Capítulo 30: Perdida.
Un torrente de sentimientos recorrió su cuerpo mientras caminaban lentamente a la habitación de Jasón. No podía definir exactamente que era, sabía que no estaba celoso, debería estarlo pero ese sentimiento no llegaba a él. Estaba sorprendido, asustado, preocupado por los nuevos acontecimientos. No tenía las palabras para soltar semejante noticia. Las circunstancias actuales no ameritaban un evento tan fuerte y que cambiaría sus vidas para siempre. La llegada de un bebé le daba un giro a todo lo que conocían, lo que lo llevaba a plantearse diferentes escenarios en los cuales él ya no sería indispensable. Sabía que Chicago lo amaba, estaba feliz con la vida que llevaban los tres, se acopló demasiado fácil. Ahora estaban pasando tantas cosas, al mismo tiempo, tanto dolor, tantas sorpresas, tantos sucesos que lo sobrepasaban. Ya no sabía cómo manejar esa noticia, no tenía idea el alcance que tenía esa pequeña bomba que llegaba en un pedazo de papel. Sus sentimientos nublaban su razón, sus miedos desafiaron su tranquilidad. No quería perder a Chicago, pero si ella decidía que lo mejor era tener una familia normal sin él, se alejaría con el corazón destrozado.
Él quería ser parte de este nuevo comienzo, de esa nueva vida que llegaría. Pero una punzada horrible latía en el centro de su pecho y no lo dejaba pensar con claridad. Él no era el padre de esa criatura, no se parecería a él, no sería normal criar a un bebé entre los tres. Era demasiado complicado entenderlo, su mente aun no creía en lo que sus ojos leían una y otra vez. Chicago llevaba poco tiempo de embarazo, su cuerpo se adaptaba a los cambios, por eso se desmayó en la oficina, además del hecho de que había visto el brutal accidente de Jasón por la televisión.
Una parte de él sentía tristeza por no experimentar aquella sensación de inmensa alegría al saber que era padre. Quería un bebé, uno que fuera de él, de Chicago, uno que se pareciera a ambos. Ahora, cuando mirara a ese pequeño ser y se daría cuenta que solo se parecería a Chicago, con los rasgos bellos de Jasón. Sentía envidia, no podía negarlo, Jasón logró lo que él no podía, hizo su trabajo y no podía enojarse porque finalmente habían arreglado las cosas. Estaba preocupado por la reacción de Jasón, en su estado no sabía que esperar, temía que rechazara al pequeño y se cerrara por completo. No sabía cómo lo tomaría Chicago, porque sabía que ella no estaba al tanto de su nuevo estado. Era su deber decírselo y acompañarla.
Entró a la habitación con todo su cuerpo hecho un manojo de nervios, Jasón volteó su cabeza hacia la puerta al escuchar el pequeño chirrido de las bisagras. Sus otros sentidos se habían hecho un poco más perceptivos luego de su estado actual. Se tenía que ayudar de lo que tuviera a su alcance para sobrevivir a su nuevo estado. Después de hablar con Daniel, conocer su historia, se dio cuenta que no había un hombre más noble y valiente que él. Se sentía infinitamente agradecido por tener a su lado una persona tan especial como él, una persona que le permitió estar con Chicago, que le abrió las puertas de su casa y su amistad incondicional. Daniel era un soporte, su amigo, su hermano. Lo amaba más de lo que imaginaba. No podía soportar la idea de alejarlo, él era una parte vital de su vida al igual que Chicago. Era su ejemplo a seguir. Su amistad valía más que cualquier cosa y no la echaría a perder.
— ¿Daniel?—Indagó moviendo la cabeza en busca de alguna señal, algún ruido que revelara la presencia de otra persona en la habitación. El chico aclaró su garganta y decidió manifestarse.
—Soy yo. —Se dirigió a la toma corriente y conectó el celular, luego se acercó a la cama de Jasón con las manos sudorosas. Se sentó en el borde y soltó un suspiro que parecía más un quejido.
—Quería decirte algo. —Jasón aclaró su garganta, se acomodó en la cama y se enderezó—. Tenías toda la razón hace poco. Mi rabia me guio y no era justo que ustedes pagaran los platos rotos. Yo pienso una y otra vez en el accidente y estoy seguro que pisé el freno, es solo…que el carro no paró, no me hizo caso y terminé aquí… inválido, molesto porque sé que hice lo que tenía que hacer y no funcionó. Lamento tanto mi comportamiento y también lamento ser un desgraciado con ustedes.
Daniel lo miró fijamente, se estaba sincerando y estaba orgulloso de él por eso. No obstante ese era el menor de sus problemas en ese momento, lo que realmente pondría a prueba su carácter era el cómo enfrentaría la nueva situación de Chicago, el nuevo reto que tendría que afrontar como padre de la criatura en camino. Realmente esperaba mucho de él. Sus expectativas sobre su actitud estaban en duda y necesitaba medirlo, conocer su reacción y tomar cartas en caso de que él quisiera alejarse del todo de ellos.
—En este momento solo quiero ver a mi Fresi y ofrecerle mis disculpas—continuó Jasón—. La amo, la herí y solo quiero que me perdone por la forma tan inhumana en la que fui en estos días. —Daniel tomó su mano, atrayendo la atención de Jasón, él volteó su rostro, intentando enfocar la presencia de su amigo. Pudo notar por la forma en la que su Daniel aferraba su mano que lo que iba a decirle era sumamente importante, sentía de alguna manera que cambiaría muchas cosas.
—Ya que hablas de Chicago… hay algo que debes saber. —Jasón se tensó, no le gustaba el tono misterioso que usaba, tampoco la forma en la que aferraba su mano. Algo no andaba bien. Daniel temblaba, cosa que lo alertó aún más.
— ¿Por qué tiemblas?—Preguntó ansioso— ¿Qué le sucede a nuestra chica, Daniel?—Al no obtener respuesta grito: — ¡¿Qué diablos está pasando?!
—Chicago está embarazada—soltó mirando su rostro, Jasón enmudeció. Su rostro era estoico, su agarre se hizo flojo. Se retorció en la cama, su respiración parecía errática, su corazón latía muy rápido, la maquina hacia sonidos que indicaban que su presión cardiaca había aumentado, cerraba y abría los ojos como si intentara aclararse. Llevó su mano a su pecho y apretó su pecho. Daniel entró en pánico, su amigo estaba entrando en algún estado de shock, como si su corazón no resistiera el impacto de la noticia. Se acercó a él para ayudarlo, pero lo vio llorar. Su amigo se balanceaba y lloraba, apretaba su pecho con fuerza, como si estuviera siendo invadido por alguna clase de virus. Daniel lo observó en silencio, asustado de que tuviera algún sobresalto. Jasón se acurrucó y siguió llorando, esta vez con una sonrisa, una que Daniel nunca había visto. La sonrisa más radiante que algún ser humano podía poseer. La sonrisa de máxima alegría, una sonrisa que decía mucho y poco al mismo tiempo. Después de mucho tiempo, su amigo realmente sonreía, sus ojos brillaban de inmensa felicidad, su rostro mostraba un sinfín de emociones. Daniel no sabía qué hacer, si abrazarlo, o zarandearlo para que hablara. Jasón solo lloraba y reía, se abrazaba a sí mismo y sonreía. Una contradicción de emociones que eran palpables para ellos.
—Voy a ser papá—susurró, tanteando la cama en busca de la mano de Daniel, cuando la encontró la agarró firmemente—. Vamos a ser papás, Dani. Es nuestro bebé. — Aquella verdad lo golpeó de tal manera que le arrancó un suspiro. Jasón lo incluía en su paternidad, ambos enfrentarían el reto más grande de cualquier persona: ser padres. De alguna manera esperaba que Jasón se vanagloriara por ello, que lo excluyera o que rechazara la nueva situación—¡¡ Maldita sea, voy a ser papá!!—Vociferó abrazando a Daniel, él se sorprendió y le devolvió el abrazo. Jasón lloró como un niño pequeño, provocando algunas lágrimas por parte de Daniel. El chico se alejó un poco, sosteniendo una sonrisa de oreja a oreja—. Voy a tener una Fresita, o un Fresito. Mierda… está pasando. —Se pasó las manos por el rostro aun en shock porque se convertiría en padre.
—Me alegra que lo asumas de la mejor manera—dijo Daniel—. Estoy seguro que serán unos buenos padres—expresó con una tristeza que intentaba ocultar.
—Vamos a ser los mejores padres. —Lo tomó de la mano, incluyéndolo en esta nueva etapa—. Chicago tu y yo seremos padres de este bebé. Será un bebé bendecido por tener a tres padres a su lado. ¿Pretendías abandonar el barco solo porque yo puse algo de mi ADN?—Resopló un poco ofendido por la actitud de Daniel—. Yo no permitiría eso y Chicago menos. Todo lo haremos juntos, y parte de esto es criar a nuestro bebe. Sé que más adelante tendrás los tuyos y la familia crecerá—declaró con tanto optimismo que Daniel sintió que algo florecía en su pecho, podía darse el lujo de sentirse feliz por el nuevo bebé, podía albergar esperanzas y ser parte del nuevo plan que surgió de forma inesperada. Sonrió junto con su amigo, dispersando sus pensamientos dudosos y sus sentimientos oscuros.
—Siendo sincero contigo, debo decirte que sentí envidia, porque tú le estás dando todo lo que yo no puedo darle a Chicago. Le estás dando la oportunidad de ser madre, algo que yo siempre he querido y bueno… tú conoces mejor las circunstancias que yo—asumió cabizbajo.
—Tú le has dado tu corazón, tu vida. Has estado con ella y me has aceptado como parte de su familia. ¿Qué mejor regalo que ese? Le has dado tanto que yo soy el que siento envidia. —Daniel lo analizó, su rostro resplandecía, era el mismo pero diferente de alguna manera, más tranquilo, más enérgico, más saludable. Podía ver que las ganas de vivir que perdió por el camino habían regresado a él. Esa criatura se estaba convirtiendo en su fortaleza, en la de ambos. Daniel sería un padre para ese nuevo ser, esa nueva faceta la asumiría con la mejor de las actitudes y sobretodo, lleno de amor por ese ser inocente que llegaría a sus vidas—. Tú siempre serás su primer amor, no olvides eso. Esa posición nunca podré quitártela, por más que lo intenté, tu serás el primero en el corazón de Chicago.
—Jay, no digas…
—Es la verdad—dijo—. Una mujer nunca olvida a su primer amor, aquel que la hizo despertar. Ella fue afortunada de casarse con su primer amor, vivir contigo. Porque eres un hombre como pocos, uno al que admiro y me gustaría ser algún día—concluyó con una sonrisa.
—Ella te ama. Puede que yo sea ese primer amor que dices, pero va a tener tu bebé. Van a formar una familia.
—Vamos—afirmó severo—. No te excluyas, es nuestro hijo. No me puedes dejar criar a un bebé solo. Te necesito, necesito a mi amigo para que me ayude, para que me apoye, para que nos apoyes. —Jasón inclinó su cabeza y sostuvo su sonrisa—. Contigo podría sobrellevar esto. Me ayudarás a darle consejos, a guiarlo. Eres el mejor ejemplo que cualquier hombre seguiría.
Daniel derramó un par de lágrimas, conmovido por las palabras de su amigo. Se imaginó sosteniendo a su bebé, acariciándolo, arrullándolo, cambiando sus pañales, enseñándole los primeros pasos, cuidándolo de la ira de Chicago cuando se molestara, consintiéndolo, siendo su confidente. Su corazón se hinchó de alegría, compartiendo la felicidad con su amigo. La noticia del embarazo estaba sacando lo mejor de Jasón, fue el impulso que necesitaba para regresar a la vida nuevamente. Esa criatura era milagrosa.
— ¿Desde cuándo te volviste tan sabio?—Cuestionó Daniel con una sonrisa llorosa.
—Desde hoy, supongo—suspiró con determinación, oprimió el botón para llamar a la enfermera. Ese era el momento para dejar el hospital y hacerle frente a la vida—. ¿Chicago sabe?—Preguntó mientras bajaba su pierna del cabestrillo que la sostenía.
—No creo—respondió ayudándole a Jasón a bajar su pierna con cuidado—. No nos ocultaría algo así. Además, le tomaron una muestra de sangre cuando… se desmayó el día de tu accidente. No sabe los resultados, por lo que creo que no sabe de su embarazo.
—Quiero que venga para que le digamos juntos. Muero por saber que dirá—sonrió como un diablillo.
—La llamaré para darle las buenas nuevas. —Daniel se levantó para mirar su celular, tenía buena carga. Al revisar tenía varias llamadas perdidas y un mensaje de voz. Oprimió las opciones mientras la enfermera entraba y hablaba con Jasón, él se veía decidido a abandonar el hospital. La conversación con la enfermera era acalorada, ella estaba molesta y Jasón igual, finalmente llamó al doctor para que él diera el veredicto final.
—Necesito que me den de alta ahora—exigió colocando sus pies, la enfermera lo sostuvo para que no perdiera el equilibrio. Jasón se puso de pie y siguió protestando: —. Me aburren los hospitales, estoy cansado de estar aquí. —La enfermera intentó empujarlo de vuelta a la cama, Jasón se rehusó, quedándose de pie, sosteniéndose de la enfermera para no apoyar su pierna enyesada—. Me acabo de enterar que mi mujer está embarazada, ¿usted puede imaginar lo mucho que me necesita? Debo salir de aquí y estar con ella y nuestro bebé. ¡Quiero al doctor aquí!—Exclamó perdiendo la paciencia. La enfermera se estremeció y le pidió serenidad, él continuó peleando hasta que Daniel intervino, debido a la discusión no podía escuchar el mensaje de voz.
Con sumo cuidado lo ayudó a volver a la cama, le dijo a la enfermera que saliera, él se haría cargo de la situación, la chica obedeció y salió rápidamente de la habitación. Daniel cubrió a Jasón con la manta, como si fuera un niño pequeño, él se cruzó de brazos y rodó su cabeza, tratando de ignorar a Daniel.
—Deja de comportarte de esa manera tan infantil, no voy a criar a dos niños. Tuviste un momento glorioso hace un minuto y lo arruinaste con tu actitud. —Jasón se encogió como un niño regañado, Daniel se rió de su comportamiento infantil—. Iré a buscar al doctor para que nos diga si es prudente que salgas. —Sin esperar la protesta de su amigo salió en busca del médico con el celular en su oído. La voz de Chicago se filtró, su voz teñida de angustia, de miedo, su respiración agitada y pesada, cubierta de llanto. Daniel se detuvo abruptamente mientras escuchaba una y otra vez el mensaje de ayuda de su esposa. La incredulidad dio paso a una rabia casi animal, su corazón parecía a punto de estallar, sus nervios se crisparon a tal punto de no dejarlo pensar con claridad. Sus ojos se llenaron de lágrimas y por primera vez en mucho tiempo perdió el control.
Se olvidó de Jasón, del bebé, de sí mismo. Salió corriendo, gritando su nombre, dejando que el dolor tomara el control de su ser, permitiendo que lo inundara, que le quitara la paz, la razón. Su mente no procesaba nada, no podía creer que tantas cosas malas le estuvieran sucediendo. Nada era real, su mente rechazaba lo evidente. Se decía que aquello debía ser una vil mentira, ella estaba descansando y pronto la vería.
Corrió como nunca había corrido en toda su existencia, no le importaba el dolor en sus músculos atrofiados por el poco ejercicio, tampoco le importó el poco aire que entraba a sus pulmones, sin ella no podía respirar. A pesar de que el hospital estaba lejos no le tomó mucho llegar a su casa porque corría como alma desamparada. Al llegar visualizó una patrulla en el edificio. Frenó al instante, petrificado, a lo mejor era el apartamento de algún vecino, no el suyo, Chicago estaba durmiendo y él besaría su mejilla hasta que se despertara.
Subió los escalones a la velocidad de la luz, la opresión se hacía más grande, dándole un mal presagio de lo que sucedería. Su desasosiego se hizo presente al ver policías en su apartamento. Uno de ellos intentó detenerlo, pero él peleó hasta que fue derribado. Gritó hasta que sintió sus cuerdas vocales temblar por el esfuerzo. Un mareo se posicionó en el centro de su cuerpo, iba a perder el conocimiento.
—¡¡Déjenme pasar!!—Bramó fuera de si—¡¡ Esta es mi casa!!—Se revolcó bajo el peso del oficial que lo sostenía, el uniformado colocó su rodilla en su espalda para retenerlo, Daniel gritó al sentir la presión. Su vista estaba nublada, estaba cerca del precipicio, de dejarse llevar por el cansancio de una lucha perdida. Chicago no estaba, Joshua finalmente la tenía en sus garras y quien sabe qué clase de cosas le estaría haciendo.
Un policía se acercó a Daniel, pidiéndole a su compañero que lo dejara ir. Lo ayudó a ponerse de pie, Daniel tembló por el esfuerzo, pero logró colocarse sobre sus pies. El hombre era calvo, de su estatura, musculoso, con una expresión que denotaba letalidad y tenacidad. La forma en la que lo miraba le indicaba que era sospechoso, ese hombre no daba lugar a dudas ni a cuestionamientos. Daniel se apartó de él, se acercó al baño. La puerta estaba destrozada, el celular de su esposa estaba roto, al igual que su alma.
—Recibimos una llamada de una mujer diciendo que la estaban secuestrando. Nos costó trabajo rastrearla. Finalmente dimos con el origen y estamos aquí.
—Llegaron un poco tarde, ¿no?—Dijo con acidez, el policía le dirigió una mirada peligrosa. Daniel no sintió temor o se amínalo. Le sostuvo la mirada hasta que el policía comenzó el interrogatorio
— ¿Donde se encontraba al momento de la desaparición de su esposa?
—En el hospital, relevando a mi esposa porque…—Se detuvo, no sabía cómo exponerlo sin que el uniformado lo mirara como un bicho raro. Aun así no le importaba, ella era prioridad máxima, colaboraría con tal de dar con su paradero—. Su otro esposo está mal de salud.
El policía le frunció el ceño confundido, tanta amabilidad siempre traía motivos ocultos. Su trabajo era desconfiar hasta de su propia sombra. Daniel podía parecer inofensivo, pero no por eso lo descartaría.
— ¿Qué clase de relación tiene con el nuevo esposo de su ex?
—No es mi ex—refunfuño con la mandíbula apretada, cada segundo que pasaba era una pérdida de tiempo. Su esposa estaba en grave peligro y aquel hombre solo hacia preguntas inútiles. Se restregó la cara con ambas manos, desesperado, agotado, perdiendo cada gramo de autocontrol y serenidad que le quedaba—. Los tres vivimos juntos. —El ceño del policía se profundizó al no comprender lo que Daniel le decía, por lo que optó por ser directo para no perder más el tiempo—. Mi mujer está enamorada de ambos, es una relación que nadie comprende y no espero que usted lo haga. Ella… está perdida y quiero recuperarla. —Tembló al decirlo, la realidad del hecho era tangible y simplemente era demasiado para soportar—. Usted es la única ayuda que tengo para traerla. Le suplicó que… llegue a ella pronto.
No pudo soportarlo más, no resistía el peso que caía sobre sus hombros. El mensaje se reproducía una y otra vez en su cabeza, su voz desesperada lo hundió en la absoluta desolación. Sus piernas flaquearon y por primera vez en mucho tiempo se derrumbó, perdió aquella calma con la que siempre manejaba las cosas, esa situación superaba cualquier cosa que alguna vez pudo imaginar. Su mujer, su vida entera estaba en algún lugar tratando de sobrevivir. La culpa lo arrasó, la soledad lo embargó, ella intentó buscarlo y él no estaba preparado para ayudarla. Sus piernas se doblaron y sus rodillas tocaron el suelo, lloró a grito herido, completamente destrozado, dejándose llevar por el dolor. Berreó como un niño pequeño, su frente tocando el suelo, temblando por su incompetencia, por no prever que algo así pasaría en cualquier momento.
El policía sintió pena por él, rara vez le ocurría. Diferenciaba a la perfección cuando era una actuación y cuando no, y esa vez no lo era. Ese hombre estaba muriendo de tristeza, su llanto tocó su corazón. Pudo palpar su dolor y tomarlo como suyo. Muy pocas veces dejaba que sus emociones tomaran el volante de su juicio, pero al ver a Daniel balanceándose, llorando con tanta aflicción, era demasiado para soportar.
Se arrodilló junto a Daniel y tocó su hombro, el pelinegro alzó su vista nublada por las lágrimas, no sentía vergüenza por llorar por la perdida, por la desolación. Ella era su eje, su equilibrio, la razón por la que seguía respirando. Nada tenía sentido en ese momento sin ella, y más cuando sabía que su vida pendía de un fino hilo.
—Estoy aquí para ayudarlo a encontrar a su esposa—le informó con una mirada severa, Daniel se secó las lágrimas, respirando entrecortadamente. El policía lo ayudó a levantarse, apretando su hombro para brindarle algo de tranquilidad—. Mi nombre es Knox, agente James Knox. Haré todo lo que este en mis manos para ayudarlo.
—Yo necesito que la encuentre ya, hoy, en este momento. —Daniel habló tan rápido que a Knox le costó trabajo entenderlo—. Mi… esposa trató de contactarme… pero mi celular no funcionaba… y luego funcionaba. —Knox intentó interrumpirlo para que dejara de decir incoherencias, en situaciones así lo mejor era conservar la calma. Aunque Daniel la había perdido por completo—. Mi esposa…me dejó un mensaje con el nombre del hijo de puta que se la llevó. — Le entregó el celular al agente—. Estoy dispuesto a ayudar con lo que sea. Tengo información sobre ese maldito infeliz. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario con tal de tener a mi esposa de vuelta.