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Un resto de noche para no dormir.
Noche de cabellos canos esparcidos sobre una mesa de madera, en la oscuridad, con otros alientos en una habitación enorme, a saber dónde, a saber por qué.
Noches de pensamientos atropellados, de ideas firmes y miedos grandes, de desafíos y derrotas, de sensaciones firmes en el corazón.
Noche de conciencia limpia, frente alta y espalda recta, de convicciones confirmadas por lo ocurrido: y noche de conciencia sucia por el sufrimiento de los amigos y por la de los enfermos a los que se ha dejado en manos toscas e inexpertas.
Noche de temores por el día que vendrá, por el camino que conducirá lejos, por las batallas que no se podrán empeñar.
Un resto de noche, la que queda.
Noche de ojos verdes abiertos de par en par en la oscuridad, ante un sentimiento que abrigabas sin saberlo.
Noche de estrategias y movimientos, noche de silencio con imágenes que aúllan en la memoria.
Noche en busca de rostros y nombres que fijar en la mente a los que pedir y hasta suplicar.
Noche de temores por el día que vendrá, por las callejuelas que se recorrerán, por las batallas que deberán entablarse.
Un resto de noche, a la espera.
Noche de una mano dormida posada sobre el pecho, como todas las noches, para estar segura de encontrarte al despertar.
Noche alrededor de las camas de los hijos, contemplando el sueño perfecto, las bocas entreabiertas a las nubes y las estrellas y el futuro que tus manos sabrán fabricar.
Noche de incertidumbre, de inadaptación frente al posible dolor de un amigo, frente al silencio que tal vez lo envuelve.
Noche de temores ante el día que vendrá, ante la empinada cuesta por subir a primera hora de la mañana, ante la batalla que habrá que ganar.
En cuanto termine el resto de noche que queda.