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l ser humano está formado por estructuras celulares tan diferenciadas y tan firmemente integradas, que cualquier actuación independiente de un grupo de células posee el carácter de una enfermedad destructora de la estructura global. En organismos más simples, en los que la interdependencia funcional de las partes constituyentes es menor, las partes constituyentes, empezando por cada una de las células, poseen una autonomía y una libertad de movimiento comparativamente mayores. Esta comparación es instructiva. Es posible que facilite la comprensión de la naturaleza de los ámbitos de estudio biológicos, en contraposición a los físicos, y las diferencias existentes entre las mismas unidades biológicas según la dirección de la evolución.
Entre las características fundamentales de las células eucarióticas, es decir, las células más desarrolladas, de las que están compuestos todos los seres vivos —a excepción de los más simples— desde la ameba hasta el ser humano, se encuentra su coordinación mutua. Poseen una especie de sociabilidad ontológica de la cual, al parecer, carecen las células de tipo más primitivo y, con toda certeza, las moléculas y los átomos. Las células están orientadas hacia diversas formas de interdependencia, como el intercambio de materiales y el contacto y la comunicación de unas con otras. Así, a menudo nos topamos con sociedades de células, o, en lenguaje técnico, con colonias celulares.
Ya las bacterias forman colonias. La tierra está llena de ellas; y también los seres humanos, por dentro y por fuera —en una gota de saliva hay millones de bacterias—. Entre las teorías que intentan explicar cómo surgieron los organismos multicelulares de los unicelulares, una de las más convincentes es la que supone que se formaron a partir de colonias celulares. La mayoría de las formas de transición de los organismos unicelulares a los multicelulares han desaparecido de forma natural; como muchos otros eslabones de la cadena evolutiva, fueron superados y eliminados por descendientes más eficientes. Pero todavía existen algunas de esas formas de transición. El tan mencionado ejemplo modelo lo constituyen en este caso las colonias de una especie de protozoos de movimientos muy lentos o nulos, llamados volvox. Estos forman pequeñas sociedades en forma de esfera. En ellas ya se observa la transformación que puede operarse en organismos unicelulares cuando estos comienzan a formar una unidad del nivel inmediatamente superior. Es evidente que esta reunión comporta ventajas cuando va acompañada por una cierta distribución de funciones. Pero tanto aquí como en otros casos la distribución biológica de funciones implica la transformación del individuo unicelular de acuerdo con la función que ha de cumplir en el conjunto de la sociedad que forma con otros individuos semejantes, es decir, de acuerdo con la función que ha de cumplir en el nivel de integración inmediatamente superior. Algunas de las células desarrollan manchas, relativamente grandes, sensibles a la luz. Otras se especializan en la reproducción. Matthias Schleiden, quien, junto con Theodor Schwann, sostuvo en la primera mitad del siglo XIX que las células son las «partículas elementales» de los organismos vegetales y animales, ya afirmaba que una célula lleva una doble vida: tiene rasgos propios de una estructura independiente y otros que la identifican como parte integrante de una unidad compuesta. También esto puede expresarse mejor en términos de una relación de equilibrio. En el estadio de la formación de la colonia las células particulares pueden existir durante un tiempo todavía independientes de la sociedad que forman con otras células semejantes. Es posible que también puedan volver a perder las transformaciones especializadas realizadas en el seno del conjunto de la colonia de volvox. En este nivel todavía existe un perfecto equilibrio de poder entre la función del individuo para sí mismo y su función para el conjunto social que forma con otros. Cuando la diferenciación funcional se multiplica y la reestructuración del organismo unicelular de acuerdo con los requerimientos del multicelular se hace más radical, el equilibrio de poder se inclina lentamente a favor del plano de integración más elevado. Este pasa a tener la primacía en la determinación de la forma de las unidades que lo constituyen.
Según esto, también en el estudio científico es cada vez menos probable el paso de las células particulares, en tanto que unidades independientes, a la configuración global. Por el contrario, para explicar la forma y la estructura de las células particulares se hace cada vez más necesario estudiar su función dentro del engranaje de la unidad compuesta de orden superior y, luego, pasar de esta a las unidades de orden inferior. Las células se especializan de acuerdo con su función dentro de la estructura del organismo del que forman parte en, por ejemplo, células musculares, nerviosas, vasculares o epidérmicas, sin abandonar por completo su actividad para consigo mismas. Así, a medida que aumenta la especialización aumenta también la importancia del modelo de la unidad de orden superior como factor para explicar la forma, la estructura y el comportamiento de la unidad de orden inferior, pero, como ya se ha dicho, sin que la estructura de esta última pierda su importancia como factor de explicación. Las colonias de organismos unicelulares representan una etapa inicial de la evolución hacia criaturas vivientes más firmemente integradas y más diferenciadas funcionalmente. Ilustran, pues, un aspecto fundamental de ese proceso. Cuando se asciende mentalmente por la escala de la evolución biológica se advierte que el equilibrio de poder entre los representantes de distintos niveles de configuración se desplaza siempre en beneficio de la unidad del, en cada caso, nivel más alto, pero sin que esto conlleve la pérdida del potencial de poder de las unidades de orden inferior. La función que estas unidades de orden inferior cumplen con arreglo a los niveles de integración superiores influyen en creciente medida sobre la estructura y la forma de las unidades de orden inferior, pero sin que esto signifique la desaparición de su estructura propia, ni la del potencial de poder fundado en ella. Un factor decisivo lo constituye el hecho de que estos equilibrios de poder siempre están anclados en el material genético, en los cromosomas. No obstante, de momento sólo se sabe que eso es así; sólo se sabe que las mutaciones genéticas y la selección natural producidas en la lucha por la supervivencia desempeñan el papel más importante en esta transformación de las unidades constituyentes hacia un carácter más específico de su respectivo nivel. Se sabe muy poco sobre cómo se desarrolla el proceso que lleva a que antepasados menos especializados, pero autónomos, se transformen, en creciente medida, en partes constituyentes poco independientes, pero —dentro de una unidad mayor— más especializadas, y que al mismo tiempo hace que esta transformación, realizada a través de muchos estadios intermedios, sea inevitable e irreversible.
Otro ejemplo extraído de los primeros estadios de la trayectoria evolutiva puede servir para ilustrar esta dirección a la que apuntan las transformaciones. Los organismos relativamente simples a los que llamamos esponjas y entre los cuales existen algunos tipos que poseen un esqueleto, que llega a nuestros mercados como esponja de baño, hoy en día se consideran seres vivos desarrollados a partir de colonias de un determinado tipo de protozoos, los flagelados, muy probablemente mediante la reunión de estos con otros organismos unicelulares del tipo de las amebas. En la firme sociedad formada por estos dos tipos de organismos unicelulares, la esponja, las células filiformes abanican al unisono sus pequeños apéndices flagelados, con lo cual atraen hacia la esponja microorganismos nutritivos, mientras que las células amébicas se ocupan de las funciones de asimilación, metabolismo y reproducción. Así, pues, aquí podemos ver una forma inicial de división de funciones surgida, muy probablemente, de la reunión de dos tipos distintos de seres vivos unicelulares en un organismo multicelular. Pero en los niveles de desarrollo que conocemos la coordinación de las células de distinto origen posee ya un firme anclaje genético. Esto se aprecia cuando se destruye la organización integradora, por ejemplo, filtrando la esponja con un paño y observando el comportamiento de las células individuales, ahora separadas unas de otras. Las células individuales muestran una clara tendencia a volver a reunirse en esponjas de acuerdo al patrón de la destruida organización funcional, dando por supuesto que una célula filiforme puede unirse con una amébica. Así, pues, aquí las unidades constituyentes ya están genéticamente preprogramadas para integrarse y asumir una diferenciación funcional en la unidad de orden superior. Por otra parte, los organismos unicelulares no son los únicos que pueden formar colonias; también los multicelulares pueden hacerlo. Las medusas y anémonas de mar son un ejemplo de esto; aquí se trata ya de una integración bastante firme de organismos multicelulares en una unidad más grande y compleja. En este nivel hay, de nuevo, distintos tipos diferenciados funcionalmente. Algunos de los organismos que componen el conjunto se transforman en órganos que se ocupan de la obtención y la asimilación de alimentos, otros en órganos natatorios o de defensa.
Mediante el cultivo de tejidos —el cultivo de tejidos celulares y órganos dentro de un material nutritivo artificial— es posible estudiar con mayor detenimiento el comportamiento y desarrollo de estructuras de algunos tipos de células especializadas propias de organismos superiores. Los experimentos muestran, entre otras cosas, la profunda raigambre genética que, en muchos casos, posee la especialización funcional de las células, lo cual a veces se califica equívocamente como dominio del organismo sobre sus partes, y cuán fuertes son los lazos que unen la especialización a la interdependencia con otras células, es decir, al acoplamiento al conjunto de células más amplio del organismo en cuestión. La capacidad de las células para mantener dentro de un cultivo la función especializada y la estructura que poseen dentro del organismo varía de un tipo de células a otro. Según parece, esta función y esta estructura desaparecen a la mayor brevedad cuando se trata de células muy especializadas cuya función guarda estrecha relación con el metabolismo del ser vivo al que pertenecen. Así, por ejemplo, cuando se aíslan células de las glándulas mamarias, estas pierden con relativa rapidez su capacidad para sintetizar enzimas productoras de leche. A la inversa, células que normalmente —es decir, en el «conjunto dominador» del organismo— no se dividen recuperan la tendencia hacia la división celular cuando son aisladas del conjunto. Según parece, en este caso la represión de una tendencia latente hacia la división celular participa también en la orientación del comportamiento individual de la célula según la función de esta dentro de la estructura, dividida funcionalmente, del conjunto de células. En el caso de los carcinomas dicha tendencia vuelve a aflorar.