1

D

ebido a una larga tradición, los sociólogos se dedican principalmente al estudio de problemas de un único plano social —el enmarcado dentro de los límites del Estado—. Los otros planos se consideran asuntos no específicamente sociológicos, o incluso dejados en manos de otras ciencias sociales. Los problemas interestatales, por ejemplo, no se contemplan como verdaderos problemas sociológicos. Son clasificados como «políticos», como problemas de las «relaciones internacionales», y, por consiguiente, remitidos al ámbito de estudio de las ciencias políticas.

En el marco de la sociología figuracional estas separaciones no se mantienen en pie, en especial cuando se pone de manifiesto que las figuraciones formadas por seres humanos están prácticamente siempre en movimiento, que son, pues, procesos. Los individuos pueden formar figuraciones. Dentro del marco estatal, las agrupaciones regionales o formaciones sociales se conjuntan de muy diversa manera mediante interdependencias funcionales; así, por ejemplo, las clases sociales pueden dar lugar a luchas de clases; las naciones, constituir un Estado federal. Pero también los Estados dan forma a figuraciones. Muchos fenómenos que nos son familiares, como el equilibrio de tensiones interestatal o el ir a la deriva hacia la guerra atómica, no pueden comprenderse ni explicarse sin un análisis de figuraciones.

Esto es especialmente válido cuando se tiene en cuenta el carácter de proceso que poseen las figuraciones. Nunca ha sido muy realista separar mentalmente los problemas internos del Estado de los interestatales. Pero a medida que las redes de interdependencias se han extendido sobre toda la humanidad y el tejido de interrelaciones entre los diversos Estados que forman la humanidad se ha hecho más compacto, ha resultado menos provechoso repartir entre diferentes disciplinas el estudio de esos dos planos de la sociedad humana. Lo que ocurre dentro de un Estado —en especial la distribución del poder— nunca ha estado tan inextricablemente ligado a los acontecimientos internacionales, en especial a las relaciones de poder interestatales, como en el siglo XX. Miremos donde miremos, siempre hallamos la interdependencia de los procesos internos del Estado y los procesos interestatales.

A estos dos planos se suman otros dos: el de la relación del hombre con las fuerzas de la naturaleza y el de su relación consigo mismo. Quizá no se tenga conciencia de que esta relación con las fuerzas de la naturaleza es un plano de las relaciones sociales; sin embargo, lo es. Los seres humanos viven en inestable equilibrio —y bastante a menudo en lucha— con las fuerzas de la naturaleza externas e internas a ellos mismos y buscan adquirir dominio sobre estas de una manera que no se diferencia demasiado de la manera en que viven en equilibrio mutuo con otros seres humanos y, tal vez, buscan adquirir dominio sobre estos. No se puede desligar el desarrollo de la convivencia mutua de los seres humanos, sea dentro de Estados, sea en un ámbito interestatal, de su convivencia con estructuras y procesos naturales no humanos.

Se pone de manifiesto, pues, la necesidad de desarrollar un modelo social multidimensional o —si se desea— un modelo con varios planos cuyas relaciones mutuas puedan presentarse en un primer momento como problema, sin que haga falta continuar en ese contexto. Es evidente que el proceso de la relación del hombre con la naturaleza, el proceso de la convivencia de personas dentro de una unidad de vida, como una tribu o un Estado, el de su convivencia dentro de una pluralidad de unidades de vida y el de su convivencia consigo mismo son absolutamente inseparables.

No obstante, aquí sólo se puede aludir muy someramente al último de los procesos mencionados, aunque no es menos importante que los otros. Pero el proceso en el que cada ser humano se interrelaciona consigo mismo, visto como plano del desarrollo de la humanidad, pertenece al ámbito de la teoría de la civilización. Baste recordar que el ser humano es un proceso. Esta es, ciertamente, una de las ideas más elementales de que es consciente el ser humano, pero suele quedar encubierta al predominar en la reflexión una fuerte tendencia a reducir las cosas a un estado. A veces se dice que el hombre atraviesa un proceso, de la misma manera que se dice que el viento sopla, aunque en realidad el viento es ese soplar. Así, la costumbre lingüística puede hacer que algo dentro de nosotros se resista un tanto al escuchar la frase: el hombre es un proceso. Pero quizás esta afirmación nos ayude a comprender.

He aquí, pues, un breve bosquejo de un modelo de procesos en cuatro planos cuyo equilibrio y transformaciones se encuentran en constante interacción. En adelante me concentraré en determinados aspectos de estos procesos, limitándome, básicamente, a dos de los cuatro planos: el socionatural y el interestatal. El aspecto de los procesos que tengo en mente es algo peculiar. Se trata de un «mecanismo» social que puede tener un efecto retardador, cuando no interruptor, sobre la dinámica del proceso, pero que, según las circunstancias, cabe también que tenga un efecto acelerador. Prácticamente todo el mundo lo conoce, sobre todo en su aspecto de ir a la deriva hacia una guerra atómica, pero no suele contemplarse como un aspecto periódico de un proceso, aspecto que —con variaciones— puede ser encontrado en los cuatro planos. Por motivos de valor para la propia investigación, no se ha estudiado su mecánica hasta ahora. De modo que tal vez haya llegado el momento de ascenderlo a la dignidad teórica.

De cuando en cuando se descubre a personas —individuos o grupos— que están interrelacionadas de tal manera, ya sea con la naturaleza, con otras personas, con otros grupos o incluso consigo mismas, que les es muy difícil eludir esa interrelación: la manera en que están interrelacionadas, es decir, la figuración —si puede emplearse este término en un sentido más amplio— que forman, por ejemplo, en tanto tribu, con la naturaleza, en tanto Estado, con otros Estados, o en tanto yo consciente y yo corporal, con otros individuos, ejerce una fuerte presión sobre estas personas y determina en gran medida sus decisiones y actos. Este peculiar aparato coercitivo —también podría decirse: la trampa en que están presas— se observa especialmente cuando las personas sobre las que actúa se encuentran ante peligros constantes y para ellos inevitables; es decir, en el marco de lo que quizá podría calificarse de procesos críticos. Lo más elemental que cabe afirmar sobre este aparato coercitivo es que es un movimiento circular y, a menudo, de carácter escalonado: un nivel alto de peligro se corresponde con una elevada carga emocional del conocimiento y el modo de pensar sobre los peligros, así como también de la capacidad de actuar frente a estos, esto es, un elevado grado de fantasía en la manera de concebir esos peligros; esto conduce a una constante multiplicación del nivel de peligro, que, a su vez, comporta un incremento de los modos de pensar más inclinados hacia la fantasía que hacia la realidad.

Llevo algún tiempo reflexionando sobre qué término podría estandarizarse para estudiar los problemas de este tipo; pues para ello se necesita un símbolo de la síntesis mental, un concepto inequívoco que sirva tanto a la comunicación como a la orientación. Anteriormente me he referido ocasionalmente a este tipo de interrelaciones utilizando expresiones como «clinch apretado» o «círculo vicioso». Sin embargo, con el paso del tiempo he advertido que lo más sencillo es adoptar una expresión ya existente y hasta cierto punto habitual, la expresión double bind empleada por Gregory Batesons en el ámbito de la siquiatría social. Naturalmente, para pasar este término al plano sociológico es necesario sacarlo del plano sociosiquiátrico y suprimir todas sus relaciones con la esquizofrenia, y, con su significado modificado, castellanizarlo: «enlace doble»[15].