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l hecho de que ya en una célula viva, y en todo ser vivo en general, los procesos parciales ocurridos en la unidad compuesta que estos forman estén dirigidos según una diferenciación funcional posee algunos aspectos cuya representación requiere una especial cautela. Como ya se ha dicho, en la jerarquía de niveles de integración hay un punto de inflexión entre la primacía de las unidades constituyentes y la primacía de las formas de organización en lo referente a su relevancia para la explicación. Este punto de inflexión no podrá comprenderse en su justa medida mientras no se tenga en cuenta que se trata de un fenómeno en el que las relaciones de dominio y luchas por el poder desempeñan un papel determinado. Conviene ser prudente al aplicar tales conceptos, por cuanto en nuestro mundo no es raro que se proyecten sobre la naturaleza las concepciones ideológicas que un investigador tiene de las relaciones de dominio establecidas entre los seres humanos. Quizá sea beneficioso, pues, constatar muy brevemente que las relaciones entre componentes y compuesto con que uno se topa en los distintos niveles de integración no varían únicamente en el paso de formaciones vivas a formaciones inertes, sino también en el paso de seres prehumanos a seres humanos. Pueden decirse muchas cosas sobre cómo se diferencian las relaciones de los individuos con el grupo que forman en el caso de criaturas prehumanas y en el caso de los seres humanos, pero la diferencia no es muy grande si se habla de las relaciones de las células individuales con la «sociedad» de células, o de las relaciones de los órganos con el organismo. En todos los niveles de la escala existen relaciones entre componentes y compuesto. Todas ellas merecen ser estudiadas detenidamente, pues en muchos niveles presentan diferencias ontológicas. Igualmente distintas son las relaciones de dominio en los diferentes niveles. Pero si se quiere explicar el proceso de la gran evolución, no se puede prescindir de un término como este, ni de otros semejantes como lucha por el poder o equilibrio de poder. Quizás el hombre sólo pueda tomar conciencia de la tarea humana en su totalidad cuando advierta la despiadada ferocidad de la lucha por la existencia de las criaturas inconscientes.

Un par de ejemplos pueden bastar. Entre los testimonios del carácter de proceso de la transición hacia el nivel de integración cuya naturaleza es calificada por la categoría «vida» se encuentra el descubrimiento de que entre los seres vivos hay algunas formas simples que poseen una estructura celular menos diferenciada, las células procarióticas. Todos los otros organismos poseen el tipo de células eucarióticas, más desarrollado —todos sin excepción, lo mismo las amebas que los seres humanos—. Entre los seres vivos procarióticos están las bacterias y las algas azules, es decir, criaturas muy primarias que en parte se mantienen prácticamente idénticas desde épocas muy remotas. Los organismos procarióticos carecen de un sistema membranoso interior. De acuerdo con esto, carecen también de los pequeños «órganos» que se encuentran en el nivel siguiente, como el núcleo celular, donde está almacenada la información genética, o los pequeños corpúsculos alargados, las así llamadas mitocondrias, especializadas entre otras cosas en la síntesis de enzimas y el metabolismo gaseoso. En los organismos celulares más simples hay antecesores de estos corpúsculos especializados, incorporados desde dentro a la membrana exterior o fijados a esta. Es licito considerar muy probable que la forma celular más compleja haya evolucionado a partir de la menos diferenciada. Cómo y por qué sucedió esto es una pregunta a la que, en el mejor de los casos, sólo se puede responder con hipótesis. Se supone, por ejemplo, que en esta etapa del desarrollo se produjo la reunión de dos células del tipo anterior. Una de ellas se transformó, con el correr del tiempo, en un órgano de la otra. De hecho, las mitocondrias de las células del tipo más desarrollado, las células eucarióticas, poseen una serie de estructuras comunes a las de las células del viejo tipo procariótico. Son las únicas partes constituyentes de las células eucarióticas que sintetizan sus propias proteínas; se reproducen ellas mismas. Por una parte, son partes constituyentes de las células eucarióticas, con determinadas funciones especializadas dentro del conjunto; por otra, poseen características de un organismo independiente[31].

Aquí tenemos un ejemplo de un fenómeno que escapa a la comprensión cuando uno se confía a la formulación de conceptos, algo pobre de matices, acostumbrada en este contexto. Un concepto de organismo que no considere la evolución de los organismos puede fácilmente inducir a pensar que, en los organismos, la subordinación de partes constituyentes bajo las directrices del todo formado por esas partes es la misma en todos los niveles de la evolución; pero no es así. Actualmente los conceptos disponibles todavía no están lo bastante desarrollados como para expresar de manera inmediatamente comprensible las diferencias observables no sólo entre los niveles, sino también entre los distintos grados de integración que se observan a lo largo del proceso de desarrollo. Por eso de momento es necesario remitir a determinadas observaciones empíricas y tomarlas, digámoslo así, como casos modelo, para poder hacer ver con claridad que el proceso natural de integración es un proceso con muchos niveles y grados. El ejemplo de las mitocondrias muestra uno de esos niveles. No importa si es correcta o no la hipótesis que supone como camino evolutivo de los simples organismos procarióticos a los diferenciados organismos unicelulares eucarióticos la unión de dos células procarióticas y el posterior predominio de una sobre la otra, el ejemplo de las mitocondrias queda como caso modelo de una situación de transición en la cual ya se ha impuesto, en cierta medida, el predominio del conjunto del organismo sobre las partes que lo constituyen, pero en la cual un órgano determinado aún conserva para sí funciones que otros órganos realizan para el conjunto del organismo.

Precisamente esto, el que una unidad constituyente delegue funciones en otras unidades constituyentes, es decir, la medida de la interdependencia funcional, varía de uno a otro nivel de la evolución orgánica. En el nivel de los organismos unicelulares la envergadura de la diferenciación ya es bastante grande si se compara con la de los presuntos antecesores abióticos, con la de moléculas complejas similares a las proteínas o nucléolos, que alguna vez habrían existido libres. Es, en todo caso, bastante superior a la de las máquinas más complejas que el hombre ha construido hasta nuestros días. Pero es relativamente pequeña cuando se compara un organismo unicelular eucariótico con un organismo multicelular eucariótico del nivel superior, esto es, con un mamífero. En el nivel de los mamíferos la diferenciación funcional de los órganos está ya tan avanzada, que hay sistemas especiales de coordinación, integración y control. El sistema de las glándulas endocrinas y el sistema nervioso, por ejemplo. En el nivel de los organismos unicelulares sólo hay principios de un control central especializado. Los órganos coordinados según su diferenciación funcional se controlan mutuamente en gran medida, si bien es evidente que existen equilibrios de poder de un tipo bastante distinto. Cuando se habla del conjunto de una célula, o de su configuración global, no se está hablando de un «todo» que existe más allá de sus partes o que, como suele decirse, «es más que la suma de sus partes». Se está hablando de la dependencia mutua de los órganos especiales del organismo, coordinados según su división funcional —en este caso, de una célula—. El estudio de los equilibrios de poder anclados genéticamente en la célula es una de las tareas más descuidadas por la investigación biológica.

La postura fisicalista de muchos biólogos y la idea de que cualquier desvío de esta tiene resabios vitalistas hacen que la atención de los investigadores se concentre tanto en el estudio de la composición y funcionamiento aislado de órganos particulares, que se tienda a dar de lado el examen de los equilibrios de poder y relaciones de dominio entablados entre las unidades constituyentes en el cumplimiento de sus funciones interdependientes. Ejemplo de esto es la dirección principal que sigue la investigación del cáncer. Los carcinomas representan una independización del crecimiento celular, que normalmente corresponde a la función de un órgano dirigido en el marco de la estructura de divisiones funcionales del organismo. La introducción del crecimiento celular en la estructura de divisiones funcionales puede, en niveles anteriores, haber estado precedida por otros equilibrios de poder y por una especie de luchas de poder —otros equilibrios de poder que no se mantuvieron o se mantuvieron en menor medida—. A diferencia de las sociedades humanas, en las cuales las personas están ligadas entre si de acuerdo con una división funcional pero no presentan diferencias biológicas, y dentro de las cuales también el reparto de poder puede alterarse, en las unidades compuestas del nivel biológico las unidades constituyentes ligadas entre sí según una división funcional se diferencian genética y biológicamente unas de otras según sus respectivas funciones. Y las modificaciones del equilibrio de poder producidas a lo largo de generaciones, como el creciente predominio del cerebro a lo largo de la hominización, dependen de los cambios de la estructura genética[32]. En el estado actual de la investigación aún no está del todo claro cómo, en un organismo, se preserva y se defiende de cualquier desviación la coordinación funcional de todas las unidades constituyentes. Sea como fuere, el cáncer es un ejemplo de una de estas desviaciones en el ser humano. En este caso las células, en una especie de revolución, derriban todos los controles que aseguran su crecimiento en orden a la división funcional del trabajo de un órgano y crecen como si existieran libres e independientes del organismo cuyos órganos funcionalmente especializados ayudan a formar. De esta manera conducen al organismo del que forman parte, y, en último término, a sí mismas, hacía el declive y la desintegración.