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or lo general, tampoco se reconocen la afinidad entre las formas cargadas de emociones del pensamiento fantasioso y la práctica social que dominan en el plano interestatal y las formas míticas de pensamiento y las formas mágicas de acción que predominan en pueblos menos complejos. Como estos últimos son tachados de «irracionales», no se advierte ninguna relación entre ambos modos de pensar y actuar. Pero, como sería fácilmente constatable en un estudio más minucioso, los modos de pensar que actualmente predominan en las relaciones interestatales presentan una afinidad estructural con los muy comprometidos modos de pensar magicomíticos característicos de sociedades de una etapa anterior.

Ejemplo de esto es aquella particularidad del pensamiento y experiencia propios de personas de una etapa anterior que Lévy-Bruhl, para quien era algo extraño e incomprensible, llamó «participación mística»[22]. Con esa expresión se quiere significar que en muchas sociedades menos complejas se observan concepciones y acciones que aluden a que una persona particular participa directamente y vive desde dentro fenómenos que según nuestra manera de pensar son exteriores a él y pueden ser comprendidos como «naturaleza» o «sociedad», o como otras personas de su grupo. A personas educadas en la tradición del pensamiento «racional» puede parecerles incomprensible tal desvanecimiento de los límites de la identidad personal; y, sin embargo, estructuralmente esto no se diferencia tanto de la «participación» que se comprueba cuando se examinan los sentimientos y comportamientos de miembros individuales de los Estados nacionales, partidos políticos y otras agrupaciones, que se mantienen unidos por los lazos de una identificación intensa y fuertemente emocional. También en este caso los individuos muchas veces viven una «participación mística» en el destino de su propio grupo: los éxitos del grupo son sentidos como éxitos propios, y sus derrotas, como derrotas propias; bastante a menudo estos éxitos y derrotas se sienten con mucha profundidad. La diferencia entre ambos tipos de «participación» estriba en que probablemente en sociedades menos diferenciadas los mecanismos de identificación pueden penetrar más hondo en la estructura de experimentación y comportamiento de una persona, y que en estas la identificación puede extenderse a animales y otras formas de manifestación de aquello que hoy comprendemos como «naturaleza» no humana. Pero esto último no debe sorprendemos, dado que las personas que se encuentran en ese nivel de desarrollo no trazan en su percepción del mundo límites tan precisos entre «naturaleza» y «sociedad» como los que trazamos nosotros. Así, pues, pueden participar en la fuerza y velocidad de un animal totémico, en el crecimiento y degeneración de un árbol sagrado, en la invulnerabilidad de una piedra o montaña, tanto como en la energía de un jefe tribal o en la divinidad de un rey.

En las sociedades científicas la participación ya no se extiende a la naturaleza, sino que se restringe al plano humano. Puede orientarse hacia personajes distinguidos o también hacia grupos como partidos políticos, clases sociales, sectas y, sobre todo, Estados nacionales. De hecho, una imagen del nosotros cargada de sentimientos positivos o, según el caso, quizá también ambivalentes y negativos, forma parte de la imagen de si mismo que posee cada individuo. La diferencia estriba en que en sociedades de una etapa anterior esta imagen del nosotros o, en otras palabras, esta participación comprendía tanto objetos físicos como objetos humanos como, por ejemplo, los antepasados. Para las personas de una etapa posterior la «naturaleza» se ha convertido en algo impersonal. Ya no está incluida en la imagen del nosotros o, en todo caso, lo está sólo de manera muy atenuada; por ejemplo, en la forma de los lazos que unen a una persona al lugar donde ha pasado su infancia, a su patria, etc.

Al igual que en épocas pretéritas, también en las más recientes este tipo de participación emocional está estrechamente ligada a determinado tipo de concepciones sociales. El «sueño americano» es un ejemplo, el «apostolado» de la Rusia soviética «al servicio de la revolución proletaria», otro. Casi todos los grandes Estados nacionales tienen su propio sueño, una imagen fantástica idealizada de sus propios y particulares méritos, de su apostolado y su superioridad sobre otras naciones, cosas por las cuales vale la pena luchar y morir. Todos y cada uno de los miembros de una nación pueden participar en este carisma grupal que eleva el sentimiento de autovaloración de una persona como si se tratara de un mérito propio.

Tales afinidades estructurales entre el pensar magicomítico de etapas anteriores y los procesos cognitivos propios de determinados ámbitos de sociedades de etapas posteriores son todo menos casualidades. Con la ampliación del dominio del hombre sobre la «naturaleza», los peligros de ese plano de la existencia humana, si no han desaparecido, al menos sí han disminuido un tanto. En comparación, los peligros del plano de las relaciones humanas siguen siendo grandes y menos controlables. En el plano interestatal son tan grandes e incontrolables como en la vida de sociedades anteriores lo fueron en las relaciones intertribales o entre el hombre y la «naturaleza». En lo referente a las condiciones básicas de la convivencia humana en ámbitos en los que no existe ningún control de la violencia, o en los que este control se rompe una y otra vez, la diferencia entre sociedades menos complejas y sociedades más desarrolladas no es tan grande. Por tanto, en esos ámbitos también los procesos cognitivos de las personas son poco diferenciables. La carga emocional de sus conceptos, medios de referencia y de orientación es relativamente elevada, el ajustamiento a la realidad de sus conocimientos es relativamente escaso, y, de acuerdo con esto, poca es también su capacidad para controlar mejor las peligrosas tensiones y conflictos de esta esfera. En suma, mientras que en las sociedades actuales la fuerza del proceso de enlace doble en las relaciones del hombre con la «naturaleza» de momento se ha quebrantado, en el plano interpersonal y en especial en el plano interestatal, esta fuerza sigue siendo tan intensa como antes. Dentro de algunos Estados la virulencia de este enlace doble se ha reducido en muchos casos, en tanto que grupos sociales ya no amenazan la existencia física de otros grupos, sino sólo su existencia social. La monopolización de la fuerza física se ha hecho valer en este sentido. Pero incluso en el seno de los Estados el control de la violencia puede debilitarse y quebrarse. En muchos Estados actuales la conciencia de esta posibilidad vive latente en algún rincón oculto de la mente debido a una serie de precedentes. Esto contribuye a que también en esta esfera de la vida el temor de la gente, su aferrarse a doctrinas emocionalmente satisfactorias y, con esto, también los peligros se mantengan en un nivel elevado.

En el plano interestatal estos peligros son especialmente graves. Por ello en este campo destaca particularmente la afinidad de las formas de percepción, conocimiento y pensamiento actuales con las de sociedades anteriores. Aquí, en el ámbito social sin control de la violencia, el grupo física o militarmente más fuerte puede, como ya se ha dicho, imponer su voluntad a otros grupos más débiles. En esto la humanidad ha cambiado poco desde sus primeros días. No es, pues, sorprendente que en este plano predominen formas de conocer y actuar emparentadas estructuralmente con las de sociedades menos complejas.