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uizá la probabilidad de los científicos de reconocer este dilema y hacerle frente sería mayor de no ser por otro aspecto de la situación de los investigadores que contribuye a oscurecer la naturaleza de estas dificultades: la preponderancia, establecida a lo largo de los siglos, de un modo específico de pensamiento, que en buena parte se ha formado dentro del marco del trato del ser humano con fenómenos físicos, ámbito para el que ha demostrado ser bastante adecuado. Este modo de pensamiento ha contribuido en no escasa medida a la formación del lenguaje coloquial y del pensar cotidiano, y por eso parece evidente que no es menos adecuado para la solución de problemas planteados en otros planos de los conjuntos de fenómenos observables y, por consiguiente, también para los fenómenos sociales. Uno de los principales motivos de las dificultades con las que tiene que enfrentarse el hombre en su busca de conocimientos sólidos sobre sí mismo es el trasvase, poco critico y a menudo dogmático, de categorías y conceptos muy adecuados frente a problemas del plano de la materia y la energía, en otros niveles de la experiencia y, entre ellos, en el de los fenómenos sociales. Expectativas concretas sobre la manera en que los datos registrados se relacionan entre si, e incluso conceptos específicos de causalidad o explicación, nacidos originariamente de la observación de las relaciones de fenómenos físicos y adecuados a esta, son generalizados y aplicados, casi como si se tratara de algo evidente, en el estudio de las relaciones humanas. Ejemplo de este trasvase mecánico de métodos de un nivel a otro es la muy extendida identificación de la «razón» humana con el empleo de categorías que han sido desarrolladas principalmente en relación con el estudio de la «naturaleza», sobre todo de la «naturaleza» física, y la suposición de que el empleo de otras formas de pensamiento es necesariamente indicio de una tendencia hacia la metafísica y la irracionalidad.
La misma tendencia hacia la hipergeneralización se hace evidente en muchas de las ideas actuales referentes a qué es y qué no es científico. Por lo común, las teorías científicas todavía utilizan como primer modelo las ciencias físicas —y a menudo ni siquiera en su estado contemporáneo, sino en su forma clásica—. Algunos de los procedimientos de estas, como la reducción a cifras y la consiguiente matematización, suelen considerarse la clave de su éxito y, con la habitual conclusión apresurada, la característica esencial de todas las ciencias. Mediante la abstracción de estos aspectos de los procedimientos y técnicas de las ciencias físicas se llega a un modelo general de procedimiento científico, conocido bajo el nombre de «método científico». En teoría, este «método» representa las características comunes a todas las formas científicas de resolver problemas, en oposición a las no científicas. En la práctica suele constituir una extraña mezcla de características estructurales comunes a todos los procedimientos científicos y rasgos concretos que sólo son típicos de los procedimientos de las ciencias físicas y están ligados únicamente al carácter particular de los problemas físicos. El concepto general «método científico», tal como es utilizado hoy en día, se asemeja a otro concepto general, el de «animal», que no tiene en cuenta las diversidades y semejanzas evolutivas de las especies animales a partir de una única especie, de una única etapa del proceso evolutivo, de modo que las estructuras y funciones que quizá sean comunes a todos los animales —en tanto los distinguen de los seres inertes y los vegetales— se mezclan con otras características observables sólo en determinados tipos de animales, como podrían ser los mamíferos o los vertebrados.
Suele darse por supuesto que es posible trasladar el «método científico» de su ámbito originario, las ciencias físicas, a todos los otros ámbitos —y, por tanto, también a las ciencias humanas—, haciendo caso omiso de la distinta naturaleza de sus problemas. Este método parece ser una llave mágica que, en principio, abriría todas las puertas del mundo desconocido. No es raro encontrar a especialistas, sobre todo del campo de las ciencias sociales, que tienden a atribuir las dificultades e insuficiencias de su labor a no haber podido copiar con el suficiente rigor los métodos propios de las ciencias físicas. Esta concentración sobre los problemas de método pierde de vista otras dificultades que surgen de su propia situación y, en particular, del hecho de estar afectados por los problemas de su sociedad.
La superioridad de los logros y el status alcanzados por las ciencias físicas es en sí misma un factor relevante en la situación de aquellos que trabajan en el ámbito de las ciencias sociales. Si, como participantes en la vida de una sociedad turbulenta, los científicos sociales están en constante peligro de utilizar como base para sus problemas y teorías convicciones sociales preconcebidas e inconmovibles, como científicos corren el peligro de ser dominados por modelos que han sido derivados de la investigación de fenómenos físicos y llevan la impronta de la autoridad de las ciencias físicas.
El hecho mismo de que las personas enfrentadas con la tarea de formular y estudiar nuevos conjuntos de problemas tomen como modelo conceptos y procedimientos que ya habían demostrado su idoneidad en otros campos no es en sí mismo algo sorprendente ni singular. Es un hecho recurrente de la historia de la humanidad el que nuevos artes y oficios —entre ellos también nuevas especialidades científicas— se apoyen en modelos anteriores durante las primeras fases de su desarrollo. Es necesario cierto tiempo para que un nuevo grupo de especialistas se emancipe de la forma de pensar y actuar establecida; y, como en todo proceso de emancipación, durante su transcurso la actitud del nuevo grupo hacia los anteriores es primero ambivalente: en determinado momento pueden ir muy lejos en su sumisión poco crítica a la autoridad y prestigio del patrón establecido y permanecer mucho tiempo aferrados a esta postura; por el contrario, luego pueden ir demasiado lejos en su rechazo y repulsa de las funciones que los modelos anteriores desempeñaban o desempeñan en el desarrollo del suyo propio. En muchos aspectos, el nacimiento de las jóvenes ciencias sociales bajo las alas de las viejas ciencias de la naturaleza sigue este patrón.
Pero difícilmente es posible hallar una situación en la que la desigualdad entre un nivel de distanciamiento relativamente alto —como el de las ramas de la ciencia más antiguas— y un nivel de distanciamiento comparativamente muy inferior —como el de las ramas más nuevas— sea tan extrema como aquí. En las ciencias físicas el elevado grado de distanciamiento no está presupuesto únicamente en el desarrollo y aplicación de un método específico de resolución de problemas y comprobación de teorías, sino también, y sobre todo, en la manera de enmarcar los problemas y formular las teorías. El mismo método, trasladado a las ciencias sociales, se utiliza no pocas veces en el análisis de problemas y teorías concebidos y estudiados bajo la influencia de un notable-compromiso. Por este motivo muchas veces la aplicación de un método similar al desarrollado dentro del marco de las ciencias tísicas presta a los científicos sociales la apariencia de que poseen un elevado grado de distanciamiento, o bien «objetividad», del que en realidad carecen. A menudo ese método sirve para eludir dificultades derivadas del dilema concreto de los científicos sociales, como un medio de no encarar este dilema; en muchos casos crea una fachada de distanciamiento tras la cual se oculta una actitud extremadamente comprometida.
En consecuencia, a menudo se considera resuelta y cerrada una cuestión fundamental que en realidad continúa abierta: qué procedimientos y técnicas de las ciencias físicas son compatibles con las tareas de las ciencias sociales. La formulación de un modelo general de método científico extraído de la abstracción de procedimientos concretos, y la pretensión de convertir este modelo en el criterio supremo de todo estudio genuinamente científico, han llevado al descuido, o incluso a la exclusión del campo de la investigación sistemática a amplias áreas de estudio —entre ellas las ciencias sociales— poco adecuadas para un examen realizado por medio de un método cuyo prototipo ha sido proporcionado por las ciencias físicas. Para poder aplicar métodos de este tipo y mostrarse al mundo como científicos, los investigadores frecuentemente se ven inducidos a plantear y responder preguntas irrelevantes y a dejar sin respuesta cuestiones que quizá posean una mayor importancia. Son inducidos a delimitar los problemas que estudian para que encajen en el método, en lugar de desarrollar métodos que se adecuen a la resolución de problemas relevantes. El carácter exclusivo y en apariencia definitivo de muchas afirmaciones de nuestro tiempo sobre el método científico encuentra expresión en la extraña idea de que los problemas que no pueden ser estudiados mediante métodos configurados a partir del modelo de las ciencias físicas son problemas que no conciernen a las personas dedicadas a la investigación científica.
En un estudio más detallado probablemente encontraríamos que la tendencia a considerar que la idea altamente formalizada de un conjunto de ciencias y su método es la norma y el ideal de la investigación científica suele estar ligada a un concepto muy particular sobre el objetivo de las ciencias. Podría pensarse que está ligada al supuesto de que ciencias teórico-empíricas, sean la física o la sociología, tienen la misma tarea que la matemática pura o la lógica formal, esto es, encontrar fórmulas verbales o simbólicas que describan una «verdad» absoluta y definitiva y, de acuerdo con esto, se limiten a distinguir expresiones definitivamente verdaderas de expresiones definitivamente falsas[9]. Sin embargo, el objetivo hacia el cual se dirigen las ciencias positivas no es y, dada su especial naturaleza, no puede ser idéntico al de disciplinas como la lógica y la matemática, que se ocupan únicamente del orden inmanente de ciertos símbolos de relación. Ciertamente, también en la investigación empírica se hacen afirmaciones que sencillamente resultan ser falsas. Pero en este ámbito muchas veces simples dicotomías como «verdadero» y «falso» son insuficientes para describir el valor cognitivo de los resultados de una investigación. Muchas veces representantes de las ciencias positivas plantean hipótesis o teorías cuyo mérito estriba en ser más verdaderas, o, para emplear un término menos santificado, más adecuadas, más consecuentes consigo mismas y con los hechos observados que las teorías e hipótesis vigentes hasta entonces. En términos generales, podría decirse que una característica de estas formas científicas de resolver problemas —que las diferencia de otras formas no científicas— es que durante el proceso de adquisición de conocimiento surgen y se responden preguntas que son resultado de un incesante movimiento de ida y vuelta entre dos niveles de conocimiento: el de las ideas, teorías o modelos generales, y el de la observación y percepción de fenómenos específicos. Este último nivel queda desordenado y vago si no es suficientemente moldeado por el primero; y, a la inversa, el primero queda poblado de sentimientos y fantasías si no es iluminado en suficiente medida por el segundo. Podría decirse que el objetivo de los científicos es desarrollar un corpus siempre en aumento de teorías o modelos y un corpus igualmente creciente de observaciones de fenómenos específicos, y conseguir, con ayuda de una continua confrontación crítica, relacionar ambos de una manera cada vez más congruente. Los métodos aplicados actualmente en la investigación teórico-empírica varían sensiblemente de disciplina a disciplina, de acuerdo a la diversidad de los objetos de estudio y los problemas de que se ocupan. Lo que es común a todos estos métodos, lo que los identifica como métodos científicos, es, sobre todo, que proporcionan a los científicos la posibilidad de buscar un consenso, de probar si sus nuevos hallazgos representan o no un progreso respecto al estado anterior del conocimiento.