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Comisario, en realidad usted no conoció a mi hermano. La persona que era, el hombre, el trabajador que fue. Usted no lo conoció.
Es el mejor muchacho el mundo. Mejor dicho, era. Siempre alegre, siempre pensando en la empresa, nuestro oficio se lo inventó él. Éramos pobres, nos moríamos de hambre, teníamos un huerto que apenas nos daba para comer. Mientras Peppe estuvo con Maria Rosaria cuando eran jovencitos, se conformaba con lo que había.
Comisario, esa mujer le quitaba la voluntad a mi hermano. Teniéndola a ella, no necesitaba nada más.
Después, cuando ese otro se la benefició y le hizo un hijo, él se resignó, se puso a trabajar y nos cambió la vida a todos.
No sé si lo hacía para no pensar en ella o porque sin ella encontraba otros motivos, como el amor por su familia, pero era otro hombre. Poco a poco, con sudor y trabajo, nos convertimos en lo que somos. Todos trabajamos en la empresa, mi hermana, la que usted ha conocido, y otra, que no ha visto, y yo, que me ocupo de los carros y los animales, pero el que decide, el que elige, el que nos dice para dónde seguir es mi hermano. Sin él no somos nada. Sin él volvemos a ser los palurdos miserables de antes.
Yo a Ines la conocí hace tres años, todavía éramos unos críos. Ella no es de por aquí, vino con su hermana que, como le conté, trabaja de maestra. Nos enamoramos enseguida, pero no tenemos nada. Ella vive de su sueldo miserable y yo dependo de mi familia. Logré convencer a mi hermano y contrató a Ines para que nos echara una mano, y así, empezamos a tener esperanzas. Habíamos fijado una fecha para la boda, al principio viviríamos en mi casa y después nos construiríamos la nuestra.
Todo iba bien, comisario. Todo.
Y entonces, por una vez que no pude repartir los pedidos y tuvo que ir mi hermano, ahí fue cuando se vieron de nuevo.
Mala suerte, comisario. Negra mala suerte. Mala suerte para mi hermano, que dejó de estar tranquilo; mala suerte para Ines y para mí, que tuvimos que olvidarnos del casamiento; y mala suerte también para ella, para Maria Rosaria, por cómo terminó.
Mi hermano perdió la cabeza, continuó justo donde lo había dejado cuando la perdió. No trabajaba más, se gastaba todo nuestro dinero con ella, para estar con ella, para hacerle regalos a ella. Nuestros esfuerzos los veíamos en la casa de la madre de Maria Rosaria, que iba aumentando de habitación en habitación, mientras a mí, que soy su hermano, me decía que no había dinero para que Ines y yo nos casásemos, que teníamos que esperar. Por una puta, comisario. Porque eso es lo que era: una simple puta.
La culpa no era de ella, sino de mi hermano. Se había obsesionado, decía que sin ella no podía vivir, que no podía volver a perderla; y decidió que se casarían, nada menos.
Usted no se hace una idea de lo que supuso oírselo decir un domingo, durante la comida: quería casarse con ella. Ines y yo no podríamos casarnos nunca y la empresa acabaría en la ruina, lo perderíamos todo, porque mi hermano no tenía ojos más que para esa y no se iba a ocupar de nada más.
Lo decidimos justamente ese domingo, después de comer, Ines y yo. Había una sola manera de salvar nuestro futuro. Una sola manera.
Yo podía entrar tranquilamente por el portón lateral, todos me conocían porque iba a entregar la fruta y la verdura y, a menudo, también a llamar a mi hermano cuando perdía la noción del tiempo y se olvidaba de la humanidad entera. Era la hora de apertura, cuando todas las chicas están ocupadas y nadie se da cuenta de nada. Esperé a que mi hermano saliera y me colé en la habitación.
Quería saber qué había decidido Víbora. Si le decía que no a mi hermano, entonces la dejaría seguir viviendo.
Pero en cuanto me vio, me dijo: Quiero darle una sorpresa a tu hermano. Le contesto el día de Pascua, falta menos de una semana. Le digo que sí el día de Pascua. Lo hago esperar solo para llegar a la fiesta, y así retomamos el futuro que nos quitaron.
¿Lo comprende, comisario? Ellos retomaban su futuro y a Ines y a mí nos quitaban el nuestro. Por fin el amor, me dijo: ¿sabes tú lo que es el amor? A mí, justo a mí fue a preguntármelo. Una puta quería enseñarme a mí lo que es el amor.
Entonces agarré la almohada.
No noté enseguida que había perdido el cepillo de los caballos, al no encontrarlo pensé que se me había caído mientras llevaba el carro, me había ocurrido otras veces.
Yo quería a Maria Rosaria, ¿sabe? No soy un infame. Cuando era niño, como iba detrás de Peppe a todas partes, ella me trataba como un hermano pequeño; todavía lo recuerdo.
Nos tomaba el pelo diciéndonos: ahí vienen, Peppe la Fusta, delante, seguido de la fustita. Así me llamaba, comisario, fustita mía.
Yo quería a Maria Rosaria.
Pero volvería a hacer lo que hice. Cien veces lo volvería a hacer.