Capítulo 2: La propuesta

 
 

Daniel se había ido cuando Chicago despertó, tal vez evitando que hablaran de lo que había pasado la noche anterior. Deseaba quedarse todo el día en la cama, hundirse en el rastro de la fragancia natural de su esposo que aun percibía. Sin embargo estaban las responsabilidades, y ella no podía esconderse, tampoco él podía evadirla toda la vida. Su limitación se convertía en un obstáculo poderoso al que simplemente no podían ignorar por más tiempo.

 

 Chicago, a pesar de que tal vez no era apropiado, le confesó que no era virgen, aunque nunca profundizó en el tema. Daniel notaba lo incomoda que se sentía al hablar de alguna relación pasada, por lo cual no tocaban mucho ese tema. Apreció el gesto de sinceridad de su parte y lo tomó bien, no era ningún machista arrogante que pensaba que si una mujer no llegaba intacta al matrimonio era una deshonra para él y ella una zorra depravada. Sin embargo estaba nervioso porque también guardaba un secreto mucho más grave de lo que ella podía imaginar.

 

La relación entre ellos avanzaba a pasos agigantados. Chicago no podía dejar de pensar en ese chico de mirada dulce, sonrisa alegre, con una capacidad de escuchar que la dejaba atónita. No es que fuera una parlanchina, pero Daniel era receptivo, incluso cuando a ella le venían ideas tontas, o decía alguna estupidez para hacerlo reír. Lo que tenían iba más allá de un gusto que podía quedar entre sabanas, era un enlace en la que solo bastó una mirada para entender que la carga que llevaban podía aligerarse si la compartían. Sin importar los errores o la dureza con que la vida los había tratado, se hallaron felices de compartir algo más que besos, caricias. Se encontraron compartiendo experiencias, sueños, risas, miradas furtivas. Eso era algo que en estos tiempos no se daba tan fácil. Él siempre la respetó, por más que quisiera hacerle cosas indecorosas pero muy deliciosas, no podía por una limitación absurda pero que lo afectó de por vida.

 

Hace seis años Daniel tuvo un accidente, en aquel accidente sus padres murieron. Un accidente de auto acabo con sus vidas, apagó ilusiones, esperanzas, destrozó una familia, dejándolo huérfano.

 

Lo que no esperaba y fue lo que marcó su vida en su juventud terminó dejándolo paraliticó por dos años. Una lesión en la medula espinal, que afectó la zona lumbar le destruyó casi por completo los nervios, perdiendo sensibilidad en las piernas. Una cirugía medianamente practicada, en un hospital con pocos recursos le permitió recuperar parte de la sensibilidad de sus piernas, además de someterse a terapias corporales que lo dejaban molido. En la cirugía solo se recuperaron algunos nervios aun funcionales que le permitieron volver a caminar con algo de dificultad, sin embargo aquella intervención no pudo encargarse de que su órgano sexual funcionara. Los nervios que se encargaban de transmitir las señales del cerebro a la medula y viceversa se vieron seriamente afectados, por lo tanto su parálisis pasó de ser total a parcial. Lo que significaba que podía caminar, no obstante había quedado con secuelas serias por lo en ocasiones tenía que usar un bastón para sostenerse, y según los doctores pasaría mucho tiempo para reconstruir los nervios dañados, eso solo podía darse si alguien donaba su medula espinal y esperar a que fuera compatible con él, o que algún tipo de proyecto con células madre tuviera éxito. Para lo último se requería cierta cantidad de dinero que no lograría recolectar ni en esta vida ni en la próxima. Por lo que debía esperar a que  algún moribundo se compadeciera e hiciera un bien a la humanidad donando sus órganos y esperando que su cuerpo no rechazara la medula espinal. Su salud dependía de la suerte y la bondad que poco habitaba el mundo.

 

En el momento en el que conoció a Chicago se había dado por vencido, estaba sumido en la derrota porque nunca llegaría a intimar realmente con una mujer. Ella fue esa esperanza, no era esa chica que buscaba una noche loca, estaba llena de un aura que lo hacía sentir en las nubes. La verdad era que las pocas chicas con las que salió lograron derribar su autoestima.

 

A pesar de eso y de fijarse en ella por considerarla diferente. Chicago también tenía su pasado, algo que ensombrecía su ánimo y que intentaba superar con todas sus fuerzas. Era dulce, atenta, inteligente, tenía su carácter fuerte, eso era lo que más le gustaba de ella; esa impulsividad que él encantado aplacaba con besos tiernos.

 

Cuando le propuso matrimonio, Chicago no lo pensó, se colocó el anillo y se le lanzó encima como si fuera una presa. Era bastante pronto, casi siete meses de novios y se embarcaba en una aventura que consideraba la más arriesgada de todas. Eran jóvenes, atractivos, podrían conocer otras personas, explorar el mundo, comérselo si deseaban. No obstante, justo en el instante en el que Daniel doblaba su rodilla, en medio de un cine, interrumpiendo a los espectadores, ganándose abucheos, insultos e incluso que le lanzaran palomitas de maíz, todo por un chica cualquiera, entendió que no quería comerse el mundo, no quería absolutamente nada de lo que el mundo y sus banalidades pudieran ofrecerle, lo que alguna vez quiso se estaba enfrentando a una multitud furiosa, mojado de gaseosa, oliendo a papas rancias. Lucía una sonrisa pacifica, llena de afecto y complacencia. Estaba hincado esperando la respuesta de la mujer que se metió en su corazón para permanecer allí siempre. Sin importar la respuesta, nunca la abandonaría, incluso si las cosas se ponían raras entre ellos. Por encima de todo eran amigos, y siempre contaría con él en cualquier situación.

 

La respuesta afirmativa llegó con lágrimas de conmoción y un gritó de alegría. Eso logró apaciguar a la multitud asesina, los cuales terminaron aplaudiendo y celebrando la felicidad de los novios, una felicidad que solo duraría unas cuantas horas.

 

 En el momento de la acción, de entregar sus cuerpos al acto de amor incondicional, Daniel se apartó de ella, luciendo miserable y atormentado. Las marcas profundas en su espalda revelaban las heridas de un sobreviviente de una tragedia que marcó su vida de forma irremediable. Con un nudo en la garganta se vio obligado a confesar todo, a exponer su temor más grande, a hacer el ridículo porque no podía demostrarle con su cuerpo lo mucho que la amaba. Ella se enojó y no le hablo por días, por no haber sido sincero con ella desde el principio, porque pensaba que lo conocía lo suficiente, por su falta de confianza. Algo así no tenía por qué avergonzarlo, nadie es dueño de su vida, nadie puede predecir lo que le va a suceder al salir de su casa, incluso al dar unos cuantos pasos. Lo que tenían era demasiado poderoso como para que él no fuera capaz de comentarle de su accidente y las secuelas de ello.

 

 Aun así ella intento ayudarlo, fueron a terapias, consultas. Sin embargo volvió a caer en un estado de negación y depresión por un estado que no pidió. Quería brindarle a Chicago ese mundo de posibilidades, una vida donde todo estuviera al alcance de un chasqueo, demostrarle con más que palabras lo importante que era para él, lo afortunado que se sentía, negar por un momento que no padecía de algo que ni siquiera era una enfermedad, sino una condición desafortunada que lo frenaba, le ponía barreras, le impedía accesar al cuerpo hermoso y cálido de una mujer que lo aceptó sin condiciones.

 

No quería atarla, incluso le dijo de forma franca que a su lado no podría obtener sino desilusiones y frustraciones que terminaría escupiendo en su cara tarde o temprano. Se arrepintió al ver su mirada destructora y fatal. La estaba apartando de su vida por su propio bien, dándole una escapatoria y ella, con lo terca que era, le demostraba lo equivocado que estaba.

 

Con todo eso, se añadía el hecho de que su medicina fuera muy costosa. El seguro cubría una parte ínfima, dejándole la responsabilidad a la joven pareja. Aquello le demostraba a Daniel lo poco que podía darle a su esposa. Su trabajo como pasante no le daba unas ganancias exorbitantes, de hecho ni siquiera le alcanzaba para llegar a un mes decente. Prácticamente los gastos los asumía Chicago, cosa que hería su ego. Finalmente era el hombre el que sustentaba, el que proveía. A pesar de tener una mente abierta, de ser pacifico, su macho interno le reclamaba por ser tan blandengue, por no ser capaz de ocuparse de su hogar.

 

Habían vivido tanto en solo un año, que no sabía cuanto tiempo podrían sostener una situación caótica. La amaba, tanto que estaba dispuesto a cometer una locura con tal de que fuera feliz. Si él no podía darle el universo, al menos la empujaría a probar lo ilícito con tal de que reaccionara y abriera sus alas.

 

**************

 

Chicago trabajaba para un pequeño canal de televisión, transmitiendo las noticias del mundo. Estudió comunicación social y periodismo, encontrar un trabajo en ese medio era difícil. Siempre la querían para la sección de farándula por su aspecto físico, cosa que realmente le molestaba. Quería ser tomada en serio y hacer periodismo profesional. Por lo que comenzaba en ese canal. Era pequeño pero no estaba nada mal para dar sus primeros pasos.

 

—Señorita Adams—llamó su jefe—, venga a mi oficina por favor.

 

Chicago entró a la oficina del señor Douglas, su jefe de redacción, para ultimar los detalles de la noticia que saldría al aire

 

—Tome asiento, Adams—ella obedeció—. Les estoy informando a todos que habrá cambios importantes—aclaró su garganta—. Verá, nuestro canal hizo una fusión con una empresa, no tiene nada que ver con lo que hacemos pero ellos se interesaron en nosotros y están haciendo cambios estructurales.

 

— ¿Me está despidiendo señor?—Preguntó angustiada, tenían deudas que pagar, no podía darse el lujo de ser despedida por la puerta trasera. No solo estaba la medicina de Daniel, sino también sus expectativas para crecer en la compañía, o al menos para adquirir una experiencia suficientemente sólida para presentarse en un canal representativo.

 

—De ninguna manera, señorita Adams. Es a mí a quien despedirán y vendrá un nuevo jefe. Están enviando a alguien directamente de la empresa. No tiene ni la más remota idea de lo que se trata este negocio. Por lo que usted será la encargada de guiarlo, quieren sangre fresca y alguien de la multinacional que controle directamente el canal.

 

A punto de llorar como una niña pequeña, Chicago se recompuso ante el impacto tan desagradable y desalentador de la noticia. El señor Douglas era un hombre de gran talento, de una aguda objetividad. Era realmente apasionado por lo que hacía, cosa que ella compartía e incluso envidiaba. Tenía la sensación de que le faltaba dar lo mejor de sí, a pesar de que su jefe la guiaba, la necesidad de que la aprobara era tan grande que a veces se sobrepasaba, ganándose regaños bien merecidos por parte de Douglas.

 

— ¿Cuándo será el cambio?—Cuestionó con un nudo en la garganta

 

—No lo sé. Aun no nos han dicho nada pero esté atenta. Los cambios se dan en cualquier momento, por ahora eso es todo, puede retirarse. —Terminó sin mirarla. No quería que se preocupara o que comenzara un berrinche. Odiaba que las mujeres lloraran porque no tenía idea de cómo brindar consuelo. Su trabajo se determinaba en corregir los contenidos, en ser analítico, no en abrazar jovencitas, no quería despertar la impresión de ser un viejo verde. La apreciaba, apreciaba su talento, su tenacidad, aunque a veces era bastante testaruda, le tenía un cariño especial. Pero no por eso la mecería entre sus brazos ni permitiría que sintiera lastima por él, total, tenía su pensión y con eso viviría el tiempo que le quedara por delante.

 

Chicago salió acongojada por la noticia venenosa y mortífera que el señor Douglas le lanzó sin anestesia, como un golpe en el hígado. Era la única persona en toda Luisiana que la había tomado en serio, que le había dado una responsabilidad real. Dar las noticias de farándula no era algo que conllevara cierta responsabilidad, todo eso se basaba en rumores y chismeríos baratos en los cuales no quería desperdiciar tantos años de estudios. El señor Douglas vio en ella algo que aún no comprendía, pero que agradecía en su interior. Por eso le haría sentir orgulloso antes de abandonar su puesto.

 

Las noticias transcurrieron como debía ser, Chicago ante las cámaras registraba bien y le daban un buen enfoque para dar las noticias. Siempre muy profesional, daba lo mejor de sí, se desenvolvía muy bien y era muy fluida, segura de sí misma, cosa que la destacaba entre las presentadoras. Después de estar sentada haciendo su trabajo, revisando algunos apuntes para el día siguiente, fue interrumpida por el pitido de su celular. Daniel se había tomado la molestia de mostrar señales de vida en todo día enviándole un escueto mensaje de texto:

 

De: Daniel Sanders

 

Para: Chicago Adams

 

Te espero en casa, necesitamos hablar

 

Besos.

 

Tal vez esperaba algo un poco más cariñoso, palabras alentadoras. Hablaba con su esposa no con una fulana a la que le decía tres palabras y listo. El contenido aunque no fuera de gran envergadura contenía palabras que le producían duda. El  << necesitamos hablar>> no sonaba muy amable. Y era precisamente eso lo que le producía esa incertidumbre de que definitivamente las cosas entre ellos cambiarían de un modo desagradable.

 

Farfullando insultos, recogió sus pertenencias, cumpliendo su horario. Se dirigió directo a su apartamento. No era grande, para qué cuando solo vivían dos personas en ella. El espacio era lo justo y necesario para ambos. Al entrar al apartamento se topó con la sala, estaba debidamente decorada con un sofá azul oscuro de cuero, una mesa de centro para colocar lo que quisiera, un equipo de sonido de un tamaño adecuado para que pudiera ser acomodado en el mueble que sostenía el televisor. Las fotos de su noviazgo, boda, momentos felices, se encontraban sobre dicho mueble, reposando como objetos preciados a los que dedicaba unos minutos especiales para limpiar y admirar, recordándose a sí misma que esa imagen de felicidad perpetua era lo que motivaba a despertar cada mañana.

 

La cocina estaba al fondo, con todos los elementos indispensables para disfrutar de una comida amena. No tenían un comedor, tampoco veían la necesidad, en la cocina había un mesón demasiado grande donde comían los dos, y si tenían visitas, que eran pocas, las recibían en la pequeña sala.

 

Quería entrar al baño, justo al lado de su habitación, pero unas risotadas le quitaron las ganas. Se envaró detectando una voz desagradable y desdeñosa. Una voz que le producía un disgusto difícil de olvidar, incluso aunque lo intentara.

 

Como decía el famoso dicho: al mal paso debía darle prisa, ingresó a su habitación, encontrándose con Daniel recuperándose de algún chiste sucio de su amigo, a quien notó desnudándola con la mirada. De solo verlo le producía ganas de romperle la cara y deformársela para que ninguna mujer con un poco de sentido común se le acercara.

 

— ¡Wow! Llego fresita achocolatada—cantó Jasón—. Con razón siempre le dan más cámara a ella que a sus compañeros. Mírala Daniel, con esa falda, hace que sus piernas se vean provocativas.

 

Iba a detonar en una serie de insultos reservados para su persona, pero decidió no darle gusto. Total, no tenía energía suficiente para darle una buena pelea.

 

— ¿Que hace él aquí, Daniel?—Preguntó con voz moderada pero con un deje amenazante.

 

—Siéntate Chiqui, tengo que hablar con ustedes. —Confundida por el cambio de los acontecimientos y la reunión a la que fue invitada a último minuto, Chicago se sentó al lado de Daniel, se suponía que solo iban a hablar ellos dos, sin embargo la presencia inoportuna de Jasón cambiaba las cosas. Su esposo se acomodó la camisa infinidad de veces, lo que diría cambiaria muchas cosas entre ellos. Sin embargo lo consideró como una salida. Una salida improvisada y tenebrosa, pero al fin de al cabo una oportunidad para exponer su punto de vista.

 

—Esto que les voy a decir lo he pensado toda la mañana. He pensado en sus reacciones. —Los miró, calibrando sus palabras—, en sus objeciones, en lo escandaloso del asunto. Estoy preparado para ser bombardeado por ambos. En cualquier caso solo se dará si ustedes terminan aceptando.

 

—Explícate bien, porque no me está gustando ese tono misterioso que estas usando. —La mirada acerada de su esposa lo asustó, pero no lo suficiente para declinar lo inevitable—. ¿Qué es lo que tienes que decirnos?

 

Tomando una gran bocanada de aire, tanto así que parecía absorber todo el aire de la habitación. Daniel observó a su esposa, luego a su amigo, el cual se balanceaba en la silla, animándolo con la mirada a decir lo que quisiera. Se permitió un momento para retractarse, para dar marcha atrás y salir con otra idea. Sin embargo, un sentimiento que no podía definir, una sensación que no podía esquivar era lo que lo llevaba a tomar una decisión desgarradora pero necesaria para que su esposa ampliara sus horizontes, se aventurara a conocer lo que él no podía brindarle. Por una sola vez, Daniel Sanders se arriesgaría a poner en la cuerda floja su matrimonio. Esa idea derrumbaría el castillo de naipes que construían, una idea cualquiera contraía una serie de debates que dividía o unía, no sabía lo que haría esta, la verdad no entendía del todo que lo movía a semejante barbaridad. No obstante no se acobardaría, Jasón era el adecuado, cumplía requisitos que le daba fuerza a su plan. Era el hombre adecuado para el trabajo, si podría llamarlo de esa manera.

 

Lo soltó sin siquiera pensar en la impresión que se llevarían.

 

—Quiero que tú y mi esposa pasen una noche juntos.

 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 

 
 
La propuesta
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