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lo largo de la evolución de la humanidad pueden observarse muchos procesos de enlace doble en las relaciones entre grupos humanos, sobre todo desde el establecimiento de grupos humanos en forma de Estados centralizados. Los documentos escritos más antiguos de que se tiene noticia hasta hoy, testimonios sumerios del tercer milenio A. de C., transmiten una imagen viva de esas luchas por eliminar a otros grupos y alcanzar la hegemonía. Aunque el territorio y la potencia destructora de sus armas eran relativamente pequeños, la dinámica de la lucha entre las ciudades Estado sumerias era para ellos tan incontrolable, y la competencia por el status y el poder tan intensa, como lo son en nuestros días. En un constante ir y venir, a veces una y a veces otra de esas ciudades Estado conseguía una posición hegemónica temporal, hasta que, finalmente, todas fueron vencidas por los reyes acadios y, pese a la fuerte influencia cultural que ejercieron sobre el vencedor y a un ocasional renacimiento de su poder, fueron anexionadas a imperios de mayores dimensiones.

De manera similar, Atenas y Esparta, durante algún tiempo las más poderosas ciudades Estado griegas, sumidas en la competencia, lucharon entre sí hasta alcanzar el punto muerto del agotamiento de ambas. Cada una tenía una forma de gobierno distinta: Atenas, una democracia: Esparta, una aristocracia: formas de gobierno que implantaban también en sus respectivas zonas de influencia —del mismo modo que, en nuestra época, los rusos implantan gobiernos unipartidistas, y los americanos gobiernos multipartidistas, allí donde sus respectivas posibilidades de influencia son lo bastante grandes—. Finalmente, las ciudades Estado helenas rivales cayeron bajo el dominio de Filipo y luego de Alejandro de Macedonia, que se había hecho más poderosa que cualquiera de las otras ciudades de la península griega. Alejandro intentó nuevamente traer paz y seguridad definitivas a los helenos, eliminando de una vez por todas la amenaza que para su independencia habían representado durante siglos los reyes de Persia. Sin embargo, una vez que hubo conquistado Persia no tardó en advertir que más al este había otros pueblos independientes, que también representaban una amenaza para la seguridad de sus propias zonas de dominio. Cuando venció también a estos pueblos, advirtió una vez más que tampoco entonces había conseguido la seguridad absoluta. Como Gengis Khan y Napoleón harían después, Alejandro se creyó más poderoso —y durante algún tiempo lo fue— que cualquier posible rival; así, intentó dar a la humanidad la paz definitiva, y a su imperio la seguridad definitiva, marchando hacia el fin del mundo y sometiendo a todos los pueblos con los que se encontraba. Aún hoy se conoce esta actitud como «síndrome de Alejandro». Pero resultó que la tierra era mucho más grande y la humanidad tenía muchos más pueblos que lo que él creía. Por más que avanzaba, siempre quedaban otras partes de la humanidad sin conquistar. Y mientras esperaba ganar una seguridad absoluta para sus zonas de dominio, sobrecargó hasta tal punto sus líneas de abastecimiento, sus recursos, sus medios de control y la paciencia de sus soldados, que finalmente tuvo que dar media vuelta y regresar.

En cada uno de los niveles dados del desarrollo de la sociedad existe también un limite para las dimensiones del territorio y el número de pobladores que pueden ser pacificados y controlados eficazmente desde un gobierno central. Alejandro había conquistado un territorio mucho más extenso y una cantidad mucho más numerosa de habitantes que los que se podían mantener cohesionados en tiempos de paz con los medios de control técnicos y administrativos de que se disponía en aquel entonces. Su gigantesco imperio se desmoronó inmediatamente después de su muerte.

Atendiendo a la historia antigua, puede observarse un aumento continuo de las dimensiones del territorio y el número de habitantes que es posible mantener unidos durante un cierto período de tiempo dentro del marco de un único Estado. Los sumerios, los acadios, los babilonios, los egipcios y los persas, por nombrar sólo a algunos, avanzaron en esa dirección. Acadia era más grande que Sumeria, Babilonia era más grande que Acadia y Asiria más que Babilonia. El imperio persa era más grande que el asirio, y el de Alejandro era mayor que el persa.

En la Antigüedad el punto culminante de esta sucesión lo constituye el imperio romano. En un primer momento los romanos estuvieron inmersos en luchas competitivas contra otras ciudades Estado de Italia. Una vez alcanzaron el predominio en Italia, se vieron arrastrados a luchar contra Cartago y su red de colonias por la hegemonía en el Mediterráneo y las regiones costeras adyacentes. No es difícil encontrar procesos de eliminación análogos, tanto bipolares como multipolares, en Asia, África o Europa durante las Edades Media y Moderna. La lucha entre los reyes ingleses y franceses por la hegemonía en las zonas de dominio anglofrancés, que terminó con la división de esas regiones en las posteriores Inglaterra y Francia, es un ejemplo de ello. Otro ejemplo es la muy prolongada lucha entre los borbones de Francia y los emperadores de la casa de Austria.