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ambién arroja algo de luz sobre las diferencias que existen actualmente entre los grados de certeza y consecuciones de las ciencias naturales y las ciencias sociales. A menudo se afirma implícita, cuando no explícitamente, que los «objetos» de las primeras, por su propia naturaleza, se adecuan mejor que los de las ciencias sociales a una explicación científica que garantiza una elevada exactitud. Sin embargo, no hay motivo para asumir que los datos sociales, las relaciones interpersonales, sean menos accesibles a la comprensión humana que las relaciones planteadas entre fenómenos no humanos. Tampoco existe ninguna base para suponer que el intelecto humano sea en sí mismo inadecuado para la tarea de desarrollar teorías y métodos de estudio de datos sociales tan capaces como los alcanzados en el estudio de los datos físicos. Fuera de esto, lo que es significativamente diferente en estos dos campos de estudio es la situación de los investigadores y, dentro de esta, la relación que poseen con los «objetos» de su estudio; lo que se conoce vulgarmente como la relación entre «sujetos» y «objetos». Si tenemos en cuenta esta relación, así como la situación y actitud de los investigadores, podremos ver con mayor claridad los problemas y dificultades de las ciencias sociales para llegar a un grado de distanciamiento similar al alcanzado en las ciencias de la naturaleza.
El objetivo general del trabajo científico es el mismo en ambos campos; despojado de su corteza filosófica, consiste en descubrir cómo y por qué se relacionan entre sí los fenómenos registrados. Pero, a diferencia de las ciencias de la naturaleza, que buscan aclarar las relaciones planteadas entre fenómenos prehumanos, las ciencias sociales estudian relaciones interpersonales. Aquí el ser humano se encuentra consigo mismo y con los demás[7]; los «objetos» son al mismo tiempo «sujetos». La tarea del científico social es comprender, y hacer que los demás comprendan, cambiantes conjuntos de interrelaciones formadas por los seres humanos, la naturaleza de esos lazos y la estructura de esos cambios. Los investigadores mismos forman parte de esos conjuntos de interrelaciones. No pueden evitar experimentar esas interrelaciones, directamente o por identificación, como participantes inmediatos en estas; y cuanto mayores son las tensiones y presiones a que están expuestos los investigadores y los grupos a los que pertenecen, más difícil es para ellos realizar la operación mental de apartarse de su papel de participante inmediato, operación que se encuentra en la base de toda labor científica.
En las ciencias sociales no faltan ciertamente intentos por distanciarse de la propia posición de exponente de acontecimientos sociales comprometido, ni por apartarse de la perspectiva limitada que comporta ese papel; tampoco faltan intentos por elaborar un marco de trabajo conceptual más amplio, en el que los problemas del momento encuentren su lugar y su sentido. Quizá los esfuerzos más persistentes en esta dirección sean los realizados por los pioneros de la sociología durante el siglo XIX y principios del siglo XX. Pero el trabajo de estos hambres también muestra de modo inequívoco los obstáculos que se interponen en el camino de semejantes intentos bajo las condiciones actuales. Pese a la diversidad de puntos de partida de estos pioneros, todos ellos intentaron, por una parte, descubrir el orden inmanente al desarrollo social de la humanidad —sus «leyes», como decían algunos de ellos—. Aspiraban a establecer un amplio marco de trabajo teórico de validez universal, dentro del cual los problemas de su propia época aparecieran como cuestiones específicas, ya no como problema central que diera relevancia y sentido a los problemas de otras épocas. Pero, por otra parte, estaban tan profundamente involucrados en los problemas de su propia sociedad, que en la práctica a menudo veían el desarrollo global de las relaciones interpersonales a la luz de las esperanzas y temores, de las aversiones y creencias resultantes de su papel de participantes inmediatos en las luchas y conflictos de su época. Estas dos formas de aproximación —la más comprometida, que les hada percibir el conjunto del desarrollo de las sociedades humanas a la luz de los problemas urgentes de su propia época, y la más distanciada, que les permitía contemplar los problemas a corto plazo propios de su época a la luz de] desarrollo social a largo plazo— estaban tan inextricablemente unidas en el trabajo de esos pensadores, que, considerándolo de manera retrospectiva, resulta difícil distinguir una de otra. Carecemos aún de un estudio sistemático de esas obras pioneras, de un estudio que distinga de forma convincente entre la contribución de esos hombres al desarrollo de una teoría social de validez universal y aquellas ideas que únicamente poseen importancia como expresión de sus ideales y convicciones en las luchas de su tiempo.
Desde la época de los grandes pioneros de la sociología han salido a la luz gran cantidad de conocimientos concretos sobre fenómenos sociales. La elaboración de teorías y su adaptación a un amplio abanico de hechos observables también ha hecho grandes progresos en algunas ciencias sociales, aunque ciertamente no en todas se ha adelantado en la misma medida[8]. En todas las ciencias humanas —en unas más, en otras menos— la investigación continúa moviéndose entre dos planos de conciencia y dos formas de aproximación, una más cercana al compromiso, otra más próxima al distanciamiento —o, sacando un ejemplo del desarrollo del conocimiento de la naturaleza, una más cercana a un punto de vista geocéntrico y la otra a un punto de vista heliocéntrico—. En la mayoría de las ciencias sociales la aparición de conceptos relativamente emocionales, testimonios del constante surgir de nuevas tensiones sociales y políticas, interrumpe la continuidad de la investigación, que se ha convertido en característica tan destacada de muchas ciencias de la naturaleza. La presión de problemas sociales a corto plazo que ya no pueden ser resueltos de la manera tradicional y cuya solución requiere un rodeo que pase por el distanciamiento, una investigación realizada por especialistas científicos, aumenta a medida que lo hace la complejidad de las relaciones humanas mismas. Y, simultáneamente, aumenta también la fragmentación de la investigación científica sobre el ser humano. La idea de un marco de trabajo teórico integrador que resuma y unifique los resultados de las investigaciones de los especialistas dedicados al estudio del ser humano se ha desechado incluso como objetivo de investigación; a algunos les parece inalcanzable, otros ni siquiera lo consideran deseable. Pues los conflictos y rozamientos, las dificultades de la vida en sociedad del ser humano, recreados una y otra vez por las fuerzas incontroladas del cambio social, siguen siendo muy difíciles de salvar. No es sencillo determinar si ha aumentado la intensidad del compromiso en el plano social de la vida humana, pero es seguro que no ha disminuido.
Cualesquiera que sean los cambios que se han producido desde los días de los grandes pioneros de la sociología, continúan inmutables algunas características básicas. Los científicos sociales siguen atrapados en el eterno dilema. Trabajan y viven en un mundo en el que casi todos los grupos humanos, grandes y pequeños, incluso el de los mismos científicos, luchan arduamente por alcanzar una posición y, bastante a menudo, por sobrevivir. Grupos en ascenso buscan mejorar su situación arremetiendo contra otros que se interponen en su camino; los que ya se encuentran en la cima intentan consolidar lo que poseen defendiéndose ante el ataque de nuevos grupos; otros caen. En medio de este incesante subir y bajar es casi inevitable que la manera en que los miembros de estos grupos perciben los fenómenos sociales, la manera en que piensan sobre estos, se vea profundamente afectada por la continua amenaza a su modo de vida, a su estándar de vida y quizás incluso a su vida misma. Como miembros de estos grupos, los especialistas científicas comparten con los demás las vicisitudes de estos conflictos y el consiguiente compromiso. ¿Cómo podría evitarse, bajo estas circunstancias, que su experiencia de sí mismos como representantes de un credo social y político que puede estar en peligro, como miembros de una nación, un partido, una iglesia o una secta que pugnan con otros grupos semejantes, esté fuertemente marcada por emociones, por su compromiso personal?
Las imágenes que se tienen de grupos como podrían serlo, por ejemplo, las clases sociales o las naciones, las autojustificaciones que los grupos desarrollan, son por lo general una amalgama de observaciones realistas y fantasías colectivas [que, como los mitos en pueblos menos complejos, son bastante reales como motivos impulsores de acciones). Distinguir las realidades de las fantasías, colocar frente a estos grupos un espejo en el que puedan verse a sí mismos tal y como los vería no un crítico comprometido del grupo antagonista, sino un observador distanciado, no conlleva únicamente la dificultad misma de que esto lo realice alguien cuyo grupo esté enfrentado con otros —una imagen realista expresada en público puede, además, debilitar la cohesión y el sentimiento de solidaridad del grupo, y, con estos, su capacidad de supervivencia—. De hecho, en todos estos grupos existe un grado de distanciamiento que ninguno de sus miembros puede sobrepasar sin aparecer a los ojos del grupo como hereje (y convertirse en tal), sin importar que sus ideas o teorías concuerden con los hechos observables y se acerquen a aquello que llamamos «verdad».
Pero si, en último término, los científicos sociales, a pesar de usar procedimientos más especializados y lenguajes más técnicos, no poseen una forma de aproximación a los problemas sociales menos influida por ideas e ideales preconcebidos por pasiones y visiones parciales que la del hombre de la calle, ¿tienen realmente razón de llamarse a si mismos «científicos»? Un estudio, una hipótesis o una teoría, ¿merecen el calificativo de «científicos» cuando, en última instancia, descansan sobre postulados dogmáticos, sobre supuestos apriorísticos y sobre ideas y valoraciones impermeables a una comprobación más sistemática y desapasionada de los datos disponibles y los argumentos derivados de estos? ¿Pueden los científicos sociales contribuir a resolver problemas de importancia, así sean problemas específicos de su propio grupo, de su propia nación, clase social, profesión, etc., si utilizan artículos de fe canonizados o normas de uno u otro de estos grupos como fundamentos evidentes de sus teorías, de manera que los resultados de la investigación ya están determinados de antemano y destinados a confirmar ese conjunto de creencias y valoraciones del grupo, o, cuando menos, a no ir en su contra? Sin un gran distanciamiento y sin autonomía de pensamiento, ¿pueden esperar poner en manos de sus congéneres herramientas de pensamiento más adecuadas y modelos más acordes con la realidad para encarar problemas políticos y sociales —modelos más acordes a la realidad que los utilizados tradicionalmente, transmitidos irreflexivamente de generación en generación, o que aquello otros elaborados empíricamente al calor del combate—? Y, aunque no acepten sin cuestionamientos esos artículos de fe, ¿acaso los simples sentimientos de solidaridad y lealtad, el conformismo o quizás el temor al estigma del disidente no les obligarían a menudo a utilizar esos artículos de fe como marco de referencia general de sus investigaciones? ¿No deben a veces tener buenos motivos para temer que pueden perjudicar a su causa y dar armas al enemigo si someten a un examen sistemático y desapasionado los artículos de fe canonizados socialmente y los ideales de uno de los grupos a los que ellos mismos pertenecen? ¿O que el resultado de semejante análisis los condene al ostracismo, si no a algo peor?
Como puede verse, el dilema que subyace a muchas de las actuales incertidumbres de las ciencias humanas no es simplemente el dilema de tales o cuales historiadores, ecónomos, politólogos o sociólogos (para mencionar únicamente estos campos); no se trata de la desorientación e inseguridad de determinados científicos sociales aislados, sino de los científicos sociales en conjunto, como grupo profesional. Tal como están las cosas, su tarea social como científicos y los requerimientos de su posición como miembros de otros grupos se encuentran a menudo en contradicción; y el segundo de estos dos aspectos siempre prevalecerá sobre el primero mientras la presión de las tensiones y pasiones desatadas por los grupos sea tan intensa como lo es actualmente.
El problema que se plantea a los científicos sociales no puede solucionarse mediante una sencilla renuncia a las funciones de miembro de grupo en favor de las de investigador. Los científicos sociales no pueden dejar de tomar parte en los asuntos políticos y sociales de su grupo y su época, ni pueden evitar que estos Ies afecten. Además, su participación personal, su compromiso, constituyen una de las condiciones previas para comprender el problema que han de resolver como científicos. Pues, si bien para estudiar la estructura de una molécula no hace falta saber qué se sentiría si se fuese uno de sus átomos, para comprender las funciones de grupos humanos es necesario conocer desde dentro cómo experimentan los seres humanos los grupos de los que forman parte y los que les son ajenos; y esto no puede conocerse sin participación activa y compromiso.
Así, pues, este es el problema con que se topan todos los que estudian este o aquel aspecto de los grupos humanos: ¿Cómo es posible mantener inequívoca y consecuentemente separadas ambas funciones, la de participante y la de observador? ¿Cómo pueden los científicos sociales, en tanto que conjunto profesional, establecer en su trabajo científico el predominio indiscutido de las funciones de observador?
Es esta una tarea tan ardua, que actualmente muchos representantes de las ciencias sociales parecen considerar irremediable que sus investigaciones estén determinadas por ideales sociales y políticos preconcebidos y fuertemente arraigados. A menudo parecen contemplar esta amalgama heterónoma de sus opiniones no como característica de una situación determinada y, dentro de esta, de un dilema determinado, sino como característica de su ámbito de estudio como tal. Muchos científicos sociales de la actualidad, pese a que sus supuestos básicos pueden ser muy distintos, se dejan unos a otros un amplio margen de tolerancia en el empleo de ideales y valoraciones dogmáticos como base para el planteamiento de problemas, selección de pruebas y elaboración de teorías; y, por lo general, ese marco se amplía a medida que aumenta la presión de las tensiones y pasiones en una sociedad.