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Dime, ¿tú sabes qué es el amor?
¿Tú que lo vendes a dos liras el servicio, cinco minutos para echarte encima mi aliento, sin tiempo para mirarte a los ojos, murmurar tu nombre, crees acaso que sabes qué es el amor? ¿Qué sabrás tú de las largas esperas, de los silencios amarrado a la angustia, esperando una palabra, sonrisa?
Este cuerpo tuyo tan blando que ahora siento moverse frenético debajo de mí, estas piernas largas y blancas que se agarran a mis caderas, ¿crees acaso que esto es amor?
¿Sabes? Yo vi el amor. Lo conocí, lo encontré. Está hecho de dolor y melancolía, angustias y regresos. No se consume en un instante; no nace y muere en lugares como este, con música de piano en el piso de abajo y olor a desinfectante. El amor está hecho de brisa fresca y flores, de lágrimas y carcajadas.
Tú, que me clavas las uñas en la espalda y arqueas la pelvis contra mí, tú crees que lo conoces, pero del amor no sabes nada.
Finges siempre, finges un placer que no sientes. Finges, con esos ojos pintados de negro, esa boca delineada como un corazón, ese lunar en la mejilla. Todo falso. Como los lujosos trajes de organdí, crespón y gasa estampada que, aquí dentro, en la llamada casa del amor, solo tú puedes permitirte, como el perfume francés que apesta el aire de este cuarto.
Yo conozco el amor verdadero: te despierta por la noche y te encuentra con el corazón desesperado y lleno de esperanza, con pensamientos que se convierten en sueños, con sueños que se convierten en pensamientos. No necesita de la música de los negros para que la sangre fluya más veloz por tus venas, ni del perfume para embotarte los sentidos.
¿Qué me responderías si te preguntara qué es el amor, tú que gimes bajo mis manos, tú que aprietas contra mí tu pecho?
Quizá te reirías, como no hace mucho, con tus dientes blancos, tus ojos negros y la mano en la cadera sedosa; y me dirías que el amor es esto, el cuarto de un burdel, sostenes de encaje, velas, raso, boa de plumas de marabú. Que el amor es el lujo, el bienestar, el no tener que pensar en cómo conseguir comida. O quizá me dirías que el amor dura poco, lo que tarda un servicio, y hay que pasar el resto de los días viviendo como se puede.
No temas, no te preguntaré qué es el amor. No esperaré más mentiras de tu boca pintada. Me conformaré con sentir, como ahora, tu cuerpo moverse bajo mi piel, al ritmo de la respiración. Cada vez más despacio, más despacio.
Y con no oír más tus lamentos, bajo la almohada que aprieto contra tu cara.