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as personas que componen sociedades precientíficas están mucho más expuestas a los caprichos de la naturaleza —incluida su propia naturaleza— que las personas de sociedades científicas. Su capacidad para protegerse de fenómenos naturales poco deseables y de utilizarlos en favor de sus propias necesidades es comparativamente limitada. Los miembros de sociedades desarrolladas cuentan con la ventaja de poseer un inmenso cúmulo de saber común. Gracias a una continuidad, quizás inusual, de la transmisión de conocimientos de generación en generación a través de varios milenios, han heredado una gran riqueza de conocimientos y de prácticas ligadas a estos. El colosal crecimiento del saber durante los últimos cuatrocientos o quinientos años corresponde a la etapa tardía, intensamente acelerada, de un prolongado proceso social anterior, durante el cual los progresos del conocimiento fueron, con mucho, fortuitos y episódicos, y el ritmo del progreso fue mucho más lento. Es debido al trabajo previo de estas épocas iniciales como el conjunto de conocimientos de que disponen las sociedades científicas ha llegado a ser más completo y, al menos en lo referente a los planos no humanos del universo, más realista, es decir, más acorde con el curso efectivo de los acontecimientos que al dictado de deseos y temores humanos y la fantasía que estos conllevan. Y no sólo se ha ampliado el saber; junto a este, también la zona de seguridad que el ser humano crea para si mismo en el marco de los fenómenos naturales prehumanos, es decir, el ámbito asequible a su dominio, ha crecido hasta dimensiones nunca antes alcanzadas.

Toda práctica social proyectada acaece dentro de una corriente de procesos no planeados y carentes de rumbo determinado, estructurados en diversos niveles interdependientes. Estos procesos se conocen bajo diferentes nombres: «naturaleza», «sociedad», «yo». El grado de dominio que el ser humano puede ejercer sobre tales procesos y la índole de este dominio varían de una sociedad a otra según su estado de desarrollo. A través de milenios, los grupos humanos han trabajado para, con ayuda del creciente fondo de conocimientos, crear para sí mismos una zona de seguridad más amplia en el universo desconocido e incontrolable —un ámbito de relaciones conocidas que puedan ser controladas en mayor o menor medida—. Como resultado de este proceso, en algunos ámbitos determinados, sobre todo en relación con los planos físicos y no tanto en relación con los planos humanos, los seres humanos actuales están más capacitados que sus antepasados para dirigir su rumbo a través de la corriente de procesos ciegos e incontrolables, de manera parecida a como se conducen los barcos a través de las incontrolables aguas del océano o las naves espaciales a través de los incontrolables procesos del sistema solar. De esta manera, gracias al aumento del dominio humano dentro del incontrolable curso de acontecimientos, los seres humanos de sociedades más avanzadas han logrado crearse una zona de seguridad más extensa con el fin de mantener tan lejos de las personas como sea posible los peligros con que estas se topan en los planos no humanos del proceso total. Pero, hasta ahora, los seres humanos no han sido capaces de desarrollar un fondo de conocimientos igualmente amplio y adecuado a la realidad en los planos humanos o sociales. Y, debido a ello, todavía no están en condiciones de ejercer un amplio dominio sobre los peligros, para si mismos y para los demás, que surgen de los propios seres humanos. En el campo de estos planos sociales la situación de enlace doble sigue funcionando prácticamente intacta —una baja capacidad para controlar los peligros y un elevado grado de fantasía en los conocimientos continúan manteniéndose mutuamente, y quizás incluso incrementándose mutuamente—. Aquí, en los planos de las relaciones interpersonales y, en particular, de las relaciones interestatales, incluso tas sociedades desarrolladas de nuestros días se encuentran presas y coaccionadas del mismo modo en que las sociedades menos complejas lo estaban en todos los planos, incluida su relación con los fenómenos de la naturaleza no humana.

Al igual que otros herederos de grandes riquezas, los miembros de las sociedades científicas no están especialmente interesados en saber cómo consiguieron sus antepasados —aunque sin premeditación y con muchos retrocesos— aumentar el caudal del tesoro del saber humano y, así, contribuir a desarrollar las capacidades que los hombres actuales han heredado. Según parece, los herederos tienen un cierto temor a imaginar qué podía significar preocuparse por las necesidades vitales y luchar por la supervivencia con el arma común de un caudal de conocimientos mucho más pequeño y, en muchos aspectos, más inseguro que el que ellos poseen. Tal vez sientan que una concepción más «realista» del largo proceso de adquisición de conocimiento desmentiría su idea de sí mismos como individuos independientes y autárquicos que deben su saber y su dominio de sí mismos a sus propias experiencias y su pensamiento racional, o que podría dañar su sensación de superioridad sobre los miembros de sociedades con menos conocimientos y menor capacidad de equilibrio en el dominio sobre sí mismos. A veces los miembros de sociedades más avanzadas parecen creer que el mayor alcance, el menor contenido de fantasía y el mayor realismo de su conocimiento de la naturaleza no se debe a su posición dentro del proceso de desarrollo de las sociedades, sino a algún tipo de cualidades personales superiores, «racionalidad», «civilización», «razón», que ellos poseen en virtud de su propia naturaleza y que las personas, incluidos sus propios antepasados, que se encontraban —y se encuentran— en etapas inferiores de este proceso de desarrollo no poseían, o poseían sólo en pequeña cantidad. A veces pueden afirmar de esas personas: «son supersticiosas e irracionales», lo que tal vez parezca una explicación, pero que en realidad no explica nada. Significa simplemente: «nosotros somos superiores».

Esos grupos de nuestros antepasados —o grupos actuales que no ocupan la misma posición que las sociedades científicas dentro de la línea hereditaria de un caudal de conocimientos— no podían poseer todos los conocimientos a los que hoy tienen acceso los miembros de las sociedades científicas. Pero algunos de ellos contribuyeron a esos conocimientos. Los avances del conocimiento, como los de las otras áreas evolutivas, se realizan en estricto orden sucesivo. En suma, el progreso C no es factible antes de que se realicen los progresos A y B; D, a su vez, no puede verificarse antes que C, etcétera. Así, el dominio sobre el fuego precede al trabajo de los metales, la invención de la rueda a la construcción de carros, la concepción relativista del universo a la geocéntrica y esta a la heliocéntrica. Un orden de sucesión de estructura fija, del modelo 1 al modelo 2 al modelo 3, etc. —como el muy conocido, y proyectado, de la evolución de los prototipos técnicos—, determina también el orden de sucesión de la no proyectada y temporalmente extensa evolución del conocimiento. El caudal de conocimientos mucho más limitado, fantasioso y cargado de emociones que poseían las generaciones anteriores era una condición necesaria —acaso también suficiente— del caudal de conocimientos que contribuye a dar forma a la vida y experiencia dentro de las sociedades científicas, más amplio y comparativamente más distanciado y adecuado a la realidad.

No es tan difícil comprender que el conocimiento de cualquier individuo depende del caudal de conocimientos que posee su sociedad. Tampoco lo es entender que las propiedades estructurales de este caudal de conocimientos están en función de su posición dentro de un orden de sucesión diacrónico. En otras palabras, llevan la impronta de un determinado estadio de un largo proceso de adquisición de conocimiento que abarca a muchas generaciones. Hay una gran cantidad de ejemplos empíricos que apoyan esta afirmación. Y, sin embargo, a las personas que han crecido con los conocimientos más ricos y, en muchos aspectos, comparativamente más realistas, propios de sociedades más desarrolladas, por lo general no les es fácil comprender que su propio canon de pensamiento y su propia experiencia de la naturaleza como un proceso impersonal y sin rumbo fijo, pero estructurado, no son más que un producto tardío de un largo proceso de evolución. Les es difícil aceptar que grupos humanos cuyo caudal de conocimientos y cuya zona de seguridad y dominio representan una etapa anterior y, por ende, son mucho más limitados, puedan percibir y comprender el mundo según otro canon. No obstante, ese otro canon es una forma previa, esto es, una condición, y al mismo tiempo un paso hacia el canon actual. Aunque ricos en conocimientos, son incapaces de imaginar qué significa para un grupo humano ser pobre en conocimientos y, por consiguiente, también en bienes. Sufren, por decirlo en otras palabras, un entorpecimiento de su capacidad imaginativa: no pueden imaginar cuánto de lo que saben es posible no saber.