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unque nuestro conocimiento del camino de la evolución es todavía muy fragmentario, puede, sin embargo, determinarse de manera bastante clara la dirección del cambio y, así, la estructura del proceso de cambio. El conocimiento de esta estructura es absolutamente indispensable para comprender las relaciones mutuas de las principales ciencias, para explicar las diferencias y las relaciones de sus tareas. El proceder de las ciencias fisicoquímicas descansa sobre el dogma fundamental atomístico que afirma que las propiedades de todas las unidades compuestas pueden determinarse mediante el aislamiento, necesario para toda medición, de unidades constituyentes (o aspectos parciales), es decir, recurriendo a las propiedades de las partes constituyentes. El que la medición y cuantificación estén ligadas a la posibilidad de observación aislada de unidades constituyentes es uno de los aspectos centrales de este dogma fundamental. Pero, como ya se ha dicho, esta observación aislada ni es posible en la misma medida en los campos de estudio de todas las ciencias teoricoempíricas, ni se corresponde en la misma medida a los problemas de todas esas ciencias.
En el nivel fenomenológico de que se ocupan las ciencias físicas el aislamiento de unidades constituyentes necesario para la medición y cuantificación es posible y adecuado porque en este plano las unidades constituyentes de los objetos compuestos no están ni determinadas funcionalmente unas por otras, ni unidas funcionalmente unas a otras —o lo están en escasa medida—. Un átomo de oxígeno es un átomo de oxígeno tanto si está unido con dos átomos de hidrógeno en una molécula de agua como si no. Pero cuando se sube por la escalera evolutiva el marco de validez del dogma fundamental atomístico resulta limitado. Ya una simple célula, y, por consiguiente, un organismo unicelular, sea un bacilo o una ameba, posee unidades constituyentes como el núcleo, nucléolos, vacuolas o membrana, unidas entre sí de tal manera que pierden sus características estructurales cuando se aíslan sin insertarlas de inmediato en un medio que satisfaga al menos algunas tareas del conjunto de funciones original. Por supuesto, estas unidades constituyentes de orden inmediatamente inferior al de la célula poseen a su vez componentes de orden inferior. Entre estos están, por ejemplo, las moléculas complejas que cumplen la función de enzimas, que, aunque guardan posiciones espaciotemporales determinadas en la organización global de la célula, pueden ser aisladas sin que pierdan su estructura y sus propiedades. Cabe, en general, dividirlas en sus componentes y, dado el caso, imitando la síntesis espontánea natural, estos componentes pueden volver a ser sintetizados en la unidad de orden inmediatamente superior, en la enzima. En el marco global de una célula organizada funcionalmente de manera que cuando se desintegra, es decir, cuando se aíslan sus unidades constituyentes inmediatas, estas y el conjunto que forman pierden su estructura, quedan unidades constituyentes de orden aún más bajo cuyas propias unidades constituyentes no están ligadas entre sí funcionalmente, esto es, cuya desintegración es reversible. Estas últimas son objetos potenciales de estudio científico.
Esta descripción de las unidades biológicas puede servir para comprender las relaciones entre las ciencias biológicas y las científicas. Muestra un orden jerárquico, dentro del cual, y a lo largo de una serie de niveles, unidades constituyentes se unen formando unidades compuestas que, a su vez, actúan como unidades constituyentes que se unen formando unidades compuestas de un orden superior, llegándose así, a lo largo de un creciente número de planos de diferenciación y de integración, a formaciones cada vez más complejas. En una célula simple se pueden encontrar, aproximadamente, entre 10 y 15 planos de integración imbricados unos con otros. De momento no estamos en condiciones de calcular cuántos podrían distinguirse en un organismo humano. Pero el modelo de la síntesis en distintos y múltiples planos, que aquí empieza a perfilarse, hace comprensibles varias cuestiones que a menudo quedaban sin explicación en las discusiones sobre las relaciones mutuas de las principales ciencias.
Todas las formaciones naturales, incluido el ser humano, están compuestas por ese tipo de unidades constituyentes en cuyo estudio se han especializado las ciencias fisicoquímicas. Pero ya en una célula simple las unidades compuestas del nivel fisicoquímico, cuyas propiedades pueden determinarse en gran medida partiendo del estudio de sus unidades constituyentes, se encuentran inmersas en una unidad compuesta de orden superior, cuyos componentes de orden inmediatamente inferior ya no pueden ser aislados de manera reversible. La desintegración de una célula comporta la desintegración de sus partes. En este nivel tanto la unidad compuesta como sus componentes de orden inmediatamente inferior pierden su estructura propia. En las unidades compuestas de elevado número de niveles de integración imbricados unos con otros la desintegración irreversible es aquello que llamamos «muerte». Desaparece la síntesis funcional de los componentes en un elevado número de niveles. Lo que no desaparece —fuera de residuos relativamente resistentes y de desintegración lenta pertenecientes a niveles de integración superiores, como huesos y dientes— son las moléculas y otras unidades constituyentes del nivel de integración fisicoquímico. Los niveles de organización estructurados de manera irreversible están expuestos a la desintegración; cuando esta acaece se dice que las unidades afectadas «mueren». Por el contrario, las moléculas y otras unidades reversibles no mueren. Como puede verse, para comprender en su justa medida la naturaleza de relaciones fenomenológicas de niveles de organización elevados hacen falta términos y modelos de relaciones específicos de cada nivel, no aplicables en niveles inferiores. Expresiones como «nacimiento», «muerte» y «vida» o, para mencionar términos específicos de un nivel que remite a características estructurales de un plano de integración aún más elevado, expresiones como «conciencia» o «espíritu» son ejemplos de esto.
Encontramos aquí algo de enorme importancia. En el transcurso de un proceso evolutivo espontáneo, no planeado, pero direccionado, bajo determinadas circunstancias unidades de estructura reversible y, en este sentido, más débil hacen surgir unidades de integración de estructura irreversible formadas por componentes cada vez más especializados y por centros de integración cada vez más elevados dentro de un ordenamiento jerárquico. Cuando se va pasando mentalmente de este último tipo de unidades a las de estructura más simple, se advierte que, en cada caso, las unidades representativas de un nivel de integración más elevado poseen propiedades de funcionamiento y comportamiento específicas de ese nivel, las cuales no remiten a las propiedades las unidades reunidas en un nivel inferior y no pueden ser explicadas únicamente a partir de los modos de funcionamiento y comportamiento de estas, sino que deben explicarse a partir del carácter particular de la configuración que forman estas unidades del nivel inferior. Es a este hecho a lo que alude la expresión «específico de un nivel». Afirma que para explicar las propiedades estructurales de configuraciones complejas no basta con conocer las propiedades estructurales de sus unidades constituyentes. Tal conocimiento es necesario, pero no suficiente. Para explicar dichas propiedades estructurales hace falta, además del conocimiento de las propiedades estructurales de las unidades constituyentes, también el conocimiento de la manera en que estas unidades constituyentes están organizadas funcionalmente, es decir, de la manera en que son y están determinadas por un mutuo influirse. En otras palabras, es necesario conocer tanto el modo de funcionamiento de las unidades constituyentes como el modo de funcionamiento de la unidad compuesta a que estas dan forma, es decir, la manera en que estas están integradas.
A medida que se asciende por esta escala evolutiva desde un campo de estudio a otro, más fuerza va tomando la primacía del modelo de la integración como factor de explicación de las propiedades de una unidad compuesta, en detrimento de la importancia que pueda tener como factor de explicación la observación aislada de propiedades de unidades constituyentes. Un corazón es, cabe decir, un músculo compuesto por fibras musculares, compuestas por células, compuestas por átomos, etc. El comportamiento de las moléculas que dan forma al corazón aún puede explicarse detalladamente a partir del de los átomos que las componen. Ya en las moléculas complejas suele la organización de las moléculas que dan forma al corazón aún puede explicarse detalladamente a partir del de los átomos que las componen. Ya en las moléculas complejas suele la organización de las moléculas constituyentes desempeñar un papel importante, junto al de sus propiedades, como factor de explicación. Aunque se quiera dar cuenta del comportamiento y funcionamiento del músculo cardíaco como un orden de integración de nivel superior, es imposible prescindir del conocimiento del modo de funcionar de sus unidades constituyentes de los niveles de integración, los conjuntos de átomos, moléculas, células, fibras musculares, etc. Pero el nivel de organización de orden superior que el corazón forma con otros órganos y constituyentes del mismo nivel, es decir, el organismo, es mucho más importante como factor de explicación del funcionamiento del corazón que, digamos, la configuración molecular de los átomos que lo componen.
Quizás este ejemplo sirva para ilustrar por qué es preciso introducir términos específicos de cada nivel. Nuestros usos lingüísticos habituales contribuyen en gran medida a estorbar la comprensión de que los representantes de cada nivel de organización están regidos por leyes propias. Ocultan, en primer lugar, el hecho evidente de que las configuraciones de un nivel de organización superior contienen como unidades constituyentes, ordenadas jerárquicamente, configuraciones de todos los órdenes relativamente inferiores que existen en la naturaleza. Pero el hecho de que las primeras posean propiedades específicas de su nivel, que las unidades constituyentes de los niveles inferiores no poseen, y que no puedan ser deducidas partiendo únicamente de las propiedades de estas, suele ser considerado simbólicamente y presentado luego como un mero añadido a las unidades de los respectivos niveles de integración inferiores. Así, por ejemplo, la diferencia entre aquellos niveles de integración que constituyen el ámbito de estudio de las ciencias fisicoquímicas y aquellos que constituyen el de las ciencias biológicas se expresa mediante el término «vida». En cierto modo se asume que los organismos son configuraciones fisicoquímicas a las que se ha añadido algo, esto es, la «vida». De la misma manera, el nivel de integración de los seres no humanos se diferencia del de los humanos en tanto se atribuye a estos últimos, además de un cuerpo animal, una cosa invisible, un «alma» o, según sea el caso, un «espíritu», «conciencia» o «razón». No se puede negar la función emocional de tal formación de conceptos; pero esta también ha estorbado una y otra vez la capacidad del hombre para orientarse en su mundo. Cuando se afirma que términos perentorios como «vida», «alma» o «razón» no son sino fases previas de una formación de conceptos específica para cada nivel, se está avanzando hacia la clarificación, pendiente desde hace mucho tiempo del estado de cosas. Semejantes términos hacen ver que la idea del proceso evolutivo que lleva hacia una jerarquía, cada vez mayor, de niveles de integración imbricados unos con otros hace necesario someter a examen la formación de conceptos y el aparato categorizador actuales.
El actual aparato conceptual obliga a los pensamientos a sumirse en un esquema de controversias extremadamente estériles. Hoy en día muy a menudo parece como si, en lo referente a estos problemas, sólo existieran dos posibilidades de solución, ambas igualmente especulativas. La una es la solución física, cuyos representantes postulan que un día las propiedades de todas las unidades naturales de orden superior compuestas por células podrán explicarse a partir de sus componentes fisicoquímicos. La otra persigue la conclusión de que es imposible deducir el comportamiento de unidades compuestas de orden superior a partir de las propiedades de sus unidades constituyentes, y para esto recurre a frases oraculares como la que afirma que el todo es más que la suma de sus partes. Durante el desarrollo humano hay situaciones en las cuales ciertos problemas no pueden resolverse porque se desconocen los datos necesarios para solucionarlos. Hay otras en las que el caudal de conocimientos comunes de la sociedad dispone de una gran abundancia de datos necesarios para resolver un cierto problema, pero el modo de pensar dominante, las categorías y los conceptos dados interrumpen el camino hacia su solución. Aquí la dificultad de llegar a una solución es de este segundo tipo.
Es del todo evidente que no existe configuración alguna en la que átomos y moléculas, o sus equivalentes, no formen al menos uno de los niveles de integración, y en la cual, por tanto, físicos y químicos no puedan hacer como mínimo una contribución. No menos evidente es que muchas configuraciones naturales surgidas de un ciego proceso evolutivo, incluido el mismo ser humano, representan una compleja jerarquía de niveles de organización imbricados unos con otros y cuyos funcionamiento y comportamiento no pueden ser explicados a partir del nivel de organización fisicoquímico. Pero los actuales modos de pensar y las actuales formas conceptuales se resisten a un desarrollo ulterior que tome en cuenta la evolución de configuraciones naturales reversibles y no integradas funcionalmente, evolución dirigida hacia una síntesis progresiva de configuraciones con cada vez más planos de integración entretejidos unos con otros. El simple hecho de que no exista ninguna configuración natural que no posea también un plano de integración fisicoquímico induce al ser humano pensante a creer una y otra vez que todas las configuraciones naturales tienen que explicarse bien recurriendo exclusivamente a las unidades fisicoquímicas, bien a partir de la existencia de fenómenos sobrenaturales o extranaturales. Hasta el mismo concepto que tenemos de la naturaleza está teñido de física. Este concepto todavía tiene que desarrollarse hacia la ordenación evolutiva escalonada que lentamente va perfilándose a sí misma.
Por otra parte, la dirección de esta evolución también puede verse claramente desde otra perspectiva. Una de sus tendencias es el desarrollo de una capacidad de autodirección cada vez mayor. Los organismos unicelulares más simples son llevados de un lado a otro por las corrientes que los envuelven. Los animales flagelados pueden ya dirigirse un tanto. Los peces pueden maniobrar y nadar contra la comente. Los anfibios son capaces del mucho más complejo autodirigirse sobre tierra firme. El ser humano, de acuerdo con la singular multiplicidad de sus niveles de integración, posee un aparato de autodirección que supera en adaptabilidad los de todas las otras configuraciones naturales. Ni la concepción del ser humano como un trozo de materia cuyo comportamiento está dirigido como el de átomos o moléculas, o que puede ser reducido a estos, ni la concepción del ser humano como algo dirigido por una sustancia no natural, inmaterial, hacen justicia al hombre. Pero esta insistencia en la cada vez mayor (aunque nunca absoluta) autonomía de las configuraciones naturales en relación a otras debe bastar aquí como ejemplo de la rigidez de la dirección de la evolución. Esta creciente autonomía se corresponde con la creciente diferenciación funcional y con la creciente jerarquización de los centros de integración interdependientes de su estructura.