organización del trabajo de investigación, que separa a cada grupo de especialistas científicos y les atribuye disciplinas e institutos más o menos autónomos, provocando así una espontánea pugna competitiva por conseguir oportunidades de alcanzar un status, oportunidades financieras y, muy en general, oportunidades de adquirir poder? ¿Tienen las pretensiones de autonomía de los diferentes grupos de profesores e investigadores académicos, en sus relaciones mutuas, el único motivo de la pretensión de las diversas clases directivas profesorales de no dejar que otros grupos se inmiscuyan en el estudio de sus propios campos, o de no verse subordinados a otros grupos de especialistas científicos? ¿O existen motivos reales, fundados en la naturaleza misma de los campos de estudio, para que los grandes conjuntos de ciencias que trabajan en el estudio de diferentes niveles de integración no se fundan en uno solo?
El esquema de los niveles de integración expuesto más arriba brinda un inmejorable punto de partida para discutir esta pregunta. Algunos de sus aspectos son muy ilustradores respecto a esto. Consideradas como organizaciones sociales, las diversas ciencias se encuentran, por así decirlo, en el mismo plano, una al lado de la otra. Al parecer, bastaría un modelo unidimensional, ajeno al tiempo y al espacio, para expresar simbólicamente las relaciones que existen entre las ciencias. Y como hoy en día la gente a menudo piensa que la relación entre las diversas ciencias es representativa de la relación entre sus respectivos ámbitos de estudio, sin querer se trata mentalmente los objetos de estudio de las ciencias físicas, las biológicas y las humanas como si estos existieran unos al lado de otros, en un mismo plano. Una observación más minuciosa permite ver con facilidad que los ámbitos de estudio de las diversas ciencias están relacionados entre sí de otra forma mucho más compleja. Son representantes de una síntesis progresiva, de un proceso de integración dentro del cual por encima de las moléculas simples cada nivel de integración superior y, en sentido evolutivo, posterior, contiene como partes constituyentes a representantes o derivados de todos los niveles de integración precedentes. También los seres humanos están compuestos por átomos y moléculas. También ellos están compuestos por células, que en su estructura básica son prácticamente idénticas a las de muchos, aunque no todos, seres vivos unicelulares. Gracias a esto se hace más plausible la hipótesis de que todos los seres vivos han tenido su origen en organismos unicelulares. También los seres humanos están compuestos de tejidos, de órganos y de sistemas de órganos, como los sistemas óseo, muscular, nervioso y digestivo. Pero en los seres humanos la diferenciación de los sistemas de órganos, su integración, su regulación y control centralizados han alcanzado unas dimensiones y una configuración únicas entre las de los seres vivos conocidos: los seres humanos constituyen la unidad de integración más elevada que conocemos. En suma, el lugar de la sencilla imagen de los ámbitos de estudio de las ciencias orientada en gran medida de acuerdo al modo unidimensional de las disciplinas que los estudian lo ocupa ahora la imagen de un continuo de niveles de integración ordenados jerárquicamente, que representan la sucesión de estadios de un proceso evolutivo, dentro del cual los representantes o descendientes de niveles de integración inferiores o bien están subordinados a los de los niveles superiores, o bien, como en el caso de algunos centros cerebrales jóvenes y viejos, se encuentran en una compleja relación de equilibrio con estos últimos.
Con ello también se está diciendo que conduce a error pensar que las relaciones existentes entre las ciencias pueden ser abarcadas mediante un modelo en el que estas ciencias aparezcan representadas simplemente una al lado de la otra. También a este respecto hace falta un modelo multidimensional que, entre otras cosas, tenga en cuenta la interrelación jerárquica de los diferentes niveles de integración, esto es, de los ámbitos de estudio de las diferentes ciencias.