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n la aproximación de las sociedades humanas a la naturaleza, por lo tanto, el ser humano ha recorrido un largo camino desde las formas de pensamiento y comportamiento primarias, inocentemente egocéntricas y con una fuerte carga emocional, hoy apreciables en estado puro únicamente en los niños —camino que todo individuo debe volver a recorrer al ir haciéndose mayor—. Este camino y el motivo de la transformación aún están lejos de haber sido estudiados en detalle. Sin embargo, es posible reconocer los perfiles de algunos de sus mecanismos y estructuras característicos.

Podemos asumir que en algún momento el ser humano dejó de emplear piedras sin trabajar como arma contra enemigos humanos o animales y aprendió a controlar sus impulsos momentáneos hasta el punto de ser capaz de convertir las piedras en armas y herramientas con antelación al momento en que las utilizaría, y que, luego, con creciente previsión, empezó a reemplazar la recolección de frutos y raíces silvestres por el cultivo planificado de vegetales; atando sucedió esto, cada uno de estos cambios debió suponer una triple transformación: una transformación de los propios seres humanos en cuanto individuos, una transformación de estos en cuanto sociedades, y una transformación de su relación con la naturaleza no humana. Lo mismo puede decirse de aquellas etapas posteriores en que los cambios en la manera de pensar del hombre en tomo a la naturaleza se fueron convirtiendo poco a poco en la tarea de los especialistas científicos. El dominio del hombre sobre si mismo, expresado en su actitud mental y práctica hacia los fenómenos naturales, el dominio sobre su vida en sociedades y el dominio y manejo de fuerzas naturales no humanas son interdependientes; se desarrollan a un mismo ritmo, en un juego nunca limitado de adelantos y retrocesos. Así, pues, podemos hablar de la triple unidad de los tres dominios básicos.

En este contexto parece oportuno dedicar un breve análisis a un aspecto fundamental de la relación existente entre estos dominios y sus transformaciones. El nivel y las formas del distanciamiento —esto es, del dominio de uno mismo—, representados por los patrones sociales del pensamiento en torno a la naturaleza, eran en el pasado y son aún dependientes del nivel y las formas de los dominios encamados por los patrones sociales del manejo práctico de los fenómenos naturales; y viceversa. En consecuencia —lo cual se observa en una mirada retrospectiva—, durante su lucha contra las fuerzas no humanas de la naturaleza los hombres deben haber pasado mucho tiempo moviéndose dentro de un círculo vicioso. Poseían un escaso dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, de las cuales, sin embargo, dependía su subsistencia. Completamente supeditados a fenómenos cuyas interrelaciones y orden inmanente les estaban vedados y en cuyo curso sólo podían influir de manera muy limitada, vivían en un estado de enorme inseguridad. Sus vidas habrían sido insoportables si no hubieran tenido la posibilidad de encubrir las dimensiones de su ignorancia haciendo uso de fantasías, cuya carga emocional reflejaba la inseguridad de su situación, la incertidumbre de la firmeza de sus conocimientos. En su desamparo y desnudez no podían hacer otra cosa que afrontar de forma marcadamente emocional todos aquellos fenómenos que, a su entender, afectaban sus vidas, ya sea de manera positiva o negativa. Estaban demasiado comprometidos para poder contemplar los fenómenos naturales con calma, como un observador distanciado. Así, por una parte, al no poseer apenas dominio sobre los fenómenos naturales no tenían casi posibilidades de dominar sus propios e intensos sentimientos hacia la naturaleza y de formarse una concepción distanciada de los fenómenos naturales; y, por otra parte, en tanto no aprendieran a refrenar mejor sus propios e intensos sentimientos hacia el entorno no humano y reforzaran su dominio de sí mismos, muy poco podían hacer para ampliar su dominio sobre la naturaleza[6].

El proceso de cambio hacia un mayor dominio sobre los fenómenos naturales tuvo una peculiaridad estructural que tal vez podríamos denominar «principio de la facilitación progresiva». Cuando los seres humanos poseían un escaso dominio sobre la naturaleza era muy difícil para ellos ampliar ese dominio; a medida que este dominio adquiría mayores proporciones, a medida que aumentaba la capacidad del ser humano para manejar los fenómenos naturales con vistas a su propio provecho, más fácil se hacía seguir extendiendo ese dominio; su ritmo de avance se hacia más acelerado.

No obstante, al seguir mentalmente esta dinámica no podemos perder de vista el hecho de que el desarrollo del saber y del dominio del ser humano en el ámbito de la naturaleza no humana constituye únicamente un proceso parcial, que funcionalmente siempre va íntimamente ligado a transformaciones producidas en otros aspectos de la evolución de la humanidad. No hay nada que nos permita afirmar que los procesos parciales de este tipo se desarrollen siempre en la misma dirección. Son conocidas algunas etapas del pasado en que estos procesos han experimentado un retroceso. Crecientes tensiones sociales y conflictos pueden ir de la mano con una disminución de la capacidad del hombre para dominar fenómenos tanto naturales como sociales; pueden conllevar una disminución del dominio que cada individuo posee sobre sí mismo, un incremento de la fantasía en el pensar y el actuar de las personas. El que estos procesos regenerativos vayan en una u otra dirección depende en último término de las circunstancias globales que atraviesen las unidades sociales en que se producen.