Capítulo 23: Armonía
Apenas pudo percibir el pequeño rayo de sol asomándose por su ventana. Chicago abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a la luz que golpeaba su rostro. Intentó incorporarse pero fue inmovilizada por piernas y manos sobre su cuerpo desnudo. Se asustó, pensó que lo que sucedió la noche pasada era solo un invento de su mente, una broma para no enloquecer, no obstante la prueba yacía a su lado. Dos hombres cubriéndola con su cuerpo, apretujándola para que no huyera. Sonrió como una tonta, era real, ellos estaban ahí, con ella, aceptando, conviviendo, cuidándola. Sus dos amores la tenían agarrada de todos lados. Ella pensaba que estaba completamente desnuda hasta que notó que sus bragas estaban en su lugar. Su rostro se tiñó de un rojo escarlata. Habían compartido tanto en esa noche tan maravillosa, fue incomparable. Su corazón vibró con intensidad al recordar la manera en la que la tocaron, la besaron, la acariciaron, y la hicieron llegar al delirio una y otra vez. Quería salir a correr como si estuviera poseída y gritar que estaba con los hombres más especiales sobre la faz de la tierra. Deseaba que los demás tuvieran envidia por tener los corazones de dos chicos que harían suspirar a cualquiera. Todo ese mar de sensaciones golpeando su cuerpo una y otra vez. Su sonrisa se ensanchaba con cada recuerdo, aquella nube oscura que llovía sobre su cabeza desapareció por completo, el brillo del sol palidecía con el de su alma. La plenitud era todo lo que tenía, la felicidad por fin era palpable. Tenía todo lo que deseó y solo rogaba porque funcionara.
Se incorporó lentamente, intentando no despertar a sus guardianes. Ambos se veían adorables dormidos. Jasón tenía la boca abierta, murmuraba cosas incoherentes. Por otro lado, Daniel estaba boca abajo, roncando profundamente. Chicago intentó no reír por la imagen de ellos tan despreocupados, tranquilos, se llevaría ese retrato mental en su corazón como su primer día del resto que llevarían juntos.
Dirigió su mirada al reloj y se sorprendió por la hora, era casi mediodía. Estaba impresionada por lo mucho que durmió. Como no hacerlo si estuvo rodeada del cielo y el infierno, siendo bendecida por el calor de esos hombres que vinieron en su búsqueda. Estaba tan agradecida porque todo salió mejor de lo que alguna vez imaginó. Las cosas tomaron un rumbo inesperado, aunque deseado. Suspiró, arrastrándose hacia el final de la cama con cuidado de no despertarlos, debía cumplir con sus obligaciones, porque a pesar de tener un jefe tan malnacido como Joshua debía cumplir como empleada. Además quería ver a su amigo, explicarle muchas cosas y presentarles a los dueños de su corazón.
Tomó una toalla que estaba en la repisa y se introdujo en la ducha, se remojó el cuerpo y se enjabonó rápido para cumplir con su itinerario. Daniel y Jasón se pondrían furiosos con ella por seguir trabajando con un ser tan abominable como Joshua. Ella quería hacerles entender que por encima de eso estaba su pasión por su trabajo, amaba lo que hacía, quería superarse y lograr más de lo que podía dar. Ella sabía que ese no era un lugar para seguir trabajando, pero por el momento se dedicaría a disfrutar de su trabajo y de la dulce compañía.
Mientras lavaba su cabello bajo el chorro de agua, unas manos rodearon su cintura, pasando las yemas de sus dedos por su vientre, dejando besos por su cuello. Un miembro duro se frotaba contra su trasero. Ella jadeó y saltó por el pequeño susto que se llevó. Intentó dar la vuelta, pero aquellas manos traviesas se deslizaron por sus pechos, masajeándolos en círculos, luego apretujándolos con suavidad, pasó a estimular los pezones ya endurecidos y deseosos. Chicago gimió de gusto, frotándose contra el miembro, relajándose contra su cuerpo, jadeando por esos toques tan expertos que la tenían completamente despierta.
—Jasón—murmuró completamente ida por las caricias de su demonio, así lo llamaba en su mente. Era travieso, pícaro, encantador de una forma perversa sin ser malvado. Le encantaba que la provocara, y que mejor manera de hacerlo que en la mañana.
—Buenos días, mi Fresita. —Lamió su cuello, saboreando un poco de champú que caía por la curvatura de su cuello. Su lengua despertaba cada fibra de su cuerpo, la dejaba sin habla, solo podía gemir y jadear, acorralada por la lujuria que se instalaba entre sus piernas—. Me imaginé que esta era la forma más educada de saludar a mi reina—sonrió sobre su hombro, dejando suaves besos, lamiendo lentamente. Siguió el camino por la columna vertebral, la piel de Chicago se estremeció, Jasón continuó besando, lamiendo hasta llegar a sus glúteos bien redondos. Los besó y los mordió suavemente, ella chilló, deseando que nunca parara de morder su trasero. Jasón se entretuvo en esas mejillas redondas, suaves y bien formadas. Mordió una vez más, lo suficiente para no lastimarla. Luego, lamió aquel agujero pequeño y apretado, Chicago saltó y se apartó cuando intentó introducir la lengua
—¡¡Jasón!!—Exclamó exaltada, con el rostro completamente rojo. La única vez que la penetraron por ahí, le dolió demasiado, tanto que le costó caminar correctamente. No se sentía precisamente bien cuando pensaba en eso, mucho menos que alguien quisiera hacerle cosas a su trasero.
—No me pude resistir. —La volteó. Sonrió al verla sonrojada, con el cabello húmedo, los pezones endurecidos, y seguramente húmeda en la parte de abajo. Estaba con ella, no había sido producto de una fantasía, ni una proyección mental. Era ella, su Fresita, su preciosa Chicago. Estuvo dentro de ella, terminó en su interior, le dijo que lo amaba. No existía mejor cosa en este mundo que la mujer de su vida por fin lo viera con buenos ojos—. Tienes un trasero tan sexy que… carajo solo me pongo más y más duro por ti, Fresi. —La miró con tal intensidad que la dejó mareada. Sin dejarla siquiera refutar, la besó, su lengua se paseó por su paladar provocando un corto circuito en la lógica de Chicago. Ella lo siguió, hundiendo su lengua, saboreando su sabor adictivo, enredando sus manos en su cabello ya húmedo. Su cuerpo se relajó, su alma por fin descanso, su tormento llegó a su fin. Aquellos pensamientos que consideraba prohibidos eran un hecho, le importaba poco lo que pensaran, o lo que podía pasar, solo esperaba que los tres lograran llevar la relación hasta la muerte.
—Eres un chico malo—susurró Chicago contra sus labios, mordiéndole el labio inferior, luego atacando como si tuviera hambre, y la tenía, quería comérselo en esos momentos. Se devoraron como si fuera la última vez que fuesen a verse, la intensidad de sus besos se prolongó hasta que se apartó para tomar aire.
—Tú me haces ser un chico malvado. —Arqueó una ceja, besándola nuevamente. Apretó su trasero, acercándola a su erección lista para bombear en su interior. Palpitaba ante la anticipación, se endurecía mas, esperando el permiso para que su Fresi abriera ese portal tan dulce que poseía.
—Gracias por estar aquí—dijo Chicago con una amplia sonrisa, rodeando su cuerpo mientras lo miraba—. Sé que esta es una posición incómoda para ti porque esto que quiero no es lo usual. Pero realmente quiero intentarlo. Luché contra el impulso, intenté razonar, rogaba por una idea clara de lo que debía hacer. Cuando más luchaba, aquellos sentimientos se aferraban a mí y ya no lo soporté más. Solo espero que estés de acuerdo y quieras intentarlo—le confesó con preocupación, aun no estaba del todo segura de que quisieran estar con ella bajo esa condición tan particular. Estaba esperando a que alguno de ellos tomara sus cosas y la dejara atrás, con el corazón hecho pedazos.
—La única posición incomoda es la de estar así, todo duro y con ganas de follarte como un animal—le mordió la oreja, ella se aferró a su cuello para no derretirse y caer como una tonta—. Siendo totalmente honestos, me sorprendió tu decisión. Siempre pensé que solo querías a Dani, a pesar de la propuesta y todo lo que pasó entre nosotros. Creía que tú no sentías nada por mí. Pero cuando dijiste que me amabas, me importó una mierda lo demás, yo solo quiero estar contigo en las condiciones que tú quieras. Te amo y estoy feliz de que estemos juntos. —Depositó un beso en sus labios, sin profundizarlo, rozó su nariz por su cabello, mejilla, barbilla, dibujándola mentalmente, disfrutando su aroma natural, deseando fervientemente nunca despertar de aquel sueño tan hermoso que estaba viviendo—. Es hora de que me pagues el polvo que me debes. —Ella lo miró con el ceño fruncido, confundida ante sus palabras—. Recuerdo que una vez estuvimos a punto de follar en el baño de tu casa y tuve que masturbarme hasta que acabé con tanta fuerza que se me olvido quien era. —Ella se sonrojó ante el recuerdo. Él esperaba algún reclamo de su parte, uno que nunca llegó. Solo lo observó y sonrió, aprobando sus palabras—. Ahora debes pagarme.
—No sé si quiera—le dijo con una sonrisa pícara que encendió el cuerpo de Jasón en cuestión de segundos. No lo pensó dos veces, ni siquiera una vez. La colocó contra la pared del baño, abriendo sus piernas mientras deslizaba sus dedos sobre su montículo, ella gimió ante el cambio de posición y los dedos mágicos de Jasón, frotándose contra su sexo, estimulándolo hasta que la humedad encontró los dedos de su hombre. Chicago se frotaba contra sus dedos exploratorios, meneando las caderas para encontrar la profundidad deseada, Jasón la provocaba con toques sobre su clítoris, rozando su hendidura sin hundirlos por completo. Escuchaba los sollozos de Chicago en busca de una penetración, cosa que le daría en cuestión de segundos
—Esta vez no seré tan dulce como las otras veces. Quiero hacértelo duro fresi, ¿me permitirías eso?
—Como tú quieras—dijo confiada en que no le haría daño, sabía que él nunca se extralimitaría. Además quería probar aquella parte salvaje de Jasón, quería tomar todo lo que podía darle, deseaba tenerlo de inmediato en su cuerpo.
—Tomaré eso como un sí. —Con su mano la abrió más para tener el acceso deseado a su interior, aquellos deliciosos fluidos salían de su sexo bajando por el interior de su muslo. Estaba mojada y lista para recibirlo. Llevó su adolorido y palpitante miembro a ese calor que tanto deseaba. Acarició su hendidura con su glande, ella siguió los movimientos, deseando que se introdujera por completo. La estaba llevando al borde de las suplicas. No podía soportar que la torturara de esa manera, esa espera tan desesperante. A Jasón no le importaba, de hecho disfrutaba verla zarandeando sus caderas contra su miembro.
Se introdujo de un solo empujón, Chicago se sostuvo como pudo de la pared, su rostro recostado contra los azulejos, su cuerpo cubierto por Jasón. Le costaba respirar un poco por la posición, sin embargo lo sujetó en su cuerpo por completo. Encajaba perfectamente en su interior, estimulaba un punto delicioso con el glande, estaba totalmente rendida a su piel, a sus caricias, a todo lo que podía ofrecerle.
Jasón gruñó, se salió casi por completo y luego se introdujo duramente. Chicago inclinó su cabeza hacia atrás y gritó, Jasón la sostuvo por las caderas, hundiendo sus dedos en sus caderas. Cambió un poco el ángulo y comenzó a moverse como si estuviera poseído por alguna fuerza sobrenatural, no parecía estar en sus cinco sentidos, solo pensaba en llegar más profundo. La embestía fuera de sí, moviéndose con rapidez, jadeando, sus músculos tensándose. La calidez de su Fresita lo sujetaba con fuerza, lo envolvían a tal punto de pensar que terminaría en ese instante.
— ¡Jasón! ¡Jasón!—Chilló cuando lo sintió muy profundo, golpeando un punto que la estaba volviendo loca, llegaría al orgasmo en cuestión de segundos. Intentaba sostenerse, pero la pared estaba resbaladiza, sus pies tenían poco agarre por las el choque de caderas tan demencial que estaba experimentando. Se arqueaba hacia él para encontrarlo en cada embestida, tratando de igualar sus movimientos, cosa difícil ya que Jasón levantó una de sus piernas y se introdujo más. Su equilibrio pendía de un hilo, pero sabía que Jasón no la dejaría caer. La tenía bien agarrada, tomándola tan duro como prometió.
—Oh Dios, Fresi. Te sientes genial—jadeó moviéndose con más ímpetu—. Tan caliente, mi dulcecito de fresa—gruñó, penetrándola con firmeza. El interior de Chicago lo apretó con más fuerza, masajeándolo, indicando que ella estaba a punto de culminar. Aceleró más sus empujes para hacerla tocar el cielo.
— ¡Jasón, me voy a venir!—Gimió cerrando los ojos para encontrar la ansiada liberación.
— ¿Empezaron sin mí?—La voz de Daniel los distrajo, Jasón se detuvo, Chicago gruñó en protesta por el orgasmo frustrado—. Quiero que se corra conmigo—le pidió a Jasón, el cual acepto saliéndose de ese calor que ya extrañaba. Chicago estuvo a punto de caer al suelo, se salvó gracias a los brazos de su esposo.
—Dani—suspiró, temblando como una gelatina, viendo a su ángel unirse a la fiesta
—Buenos días, Chiqui. —Lamió su cuello, dirigiéndose a su oreja y mordiéndola suavemente—. La próxima vez espero que me incluyan en su juego—sugirió con una sonrisa inocente.
—Te veías tan agotado que no quise despertarle—dijo Jasón, con el miembro duro y cubierto de la esencia de Chicago.
—Nunca estoy cansado para cubrir las necesidades de mi esposa—señaló, colocándose de rodillas—. Tú la hiciste venir ayer. Hoy es mi turno.
—En realidad ambos me hicieron llegar—corrigió Chicago con una sonrisa resplandeciente.
—Bueno, esta vez Jasón verá cómo te doy placer con mi lengua. ¿Qué te parece?—Le preguntó.
—Me parece un buen plan. Quiero ver como Fresi llega al orgasmo—le guiñó el ojo a Chicago
—No perdamos el tiempo. —Daniel cogió las piernas de Chicago y las colocó sobre sus hombros. Chicago chilló al ser levantada levemente del suelo. Daniel estaba arrodillado, observando su entrepierna. Pasó la lengua suavemente por su sexo palpitante, ella gimió y se agarró de su cabello, indicándole que no parara. Daniel siguió lamiendo, dando suaves golpes a su clítoris ya hinchado. Movió sus caderas al compás de su lengua, totalmente recostada en la pared de la ducha. Observó a Jasón jadeando, dándose placer con la mano, ella alargó la suya para reemplazarla. Tomó el miembro suavemente, moviendo la mano al compás de la lengua de Daniel para llegar al tiempo. El tacto de Chicago era suave, al igual que su agarre.
La lengua de Daniel se introdujo en Chicago, ella gimoteó y movió la mano más rápido, sintiendo aquel miembro endurecerse cada vez más bajo su toque, hinchándose con cada sacudida. Jasón gimió y echó la cabeza hacia atrás cuando Chicago estimuló la cabeza de su miembro con la mano. Lo rodeó y comenzó a masajearlo suavemente, luego tomó esa vara enorme y siguió moviéndola al mismo ritmo de Daniel. Cuando Daniel chupó su clítoris, Chicago se rompió en mil pedazos, arqueó la espalda y se corrió. Jasón la siguió, explotando en su mano, gruñendo mientras se liberaba. El placer se prolongó por las lamidas intensas de su esposo. Ella sollozó cuando el orgasmo se hacía más intenso, llevándose todo a su paso. Después de un largo rato se calmó, Daniel la dejó en el suelo, temblorosa y sufriendo de espasmos deliciosos. Chicago miró su mano, llena de la esencia de Jasón. La llevó a la boca y lamió aquella simiente con gusto. Jasón, al observarla tomar sus fluidos, se endureció nuevamente. No había nada más sexy que ver a su mujer tomando esa parte de él y saboreándolo con gusto.
—Sabe estupendo. —El miembro de Jasón palpitó en aprobación, quería otra ronda de sexo caliente y duro, pero Chicago se veía un poco agotada y parecía tener algo de prisa.
Ella se incorporó con la ayuda de sus chicos y tomaron el baño como debía ser. Se acariciaron sin excederse, se limitaron a bañarse. No era justo con la naturaleza gastar agua mientras follaban como locos. Se vistieron mecánicamente, mirándose de vez en cuando, sonriéndose, el amor vibraba en el ambiente, la armonía bailaba entre ellos. Ahora existía equilibrio, no parecían estar enojados o querer asesinarse entre sí por ella, sino que jugueteaban como los viejos amigos que solían ser, dándose golpes en los brazos y charlando común y corriente. Chicago sonrió esperando con todas sus fuerzas que esto que estaban empezando funcionara. No podía elegir, no quería hacerlo, sus sentimientos los abarcaban a ambos con la misma magnitud, la misma intensidad y no podía simplemente inclinarse por alguno. Cuando se casó con Daniel, lo hizo porque era lo correcto en ese momento, porque lo amaba, y la hacía sonreír con sus detalles, con esa mirada dulce que hacia revolotear las mariposas de su estómago. Porque con él se sentía bien y podía sonreírle a la vida. Jasón era caos y en ese momento no quería eso. Daniel era tranquilidad, y la hacía feliz, solo que una parte de ella siempre estuvo con el travieso chico de ojos verdes que siempre la miraba como si floreciera por primera vez. No se arrepentía en absoluto de su decisión, Daniel siempre seria su primer amor, aquel que la sacó del agujero en el que estaba sumergida, sin embargo siempre, en su fuero interno, deseó compartir cosas con Jasón sin dejar de lado a Daniel. Ese sentimiento rondaba por su mente cuando los conocía más. Cada vez que se acercaba a Daniel, se acercaba a Jasón. Ellos eran una unidad, una parte esencial de su vida, no lo concebía de otra manera. Y ahora menos después de todo lo que habían compartido. Los amaba y no se arrepentiría del camino que tomó.
— ¿Irás a terminar las entrevistas?—Indagó Daniel, mientras se colocaba los zapatos.
—Sí, muy a pesar de lo que piensan, debo cumplir con mis obligaciones. Quiero terminar esto, arreglar un par de asuntos y luego renunciaré—afirmó con determinación.
—Me parece bien—dijo Jasón, acomodándose la camisa—. Iremos contigo, aunque no te puedo prometer nada—se excusó levantando las manos en caso de que algo pasara durante el evento.
—No hagan nada estúpido—rogó mientras abría la puerta—. Traten de controlarse y déjenme manejarlo.
—No puedo prometerte eso—dijo Daniel con austeridad—. Solo espero no cruzármelo para no hacer nada que te perjudique.
—De todas maneras no hay forma de que no lo veamos. —Jasón se apartó para que Chicago saliera de la habitación junto con Daniel—, así que no podrás controlarte.
—Chicos…—pidió Chicago con impaciencia—, dejen de hablar como si no estuviera aquí. Les dije que no se metieran en problemas y eso harán. Si hacen alguna tontería tendrán serios problemas conmigo—les advirtió con rudeza.
—Me encantaría meterme en problemas contigo, Fresi—Jasón se acercó a ella, rodeándole la cintura y depositando un beso en su cuello, ella jadeó y se apartó para no caer en su juego.
—No, no te gustará—le indicó con la mirada fija en ellos—. Vamos y compórtense.
Los tres no dejaron de bromear durante el camino, Jasón contaba chistes grotescos que los hacia reír, como en los viejos tiempos. Daniel contaba algunas anécdotas como coleccionista y le seguía el juego a su amigo. Chicago disfrutaba de la camaderia, la comodidad que los rodeaba, cruzando los dedos para que esto nunca terminara. Jasón se abalanzó sobre Chicago para hacerle cosquillas, ella soltó carcajadas y le pidió a su esposo un poco de ayuda, lo cual no llegó porque se unió a las cosquillas. Le dolía el estómago de tanto reír hasta que se cansó y se los sacó de encima a punta de regaños y empujones. Ambos se comportaron como niños buenos y se quedaron quietos durante el camino, aunque se reían quedamente, como si fueran cómplices de alguna diablura.
Llegaron al hotel tomados de la mano, Chicago iba en el centro, flanqueada por sus guardianes. Ambos lucían serios, a la expectativa. No estaban distraídos ante el glamour y la belleza que se imponía en el lugar, estaban concentrados en el rostro de la verdadera belleza que se encontraba en medio. Registraban con atención cada expresión que cruzaba por su rostro, intentando descifrar si algo la amenazaba, lo cual no fue así. De hecho parecía sonreírle a alguien que se acercaba a ella. Ambos giraron sus cabezas y se encontraron con un hombre atractivo, ojos color ocre, cabello negro, sonrisa de catálogo, alto, atlético. ¿Quién demonios era ese tipo? ¿Algún pretendiente? Si era así, Chicago les debía una explicación enorme, claro, después de romperle el hocico al tipo.
—¡¡Chicago, nena!!—El hombre dio pasos agigantados para acercarse a ella, se soltó de sus chicos y corrió a alcanzarlo. Ambos se miraron incrédulos, ese tipo iba recibir la paliza de su vida. Cuando ella lo abrazó con tanto afecto que la sangre se les calentó, apretaron los puños y avanzaron tras ella, con la intención de machacar a cierto tipo manoseador—. Estaba preocupado por ti, Metichita. No apareciste en toda la mañana y algunas chicas querían entrevistarse contigo. Te busqué por todas partes, ayer estabas muy extraña y al ver que no aparecías sentí que algo no andaba bien—le acarició el cabello y la abrazó nuevamente. Jasón la apartó de un tirón. Su expresión asesina indicaba lo mucho que deseaba despedazar a ese baboso. Daniel estaba en la misma posición, completamente enojado y dispuesto a lanzar puños.
—Estaba con nosotros—intervino Jasón—. Follando hasta mediodía.
Chicago lo miró boquiabierta, sorprendida por su imprudencia. Le dio un codazo en las costillas con el rostro escarlata, su mirada prometía un castigo ejemplar por sus sandeces.
— ¿Quién es ese tipo?—Cuestionó Daniel a la defensiva. Chicago aclaró la garganta y lo presentó.
—Él es mi amigo Abel, ¿recuerdas Dani que una vez te hable de él?—Quería que la tierra se abriera y se la tragara, se estaban comportando como unos idiotas, sobretodo Jasón y sus imprudencias. Qué vergüenza con su amigo.
—Por supuesto—aclaró Daniel con la misma expresión seria—. Eras el cómplice de sus fechorías— dijo con cierto tono divertido.
—Así es. Éramos buenos amigos, pero por problemas personales tuve que irme. Ahora regrese y el destino me permitió reunirme con mi amiga nuevamente—sonrió y le rodeó la cintura. Jasón la apartó nuevamente, colocándola tras él.
—Pareces querer más que su cercana amistad, ¿no?—Abel lo miró como si le saliera un cuerno en la frente y rió hasta doblarse. Jasón se sintió patético, no entendía de qué burlaba y estaba perdiendo la paciencia.
—Si Chicago me doblara la edad seguramente mis manos estarían sobre ella—aclaró entre risas—. Existimos hombres que valoramos la amistad. Ella me interesa como eso, no como mujer. No digo que no sea bella—se apresuró a decir para que no se malinterpretara sus palabras—, pero no es mi tipo, ¿me hago entender?
—Claro, disculpa nuestra actitud—le dijo Daniel—. No sabíamos quien eras y la verdad nos dejamos llevar por los celos—admitió avergonzado. Chicago estaba frente a ellos, se aclaró la garganta para presentárselos a Abel.
—Daniel es mi esposo—lo señaló. Estrecharon sus manos amablemente, aquel humor extraño se disipó y ahora llevaban las cosas con más cordialidad—. Y él es mi…—No sabía cómo etiquetarlo, no quería hacerlo sentir fuera de lugar, pero no encontraba una palabra apropiada para presentarlo sin que su amigo se escandalizara, si ya no lo estaba ante sus palabras imprudentes.
—Novio—indicó Jasón, dándole una sonrisa tranquilizadora a su Fresita—. Perdón por mi forma de actuar hace un poco, pensé que estabas detrás del trasero de mi mujer y eso no lo puedo permitir. El único que tiene derecho aparte de mi es Daniel.
—Wow—exclamó Abel sorprendido ante la franqueza de Jasón, supuso que él era el agresivo, y Daniel era el equilibrado. Cosas necesarias para el tipo de dinámica que llevaban—. No tienes de que preocuparte, ella es mi amiga y la quiero como eso—le guiñó un ojo a Chicago y arqueó una ceja—. No pierdes el tiempo, golosa—le dio un codazo suave en las costillas y le sonrió con complicidad—. Con razón esa conversación extraña mientras bailábamos y nos emborrachábamos, añadiendo esa actitud tan sombría que tenías. Esto es todo un reto. Amar a dos personas… digo. Wow. Lo bueno de todo es que te veo muy feliz al respecto y a ellos bastante tranquilos.
—No fue fácil para mí llegar a esa conclusión—dijo con un suspiro—. Pero se sentía bien de esa forma. Para mí era lo correcto, espero que ellos también piensen igual—les dirigió una mirada de súplica, aun esperaba que alguno de ellos huyera y la tildara de loca. En vez de eso, la miraron con adoración, podrían arrodillarse y besarle los pies. Su corazón estuvo a punto de explotar por las sensaciones que despertaban en su ser.
—Lo aceptamos y lo asumimos—dijo Daniel, colocando una mano sobre el hombro de Chicago—. Somos adultos y estamos en esto hasta el final y después de eso. La amamos y siempre será de esa manera.
—Opino lo mismo—expresó Jasón—. Por ella lo que sea—apuntó colocando una mano en su trasero, ella jadeó ante el apretón cariñoso y lo fulminó con la mirada. Le retiró la mano suavemente y él volvió a colocarla en su trasero.
—Estoy contento de que las cosas por fin se te estén dando, Metichita—le dio un abrazo y los chicos solo observaron el intercambio cariñoso—. Como este es nuestro último día y seguramente lo pasarás con tus chicos. Quería decirte que fue un verdadero placer verte de nuevo.
—Espero que no sea la última vez. No desaparezcas de nuevo o te buscaré y te mataré—dijo con lágrimas que amenazaban con salir.
— Calma Liam Neeson, no será así—se rió. Llevó una mano a su bolsillo y sacó una tarjeta—. Cuando necesites algo, puedes visitarme. —Chicago leyó la tarjeta y la guardó. Su canal estaba en Houston, tal vez después de su renuncia le pediría trabajo. Sonrió ante la idea de estar a cargo de su amigo—. Ahora si me disculpan, debo atender un asunto mayor—le dio un beso a Chicago y se despidió de Daniel y Jasón. Se acercó a una mujer que le doblaba la edad y la tomó de la mano. Entendieron a que asunto mayor se refería.
—Tu amigo es agradable—mencionó Daniel abrazándola por los hombros.
—Por ahora, espero que sus gustos nunca cambien o le cortaré las pelotas. —Jasón la sujetó por la cintura.
—Deja de decir tonterías y compórtate. Me hiciste quedar mal con mi amigo cuando le dijiste lo que estábamos haciendo. Contrólate un poco o tendremos problemas serios.
—A mí no me importa gritarle a los cuatro vientos que follé con la mujer que quiero, ¿a ti si?—Preguntó con una expresión triste.
—A lo que mi Chiqui se refiere—intervino Daniel—, es que debes ser más prudente. Hay cosas que solo nos compete a nosotros. Lo que pasa en la habitación se queda allí.
—Bueno, intentaré no ser tan bocazas—le dio un beso en la sien a modo de disculpa. Los tres caminaron hacia la piscina entre risas y besos, todo estaba bien hasta que Jasón visualizó la amenaza. Vio a Joshua hablando con unas modelos, riéndose como si nada. Apretó los puños y se alejó de Chicago.
— ¿Qué pasa?—Preguntó su Fresita, extrañando su cercanía.
—Hijo de puta a las doce. —Daniel entendió a qué se refería y lo vio, vio al cerdo que golpeó a su mujer hace mucho tiempo. La rabia bloqueó su raciocinio, el impulso por demostrarle que Chicago no estaba sola lo consumió. Nunca había tenido tanta ira en su vida, siempre estuvo en contra de la violencia, creía que las palabras ablandaban el enojo. Pero esta vez no había palabras que valieran, no existía nada más en este mundo. Se alejó de Chicago y caminó hacia su objetivo, deseaba dejarle claro que nadie se metía con su esposa, y menos que creyera que la posición social le daba el poder para abusar.
Chicago al ver que Daniel caminaba hacia Joshua, salió tras él, pero fue detenida por el firme agarre de Jasón. De ninguna manera permitiría que su esposo saliera lastimado o que ese lunático tomara represalias. No obstante a Jasón parecía importarle muy poco, y a Daniel también por la forma en la que se acercaba a ese hombre que era la representación del mal en su vida.
—¡¡Suéltame!!—Chilló agitada—. Daniel puede salir lastimado, ¡¡Jasón déjame ir!!—Pataleó con todas sus fuerzas, pero fue inútil ante el agarre tan firme de su chico.
—Déjalo hacer eso—expresó con una serenidad que la sorprendió—. Ese maldito necesita entender que nos tienes a nosotros para respaldarte. Debe conocer a quien se enfrenta.
—¡¡ No, ustedes no saben a lo que se enfrentan!!—Bramó con lágrimas rodando por sus mejillas—. Les hará daño—lloró.
—Estamos dispuestos a recibir el impacto, por ti lo que sea—lo decía en serio, estaba decidido a recibir una bala por ella si se diera el caso. Estaba espantada por la devoción de esos chicos, sentía que no lo merecía, que era egoísta al retenerlos a su lado y enfrentar un gigante como era Joshua. No tuvo más remedio que calmarse y ver como ocurría todo.
Daniel se acercó a Joshua, el cual lo ignoraba como si fuera una lagaña. Daniel tocó su hombro en reiteradas ocasiones hasta que Joshua lo miró, lo analizó y lo reconoció. Era el esposo real de Chicago, estaba aquí y lo estaba enfrentando. Miró por encima del hombro y vio a Chicago ser sostenida por Jasón. La pobre evitando un desastre que estaba a punto de ocurrir. Había tomado un par de fotos solo para asustarla. Había investigado un poco para identificar al verdadero esposo de Chicago. Lo hilarante del asunto era que trabajaba para la compañía de su padre, siempre estuvo allí y nunca lo notó. Como hacerlo si era una cosa insignificante que no imponía nada, un pobre diablo que no estaba a la altura de Chicago y mucho menos de él. Tenía todas las de perder y se lo demostraría.
—Vengo a presentarme. —La voz de Daniel atrajo su atención—. Soy el esposo de Chicago, mucho gusto. —Joshua resopló y lo miró como la poca cosa que era. Se acomodó su camisa blanca y lo enfrentó como si quisiera aplastarlo. La soberbia se asomaba en cada poro de su cuerpo, deseaba que se intimidara ante él y que entendiera que jamás tendría una oportunidad contra él, que tarde o temprano Chicago estaría en su cama gimiendo su nombre y corriéndose por él.
— ¿Qué quieres que haga al respecto?—Lo contempló de arriba abajo y quiso reírse—. Eres el esposo de la mujer que me pertenece, ¿y quieres que sienta miedo ante eso?—Fingió estremecerse de susto y se rió—. No eres nadie contra mí, ella estará conmigo en menos de lo que imaginas y tú y tu patético amigo podrán irse a la mierda.
—Mientras eso sucede yo solo tengo algo que decir. —No lo dijo, no salió ni una sola palabra de su boca. Sus puños salieron a encontrarse con la nariz de Joshua, ésta inmediatamente se reventó y la sangre manchó su camisa. Todos los presentes gimieron ante los hechos, Chicago se tapó la boca al ver la reacción de su esposo. Nunca pensó que golpeara a otro ser humano, y menos que ni siquiera se inmutara al respecto. Joshua se agarró la nariz intentando detener el flujo de sangre manchaba su linda camisa blanca—. También quería decirte eso. —Le dio un rodillazo en el estómago y lo tiró a la piscina. Los presentes esbozaron gritos de asombro. Era bochornoso que en un acto tan fino se presentaran ese tipo de espectáculos. Los sensacionalistas tomarían eso en primera plana y seria el chisme de la semana—. Esto es para recordarte que a las mujeres nunca se les pega. Son delicadas, dulces, finas, y deben ser tratadas como tal. Espero que entiendas que mi mujer no está sola, tiene a dos hombres dispuestos a reventar a quien se le ocurra lastimarla. Me importa un pepino que seas el rey de Inglaterra, ella no es tuya, jamás lo ha sido. No es un objeto del cual puedes disponer, es un ser humano que solo siente asco por ti. Aprende a vivir con el hecho de que su nunca ganarás su voluntad y mucho menos su corazón. —Daniel se sacudió los pantalones y se alejó para encontrarse con su esposa y su amigo, Chicago temblaba y lloraba. La abrazó hasta que ella lo golpeó en el pecho y sacó toda esa rabia por su imprudencia. Jasón le guiño el ojo y lo animó para que lo golpeara hasta la muerte. Siendo honesto, le gustó romperle la cara al hijo de puta que acosaba a su esposa. Seguramente eso no lo detendría, pero le haría saber que no podía usarlos como amenaza.
—Nunca vuelvas a hacer algo insensato como eso—le advirtió Chicago con la voz amortiguada contra su pecho.
—Por ti, cualquier cosa imprudente y estúpida vale la pena—manifestó con una sonrisa triunfal. Patear el trasero de Joshua lo había liberado de una gran carga emocional. En esos instantes solo disfrutaba de sostener a su esposa y amarla como debía.
Luego de esos momentos acalorados, siguieron junto a Chicago, observando cómo se desplazaba de un lado a otro, entrevistando, riendo, siendo ella. Verla en su campo de acción los hacia sonreír, añadiendo la erección de Jasón que parecía alzarse como un edificio
— ¿Por quién estas excitado?—Aunque conocía la respuesta, quería escucharlo
—Por nuestra mujer—dijo Jasón como si no fuera lo más obvio de este mundo. Los invitados los miraban con recelo después del espectáculo que dieron, a ellos poco les importaba sus opiniones o conjeturas. Estaban felices de que su esposa se divirtiera en su trabajo y que la amenaza tuviera que salir corriendo a esconderse como la rata que era.
—Nuestra mujer. —Aquellas palabras seguían siendo extrañas para él. Antes era solo para él, ella le pertenecía solo a él, aunque en lo más profundo de su ser supo que eso no era verdad. Ella siempre fue de ellos, existía a la medida de ellos, era perfecta para ambos. Por primera vez concluyó que la propuesta fue solo la alternativa para despertar, para darse cuenta que así funcionaban. Esa dinámica siempre existió, pero hacía falta un impulso para reaccionar ante esa realidad—. ¿Estás bien al respecto?—Indagó, mirándolo con interés.
— ¿Con que?—Destrozó un pedazo de melocotón con los dientes.
—Con esto—aclaró.
—Sí, de hecho esa es la forma en la que funcionamos. Faltó un estímulo para darnos cuenta que esa mujer nos amaba y que nosotros también, aun por encima de nuestros propios intereses. —Se acomodó la adolorida erección, verla trabajando en vivo y en directo lo tenía al borde de una liberación explosiva—. Carajo, me está matando ver como habla con esas chicas, esos labios moviéndose, sonriendo, estando tan relajada. No sé si aguante tanto tiempo sin poner mi pito en ella—reconoció con una mirada de tormento.
—Tranquilo vaquero—le palmeó la espalda sin verse afectado por sus palabras—. Tenemos toda la noche para hacerla feliz.
—Yo tengo toda la vida y la eternidad para hacerla feliz.