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ay otro aspecto en el cual el desarrollo del modelo de las ciencias no ha podido avanzar al mismo ritmo que el desarrollo de las propias ciencias. Este último ha conducido a una creciente diferenciación y especialización de las ciencias. Hace mucho tiempo que ya no basta con hablar de la física, la biología, la ciencia social o la historia. La praxis de la labor de investigación sólo puede ser comprendida cabalmente si se habla de las ciencias físicas, tas ciencias biológicas y las ciencias humanas. Pero los teóricos de la ciencia, los especialistas dedicados a elaborar modelos teóricos de la ciencia, no se preocupan mucho de esta creciente multiplicidad de las ciencias. Ocasionalmente intentan describir sus diferencias, pero aún nos deben una explicación por no medir todas las ciencias con la misma vara. A lo más que llegan es a elevar una ciencia, generalmente la física, a la categoría de prototipo de todas las ciencias posibles y a considerar sus métodos como prototipo ideal —y normativo— de todo método científico. Pero prácticamente nunca explican por qué se ha desarrollado toda una creciente serie de ciencias especializadas en el estudio de seres vivos y otras especializadas en el estudio del ser humano, y por qué los representantes de estas ciencias especializadas se sienten en la necesidad de, en la investigación de sus respectivos campos de estudio, proceder de manera distinta a como lo hacen los representantes de la física.

En particular, muy rara vez se plantea la pregunta de si las formas de análisis basadas en el aislamiento de componentes, es decir, los métodos tradicionales de las ciencias fisicoquímicas, son igualmente adecuadas para los ámbitos de estudio de todas las ciencias teoricoempíricas. Un examen más detallado muestra que esto no es así. Las relaciones propias de aquellos niveles fenomenológicos a cuyo estudio están orientadas las ciencias fisicoquímicas poseen características muy específicas que las diferencian de las relaciones propias de otros niveles fenomenológicos; y el carácter propio de cada tipo de ciencias está íntimamente unido a este carácter propio de su respectivo ámbito de estudio. La manera en que, en cada uno de los diversos niveles fenomenológicos, unidades compuestas de orden inferior, constituyen, al unirse, unidades compuestas de orden superior, es decir, la naturaleza de la integración en los distintos niveles fenomenológicos del universo, puede servir como prueba y ejemplo. De hecho, cuando uno coloca en fila, frente a uno mismo, los objetos de estudio de las principales ciencias, no resulta difícil advertir que las particularidades de los objetos de que se ocupan esas ciencias varían de manera muy específica. Esta variación puede comprenderse, como ya se ha hecho alguna vez, como un progresivo incremento de la complejidad. Esto no es erróneo, pero tampoco es suficiente. Varía toda la manera en que unidades compuestas de orden inferior se unen en un orden superior. Al mismo tiempo, varía también la importancia que el comportamiento de las partes constituyentes tiene como determinante del comportamiento de la unidad compuesta. De acuerdo con esto, varían los modelos y modos de proceder necesarios para la investigación de los distintos niveles fenomenológicos que constituyen el campo de estudio de las distintas ciencias principales. Según el cambio direccionado que se observa en las particularidades de los campos de estudio cuando se pasa revista mentalmente a la secuencia de los campos de estudio de las ciencias físicas, biológicas y humanas, puede observarse también un continuo de modelos de estudio, que aparece nítidamente cuando se pasa mentalmente de los modelos de las ciencias físicas de la naturaleza a los de las ciencias humanas. La teoría de la ciencia —vista como teoría de las ciencias— precisa, pues, una síntesis, un modelo de modelos.

Ciertamente, la dirección del cambio que en tal observación sinóptica puede apreciarse tanto en el plano de los campos de estudio como en el de los modelos científicos no es casual. Se corresponde con aspectos de la gran evolución que ya mencionábamos al principio.

Este modelo hipotético muestra la naturaleza, si todavía es posible utilizar esta expresión personificadora, desde una perspectiva que, podría pensarse, dadas las concepciones actuales de la naturaleza, se queda algo pequeña. La concepción de la naturaleza que predomina actualmente sigue siendo tan propia de la física, que la «naturaleza» aparece simplemente como el mundo inmutable de las leyes eternamente válidas. Es una concepción consoladora; pues mucha gente, consciente de su propia caducidad, encuentra su salvación en la idea del orden inmutable de la naturaleza, cuyo símbolo es la ley natural. Pero hoy en día el problema del cambio de la «naturaleza» o, si se prefiere, del «universo» está cada vez más en el centro de la atención del trabajo de los investigadores. Cuando se emplea aquí la expresión «gran evolución» se está hablando de una de las direcciones del cambio de los fenómenos naturales.

La gran evolución tiene muchos aspectos interdependientes, y no cabe tratar todos simultáneamente. Bastará de momento señalar uno de los aspectos centrales de la dirección del cambio. De formaciones más sencillas cuyas unidades constituyentes inmediatamente inferiores no están unidas funcionalmente, de modo que la síntesis puede revertirse sin que estas unidades constituyentes pierdan sus propiedades, surgen formaciones más complejas cuyas unidades constituyentes inmediatamente inferiores están ligadas funcionalmente —la estructura de estas unidades constituyentes está, pues, en concordancia con un funcionamiento en el marco de una determinada unidad compuesta de orden superior—; en este caso las partes pierden su estructura propia cuando la unidad de orden superior, es decir, la síntesis que las reúne, se rompe, cuando la unidad de orden superior a la que dan forma se desintegra. En el primer supuesto la integración no hace que las unidades constituyentes se adecuen funcional y especializadamente a la unidad de orden superior, sino que estas mantienen su propia estructura estén integradas o no; por consiguiente, aquí la integración es reversible. En el segundo supuesto no lo es. Allí la línea evolutiva conduce a diferenciaciones funcionales y correspondientes integraciones no sólo en un plano, sino en cada vez más planos, que se interrelacionan unos con otros funcionalmente y en la forma de jerarquías complejas. Cada molécula simple es un ejemplo del primer tipo de integración, del tipo de integración reversible. Las criaturas unicelulares, como las amebas o los bacilos, son ejemplos sencillos del tipo de integración irreversible. Es difícil negar la idea de que existe un cambio continuo y direccionado, una evolución, que lleva de unidades naturales no diferenciadas funcionalmente y de integración reversible a unidades naturales integradas del tipo de una célula, aunque actualmente conocemos de manera todavía muy insuficiente las etapas y fases de ese cambio, y sus condiciones y la fuerza que lo impulsa. Lo mismo es válido también para las fases que conducen de organismos unicelulares a seres multicelulares formados por unidades constituyentes especializadas de forma cada vez más compleja y, de acuerdo con esto, poseedores de órganos centrales coordinadores proporcionalmente complejos. En todo caso, el que síntesis espontáneas de órdenes cada vez más elevados se encuentren entre los fenómenos naturales no planeados por el ser humano posee no escasa importancia tanto para la comprensión de la multiplicidad de las ciencias como para nuestra concepción de aquello que llamamos «naturaleza»[26].