Especial 3: Una noche para los tres.

 
 

Revisó a sus pequeños una vez más. Después de un día lleno de biberones, pañales. Juguetes, risas, llanto y mucho amor, quería un tiempo valioso para ella y sus chicos. Se esmeró por prepararles una sorpresa que estaba segura les encantaría.

 

Sus pequeñas, dos gotitas de agua muy hermosas, descansaban en su Moisés. Apenas tenían dos meses de vida. Pam y Bianca eran unas bebés muy tiernas, delicadas, pero por encima de todo eso eran sus niñas, la luz de su vida. Cuando se enteró que tendría gemelas casi se va de para atrás, en su genealogía nunca existieron hermanos gemelos, en la de Jasón tampoco, no obstante la tátara abuela de Daniel fue gemela, no le costó mucho deducir quien era el padre de sus hijas.

 

Eso no afectaba la dinámica y la relación que tanto les costó conseguir. Aun tenía horribles pesadillas sobre los recuerdos escabrosos y tormentosos de su secuestro, la muerte de Bianca frente a sus ojos, la perdida de Astor. Cosas como esas marcaron su vida, le quitaron algo que no recuperaría, le arrebataron demasiado. Sin embargo existían cinco personas que la esperaban, cinco personas que eran su razón para continuar viviendo, cinco personas que le daban todo de sí para arrancarle una sonrisa. Por ellos ella abría sus ojos y continuaba con su vida, por ellos continuaba asistiendo a las terapias con Cleveland, por ellos volvería al mismo infierno con tal de verlos felices.

 

Acarició las cabecitas de sus bebés. Bianca y Pam estaban cuidadosamente arropadas, parecían unas muñequitas. Chicago las cubrió con un manto blanco, envolviéndolas para que no tuvieran frio. Solo podía distinguirse sus cabellos negros, como los de su padre. Eran tan parecidas a Daniel, así como Paris a Jasón. Cada vez que los veía no podía dejar de asombrarse ante los gestos, las facciones tan similares. Sus hijos eran una bendición, sus chicos un milagro. Esa felicidad que vivía la aprovechaba al máximo, esos dulces momentos que compartía con su familia los atesoraba en su memoria, los grababa en su alma. Porque a pesar del dolor, el sufrimiento, la angustia ante su pasado, su presente y su futuro no se verían manchados por ello. No retrocedería ni lo pensaría demasiado. Ahora era madre, esposa, a pesar de todo obtuvo un galardón que no vio venir.

 

Su pequeño Paris estaba en su cuna, durmiendo de lado, chupándose el pulgar. Chicago le sacó el dedito lentamente, lo cubrió con una sábana de Mickey Mouse, besó su cabecita y lo contempló con una mirada nublada por lágrimas de absoluta alegría. Sus hijos la dejaban pasmada, los admiraba ante sus ocurrencias. A pesar de que las gemelas eran unas bebés, ya podía definir su carácter. Bianca era peleona, aguerrida, siempre llorando más duro para atraer la atención de su madre. Siempre le daba guerra para cambiarle el pañal, era la que más comía. Pam, era como Daniel, calmada, tranquila. Lloraba poco, comía lo normal, se dormida primero. Paris no dejaba de mirarlas, consintiéndolas, ayudando inocentemente a su madre con el cuidado de las pequeñas, bajo la supervisión de Chicago. Él y Bianca peleaban. Ella no le permitía que le arrebatara la atención de su madre, él creía que se aprovechaba de su tamaño para molestar a su gemela. Ambas eran idénticas, pero para Paris Pam era muy pequeña. Tenía la costumbre de tomar su manita, sosteniéndola mientras Chicago le daba pecho, le dirigía una sonrisa a su hermano mientras tomaba leche. Se sentaba a su lado y pasaba sus deditos por su frente, quitándole esos mechones que estorbaban. Le daba besos en sus mejillas regordetas y siempre le decía a su madre sobre las horas en las que tomaban su siesta.

 

Era un protector nato, como su padre. Paris nunca perdía de vista a sus hermanitas, en especial a Pam, a quien no dejaba sola ni un segundo. Ya imaginaba cuando crecieran. Seguramente Paris, acolitado por sus chicos, mataría a los futuros pretendientes de sus hijas. De solo imaginarlo se le escapó una sonrisa. No quería que crecieran, aunque era inevitable, le dolía pensar que en algún momento se irían a hacer su vida. No que no los dejara hacerlo, permanecería a su lado apoyándolos siempre. Aun así no podía pensar en que tomarían diferentes rumbos, buscarían su camino y ella junto a sus chicos se limitarían verlos crecer y equivocarse, caer y ayudarles a levantarse. Por esa razón aprovecharía cada minuto de su niñez, se la gozaría al extremo. No eran una familia ordinaria, no eran una familia que seguía las reglas establecidas por una institución. Eran una familia grande, llena de sueños, de expectativas. Una familia que construía cada día una base sólida. Una familia poco convencional pero bastante funcional.

 

Sabía que no sería fácil que los aceptaran. Temía lo crueles que podían ser los otros niños, le asustaba que eso los marcara para siempre. Paris amaba a sus padres, entendía la maravilla de tener dos papás que lo mimaban y lo consentían. Siempre le hablaba de tal forma que pudiera comprender el entorno en el que vivía.

 

Por ahora se enfocaría en dar un paso a la vez, en protegerlos, cuidarlos, educarlos. Cuando el momento llegara, lo enfrentaría. No podía entristecerse por las mentes psicorrígidas de la sociedad, por su falta de entendimiento. Ella no tenía la culpa de amar a dos hombres maravillosos. Le daba igual que la consideraran una aberrada, una desviada, una enferma, nadie tenía la potestad para juzgarla, no cuando también tenían rabo de paja.

 

La habitación era demasiado grande para los tres, por ello siempre dejaba una cama para poder vigilarlos desde allí, para descansar junto a sus pequeños. En la mesita dejó un Walkie Talkie para bebés, para escucharlos y acudir a ellos de inmediato. Esa noche era para sus chicos, sin dejar de lado a sus hijos. Necesitaba compartir con ellos, tocarlos, besarlos, hacer el amor hasta saciarse. Desde el nacimiento de las gemelas su tiempo de valor juntos se redujo considerablemente, estaban concentrados en ayudar a su esposa, en apoyarla. El trabajo los convirtió en esclavos, Daniel iba y venía haciendo negocios, Jasón participaba en carreras y también era tutor de nuevas estrellas. La tensión sexual se volvió insoportable, era peor que cuando empezaron esa locura que los trajo hasta ese punto. Les dedicaban a sus hijos el cien por ciento de su tiempo, terminando exhaustos, dichosos, con una sonrisa que reflejaba lo que sentían en su interior.

 

Sin embargo ella necesitaba de sus caricias, de sus besos, necesitaba descargar toda esa lujuria que la tenía al borde de la locura. Demasiado tiempo sin hacer el amor, demasiado tiempo sin ser follada adecuadamente. Jasón le prometió que en cuanto nacieran las gemelas tendrían sexo hasta que lo dejara seco, era hora de cumplir esa promesa. Daniel tampoco se salvaría, le debía un par de besos, era hora de pagar.

 

Les dedicó una última mirada a sus niños, dormían plácidamente, ignorando el presente, la realidad. Besó sus frentes, cubriéndolos nuevamente. Estaba un tanto nerviosa dejarlos en aquella habitación solos, no quería parecer una mala madre, de alguna manera se consolaba dejando el aparato sobre la mesita de noche. Escucharía el más mínimo ruido anormal para ir a socorrerlos.

 

Se miró en el espejo, la bata de seda con flores rosadas cubrían su cuerpo. Su cabello no era tan ondulado como solía serlo, sin embargo seguía manteniendo su forma. Se delineó los ojos, se aplicó rímel morado, resaltando su mirada hambrienta. Se cubrió los labios de un rojo neutro, lo suficiente para despertar pasión sin parecer una zorra, aunque quería comportarse como una.

 

Se dirigió a la habitación que compartía con sus chicos, abrió una de las gavetas, sacó lubricantes de diferentes aromas. Quería dar ese paso en la intimidad. No tenía miedo, ellos no la lastimarían, la conocían demasiado bien para saber cuándo parar. De solo pensar en ser llenada por ese agujero estrecho y oscuro se le humedecieron los muslos, los pezones se le endurecieron, la boca se le hizo agua. Iba a ser una noche ajetreada, estaba lista para ello.

 

Sus chicos llegaron a casa. Daniel fue a recoger a Jasón al aeropuerto. Estuvo en Australia por tres meses participando en una carrera importante. Aunque no ganó el primer lugar el tercero no era tan malo. Tres putos meses lejos de sus hijos, de su Fresita. Era insoportable, desgarrador. Cada que podía se comunicaba con ellos, Chicago le permitía hablar con  Paris, quien no paraba de balbucear y charlar con su papá. Eso era suficiente para quitarle el mal sabor de una ausencia que lo estaba matando. Una ráfaga de aire cálido se extendía por su pecho cada vez que su pequeño lo nombraba, o cuando escuchaba los ruiditos de las gemelas. Aun seguía impresionado de ser parte de una familia tan increíble. Ese era su premio, mejor que cualquier trofeo.

 

No perdía el tiempo tonteando con chicas, la oportunidad siempre estaba allí, pero no perdería su hogar por unos minutos vacíos con mujeres a las cuales no recordaría. Ya tenía a una chica de cabellos castaños y mirada sensual esperándolo en casa, junto a sus hijos. Estaba agradecido por tener un lugar al cual llegar, una mujer que lo amaba y siempre lo recibía con una sonrisa en sus labios sin importar cuan cansada estuviera. Unos preciosos niños que lo volvían papilla. Un amigo incondicional que lo alentaba y lo tranquilizaba. Definitivamente lo que tenía no lo comparaba con esa soledad que fue su vida, a unas cuantas chicas de las que ni siquiera se acordaba, momentos efímeros que solo perforaban su alma. Ahora tenía mucho más de lo que podía aspirar, era más que suficiente.

 

Daniel continuaba con los negocios que dejó Samuel, y también conseguía los suyos. Todo el estrés de un día difícil lo dejaba al ingresar a su casa y ver a Chicago sosteniendo a sus pequeñas, con Paris pululando como una mariposa. Esa imagen era suficiente para empañarle los ojos. Tanta oscuridad en su vida se difuminó al conocer a Chicago Adams. Sus frustraciones, sus carencias no valían nada cuando la recompensa estaba frente a sus ojos. Siempre que llegaba dejaba todo en el suelo y sostenía a sus niñas. Bianca abría sus ojitos y le sonreía, él le besaba a frente y la arrullaba. La pequeña era mucho más obediente con su padre. Al sostener a Pamela se encontraba con su propio reflejo, tan serena, tan tranquila. Ambas eran la luz de su vida. Su corazón se detenía siempre que las tenía en sus brazos. Eran todo un milagro después de la pesadilla que tuvo que vivir. Ser parte de la concepción de seres tan diminutos, delicados, frágiles, lo conmovían a tal punto que terminaba llorando, otras riendo, balbuceando con ellas. Se convertía en otro bebé cuando alzaba a sus hijas.

 

Jugaba con Paris, le traía juguetes y le enseñaba a dibujar. Le recordaba a Jasón, lo impetuoso que era. Todo un tornado en tamaño personal. Le daba ciertos dolores de cabeza a Chicago, pero él estaba ahí para ayudarla con la carga. Los niños eran una responsabilidad de tiempo completo, por lo que procuraba trabajar desde casa, dejar sus pendientes al día y dedicarse a sus hijos, aunque en ocasiones debía salir de casa para atender otros asuntos. Nada lo hacía más feliz que salir de esos embrollos y refugiarse nuevamente en su hogar.

 

Al llegar, Jasón se dirigió a la habitación de sus pequeños. Dormían plácidamente, sus mantitas cubriéndolos hasta de un huracán. Depositó el muñeco de Iron Man que trajo para Paris. Acarició su cabeza, besó su mejilla. El pequeño se removió un poco, pero no lo despertó. Fue hacia las gemelas, eran tan bonitas que quería apapucharlas todo el día, pero seguramente a Bianca no le gustaría eso, la conocía para saber que arrancaría a llorar. Les dio un beso en la frente, acariciando sus mejillas rosadas.

 

Daniel hizo lo mismo, besó a Paris en la frente, peinando su cabello. Luego saludó a sus pequeñas, besando sus cabecitas, sus mejillas. La habitación estaba meticulosamente ordenada. Los juguetes en un estante, la cama tendida. Lo que estaba fuera de lugar era el Walkie Talkie en la mesa de noche. Curioso, salió de la habitación para dirigirse a la suya. Jasón dejó sus maletas a medio camino, siguiendo a Daniel. Al abrir se encontraron con la mujer que les arrancaba un suspiro, justo como ahora. La tenue luz le daba un toque misterioso, inquietante, delicioso. Un olor a incienso llenó sus fosas nasales. Lo que los descolocó un poco fue visualizar lubricantes en la mesa de noche, junto al Walkie Talkie.

 

Chicago los observaba cautelosa. Una sonrisa secreta se extendió por su rostro. Los chicos se miraron de reojo, inquietos ante la imagen inofensiva de su mujer. De inofensiva poco o nada tenía, solo fingía, preparándolos para la entrada principal. Se acercó a Jasón, tocando sus hombros para que se relajara. Descendió sus manos por sus brazos fornidos para pasar a su pecho. Jasón se envaró, las alarmas se encendieron. Ella lo acariciaba con una decadencia que lo endureció. Las yemas de sus dedos delineaban su pecho, subiendo y bajando. Pasó sus manos nuevamente hasta llegar a su cuello, deslizando sus dedos en aquel lugar que le hormigueaba, lo prendía. Esa era toda una bienvenida, la mejor y más esperada.

 

—Te extrañé—expresó Chicago, enrollando sus manos para que sus rostros quedaran a la misma altura. Jasón tragó saliva. Su aliento lo noqueaba, su respiración chocaba contra su rostro, cada vez más pesada—. ¿Te portaste bien?—Inquirió algo celosa, él sonrió.

 

—Demasiado bien—suspiró colocando sus manos en sus caderas, sintiendo una tela más gruesa debajo de la bata—. Solo pensaba en metértela, Fresi. Me masturbaba pensando en tu boquita tragándose mi pito, en ti sudorosa corriéndose mientras te doy como te gusta. Llenabas mi mente, amor, mi alma, mi vida entera. Te quería allí en mi cama, a nuestros hijos. No quiero irme tanto tiempo de nuevo—afirmó sombrío.

 

—No pienses en ello, más bien piensa en que no tendrás que tocarte porque estarás llenándome. —Llevó una de sus manos su erección apresada en sus pantalones. Lo estimuló lo suficiente para dejarlo jadeando.

 

Con una sonrisa traviesa se apartó de él, acercándose a Daniel, quien los miraba con ansias de ser incluido. Chicago acarició las solapas de su traje, sacándole lentamente el saco hasta que cayó al suelo. Abrió los primeros botones de su camisa, besando su cuello, arrancándole gemidos varoniles, de agonía pura, de deseo contenido. Estaba igual de duro a Jasón, deseando sumergirse entre sus piernas, penetrarla hasta que ambos quedaran saciados.

 

—Chiqui—murmuró. Con un movimiento diestro e inesperado, la agarró de las piernas, alzándola mientras devoraba sus labios. Nunca lo había visto tan desesperado, tan ansioso. Al parecer no era la única que padecía lentamente al no tener el contacto deseado durante tantos meses.

 

La colocó sobre la cama, abriendo la bata, chocándose con una vista exquisita. Usaba un  corsé rojo de líneas doradas, lazos en la parte delantera para ser arrancadas con rapidez. Su mirada se dirigió hacia sus bragas de color negro, apenas y cubrían su sexo.

 

—Dios todopoderoso. Que alguien te salve de lo que quiero hacerte. —Una de sus manos se deslizó por uno de sus pechos, acariciándolo por encima de la tela. Chicago gimió, empapada, tanto que Daniel tenía que sentirlo. Ese toque leve la hacía hervir, la calentaba.

 

La ansiedad por tenerlos se incrementó tanto que no quería preliminares. Con urgencia necesitaba ser penetrada o moriría de combustión espontánea.

 

—Puedes hacer lo que quieras—dijo rozando su sexo contra su erección aun apresado—. Ambos pueden. —Le dirigió una mirada a Jasón, estaba estático, tocándose el miembro por encima del pantalón. Definitivamente aprobaba su vestimenta siempre y cuando la usara para ellos dentro de la casa.

 

—Ya la oíste—pronunció Daniel a punto de estallar—. No la hagamos esperar más.

 

En cuestión de segundos se deshicieron de sus ropas, quedándose en sus bóxer. Con dedos agiles, Daniel desenredó el pequeño nudo en la parte superior del corsé, quitando el cordón hasta apreciar la piel de su esposa, parte de sus montículos. Jasón se ubicó a su lado, inclinándose para besar con fervor a Chicago. No escatimaba en delicadezas, tampoco se media. Ambos se extrañaban, se añoraban.  Ese beso solo era el aperitivo de lo que sería la noche. Su lengua invadió su boca, tomando su aliento, absorbiéndolo como suyo. Mordía sus labios, los succionaba a tal punto que la hacía poner sus ojos en blanco. Ellos estaban en todas partes, tocándola con adoración, cubriéndola con sus cuerpos. No tenía espacio para pensar con claridad, ni siquiera para respirar normalmente.

 

Dio un respingo cuando las manos de Daniel alcanzaron sus pechos cargados de leche materna. Sus pezones erguidos como si quisieran perforar la tela. Abrió el corsé, pasando sus dedos por sus copos pesados, bajando por los laterales, tocando sus costillas, su vientre. Jasón hizo su camino por su cuello, dando cortos lametazos para luego atacar con besos que dejaban marcas. No le importaba, de hecho quería tener una marca irrefutable de una noche desenfrenada.

 

Sin perder el tiempo, Daniel descubrió uno de sus senos, llevándolo a su boca. Jasón, al observarlo, imitó a su amigo, bebiendo de su pecho, probando la leche que tomaban sus hijas. Chicago cerró los ojos, hundiendo los dedos en el cuero cabelludo de sus chicos. Daniel besaba el pecho, apretándolo para sumergir el pezón en su boca, envolviéndolo en su boca caliente. Dejaba de hacer eso para besar su seno, hacer círculos con su lengua como si fuera un espiral y luego volver a ponerlo en su boca. Se dejaba llevar, su ternura seguía allí, suavizando sus toques.

 

Jasón succionaba con fuerza, amamantándose de su pecho. Mordía el pezón y lo jalaba hasta que el útero de Chicago se contraía. Volvía y atacaba, probando su sabor de forma insistente. Ambos manejaban las cosas de manera distinta. Daniel era suave, lento, paciente pero insistente. Jasón iba por todo, no perdía el tiempo. Sus toques rudos la tenían revoltosa bajo su peso. La manera tan suya de tocarla la deshacían, la desintegraban. En la habitación solo se escuchaban, gemidos, succiones, quejidos de placer. Era su noche, una noche en la que la lujuria y el descontrol tomaban las riendas.

 

—Ahora entiendo porque las gemelas siempre quieren tus pechos. Tu leche sabe deliciosa. —Reafirmando lo dicho, Jasón atacó de nuevo su pecho, haciendo sonidos de aprobación.

 

—Toda ella es deliciosa—afirmó Daniel, bajando por su vientre, besándola, lamiéndola, tocándola. Llegó hasta el lugar preferido por ambos: su sexo palpitante y húmedo. No le quitaría las bragas, de hecho solo apartaría la parte que cubría sus pétalos y se entretendría allí.

 

Jasón se posicionó arriba. De un solo tirón se bajó el bóxer, liberando su pene dolorosamente endurecido. Unas gotitas blancas se asomaban en el glande, venas gruesas se marcaban alrededor de su falo. Acarició la mejilla de su Fresita, llamando su atención, ella abrió los ojos, se lamió la boca con anticipación. El miembro de Jasón brincó emocionado, ella le daba permiso para tomar sus labios, él no estaba dispuesto a retirarse.

 

—Quiero probar tu leche. —Eso solo hizo que la ansiedad de Jasón creciera a niveles escandalosos. La mirada cándida y excitante de su esposa lo invitaba a continuar. Se inclinó sobre ella, apoyando sus puños en la cama, dándole acceso a su miembro.

 

—Fresi… —Se quedó a media frase cuando ella sacó la lengua, apenas tocando la punta del glande. Eso fue suficiente para que el terminara de meter el tronco en su boca, ella lo recibió con un gemido de gusto. Por la posición en la que estaba le era difícil mover la cabeza, por lo que Jasón rotó las caderas, llegando hasta donde podía. Metía y sacaba su pene sin cesar, en ocasiones hundiéndose en su garganta, sintiendo como Chicago atrapaba su glande, apretándolo. Jasón sostenía su cabeza, enredando sus cabellos en sus dedos. Se retiró un poco para dejarla respirar, luego continuaba hundiéndose, reclamando su cálida boca. Iba demasiado rápido, demasiado pronto, no obstante no podía refrenarse, necesitaba vaciarse porque sus bolas pesaban demasiado, la espera eterna lo destrozaba. Su chica levantó una de sus manos llevándola a su verga, meneando su miembro. Él volvía a su garganta, ella lo estimulaba con la mano. Sincronizaban de forma perfecta.

 

Daniel inició su seducción. Levantó una de sus piernas, besando el empeine, chupando el dedo gordo. Aquel gesto fue suficiente para que pequeñas descargas se dirigieran a su centro, provocándole dulces convulsiones que se contraían su sexo. Su esposo siguió el recorrido hacia sus muslos, dejando marcas de besos, succiones delicadas en su muslo interno. La chica quiso cerrar sus piernas, temblorosa, con el pene de Jasón en su boca, gimiendo, enviando vibraciones enloquecedoras a lo largo de su tronco. Eso fue suficiente para que derramara algunas gotas de su semilla en la lengua de su esposa. Apretó los dientes, deseando durar un poco más, disfrutar de esa boquita indecente.

 

Cuando el pelinegro llegó a su entrepierna, la besó por encima de la tela, ella se arqueó, tomando todos los centímetros restantes del miembro de Jasón en su boca. Él puso los ojos en blanco, derramándose en su garganta. Estaba tan cargado que su chorro espeso y abundante le dificultaba la respiración a Chicago. Le costó trabajo sacarlo de su boca, pero no iba a ahogarla. Terminó de correrse en sus labios, en su barbilla, quedando seco. Ella lo saboreó, lamiendo los restos que dejó sobre sus labios, gimiendo desinhibida, laxa, pero apenas satisfecha. La noche hasta ahora comenzaba, lo sabía porque su esposo introdujo los dedos en su sexo, demasiado caliente, húmedo, resbaladizo. Jasón recuperaba su norte, embriagado de la visión apetitosa de su Fresi tomándose su semilla. Eso fue suficiente para que su amigo se recuperara.

 

—Sabes… genial—gimió mientras Daniel movía los dedos en su interior. Con el pulgar jugaba con el clítoris, tenía dos incrustados en su sexo. Estaba lista, demasiado a decir verdad. Ya podía sentir los espasmos de un orgasmo a punto de arremeter contra ella. Aun no podía darle eso, no quería que se corriera sin que su miembro fuera testigo de ello.

 

Daniel sacó sus dedos, acostándose en la cama. Con una mano le indicó a Chicago que lo siguiera. Ella, estremecida, se ubicó sobre él, sintiendo su pene endurecido contra su muslo.

 

—Quiero tenerte sobre mí, Chiqui—explicó tomando uno de sus pechos. El corsé estaba sobre la cama, Jasón se había levantado por uno de los lubricantes. Las bragas estaban en su sitio, a punto de ser ensuciadas—. Móntame, déjame disfrutar de ti cabalgándome. No quiero perderme de nada, cariño.

 

Asintiendo, con las mejillas sonrosadas. Chicago tomó la furiosa erección de su esposo, guiándolo a su interior. Mientras descendía abría la boca, inclinaba su cabeza hacia atrás, disfrutando el modo en que la estiraba, se abría paso en su interior. Daniel le ayudaba colocando sus manos en su cintura, empalándola como quería, observando sus sexos unidos, como lo tomaba en su interior hasta que su falo desapareció en el interior de su esposa.

 

A punto de moverse, Daniel la detuvo. Frunció el ceño extrañada, pero al ver la mirada de su esposo, la complicidad que reflejaba, obedeció. Mientras la sostenía, percibió a Jasón colocándose tras ella, gimió al sentir un gel frio entrando en su trasero. Los dedos de Jasón eran largos, gruesos, entraban pausadamente, dilatándola para una intrusión mayor. De solo pensarlo terminó empapada, lubricando el pene de Daniel, quien resistió el impulso de perforarla hasta gritar como animales. Los dos tomarían el cuerpo de la mujer por la que lucharon, por la que pelearon. A la chica que cada día los enamoraba, la que les había dado un maravilloso hogar. Jamás podrían devolverle lo que ella les había dado.

 

—Jasón se unirá—informó clavándose aún más sin moverse—. Queremos que estés tranquila. Si no puedes soportarlo nos detendremos.

 

—Yo pararé en cuanto me lo pidas, Fresi—advirtió. Se aplicó un poco más de lubricante, incrustándolos de nuevo en ese anillo diminuto y estrecho—. Me oprimes los dedos de una forma fascinante. No veo la hora de meterla.

 

—No nos hagas esperar. Estoy lista para hacer esto. Quiero tenerlos a ambos en mi cuerpo, ahora—proclamó agarrándose del cabestrillo de la cama, ofreciéndole una vista inigualable de su trasero.

 

Se posicionó detrás de ella de tal forma que su miembro quedara alineado a su trasero. Daniel se estiró bajo ella, moviéndose un poco en su interior, ella jadeó, apretándolo. Jasón se aplicó lubricante en el pene, masajeándolo hasta empaparse. Estaba más duro de lo que alguna vez recordaba. Sudaba, el corazón le iba a mil, le costaba respirar debido a la nueva experiencia. Por ningún motivo lastimaría a su Fresi, preferiría cortársela antes que hacerle daño. Le daba un gran voto de confianza que no podía manchar.

 

La tomó de las caderas, acercándola a su miembro. Acarició su cuello, su cabello. Besó su sien, tranquilizándola con sus manos, con sus palabras, con lo que tenía al alcance.

 

Introdujo el glande y unos cuantos centímetros. Chicago abrió los ojos, se agarró con fuerza al cabezal de la cama, percibiendo con impresión infinita como el miembro de Jasón entraba en su trasero. No podía negar que le dolía. Recordó que solo lo hizo una vez y no fue nada placentero, por eso no quería volver a intentarlo. No obstante quiera regalarle esa fantasía a su chico, sin negarle nada, entregándose a ambos en un solo acto.

 

Con los dientes apretados, Jasón se alojaba en su agujero. Era demasiado apretado, lo exprimía de tal forma que algunas góticas de su esencia se vieron derramadas por ello. Controlaba la penetración para que a Chicago no le doliera. No escuchaba ningún grito o quejido de su parte, pero eso no quiera decir que no fuera incómodo para ella. Descansó una mano en la parte baja de su espalda, brindándole calor a aquella zona en la cual él interrumpía con una excitación que lo dominaba. Al sumergirse por completo en su interior, ella gimió, completamente llena, cautiva en los brazos de los hombres más intensos que había conocido. Realmente le costaba respirar, incluso hablar. Si hacia algún movimiento el pene de Jasón se incrustaba aún más, algo a lo que todavía no estaba preparada.

 

Jasón fue el primero en hacer los honores, besando su espalda, mordiendo, haciendo su camino hasta su oreja. Daniel se sentó, metiéndose hasta ese punto que le producía temblores interminables. Apretujó sus pechos entre sus manos, incitándolos, preparándolos. Añadió a sus manos su boca, tomando uno de los pezones para entretenerse. Ella lo sostuvo, evitando que se alejara. Jasón tomó su barbilla, volteando su rostro para besarla. Su lengua y la de ella se atacaban entre sí, se probaban, se acariciaban. Unieron sus labios en un beso lascivo, profundo. Eso fue suficiente para distraerla y comenzar a deslizarse. No tenía prisa, no quiera arruinarlo, se sentía demasiado bien como para joderlo. La penetraba como si tuvieran todo el tiempo del mundo aunque ambos sabían que no era así. Con una mano sostenía su cadera, con la otra la barbilla mientras avasallaba su trasero. La sensación era increíble, gloriosa. Jasón marcaba esa parte a fuego lento, entraba y salía con cuidado, permitiendo que su ano se acoplara a su miembro bestial.

 

—Es mi turno—Chicago arqueó la espalda al sentir a Daniel movía sus caderas, llevando el mismo compas de su amigo, pero un poco más rápido.

 

La sensación era inigualable, escalofriante, inimaginable. Ambos rozaban su interior, marcándola de una forma difícil de comprender. Sonreía mientras que sus chicos la sometían en un baile abrasador, ardiente. Eran una unidad en toda su extensión. Jasón iba lento pero fuerte, cuando la llenaba era demasiado para ella, aun así lo disfrutaba. Cuando salía Daniel entraba. No podía pensar, ni siquiera articular palabra alguna. Estaban fuera de sí, invadiendo sus sentidos, su cuerpo. Era la experiencia más caliente de toda su existencia, algo como eso no se olvidaría jamás.

 

—Joder Chicago, me la vas a partir. —Jasón ganaba confianza, arremetía pausado pero imprimiéndole fuerza, una fuerza que podía partirla en dos. Él lo sabía y por ello no iba a perder la cabeza aunque le costaba trabajo.

 

—Chiqui, ¿cómo se siente?—Ella no pudo formar una oración coherente, por lo que Daniel la atormentó moviéndose de una manera demencial—. Cuéntanos, amor. ¿Se siente bien? ¿Te hacemos daño?

 

—N… no… Mierda… los mataré… si… paran—balbuceó. Jasón retomó el beso, esta vez agarrando su cabello, sosteniendo su cadera con la otra mano, intensificando sus penetraciones cada vez más enloquecedoras, tocando la delgada línea que la hacía delirar. Y ni que decir de su esposo, quien rebosaba aquella parte con entusiasmo. Jasón incrementaba sus empujes, pegando su pecho a la espalda de Chicago, que a su vez pegaba sus pechos al de su esposo. La fuerza con la que se movía fue suficiente para que Daniel terminara acostado, Chicago sobre él gritando, sus chicos bramando como salvajes.

 

Chicago aruñó los hombros de su esposo, enterrando su rostro en su cuello, marcándolo. El orgasmo se avecinaba, lo percibía y ellos también. Eso fue un estimulante para apresurar el salto al lugar de preferencia para los tres. Jasón soltó su rostro, la agarró de las caderas y comenzó una rutina de movimientos rápidos y certeros que la hacían poner sus ojos en blanco, perdida en el limbo del deleite en el cual quiera hospedarse para siempre.

 

— ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡¡Es demasiado!!—Chilló con los ojos vidriosos. A pesar de que tenían formas diferentes de amarla, el frenesí que empleaban la dejaba en la deriva mental. Daniel era suave, sin embargo era una suavidad camuflada de dureza, de penetraciones implacables y arrolladoras. Jasón, hacía mucho que perdió los estribos. Embestía con jadeos guturales que indicaban que estaba a punto de terminar, al igual que ella, añadiendo un toque rudo digno de él.

 

— ¿Nos… detenemos?—Logró preguntar Jasón ante la neblina que cubría su razonamiento. No podía controlar sus arremetidas, sus caderas tenían vida propia. Iba y venía como quería. La manera en la que su trasero lo apretujaba le consumía cualquier pensamiento de dulzura. Sin embargo si ella lo pedía se detendría en el acto.

 

— ¡NO! ¡¡Cállate!!—Bramó lanzando un gemido agudo, uno que muy seguramente despertaría a todo el vecindario. No podían controlar la situación, tampoco querían. Sin embargo podrían despertar a los bebés y quedarse a mitad de camino. Chicago optó por silenciar sus gemidos tapándose la boca. Enrolló sus dedos en las sabanas. No podía resistirlo, estaba a punto de terminar y ellos continuaban sometiéndola.

 

Gimió a todo pulmón contra su mano, convulsionando, cayendo a un mundo completamente nuevo. Las estrellas nublaron su visión, el cuerpo entero le parecía agua. La cabeza le palpitaba. Parecía estar en un exorcismo porque sus ojos no dejaban de ponerse en blanco. No podía comparar cualquier orgasmo que alguna vez haya tenido con el que este. Le sobrepasaba, se estrellaba con su ser una y otra vez. Quemaba cada partícula de su cuerpo y la renovaba. Demasiado agudo siquiera para respirar. Eso se debía a la unión insondable con sus chicos. La energía de ellos entraba y salía de ella, al igual que sus vergas. Continuaban prolongando esa sensación extraordinaria. Sonreía como boba, gimiendo de gozo.

 

—Chiqui… me corro. —Fue solo decirlo y Daniel se encontró acabando en el interior de su esposa, descargando un chorro acumulado por la falta de sexo descontrolado como el que Vivian.

 

—Mierda… yo… ¡Mierda!—Una última embestida fue el final de Jasón, quien volvió a correrse, esta vez en el interior de Chicago. Ambos la llenaban con su esencia. La embadurnaban con su semilla espesa y caliente.

 

Al terminar, Jasón se salió con cuidado antes de caer sobre ella y herirla. Se desplomó como un costal en la cama. Si alguna vez volvía a irse por un largo tiempo acudiría a aquel recuerdo y se masturbaría hasta quedarse dormido. Sin duda alguna el cuerpo de su Fresita recibía todo de él.

 

Daniel acarició sus pómulos, su cabello, besó su nariz. Ella se dejaba hacer, completamente exhausta, rendida. Sin duda alguna la mejor experiencia para los tres, no solo porque fue el sexo más alucinante de sus vidas, sino porque en el acto desnudaron sus almas, le demostraron lo mucho que se preocupaban por ella, lo mucho que querían cuidar de ella. A pesar de que el limite podía romperse, Jasón fue espectacular, su desempeño admirable, al igual que Daniel. Estaba saciada, lo sucedido compensaba los meses de sequía.

 

—Joder, fue… fue…

 

—De otro planeta—completó Daniel con una sonrisa—. Si Chiqui lo aprueba podríamos hacerlo más seguido.

 

—Lo apruebo mil veces—dijo agitada—. Es más… podríamos descansar y cambiar. Daniel atrás, quiero tenerlo aquí—señaló su trasero. El miembro de su esposo se agitó con violencia. La sola mención volvía a ponerlo duro. Chicago jadeó, succionándolo. Aun no se recuperaba, además debía ir a checar a sus pequeños.

 

Llevó una mano a la unión de sus sexos, sacando a Daniel de su interior. Ella se acostó en medio, con una sonrisa que estiraba la piel de su rostro. Sus chicos dieron la vuelta, enfocándola. La abrazaron, quedándose dormidos y completamente agotados.

 

Que mejor bienvenida para Jasón, que mejor regalo para Daniel, que mejor mezcla para Chicago. Los tres encontraron lo que muchos buscan: Un amor capaz de aceptar al otro sin condiciones.

 

Fin.

 

 
 
La propuesta
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