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a dificultad estriba en que a menudo hay que considerar más de dos planos. Las figuraciones y procesos de un nivel estructural elevado suelen poseer componentes que también Son figuraciones y procesos de alto nivel estructural; y estos, a su vez, pueden tener partes que sean unidades de organización en desarrollo, aunque dueñas de menor autonomía. De hecho, estas figuraciones componentes de figuraciones, estos procesos componentes de procesos, pueden estar formados por muchos planos de diferente fuerza y poder de control relativos, imbricados y entrelazados unos con otros. Así, aquellos investigadores que ahondan en busca de conocimiento en uno de estos planos precisan canales libres de comunicación con otros que trabajan en los muchos niveles inferiores y superiores, y, al mismo tiempo, necesitan poseer una idea clara de la posición y funciones de su propia área de estudio y de su propia situación dentro del todo.

En la práctica estos canales de comunicación son con frecuencia deficientes o incluso no existen. Problemas de diferentes planos son muchas veces estudiados por diferentes grupos de especialistas que muy rara vez trascienden su propio campo de trabajo. Muchos de ellos extraen de su experiencia limitada a un plano determinado o incluso a un solo aspecto de este conclusiones presuntamente válidas para la solución de problemas enmarcados en muchos planos o, quizás, en toda la figuración. Y cuando uno de estos grupos, cuando —como efectivamente ha ocurrido en el caso de los físicos— especialistas dedicados al estudio de unidades de un nivel de organización relativamente bajo se encuentran muy por delante de los demás en el estudio de su propio campo y en el desarrollo de las técnicas correspondientes, la imitación y la aplicación no selectivas de sus modelos y métodos en el estudio de unidades de mayor nivel estructural conducen a un caos de problemas concebidos erróneamente.

Pues no sólo la figuración superior, sino también cada una de sus figuraciones subordinadas, pueden desarrollar estructuras de relación y regularidades distintas a las de sus respectivas figuraciones constituyentes y, por ende, no deducibles de estas. Así, modelos teóricos y métodos de investigación concebidos para el estudio de unidades menos diferenciadas e integradas pueden, en el mejor de los casos, ser tan sólo parcialmente adecuados para el estudio de unidades de más elevado nivel estructural, y esto incluso si las primeras, u otras unidades homólogas a ellas, son partes constituyentes de las segundas.

Hay muchos ejemplos de las dificultades que resultan de aplicar modelos concebidos para el estudio de subfiguraciones de un determinado nivel de organización al estudio de figuraciones de otro nivel o, incluso, al de la unidad superior, el todo.

Tomemos, por ejemplo, la vieja controversia sobre la aplicabilidad de formas estructurales físicas, por ejemplo, las máquinas, como modelos de explicación de formas estructurales biológicas, tales como animales y seres humanos. Si uno se adhiere al modo de pensar tradicional, es de suponer que sólo verá dos posibles soluciones al problema central de esta controversia. O bien se acepta que las estructuras físicas de una u otra especie son modelos perfectos para los organismos, y, expresamente o no, se supone que un organismo, considerado como un todo, es un conjunto de fenómenos físicos perfectamente equiparable a los fenómenos físicos exteriores a los organismos; o bien se pueden adoptar modelos vitalistas y asumir que en los organismos actúan fuerzas particulares, no físicas, que son las causantes de las diferencias observables que existen entre formas estructurales vivas y formas estructurales inertes.

Para aceptar cualquiera de estas dos soluciones es necesario pasar por alto numerosas incorrecciones. Como en otros casos en los que no sólo es difícil encontrar una solución sencilla para un problema, sino incluso idear un posible medio de solución que se adecue, dentro de lo que cabe, a la evidencia que se posee, es más bien el tipo de modelos de solución disponibles, y no la evidencia, lo que hace falta someter a un nuevo examen. Desde la época de Descartes, si no antes, el hombre está enfrentado al dilema de si las figuraciones vivas pueden explicarse adecuadamente mediante analogías con figuraciones inertes. Las dificultades inherentes a esta cuestión están estrechamente vinculadas al modo tradicional de pensamiento, el cual decreta que el comportamiento de unidades compuestas ha de ser explicado en función del de sus componentes. Es más sencillo concebir un modelo de solución para esta cuestión si se acepta que existen tipos de problemas que requieren un modo de aproximación diferente, problemas que sólo serán solucionables si se comprende que las unidades observadas poseen propiedades que no cabe inferir de las de sus partes constituyentes.

Las máquinas creadas por el hombre, tal como las conocemos, no son homólogas a todos, sino sólo a algunos planos del orden jerárquico relativo a estructuras autónomas y de elevado nivel estructural, como las representadas incluso por las especies animales más simples. Puesto que toda figuración de un orden superior puede tener propiedades distintas a las de aquellas figuraciones de orden inferior que forman sus partes, y puesto que los animales representan figuraciones incluidas dentro de figuraciones, en un número de niveles que aumenta a medida que se asciende por la escala evolutiva, es de esperar que el comportamiento y las propiedades de los organismos se correspondan sólo parcialmente con los de las máquinas o las cadenas de reacciones químicas; es de esperar que los organismos muestren propiedades estructurales que se asemejen a las de las estructuras físicas sólo en algunos aspectos y difieran de estas en muchos otros, y que, si se destruye la organización en múltiples niveles de una estructura orgánica, o si sus componentes se estudian de forma aislada, no se obtenga otra cosa que montones de partículas físicas.

Pero, en este caso, lo que ya no es posible esperar es que todos los problemas de los organismos vayan a ser resueltos en última instancia mediante analogías con máquinas o con otras estructuras físicas, ni que las ciencias biológicas vayan a convertirse paulatinamente en ciencias físicas. En las estructuras vivas los procesos físicos están estructurados y organizados en una forma que desencadena su posterior estructuración y organización. Y si el ser humano consiguiera construir artefactos de mayor número y más elevados niveles de organización y control que los de cualquier máquina conocida hasta hoy —artefactos que pudieran construir y reconstruir su propia estructura a partir de materiales de inferior nivel estructural, que pudieran crecer y desarrollarse, sentir y reproducirse—, la construcción y el estudio de esos artefactos requeriría, junto con el empleo de categorías y modelos físicos, el de categorías y modelos biológicos.

En la controversia entre vitalistas y mecanicistas ambas partes están más o menos de acuerdo en que el modelo de explicación según el cual los estudios de las propiedades de los componentes dan, o darán algún día, la clave para acceder a los problemas del todo es un modelo universal. En la práctica, es un modelo específico y parcial, apto únicamente para el estudio de unidades de un nivel estructural relativamente bajo[14].

O tomemos la muy discutida cuestión de la relación existente entre el comportamiento de los animales superiores y el de los seres humanos. No son pocos los intentos por explicar comportamientos humanos a partir de comportamientos animales. Pero, nuevamente, no se puede comprender el funcionamiento y la estructura de figuraciones que encarnan unos niveles de organización y control más elevados únicamente en función de otros menos elevados, ni siquiera aunque los primeros desciendan de los segundos. Si bien el ser humano funciona en parte como otros animales, su funcionamiento y comportamiento globales no son como los de ningún otro animal.

El cambio hacia un mayor dominio cortical (por mencionar sólo un aspecto de las diferencias) ofrece un ilustrador ejemplo de la manera en que un incremento de la capacidad de control y coordinación de una subestructura que se encuentra en un nivel muy elevado de la jerarquía de estructuras interrelacionadas comporta cambios en el equilibrio y funcionamiento de estructuras de todos los niveles, así como una transformación de la misma figuración superior. Insistir en diferencias como esta sirve para establecer más clara y firmemente que (y por qué) es un error esperar que las ciencias humanas vayan a convertirse tarde o temprano en una rama de las ciencias biológicas, aunque algunos resultados de estudios sobre ciertos aspectos del ser humano que son competencia de estas últimas constituya un elemento indispensable de las primeras.

Finalmente, también podemos encontrar problemas y dificultades similares, a otro nivel y en otra forma, en la ya muy prolongada discusión sobre las relaciones entre «individuo» y «sociedad». Nuevamente, parece que sólo son posibles dos opciones, ambas por igual insatisfactorias. Pese a todos los intentos de conciliación, hasta ahora el grueso de las posturas está dividido en dos grupos en cierta medida irreconciliables. Uno puede acercarse más a aquellos que opinan que las sociedades son multitudes o masas de individuos, cuyas características no son más que la manifestación de intenciones y actos individuales; o puede estar más conforme con quienes piensan que las sociedades, los procesos sociales en sus múltiples aspectos, pueden comprenderse en cierto sentido como si existieran fuera y separados de los individuos que los componen.

Una vez más, ambas partes tienen en común un modo de pensar, una concepción sobre la forma de explicar fenómenos que ha resultado muy eficaz en los intentos del hombre por explicar y adquirir dominio sobre los fenómenos físicos. Pero en este caso el callejón sin salida no se debe únicamente al trasvase poco crítico de un modelo de pensamiento de un campo a otro. Esfuerzos por elaborar mejores modelos teóricos para la relación entre individuo y sociedad se ven obstaculizados por el hecho de que esta relación se ha convertido en nuestra época en uno de los focos, si no en el foco, de la lucha entre sistemas de valores, convicciones sociales e ideales, que divide a algunas de las agrupaciones humanas más poderosas. En el conjunto de la sociedad, preguntas como cuáles deben ser los derechos y deberes de los individuos dentro de la sociedad, o si el bienestar social ha de ser considerado más importante que el de los individuos, evocan todo un conjunto de enconadas controversias concretas. Muchas veces, respuestas a preguntas como estas constituyen el dogma en el que los seguidores de diferentes credos políticos y sociales reconocen a amigos y enemigos. Así, la cuestión de cómo debe ser la relación entre individuo y sociedad, cuestión constantemente intensificada por las tensiones y pasiones de grupos enfrentados, es disimulada y ocultada en las discusiones y estudios bajo el velo de otro problema, el de cómo as efectivamente esa relación; y este encubrimiento va tan lejos, que muchas veces el verdadero problema parece casi incomprensible. Pero, como este problema es uno de los problemas fundamentales de las ciencias sociales, los obstáculos prácticamente insuperables que surgen ante todo intento por diferenciarlo claramente y separarlo de las cuestiones políticas y sociales controvertidas —que a menudo se expresan en términos parecidos—, constituyen una de las principales barreras para el desarrollo de estas ciencias y, en especial, de la sociología.

Lo que se ha afirmado hasta ahora sobre otros tipos de relación entre las partes y el todo puede contribuir, si no a solucionar este problema, al menos a clarificarlo. La relación entre las personas como individuos y las personas como sociedades se diferencia de otras relaciones de este tipo en muchos aspectos. Es una relación singular, y no todos sus rasgos se corresponden plenamente con el esquema de una relación unidad parcial/unidad total. Pero, al mismo tiempo, muestra muchas características de este esquema, y también muchos de los problemas que suelen ir asociados a este.

Todas las sociedades, hasta donde puede saberse, poseen las características generales de figuraciones estructurales compuestas por varios niveles de subfiguraciones, sólo una de las cuales está formada por los individuos en tanto que individuos. Organizados en grupos, los individuos forman otras numerosas subfiguraciones. Forman familias; y, en un plano más elevado, como grupos compuestos por grupos, poblados o ciudades, clases o sistemas industriales, y muchas otras agrupaciones que se relacionan entre sí y, juntas, pueden formar una figuración global en la que se da un determinado equilibro de fuerzas —como las tribus, ciudades-estado, reinos feudales o estados nacionales—. Esta unidad global puede, a su vez, formar parte de otra unidad menos organizada e integrada: las tribus pueden constituir una federación tribal, los estados nacionales pueden dar forma a un sistema de equilibrio de poder. Dentro de esta jerarquía de unidades sociales interrelacionadas no es indispensable que la unidad mayor sea la más organizada e integrada; a lo largo de la historia de la humanidad, hasta nuestros días, nunca lo ha sido. Pero, sea cual sea la forma que tome, dentro de la jerarquía de figuraciones la figuración que posea el mayor nivel de integración y organización será, asimismo, la que posea la mayor capacidad de dirigir su propio curso. Como otras figuraciones abiertas, puede disolverse si la presión de tensiones internas o externas se hace demasiado intensa, pero, mientras su organización permanezca más o menos intacta, poseerá más autonomía que cualquiera de las subfiguraciones que la constituyen.

Y son la estructura y el desarrollo de esta unidad de integración los que, en último término, determinan la estructura y el desarrollo de sus unidades constituyentes, incluidas las de sus miembros individuales. Los diferentes niveles de esta jerarquía de figuraciones, como los individuos como tales o como familias o clases, poseen un mayor o menor grado de autonomía; pueden, por ejemplo, cooperar mutuamente o luchar entre sí. Pero el marco del actuar autónomo varía de acuerdo tanto con las características de la figuración superior como con la posición que ocupan las subfiguraciones dentro de esta; lo mismo cabe decir de la estructura básica de la personalidad de sus miembros individuales. Pues de las características y del desarrollo de esta figuración superior dependen los de aquel conjunto de relaciones institucionalizado que llamamos «familia»; y las familias inculcan la organización e integración de funciones en niños individuales que cuando adultos serán llamados a continuar, desarrollar y quizás alterar las instituciones del sistema superior. Este y otros mecanismos homeostáticos posibilitan que, cuando menos, algunas de las características distintivas del sistema superior se conserven de generación en generación.

Así, a pesar de que la relación entre «individuo» y «sociedad» es única y singular, tiene en común con otras relaciones entre unidad parcial y unidad total propias de figuraciones muy organizadas y autorregulables el hecho de que las regularidades, atributos y comportamiento tanto de subfiguraciones de diferentes niveles como de la misma figuración superior no pueden describirse simplemente en términos adecuados para sus respectivas unidades constituyentes. Tampoco pueden explicarse como efectos cuyas causas se encuentran en sus partes constituyentes. Y, sin embargo, no son nada fuera y apartados de esas partes constituyentes.

Los sociólogos que, consciente o inconscientemente, se aproximan a fenómenos sociales como si las sociedades no fueran más que multitudes de individuos y, de acuerdo con esto, intentan explicar las primeras en función de los segundos, son incapaces de tener en cuenta que, al igual que otras unidades compuestas, los grupos formados por individuos poseen propiedades estructurales particulares que un observador no podrá comprender si dirige su atención únicamente a los individuos como tales y no, al mismo tiempo, a las estructuras y figuraciones formadas por la interrelación de individuos.

Los sociólogos que, consciente o inconscientemente, se aproximan a los fenómenos sociales como si estos existieran con independencia de los individuos que los forman suelen saber que los fenómenos de este tipo poseen regularidades irreductibles. Pero esperando, como han aprendido a esperar, que las regularidades de unidades compuestas puedan ser deducidas de las de sus componentes, y quizá confundidos por el hecho de que no pueden deducir clara y sencillamente las regularidades que observan de regularidades individuales, tienden a caer en un modo de hablar y pensar que sugiere que los fenómenos sociales existen hasta cierto punto independientemente de las personas individuales. Tienden a confundir «tener regularidades propias» con «tener existencia propia» —de la misma manera que el hecho de que los organismos tengan regularidades que no cabe deducir de las de los fenómenos físicos no organizados es con frecuencia interpretado como un signo de que hay algo en los organismos que existe independientemente de los fenómenos físicos—. Aquí, como dondequiera que no se pueda pensar en términos de figuraciones, sólo queda al hombre la elección entre dos opciones igualmente erróneas, la elección entre una concepción atomística y una hipostática.

Algunos problemas no pueden acercarse a su solución principalmente porque la base de datos disponible es muy reducida; otros principalmente porque han sido planteados de manera equivocada: ideas generales, esquemas de clasificación, el modo de pensar en general pueden resultar equivocados, o, sencillamente, inadecuados, debido a un trasvase poco crítico de modelos mentales de un contexto a otro. Algunas de las dificultades con que uno se topa en las ciencias sociales pertenecen a este último tipo. No se deben tanto a insuficiencias en el conocimiento de los datos, sino a insuficiencias de las ideas básicas, categorías y actitudes utilizadas al observar o manejar esos datos. Desde que los seres humanos acuñaron la idea de que no sólo los fenómenos físicos, sino también los sociales podían estudiarse «científicamente», todos los que se dedican a esta tarea se encuentran en mayor o menor medida bajo la influencia de dos tipos de modelos desarrollados, en un contexto diferente, por dos grupos más poderosos: la manera en que se deben plantear y resolver problemas referentes a fenómenos sociales, dentro de la sociedad en general, y la manera en que se han de plantear y resolver problemas referentes a la «naturaleza», en el ámbito de las ciencias naturales. Cabe preguntarse hasta qué punto es adecuado cada uno de estos modelos para el estudio científico de fenómenos sociales. Al hacer esta pregunta se está aludiendo también a un problema de mayor envergadura, que hace falta reexaminar: el problema de la naturaleza y adquisición del conocimiento humano en general.

Modelos del primer tipo son utilizados a menudo, no intencionadamente, por estudiosos de las ciencias sociales. Estos se ocupan de fenómenos propios de un ámbito de vida en el que el ser humano está constantemente amenazado por grandes peligros incontrolables. Para estos científicos es muy difícil separar las ideas y conceptos que utilizan en su trabajo especializado de los que emplean en su vida social cotidiana. El modelo hipotético que puede aplicarse para el estudio de problemas de esta índole es un continuo entre dos posiciones extremas de la naturaleza y situación de los seres humanos, una de ellas caracterizada por un total compromiso y una completa falta de distanciamiento (como la que puede encontrarse en los niños pequeños), y la otra por un distanciamiento absoluto y una total carencia de compromiso.

Modelos del segundo tipo —los de las ciencias de la naturaleza— son a menudo, aunque no siempre, imitados por representantes de las ciencias sociales. Pero los científicos sociales muy pocas veces examinan qué aspectos de esos modelos están en consonancia con sus tareas específicas. Presionados por incertidumbres, no del todo ajenas a la intensidad de su compromiso emocional, asumen con demasiada ligereza estos modelos, adoptándolos como medios terminados y autorizados de adquirir certeza; y con bastante frecuencia lo hacen sin poder distinguir claramente si la certeza que así adquieren remite a un contexto importante o a uno intrascendente. Como se ha visto, este trasvase de modelos de un campo de la ciencia a otro conduce muchas veces a una especie de seudodistanciamiento, al planteamiento erróneo de problemas y a grandes delimitaciones del área de estudio. El modelo hipotético que puede aplicarse para el estudio de problemas de esta índole es un continuo de modelos de unidades compuestas, ordenadas según el grado de interdependencia de sus partes constituyentes.

Generalmente los problemas de las ciencias físicas poseen como marco de referencia modelos de unidades de un grado de estructuración relativamente bajo. En las ciencias sociales tampoco faltan del todo problemas referentes a unidades de un grado de estructuración igualmente bajo —como, por ejemplo, la población, en el sentido estadístico de la palabra—. Pero en esos casos las unidades de este tipo siempre forman parte de otras unidades de un nivel de estructuración más elevado. Conceptos, explicaciones y procedimientos utilizados para el estudio de las primeras sólo pueden, en el mejor de los casos, tener limitadas posibilidades de aplicación en el estudio de las segundas; pues, a diferencia de lo que ocurre en el caso de unidades poco estructuradas, aquí los conocimientos adquiridos sobre las propiedades de componentes aislados sólo pueden ser juzgados e interpretados a la luz del conocimiento sobre las propiedades del todo.

Si para los científicos sociales es difícil conseguir que sus teorías y conceptos adquieran una mayor autonomía frente a creencias e ideales de la sociedad (que quizás ellos mismos comparten), no lo es menos conseguir desarrollar sus modelos científicos de manera que gocen de una mayor autonomía frente a las más antiguas, aplaudidas y firmemente arraigadas ciencias de la naturaleza. La cuestión central radica en si es posible llevar adelante un modo de pensar sobre los fenómenos sociales más distanciado, adecuado y autónomo, en una situación en la cual las personas, en cuanto grupos, representan graves peligros las unas para las otras. Tal vez la idea más importante que se deriva de lo hasta aquí expuesto sea la noción de lo que hemos llamado —de manera ciertamente inadecuada— el «principio de la facilitación progresiva»; cuanto más bajos sean el grado de dominio sobre el manejo de objetos y el grado de distanciamiento y adecuación de la manera de pensar sobre esos objetos que posee una sociedad, más difícil será para esa sociedad elevar dichos grados. La posibilidad que tienen los grupos de especialistas científicos, en las condiciones actuales, de elevar el grado de autonomía y adecuación del pensar sobre fenómenos sociales e imponerse a sí mismos la disciplina de un mayor distanciamiento es algo que sólo determinará la experiencia. Tampoco podemos saber de antemano si la amenaza que, en diferentes niveles, los grupos humanos constituyen unos para otros continuará siendo demasiado grande como para que los seres humanos puedan soportarla y obrar de acuerdo con una imagen global de ellos mismos —una imagen que esté menos teñida por deseos y temores, y que se desarrolle de manera más consecuente en el intercambio con desapasionadas observaciones de detalles—. Y, sin embargo, ¿de qué otra manera puede el ser humano romper el circulo vicioso compuesto por unas ideas con un alto contenido emocional y por un escaso dominio sobre las amenazas producto del hombre y dirigidas contra el hombre, que se perpetúan alimentándose mutuamente?