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omo un ámbito social sin controles efectivos de la violencia, la estructura y la dinámica de las relaciones interestatales poseen características propias. En este ámbito cada unidad de poder, cada Estado, está inmerso en una lucha competitiva y, bastante a menudo, también en una lucha por la supervivencia, tanto si sus representantes lo quieren como si no. Cuando algunos Estados se hacen más poderosos, cuando su potencial de poder relativo se incrementa, los Estados cuya fuerza no aumenta en la misma proporción se debilitan. Descienden automáticamente a una posición más baja de la jerarquía de status y poder de los Estados. Así, pues, en un ámbito con una dinámica inmanente de esta índole cada una de las unidades está obligada a competir, a rivalizar con las otras, o bien, si a sus representantes Ies faltan los medios o la voluntad para participar en esta competencia, han de resignarse a descender puestos en la jerarquía y a soportar las presiones o incluso la invasión de otras unidades. Un Estado que, formando parte de tal figuración, no puede expandirse cuando otros lo hacen, pierde status y poder.

Para los habitantes de un país es ciertamente doloroso y difícil el proceso de resignarse a perder poder y status, a formar parte de un país que, como puede parecer a muchos de ellos, se ha quedado atrás. Este es un ejemplo de aquel lazo invisible que ata los planos interestatal e individual. El relativo declive y pérdida de rango de un Estado nacional dentro de la jerarquía de Estados es sentido por muchos de sus miembros como un declive personal. No pocas veces se apoyan en su destino colectivo e intentan —incluso recurriendo a la fuerza— desandar lo andado. Incapaces de ajustar a la realidad su imagen de ellos mismos, cabe que se impliquen en nuevas pruebas de fuerza y poder, y, consecuentemente, elaboren imágenes fantasiosas sobre su país, en un intento por demostrar a todo el mundo que nada ha cambiado. Pueden incluso reconocer «racionalmente» la nueva e inferior posición de su país y, sin embargo, negarla emocionalmente y en sus fantasías. El autorreconocerse a sí mismos como miembros de un país de menor status y poder que antes es un proceso largo y doloroso que puede durar generaciones.

Un campo social de Estados carente de un monopolio central de control de la violencia es estructuralmente inestable. Son múltiples los motivos por los que pueden surgir tensiones y conflictos interestatales. Pero, sea cual sea el pretexto dado en un momento determinado, el principal motor de todas esas confrontaciones remite a la presión de la competencia inmanente a la figuración, a la amenaza mutua de las partes y los correspondientes conflictos de poder y status.

En la actualidad pueden parecer extrañas las explicaciones que parten de la dinámica interna de una figuración. Predominan otros tipos de explicación. Un ejemplo muy conocido es la explicación de los conflictos interestatales a partir de la agresividad de uno de los Estados comprometidos. En ese caso parece como si toda una nación, como colectivo, estuviese dotada biológicamente de una mayor predisposición hacia la no violencia que la mayoría de las otras naciones. Así, se presentan características biológicas diferentes a las que se hace responsables de la inestabilidad y los periódicos conflictos violentos, que son una característica regular de todas las relaciones interestatales.

Tal vez la causa más evidente, y también la más fácil de entender, de la deficiente comprensión de la dinámica de esta lucha que sobrellevan los Estados sea la tendencia a explicarla en términos de voluntades. En lugar de observar la estructura de la figuración compuesta por los Estados, que origina conflictos violentos por la inexistencia de un control eficaz de la violencia, se dirige la atención exclusivamente sobre personas individuales que desencadenarían voluntariamente el conflicto. Puede que existan tales personas; pero conformarse con una explicación voluntarista de los conflictos interestatales es contemplar sólo, en el mejor de los casos, un aspecto parcial. Aunque emocionalmente puede ser muy satisfactorio tener a mano a un culpable, esta explicación parcial se asemeja en ciertos aspectos a las explicaciones que dominaban el pensar y el actuar de las sociedades en una etapa inicial del desarrollo. Estas sociedades comprendían y explicaban todo lo que poseía importancia para ellos según categorías voluntaristas. Sea lo que fuera, veían en ello, como ya se ha señalado, el resultado de actos de voluntad e intenciones de seres vivientes. Es posible que parezca evidente que los asuntos humanos, los acontecimientos de nuestro mundo creado por seres humanos puedan y deban ser explicados de esa manera. De hecho, los actos de voluntad y las intenciones de personas desempeñan un papel integral en todos los planos: en el proceso continuo de una persona, en el proceso de relación del hombre con la naturaleza no humana, en el proceso de relaciones interpersonales dentro del ámbito de la tribu o Estado y en el proceso de relaciones humanas en el plano intertribal o interestatal. Pero, como la actuación voluntaria de las personas tiene lugar dentro de un marco de interdependencias funcionales que no se producen voluntariamente, las explicaciones voluntaristas de estos procesos son insuficientes. Es evidente que los planes y las opiniones de las personas desempeñan un papel decisivo en las luchas entre Estados. Lo que debe corregirse es la idea de que estas sean la única causa de la lucha misma o de su desarrollo.

La primera «causa» es la dinámica de la figuración que dos o más Estados forman, de manera que cada uno de ellos representa —efectiva o potencialmente— un peligro para los otros, sin que ninguno de ellos sea capaz de suprimir o controlar ese peligro. En nuestro mundo de Estados nacionales conscientes de su tradición y cultura y, al mismo tiempo, interdependientes, ni siquiera una victoria total de un bando sobre el otro garantiza la supresión de la amenaza, como muestra el caso de Alemania después de 1918. Puesto que la amenaza es mutua, para cada uno de los países implicados es muy difícil, si no imposible, distender la atmósfera y atenuar por propia iniciativa las tensiones de la lucha por el poder y el status.

No es sencillo hallar una salida a este apretado clinch si los rivales no aflojan la tensión simultáneamente. Pero esto sólo es posible si tienen la suficiente confianza el uno en el otro como para no temer un ataque del otro cuando uno afloje el abrazo. En un combate de boxeo siempre hay un árbitro que vela por el cumplimiento de las reglas. Pero hasta ahora no existe poder alguno que supervise y controle eficazmente las luchas entre Estados poderosos y que obligue a ambas partes a observar las reglas. Mientras no exista tal poder, cada uno de los Estados será siempre un peligro incontrolable para los otros. El pueblo y los líderes de ambos Estados pueden, en tal situación, creer que son actores Ubres y racionales, capaces de hacer lo que desean. En realidad es la propia situación de enlace doble, la indisoluble interdependencia de su mutua amenaza y temor, lo que dictamina en última instancia sus acciones y decisiones. Tal vez sería posible actuar de un modo más ajustado a la realidad, más «racional», si ambos bandos así atados fueran capaces de verse a sí mismos como partes constituyentes —y cautivas— de una figuración de enlace doble. De momento esto es, quizás, esperar demasiado. Los pueblos de la tierra, y en especial los gobiernos, están todavía demasiado inmersos en el movimiento giratorio de su proceso de enlace doble como para conseguir controlar de forma duradera los peligros que representan los unos para los otros, y también para sí mismos.

Para comprender y explicar la fuerza coercitiva que esta y otras formas semejantes de interdependencia ejercen sobre las personas ligadas entre sí por estas mismas interdependencias, los sociólogos y otros científicos precisan algunos termini technici, algunas herramientas conceptuales que les sirvan como medio de orientación. En esta exposición se ha venido utilizando el término «figuración» como término general para designar la estructura formada por personas interdependientes, bien como grupos, bien como individuos. Con ayuda de este término puede decirse con mayor claridad, por ejemplo, que el ir a la deriva hacia la guerra atómica no es simplemente el resultado de planes e intenciones de uno u otro bando. En lugar de esto puede hablarse de la figuración formada por dos o más Estados hegemónicas y de su dinámica inmanente, que determina en gran medida los planes y acciones de cada bando. Cuando expertos de uno de los bandos dirigen su atención a los planes y actos voluntarios del otro bando, sólo logran contemplar un aspecto limitado de la situación. Su percepción está ligada a una síntesis de bajo nivel. Ven únicamente planes y acciones, no el proceso no planeado, la figuración que constituye el marco de referencia dentro del cual esas personas toman sus decisiones y actúan.

Un elemento fundamental de la estructura de este tipo de procesos es, como ya se ha mencionado, la impronta arcaica de una figuración formada por grupos humanos que son interdependientes porque cada uno de ellos, sin recursos ni ayuda, sin la posibilidad de apelar a un poder superior o a un canon obligatorio de automoderación y comportamiento civilizado, está permanentemente expuesto a un posible empleo del poder por parte del otro o los otros grupos. Siempre que grupos humanos convivan bajo la forma de una de estas figuraciones serán arrastrados con gran regularidad a una lucha por el poder, y, si se encuentran en la cima de una jerarquía de Estados, a una lucha por la hegemonía con una marcada tendencia a autorreproducirse. Fuera de esto, en las sociedades científicas es fácil que se produzca una autoescalonación de esta lucha, pues los grupos de investigadores de cada bando intentan siempre aventajar a sus colegas y rivales del otro bando, buscando proveer a su propio país de un mayor potencial de técnicas militares de ataque y defensa. Por tanto, en la medida en que cada bando incrementa su propio potencial de poder y, con este, la esperanza de su propia seguridad, aumenta también la inseguridad y los temores del otro bando. Este, a su vez, intenta reducir la ventaja del potencial enemigo incrementando su propio potencial, con lo cual vuelve a crecer la sensación de temor e inseguridad del otro bando; y, así, la espiral sigue subiendo ad infinitum, hasta que uno u otro bando da un paso en falso o, ante un miedo pánico de no poder sostener el ritmo, de verse a punto de perder la «guerra fría», entabla la «guerra caliente» y comienza a disparar. En ambos bandos el compromiso es demasiado grande, el distanciamiento demasiado reducido, un típico enlace doble autoescalonante.