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a este breve cuadro permite quizás advertir que las unidades con que uno trata en el nivel de integración de átomos y moléculas, es decir, en el nivel fisicoquímico, son de distinta índole que las unidades que uno encuentra en niveles de integración de orden superior. Incluso una simple criatura viviente unicelular está, en general, separada del mundo circundante por una membrana, dentro de la cual posee una autonomía activa. En cambio, el proceso estelar presenta, en el mejor de los casos, una autonomía pasiva. Ciertamente, el proceso de una estrella puede desarrollarse a lo largo de millones de años únicamente por el hecho de ser el universo tan grande, por ser el propio proceso estelar tan pequeño comparado con el universo y —en muchos, aunque no en todos los casos— por ser tan grande la distancia entre ese proceso cósmico y otros procesos cósmicos. Los usos lingüísticos nos han acostumbrado a hablar de esos procesos cósmicos como si se tratara de cosas —lo cual es comprensible, pues en anteriores estadios del saber tales procesos cósmicos de hecho aparecían ante el hombre como objetos inmutables, cuando no como entidades divinas—. Si bien tal vez titubearíamos antes de decir que una hoguera es un objeto, seguramente no dudaremos en afirmar —como estamos acostumbrados a hacerlo— que los procesos en cadena cósmicos son estrellas y soles y los eternos e inmutables cuerpos celestes; pues una vida humana es breve, los procesos cósmicos son largos y, comparados con una vida humana, son, de hecho, prácticamente inmutables y eternos.

Sin embargo, es muy sensato reflexionar sobre la importancia del cambio verificado por el hecho de que, en el nivel de las ciencias, ya no sólo los seres vivos y las sociedades humanas, sino también las estrellas, el sol y hasta la buena y firme tierra se han, por así decirlo, puesto en movimiento, y, más que objetos inmutables, han demostrado ser etapas variables de un largo proceso. En el fondo, esta inclusión de determinados ámbitos fisicoquímicos en la dinámica evolutiva implica una unificación de la imagen del universo en que vivimos. Permite una síntesis más global que la que era posible realizar hasta entonces, precisamente la síntesis simbolizada por el concepto de la gran evolución. Con su ayuda es posible y menos arduo tener en cuenta que el hecho de que los diferentes ámbitos de procesos en los que las distintas ciencias trabajan por separado, esto es, el ámbito de la evolución cósmica, de la biológica y, dentro de su marco, de la social, son en realidad niveles o etapas de un proceso evolutivo global. Cuando se tiene en cuenta esto resulta más fácil determinar las relaciones de los distintos campos de estudio y las de sus respectivos modelos en las distintas ciencias que se ocupan del estudio de esos campos. Las distintas ciencias pueden entenderse así como estudios de los problemas que se plantean en los distintos niveles de un proceso evolutivo del ser humano, sus respectivos modelos teóricos pueden comprenderse como representaciones simbólicas de distintas etapas y el modelo de la gran evolución —que aquí sólo aparece esbozado muy burdamente y sólo alcanzará los perfiles de un conocimiento seguro mediante ulteriores trabajos realizados a lo largo de generaciones— puede ser entendido como síntesis simbólica de sus campos de estudio y, al mismo tiempo, como un modelo de modelos que se encuentra él mismo en desarrollo hacia una mayor aproximación a la realidad.

Los procesos cósmicos, como los procesos fisicoquímicos en general, representan un tipo de orden relativamente sencillo. El sentido poco preciso en que los físicos suelen utilizar el término orden dificulta la comprensión de las evoluciones que desembocan fuera del nivel fisicoquímico. Pues ya en la célula más sencilla nos topamos con un tipo de orden diferente del que predomina en el plano de los átomos y moléculas, aunque genéticamente remita a este. Con mucha frecuencia, en el lenguaje de la física «desorden» significa únicamente incapacidad para reaccionar, para seguir trabajando. Tal vez el problema de la entropía, que apunta hada un hipotético estado final de absoluto «desorden», debería ser tratado como un problema abierto. Cuando se hace esto surge la pregunta de si la utilización de los términos «orden» y «desorden» en el nivel fisicoquímico no será, acaso, más que una diferenciación antropocéntrica. Vista desde la perspectiva humana, la gigantesca explosión al final de la vida de una estrella, la explosión que llamamos nova, puede parecer un desorden catastrófico, al tiempo que la órbita regular de los planetas alrededor del sol, año tras año, puede considerarse algo diametralmente opuesto a aquel fenómeno caótico, como modelo del más hermoso e imperecedero orden natural. Pero en este caso esa diferenciación sólo expresa la valoración que el ser humano hace de ambos fenómenos. En el marco del decurso de los fenómenos fisicoquímicos, o en el marco de la antes descrita reacción en cadena de un proceso estelar, la etapa de la explosión llamada nova representa exactamente el mismo orden o desorden que la órbita de satélites alrededor de una estrella de la secuencia principal del tipo del sol. En relación a este plano de los fenómenos naturales, la diferenciación entre orden y desorden carece de significado.

Otra cosa ocurre cuando se sigue mentalmente el proceso de la gran evolución y surge la cuestión del significado de los términos «orden» y «desorden» en relación con los representantes de un plano de integración superior, esto es, con seres vivos como bacterias, moscas, carpas o ratones. En relación con los planos de integración de organismos de cualquier tipo la diferenciación entre orden y desorden posee un significado más preciso que el que presenta en relación con los fenómenos fisicoquímicos. Incluso en los organismos unicelulares más sencillos se observa una complicada interdependencia funcional de sus partes constituyentes. Hay órganos especializados que pueden no funcionar, o funcionar mal, cuando otros órganos no lo hacen de la manera adecuada. Existen aquí mecanismos de control de uno u otro tipo que mantienen la unidad e integridad de cada una de estas unidades dentro del mundo circundante y aseguran su subsistencia en un constante intercambio de productos con ese mundo. Estas unidades constituyen, pues, un tipo de orden distinto y, es lícito decirlo, superior y más complejo que el tipo de orden que predomina en el plano fisicoquímico. El carácter elevado y la firmeza de la integración funcional de las unidades compuestas de este nivel de los fenómenos naturales se corresponden con formas de desintegración sin paralelo en el plano fisicoquímico. Para estas formas de desintegración tenemos nombres como «enfermar» o «morir». Una mosca revolotea alrededor, uno coge un matamoscas y le da un golpe. La mosca cae y se queda inmóvil. Si se hiciera el intento de registrar el estado de los componentes fisicoquímicos de la mosca, sin duda se encontraría que, en lo que a esos componentes se refiere, en un primer momento hay pocas diferencias entre la mosca muerta y la mosca viva. Lo que ha cambiado es la organización de los fenómenos fisicoquímicos, su integración en configuraciones de un nivel de organización superior, como tejidos y órganos, y su mutua y autorregulable coordinación —precisamente porque los seres vivos representan una organización específica de procesos fisicoquímicos y, de acuerdo con ello, un tipo de orden que no existe en el plano fisicoquímico—. Y es justamente por eso por lo que en los planos superiores existen también formas de desorden y desintegración que no tienen paralelo en el plano fisicoquímico.