Capítulo 38: De regreso
Tres años después…
—Papá, Abel vino a llevarme a mi cita. —Sean alzó la mirada, estaba distraído leyendo un artículo sobre el incremento en los impuestos. Le restó importancia al hecho de que el gobierno les chupara la sangre con más aportes para dirigir su atención a la luz de sus ojos.
Verla con una sonrisa era la satisfacción más grande como padre, la realización de todos sus deseos. Luego de que despertara, se mudaron a Carolina del Norte. Allí comenzaron de nuevo, entablando nuevas relaciones, cambiando de aires, y sobretodo, dejando atrás el pasado. Durante ese proceso Chicago se adaptó poco a poco, recordando algunos momentos de su infancia, de su adolescencia, aunque muchos de ellos no estaban claros.
Recordó a su hermana, lo difícil que era su relación, sin embargo el sentimiento de amor incondicional hacia ella fue lo que le impidió despreciarla. La quería, deseaba salvarla. Pero de alguna manera nunca pudo llegar a ella. Cuando se enteró que murió en un accidente de auto, lloró durante tres meses. No comía, no dormía, no podía ver fotos de ellas juntas porque las lágrimas retornaban, la tristeza la absorbía, la desolación y un recuerdo que no encajaba del todo la asfixiaba. Tenía la extraña sensación de que Bianca no había muerto en esas circunstancias, no cuando miraba a su madre y podía jurar que había algo más detrás de la historia. Se propuso investigar cuando el momento fuera correcto.
Algunos eventos fueron rellenados con vivencias, experiencias, la mayoría demasiado borrosas para captarlas. Se sentía abrumada, perdida, desesperada. En ocasiones se encerraba, concentrándose en recordar cosas que sentía, eran demasiado valiosas como para pasar por alto. Su mente seguía en blanco, con baches que no podía llenar por más que se esforzaba. Algunas veces gritaba y mandaba todo al diablo. Odiaba no saber quién era en realidad, que había hecho, la sensación absurda de perder algo fundamental pero no saber en qué momento fue. Estaba tan enojada, frustrada, deprimida, que Sean contactó a un psicólogo para ayudarla. Los resultados se mostraban poco a poco, los avances no eran muchos, pero algunas cosas tomaron sentido para ella.
—Que te vaya bien, mi pequeña flor. —Se levantó, acercándose a su niña para besar su frente. Al posar sus labios notó el metal que salvó su vida, agradeció en silencio que estuviera allí, protegiendo su cabeza, protegiendo su memoria. Estaba tranquilo porque, de alguna manera, seguía adelante. Sabía que ella recordaría todo, eventualmente. Escapar no serviría de nada. Las cosas que dejó inconclusas seguirían allí, punzando, llamándola, solo esperaba que cuando el momento tocara las puertas de su memoria no la dejara en un estado donde ni ella misma se reconocería.
—Me encanta que me digas así—sonrió abrazándolo. Escuchó el pito molesto de Abel, indicándole que era hora de partir—. Dile a mi mami que me guarde un pedazo de pastel. Muero por probarlo.
—Así lo haré
Chicago sonrió y salió disparada hacia su amigo. El clima era inusualmente cálido, por lo que llevaba una blusa de tiras color azul que se ajustaba a sus curvas. Un pantalón desgastado y unos tenis blancos. Su cabello corto, apenas y rozaba su nuca, no obstante lo peinaba de lado y se colocaba una diadema para mantenerlo en su lugar.
—Llegaremos tarde, Metiche—rezongó Abel, apurándola. Chicago rodó los ojos, abriendo la puerta del copiloto. Le sonrió con cinismo, depositando un beso en su mejilla. Abel suspiró—. El doctor Cleveland no tiene todo el día para atender a la princesa.
—No seas tan melodramático, tonto. —Se abrochó el cinturón de seguridad—. Estaba…
— ¿Esforzando tu cabeza loca para recordar todo y no ir a la cita?—Chicago resopló, él la conocía y la entendía mejor que sus padres. Era el único que no la miraba con lastima, ni la sobreprotegía como hacia su madre. No le prohibía nada y tampoco se quedaba callado como su padre. Sin embargo tampoco le decía todo, le daba la información medida, explicándole que todo llegaba en el momento correcto, si seguía por ese camino, encontraría el tesoro. Ella lo miraba con fastidio y lo ignoraba, odiando la omisión de información vital.
—Detesto que no me dejes terminar la frase. Parecemos una pareja patética. —Hizo una mueca de asco, Abel rió ante su expresión.
—Tenemos que mantener las expectativas. Tu madre aun piensa que estamos hechos el uno para el otro. —Chicago soltó una carcajada, dando paso a una estruendosa risa que no podía frenar.
Eleonor trataba inútilmente de forzar la situación entre ellos. Abel decidió mudarse a Carolina del Norte por un tiempo, dejando el canal en manos de una persona confiable. Chicago lo aceptó con facilidad ya que lo recordaba, él ayudó a rellenar esos agujeros contándole sus aventuras en la facultad, mostrándole fotos, escritos que hicieron juntos y publicaron en el periódico estudiantil. Leer sus escritos la hacía reír, estaban cargados de cinismo, criticando el sistema universitario, calificando a los maestros, detallando asuntos importantes y algunos no tanto. Recordó que iban juntos a las prácticas de patinaje, él solo iba de acompañante, ganándose las miradas pervertidas e insinuantes de sus compañeras. Incluso creían que tenían algo, ellos siempre lo negaron entre risas y chistes.
Luego recordó que Abel se fue y una parte de ella se marchitó. Su cómplice no se había despedido, dejándola enojada y sola en sus locuras. Decidió enfocarse en el patinaje, siendo la mejor, dedicada, puntual, cumpliendo y exigiéndose. No obstante los recuerdos se volvían borrosos y ella luchaba por aclararlos. En esos momentos de angustia su amigo estaba allí, tranquilizándola, hablándole con suma calma mientras ella lloraba, hundida en su desesperación por encontrar la verdad que se hallaba resguardada en algún rincón de su mente.
Su madre comenzó a verlo como un candidato para su hija. Un hombre preparado, con porte, dinero, le daría estabilidad y borraría por completo el rastro molesto e insignificante de aquellos hombres que no aceptaba por ningún motivo. Razón por la cual quiso intervenir, tratando de llenarle la cabeza de cosas inútiles a Chicago, resaltando el sinnúmero de cualidades de Abel. No obstante ella lo desestimaba y se burlaba en silencio mientras su madre parloteaba sobre el asunto. No quería entender que ellos no se veían de esa manera y nunca lo harían. De solo pensar en eso se le revolvía el estómago. Eleonor no entendía que jamás podrían verse como hombre y mujer. Ninguno se sentía atraído el uno para el otro de esa manera.
—Mi madre quiere verme feliz, solo que no entiende que eso no depende de ella—afirmó viendo por la ventana, observando a las personas ir y venir en sus rutinas. Los envidaba, envidiaba a aquellos extraños porque ellos tenían recuerdos, poseían memorias felices, tristes, solidas. Esas personas tenían una historia grabada a la que acudir, una historia a la que pertenecían, una que podían contar. Ella tenía esa horrible sensación agrandándose en su pecho, como si le hubieran robado una parte importante de su vida. Apretó los puños, agotada de llamar a su mente esos eventos esenciales para darle sentido a su vida. Deambular por la vida sin algo a lo que aferrarse, rodeada de secretos, la estaba enloqueciendo. Su vida actual era sosa, aburrida, simple. Detestaba eso, por esa razón se esforzaba fervientemente a recordar cada momento y retenerlo para siempre. Deseaba que el proceso fuera más rápido, así encontraría el camino de regreso a dondequiera que perteneciera.
—No seas tan dura con ella. Te ama y busca la manera de protegerte. Tal vez no es la indicada, no es el método adecuado, pero sus intenciones son las mejores, créeme.
—Lo dices porque te gusta mi madre. —Abel la miró como si tuviera demencia—.No te hagas el idiota, te he visto mirándole el trasero y sonriéndole como un quinceañero. ¿No te da vergüenza ser tan asno, deseando a mi mamá?—Divertido, volvió la vista hacia adelante.
—Por supuesto que no, es una mujer muy bella. Lástima que no heredaste nada de ella.
Chicago le dio un codazo en las costillas, Abel le advirtió que se calmara si no quería terminar en un accidente. Obedeció, perdiéndose nuevamente en el horizonte. Por un instante su mente comenzó a divagar, pensamientos iban y venían, nada en concreto como era usual, sin embargo la imagen de dos chicos rondaba su mente. Al intentar ver sus rostros ellos se desvanecían. Era extraño, ya que siempre intentaba llegar a ellos, averiguar quiénes eran y que relación tenían con ella, por más que lo intentara nada se resolvía. Pensó en aquellos muchachos que estaban en el hospital, sus miradas comprensivas, cálidas, de alguna manera la hicieron efervecer, sentir curiosidad, se sentía… correcta con ellos. No obstante dimitió de esos sentimientos porque no los recordaba, juraba no conocerlos del todo. Aun así el verlos provocó un choque particular que la dejó inquieta. Todo este tiempo pensó en ellos, algunas veces con más frecuencia de lo normal, forzando su mente a ubicarlos en un punto donde podrían coincidir, como siempre nada pasaba.
Las palabras que le dijeron la última vez que los vio pululaban en su memoria, de alguna manera se aferró a ellas porque sentía que en ellas encontraría un significado profundo, un camino al cual quería regresar. Pero mientras eso sucedía debía pisar fuerte, ser segura, ser precisa para no confundirse y quedar atrapada en memorias incoherentes.
El carro se detuvo al frente del consultorio, Chicago volteó a mirar a su amigo. Estaba tan agradecida de que estuviera en su vida, en esa etapa tan dura. Dejó atrás muchas cosas por acompañarla. A pesar de que no lo recordaba en todo su esplendor, estar a su lado le proporcionaba tranquilidad, podía ser abierta con él, llorar sobre su hombro, sentirse realmente segura. Sabía que existía algo más, un trasfondo que él no ocultaba, pero tampoco le contaba, tal vez porque esperaba que ella hiciera las preguntas adecuadas, o que tomara el asunto por los cuernos, sin miedo a lo que llegara a descubrir.
—Pórtate bien—dijo Abel, depositando un beso en su mejilla.
—Siempre me porto bien, tonto—le guiño el ojo. Antes de bajar volteó a verlo una vez más—. ¿Algún día me dirás que es lo que me ocultas?—Abel se hizo el desentendido, ella entrecerró los ojos—. Sé que eres la única persona que me rodea que es abierta conmigo, sé que me estas incitando a descubrir cosas, es solo que no lo haces sencillo. A veces, cuando te atrapo mirándome, hay algo en tu mirada, en tu expresión melancólica que no puedo comprender. Dime que es lo que sabes, por favor—rogó en un murmullo.
—Nadie dijo que era sencillo, mi querida Metiche. Eres la única que puede descifrar el enigma. Está en tus manos investigar, preguntar. No lo has hecho porque en el fondo sabes que no estás lista para hacerlo. Yo estoy aquí en calidad de niñero, cuido de mi amiga, eso es todo. Las preguntas están allí, esperando a ser formuladas, es cuestión de que realmente te atrevas a dar el salto. —Tomó sus manos entre las suyas, transmitiéndole buena energía, diciéndole sin palabras que la verdad por más dolorosa que fuera, estaría allí esperando a ser encontrada. Chicago quiso llorar, acurrucarse en la silla y perderse. Tantos recuerdos desperdigados en algún lugar, tantos interrogantes, tanto misterio. Todo eso estaba rompiendo esa burbuja que su madre construyó. Romperla le daría lo que quería, pero no sabía hasta qué punto deseaba la verdad—. Ve a tu cita, y encuentra el camino. —Abel le abrió la puerta, ayudándola a bajarse, luego se fue dejándola sola con sus interrogantes.
El doctor Cleveland la recibió con una sonrisa. Era un hombre aproximadamente de cuarenta años. Su cabello canoso siempre se veía algo desordenado, pero adecuado para su aspecto jovial. Sus ojos grises transmitían confianza, comprensión, la incitaban a llegar al punto máximo de las sesiones. Su nariz era pequeña, al igual que sus labios. Tenía porte, podría ser cualquier cosa, hecho lo que quisiera, ella lo podía notar, sin embargo eligió ayudar a personas en su condición, personas que trataban de encontrar su lugar en el mundo.
Cuando comenzaron las sesiones le costó mucho trabajo abrirse a un desconocido. Relatarle eventos nublados le hacía perder la cordura. Sin embargo él fue muy paciente, la escuchaba atentamente y le formulaba preguntas que ella en ocasiones no estaba dispuesta a responder. Le habló sobre su accidente, según lo que le dijo su madre, estaba en Arizona trabajando en un cubrimiento especial. Al trasladarse a la ciudad, un carro la chocó por la parte trasera. Ella salió propulsada, estrellándose contra el pavimento. Fue llevada de urgencias y sometida a cirugía, lo que conllevó a su estado actual: desmemoriada y resentida.
Al principio la historia le pareció creíble, no prestaba mucha atención a ello, su recuperación era más importante que buscar culpables. Sin embargo cuando comenzó a indagar sobre ese evento, nada apareció. Buscó artículos que relataran el accidente, no existían tales artículos, por tanto el accidente nunca existió. Lo que le dejó más preguntas que nadie se atrevía a responder. Si el choque fue tan bestial como su madre le contó, algo de eso tenía que estar en algún lado, algo de su vida tenía que estar en alguna parte. Eleonor la evadía descaradamente, la encerraba en su burbuja hasta que Chicago se enojaba y se refugiaba en su habitación.
El doctor la escuchaba, no como si fuera una obligación por ser su trabajo, sino porque veía la aflicción de Chicago, el sentirse pérdida, desorientada, en tratar de buscar migajas de pan que no se hallaban en el camino. Su propósito era ayudarla, o al menos, darle una pista de lo que alguna vez fue.
Tres años después y el progreso era lento, podía recordar momentos, algunas cosas, pero eso no era el todo que ella deseaba con tanto fervor. Su paciencia se agotaba y comenzaba a perder las esperanzas. Chicago pensó en desistir de las citas hasta que se presentaron sucesos extraños en su mente. Eso la hizo cambiar de parecer, eso era por lo que estaba ahí, para distinguir lo real de la fantasía.
— ¿Cómo te encuentras hoy?—Le preguntó el doctor, señalando su lugar mientras él tomaba el suyo. La oficina resultaba ser acogedora, como si estuviera en la casa de un amigo departiendo sobre algún tema sin importancia. La pared cubierta de algunos diplomas, fotos de su familia. El sillón donde se encontraba era bastante cómodo, si se descuidaba podía dormir durante días enteros. Ese lugar la ayudaba a desconectarse de los demás y a conectarse consigo misma. Tenía un guía allí que la ayudaría.
—Un poco inquieta—respondió con sinceridad. Cleveland tomó su postura habitual, sacando su esfero y una hoja para tomar nota, sin dejar de escucharla.
— ¿Has vuelto a soñar lo mismo?—Interrogó, levantando la mirada por encima de sus lentes. Chicago sintió pavor ante su pregunta. Esos sueños la estaban perturbando. Empezaron un par de meses, al principio iban y venían, con el tiempo se hicieron más recurrentes, más fuertes. Le mostraban cosas hermosas y a la vez terroríficas. Se decía a si misma que no era real, su mente le jugaba trucos sucios, no obstante comenzaba a creer que no era así.
—No… han sido… sueños algo revueltos. Es como si saltara de un escenario a otro. En un momento me encontraba en un prado, corriendo detrás de alguien, al visualizar mejor era un bebé, un niño pequeño que me sonreía con tanta… familiaridad que no podía apartar mi mirada de él. Yo corro detrás, intentando alcanzarlo. Cada vez se aleja más, siento miedo, estoy asustada de no poder atraparlo. Pero luego… me siento tranquila cuando dos hombres aparecen al final del camino. Ellos le sonríen al pequeño y este se les lanza encima, lo llenan de besos y mimos. Yo… los observo, sintiéndome… feliz… completa….llena de luz. Uno de ellos se acerca, devorándome con la mirada, me siento… atrapada y no siento temor porque me gusta la sensación que me produce. Él se acerca, mi cuerpo se derrite, las manos me tiemblan, quiero llorar, quiero reír, quiero correr, quiero estar allí para siempre. El hombre parece entenderlo, susurra algo que no logro entender y luego… me besa, es intenso, como si el fuego hiciera contacto con mi piel. Me gusta la sensación de arder pero sin quemarme. Me consume, me eleva. Sus manos se aferran a mi cintura y…—Se detuvo, sus ojos emitían un brillo que nadie había visto en mucho tiempo, sus mejillas sonrosadas, su respiración acelerada. Relatarlo es algo vergonzoso, sobre todo por cómo se desarrollaba el sueño. Le encantaba soñar con eso, soñar con ellos, especialmente porque le brindaban un éxtasis que extrañaba, una adrenalina que no experimentaba cuando abría los ojos. Sumergirse en ese sueño era entrar en un mundo al que pertenecía, donde podía encontrar su verdadero yo. Era por eso que quería encontrarle un significado, aunque hablar sobre ello hacia que su piel hormigueara de una forma familiar pero peculiar.
El doctor elevó su mirada nuevamente hacia ella, sonriendo ante su reacción cohibida.
— ¿Qué sucede después? Cuéntame todo para entenderlo. Lo que suceda luego no tiene por qué avergonzarte. Si es un recuerdo o un sueño, quiero escucharlo para ayudarte.
Aclaró su garganta, lo que continuaba la excitaba demasiado. No era normal que algo como eso llegara a niveles que se salían de proporción. Solo el doctor sabía sobre esos sueños, sin embargo ignoraba que tan lejos llegaban. Chicago cerró los ojos, concentrándose en cualquier detalle, reviviendo la experiencia más emocionante de su vida.
—Me toca, me toca mucho—sonrió—. Besa mi cuello, me susurra cosas que aceleran mi pulso. Sus manos son… traviesas, tanto que no me deja pensar. Lo siento en todas partes. Me aferró a él para no caerme. Me permito abrir los ojos para encontrarme con el otro sujeto. Esta sonriéndome, sosteniendo al pequeño. Parece que somos… una familia… estamos nadando en nuestro mundo, nada nos afecta, nadie puede separarnos. Por… primera vez… estoy viva—susurró a punto de llorar. Si era una fantasía quería vivir para siempre en ella, estar allí, en esa pradera, compartir un poco del cielo en brazos de esos seres que parecían idolatrarla. Siguió con la historia, hilando cada parte y reteniéndola con ahínco para que no se escapara nunca—. El otro sujeto, el que sostiene al bebé. Se acerca, me mira con…posesión, una tan pura, tan directa que me vi correspondiéndole. Al estar cerca de él pude escuchar los latidos de mi corazón, la música que los ruiseñores. Es ridículo lo que digo—rió por lo bajo sin abrir los ojos—, pero inspira tanta calma, que es imposible que exista alguien como él. Sus manos acarician mi cabeza y yo sigo sus caricias. Mientras sostiene al pequeño con un brazo, con la otra que me toca traza mis labios, haciendo un recorrido lento, provocativo, delicioso. Al verme ansiosa, se ríe y me besa, me saborea. Es como si fuera besada por el viento, una brisa cálida que te cobija, te… fortalece. Estoy en el paraíso y no quiero irme, no cuando me siento tan… amada, todo es tan bueno que quiero quedarme allí
>> Ellos me acarician, me susurran cosas, me protegen, protegen a mi pequeño…—Se calló al decirlo por primera vez. Estaba demasiado involucrada en el sueño, tanto como para decir que ese bebé era suyo, que esos hombres le pertenecían, que ese ambiente era suyo. Entendía que no era cierto. Pero, ¿por qué demonios no podía abandonar la sensación de que era lo más real que alguna vez había vivido?
Se secó las lágrimas que había derramado. Se estaban desenterrando cosas que iban más allá de su entendimiento. Nadie tiene el mismo sueño en tantas ocasiones y siente lo mismo una y otra vez. Eso debía significar un avance, alguna pista que le ayudaría a definirse. Por más que intentara dejarlo ir, decirse que era una fantasía maravillosa, no podía ignorar la punzada de perdida y desasosiego al despertar, o… al cambiar de escenario. El sueño tenía un inicio hermoso, pero un final espantoso. Llegar hasta ese punto la ponía nerviosa.
—Esos hombres que mencionas. ¿Cómo te hace sentir el hecho de que te toquen, te besen, te deseen?
—Se siente correcto, bien. No tengo miedo ni dudas. Es… como si ya hubiera tomado la decisión hace tiempo—respondió tan segura que se impactó de ese hecho. No era capaz de abrir los ojos, no podía ver al doctor y encontrar acusaciones. Pero confesarlo la liberó de una carga moral que no podía soportar. Elegir un camino con algunos de los sujetos no estaba en la mesa. No quería abandonar a uno por irse con otro. Además, sus sentimientos eran equilibrados… No lo podía explicar, pero ambos tenían la medida perfecta para encajar… para amar sin restricciones, sin importar la opinión de los demás. La manera en la que se sentía era adecuada. Lo raro del asunto era que si bien se sentía así hacía mucho tiempo, ¿dónde estaban los chicos a los cuales eligió? ¿Cómo retomar el camino cuando las piezas aun no estaban completas? Existían emociones, sensaciones, vestigios de un ayer que aún no tenía una explicación razonable.
— ¿En algún momento puedes ver sus rostros, puedes ver quiénes son?—Preguntó el doctor, sacándola de sus cavilaciones.
—No, no puedo ver sus ojos. Sus labios sí. Sin embargo no puedo identificarlos porque luego…—Nuevamente hizo silencio, apretó los ojos ante el temor de abrirlos y encontrarse en ese lugar… En ese donde la suma de todos sus miedos se hacían realidad. Por más que quisiera identificarlos, la niebla se interponía y los alejaba de su lado, dejándola en su estado actual: asustada y rota.
—Continua, por favor—le indicó Cleveland muy atento a su cambio. El rostro de Chicago se contorsionó, apretaba los ojos con tanta fuerza que se hundían, agarraba el cuero del sillón a tal punto de rasgarla. El doctor se sentó a su lado, colocando una mano en su hombro. Ella se sobresaltó, pero se tranquilizó al sentir la mano de un amigo, de una persona que la ayudaba a atravesar ese momento sin presionarla. Tomó varias respiraciones antes de seguir. Ubicándose en el lugar donde iniciaba la pesadilla, prosiguió.
—Ellos desaparecen y estoy atada, encadenada. Tengo miedo, mucho miedo. Me duele el cuerpo, me cuesta respirar. Quiero gritar pero no logro formular ninguna palabra. —Tomó aire concentrándose en aquella parte aterradora—. Hay un hombre, mirándome hambriento, satisfecho, regodeándose de sí mismo por tenerme indefensa. Lo insulto, le reclamo, pero él me sonríe con suficiencia. Se… coloca sobre mí, me manosea, me muerde… me lastima una y otra vez. Luego él…—Se detuvo, era demasiado humillante lo que pasaba a continuación. Una cosa era soñarlo, otra muy diferente contárselo a alguien. Lo que sintió en ese momento, lo que experimentó, se sentía tan real como la primera parte de su sueño. Todo conjugaba, lo bueno y lo malo estaban unidos, sin embargo no estaba lista del todo para lidiar con lo malo, con aquella parte que la hacía sentir sucia, degradada, indigna.
El doctor apretó su hombro, indicándole que estaría allí siempre para apoyarla, no importaba lo sucedido, importaba ella y lo que estaba pasando en su cabeza. Necesitaba ayuda, que la entendieran, que la dejaran ser libre. Necesitaba ser escuchada. Era esa razón por la que no se daba por vencido, porque aquella chica merecía una segunda oportunidad.
Reprimiendo las lágrimas, se armó de valor para terminar el relato.
—Él abusa de mi—declaró turbada—. Esta sobre mí y… me hace daño, un y otra vez. Me dice que se siente bien estar dentro de mí, que tendré sus bebés, que seremos una familia feliz. Yo lucho y peleo, trato de salir pero es inútil, es más fuerte que yo y me somete. Veo a mi hermana de pie en una esquina, mirándome fijamente. Le grito que me ayude pero no acude a mí. De su frente sale mucha sangre, esta pálida, inerte. El hombre sigue sobre mí, abusando de mí. Me dice que la ignore, que no merece mi cariño ni mi lealtad. Habla mal de ella. Yo le suplico que me deje ir, que se detenga, pero él se burla y continua, hasta que despierto sudorosa y temblando. Es algo recurrente, empieza bien y luego se retuerce todo. —Abrió los ojos lentamente, dejando escapar unas lágrimas. Por fin pudo decirle a alguien lo que pasaba por su mente, quería descubrir el significado de ese sueño, quería encontrar respuestas, solo que no estaba segura de que lo que encontraría fuera del todo bueno.
El doctor sostuvo sus manos, estaba temblado, aturdida. Muchas veces los recuerdos se manifiestan de diferentes formas, hacen su camino al origen. Los sueños de Chicago parecían recuerdos de cuento de hadas mezclados con horripilantes monstruos. En ocasiones los sueños pueden mostrarte cosas, pueden ser espejismos que se olvidan. Pero cuando son recurrentes, cuando se sueña con lo mismo una y otra vez y la representación de aquello era tan vivido, tan real, no se puede pasar por alto y continuar como si nada.
Cleveland le tendió un pañuelo, la joven se secó el rostro. Aún seguía temblando, el choque emocional la había dejado exhausta. No quería seguir evadiendo esos sueños, no podía esquivar lo que le provocaba al despertar. Con esa confesión había descargado su más grande inquietud, espera una respuesta que iluminara su actuar.
— ¿Es muy frecuente ese sueño?
—Si
— ¿Qué es lo que piensas de eso? ¿Hay algo en particular sobre lo que ocurre durante el sueño que llame tu atención?
—Absolutamente todo llama mi atención, doctor—sentenció seria—. Quiero que me diga si lo que le conté es real o es parte de mi imaginación. Quiero… que me diga que debo hacer al respecto.
—Yo no puedo decirte que es lo que debes hacer, la decisión final la tomas tú—respondió mirándola a los ojos—. En mi opinión, tus sueños pueden estar basados en experiencias que tu mente trata de recrear. Cuando duermes, tu mente entra en un estado de relajación que te permite crear. Al tratar de forzar tu mente a recordar, entras en estrés, lo cual comprime todo el funcionamiento normal de tu cerebro. Tu capacidad de pensar con lógica se bloquea, trayendo así un estado de furia, dando paso a la depresión. Puede ser… que al soñar, algunos eventos reales se mezclen con anhelos. La cuestión aquí es si tú realmente consideras que vale la pena indagar un poco, si para ti es importante como para perseguirlo. Todo es subjetivo, la única persona que puede tomar la decisión eres tú.
Pensativa, Chicago proceso las palabras de su psicólogo. Sometía a su mente a un estado catastrófico al intentar recuperar su memoria. Que esos sueños se le revelaran indicaban un punto de partida. Tal vez había llegado el momento de hacer las preguntas adecuadas, o dejar de temer por lo que podía encontrar si hurgaba correctamente. Trataría de ir con cautela, no quería que sus padres se metieran en sus asuntos, no quería más mentiras ni secretos. Necesitaba hallarse, recordar su pasado para así determinar si tenía un futuro.
Se despidió de su doctor, Abel la acompañó a su casa en un silencio sepulcral. Él no se atrevía a preguntar, pero notaba que su amiga estaba más alerta, con una perspectiva más aguda. Notó ese brillo inexplicable en sus ojos que le indicaba el cambio transcendental de los acontecimientos. Esperaba que se lanzara finalmente a hacer las preguntas correctas.
La dejó en su casa, prometiéndole una cita la próxima semana. Ella asintió sin prestarle mucha atención. Aún seguía perdida en el encuentro con el doctor Cleveland, dándole la razón a todo lo que le dijo. Necesitaba romper la coraza en la que estaba encerrada por tres años, era el momento de detener lo que sucedía y tomar cartas en el asunto. Ya existía una señal a través de un sueño repetitivo. Le daría el voto de confianza, encontraría las respuestas y el sentido de su vida.
Al entrar a su casa escuchó los murmullos de sus padres. Estaban discutiendo, era algo común ya que Eleonor era voluntariosa, mandona y Sean no podía pasarle todas. Chicago los vio por a rendija de la puerta de la cocina, riñendo acaloradamente. Acercó su oído a la puerta con cuidado para que no la vieran allí.
— ¡No puedes seguir en contacto con esa sabandija! ¡Él y su amigo han traído desgracia a nuestra casa! Hicieron bien en no volver a buscarla y tu insistes en traerlos a su vida—escupió alzando la manos, Sean estaba haciendo cosas a su espalda, en un comienzo pensó que tenía una amante. Eso la alertó al máximo, por lo que revisó su celular, su registro de llamadas. No tenía llamadas de ninguna mujer, sino de esos tontos que no dejaban a su hija en paz. Así que enojada y traicionada, lo enfrentó. Chicago necesitaba recuperarse, olvidarse de las desgracias que llegaron a su vida en el momento que esos inútiles aparecieron. Debían dejar de recordarle que Bianca que no estaba, que no volverían a ver a su pequeña. Sus dos hijas estaban destinadas a la ruina por esos sujetos.
—Tiene el derecho de seguir en contacto, de todas maneras sigue siendo su esposo. —Chicago se paralizó por un momento. ¿Quién se había casado? ¿De quién hablaban? Su respiración se aceleró, su cabeza palpitaba, le daba vueltas. De repente se sintió mareada. Pensaba en ir a recostarse, en cambio decidió escuchar a su padre—. Legalmente tiene la potestad de preguntar, moral y emocionalmente sigue esperando que ella regrese.
— ¡Sobre mi maldito cadáver!—Bramó histérica—No permitiré que la única… hija que me queda caiga en manos de ese pervertido. No voy a aplaudir tu comportamiento. Ese lascivo de porquería quiere llevársela para… hacer quien sabe que cosas con su amigo enfermo. Ambos están locos y no quiero que la perturben. Pediré oficialmente la anulación de esa farsa a la que llamas matrimonio. Pensé que entenderían cuando les pediste distancia, pero tú has hecho que toda la mierda toque nuestra vida ¡Y eso es algo que no te voy a pasar!
— ¡Déjala tranquila, es su vida no la nuestra!—Igualó su tono de voz—. En algún momento encontrará la verdad y entonces la perderemos. —Se dio la vuelta, pasándose las manos sobre su cabello canoso. Se podía ver el peso de un secreto atormentándolo. Siempre que la miraba, veía toda su historia, pero era incapaz de contarle porque no quería abrumarla ni afectarla con lo sucedido. Siempre supo que le ocultaban cosas, cosas rudas y oscuras. No le daba tristeza que quisieran protegerla, lo que realmente le molestaba era que se aprovecharan de su estado para encerrarla en un bunquer. Su padre giró para ver a su madre—. Todo en la vida nos alcanza, Eleonor. No podemos seguir escondiéndole cosas, manipulando la información. Ya no puedo soportar esa mirada confusa, esos ruegos silenciosos cuando la veo, esos gritos en la madrugada… No puedo vivir así, Ele, no puedo. Quiero que sea feliz, sin importar lo que pasó, quiero que sea valiente para enfrentar todo. Confió en ella, confió en su determinación y fortaleza. Superará todo, es cuestión de darle la oportunidad.
—No me arrepiento de lo que hice—manifestó severa—. Utilizaré cualquier método con tal de no verla sufrir. No puedo permitir por ninguna circunstancia que lleguen a ella, o que ella llegue a ellos. He hecho lo que cualquier madre haría para proteger a su bebé. —Rompió a llorar. Sean la abrazó, abrigándola con su cuerpo. Era testaruda, terca hasta decir basta, pero en el fondo, amaba demasiado para permitirse sufrir. Amaba tanto que si por ella fuera, los podría en una hermosa cajita y los cuidaría, a su hija y a su esposo.
Eleonor levantó la cabeza, besando la barbilla de su esposo. Posó sus labios sobre los de ella, fundiéndose en un beso llenó de promesas, de amor sólido, de sufrimiento y redención. Eleonor levantó la camisa de Sean, sacándosela por la cabeza. Ya no estaba triste o enojada, estaba necesitada del toque de su marido. Las cosas se pusieron algo incomodas para Chicago, terminó apartándose del lugar.
Fue a su habitación, cayendo contra la puerta, alterada ante lo que escuchó. Ella estaba casada, no podían hablar de otra persona. Lo que la alarmaba era que su madre tomara dichas acciones y no le permitiera acercarse a su esposo. Quería saber quién era, quien de los tres hombres con los que soñaba era la persona con quien compartió parte de su vida. No podía creer que su padre los alejara, no podía perdonarlos por mantenerla al margen, por mentirle. Comenzó a preguntarse cuál era la verdad dentro de esa maraña de manipulación inescrupulosa. Sus sueños no eran producto de su imaginación, al menos en ellos había una verdad.
Se encaminó hacia su cama, necesitaba recordar, necesitaba recuperar su vida, necesitaba saber quién era, lo que fue, lo que hizo. Se recostó, molesta, triste, decepcionada. Todos le habían visto la cara de idiota durante tres años, ninguno dijo nada. Lo peor de todo es que ella misma no quiso involucrarse demasiado, permitió que su madre le organizara la vida, ser un títere, una muñeca de porcelana. Ahora se quejaba, despertaba. Un cosquilleo horrible se desplazó por su frente. Ella se acurrucó en su cama, relajando su mente. De allí en adelante no se detendría hasta averiguarlo todo, sin importar que tan feo se pusiera.
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—Con estas acciones estamos generando excelentes ganancias—explicó Daniel sentado al lado de Samuel, quien se hallaba recostado en la cama. Hacia un año le detectaron cáncer de colon, había hecho metástasis, por lo cual sus esperanzas de vida eran mínimas. Por esa razón decidió dejar todo organizado. Las propiedades que quedaban las dejó a nombre de Daniel, él por supuesto se rehusó a recibirlas, no eran para él, no eran de él. Sin embargo Samuel lo presionó un poco, expresando su agradecimiento y su perdón con lo único que podría y sabía dar: dinero.
Desde que tomó la decisión más dolorosa de su vida, Daniel y Samuel se acercaron. Grantt sentía un aprecio especial por aquel muchacho honrado, centrado, talentoso. Juntos, encontraron el perdón. No fue sencillo para Daniel verlo a los ojos y no recordar que su hijo, o sobrino. Provocó tanto sufrimiento, lastimó a tantas personas, le quitó a su esposa, se llevó sus recuerdos.
Samuel se enteró de la limitación de Daniel, así como se enteró sobre el proyecto científico en el cual participaría. Contactó al doctor, ofreciendo invertir en su proyecto de reconstrucción medular al ayudar a su protegido. A Daniel le parecía exagerado, en realidad no quería su dinero, ni deberle nada a él. No obstante al ver que era sincero, que necesitaba ser perdonado, accedió a su ayuda. Por fin se acabarían los dolores en la espalda, no tendría miedo de que un día sus piernas le fallaran, y sobretodo, podría sentirse completo. Lo que lamentaba de todo el asunto era que Chicago ni Jasón estaban a su lado, felicitándolo, animándolo.
Jasón no soportaba ver a Samuel, su odio era tan grande que decidió irse para Texas. Estaba molesto con Daniel por ser tan tonto como para confiar en él. Le dejó de hablar durante seis meses, hasta que comprendió que no tenía sentido seguir así y tomó a iniciativa de retomar su amistad.
Nada era igual entre ellos, en sus vidas seguía el vacío enorme que dejó Chicago. Aquella mujer estaba en cada pensamiento, en su respiración, en todo. Por eso Daniel vendió la casa a un precio muy económico y se fue para Houston. Estaban cerca el uno del otro, pero Jasón prefería mantener distancia. Verlo era la confirmación de una ausencia que lo desarmaba, cosa que Daniel respeto, aunque seguían en contacto.
Se enfocó en el tratamiento. No fue nada fácil, fue un proceso doloroso. Fue sometido a tres cirugías reconstructivas, ya que el daño fue tan grave que con una sola intervención no sería suficiente. El dolor al que fue sometido no se comparaba con el que llevaba en su alma, lo soportó gracias a la compañía de Samuel y de Michelle, quien estuvo a su lado cuando pensó que no podía resistir.
Los primeros meses fueron complicados, se estaba adaptando a un cambio fundamental y esperado en su vida. Se estaba abriendo a posibilidades de una mejor calidad de vida. Estuvo en terapias para recuperar la movilidad de sus piernas, ya que en la cirugía se reemplazaron varios nervios de la medula, lo que impediría por un tiempo el movimiento de las piernas y el funcionamiento de otras partes de su cuerpo. No obstante, Daniel dio lo mejor de sí para no derrumbarse, apoyándose en Michelle y en Samuel. El camino no fue sencillo, la vida nunca fue fácil para él, pero ese nuevo proceso le demostraba que al final del camino estaba el galardón por el esfuerzo.
Un año y medio después su recuperación fue completa. Los doctores estaban complacidos con los resultados e impresionados con los avances de Daniel. Samuel destinó gran parte de lo que quedaba de su fortuna para que muchas personas que pasaban por la situación de Daniel, recibieran atención primordial a esas lesiones que traían grandes consecuencias en sus vidas.
Michelle y él se hicieron muy cercanos. Ella cada día dejaba ver sus sentimientos por Daniel. Él por otro lado, intentaba no ver lo obvio, no quería hacerle daño ni darle falsas expectativas. Él ya le pertenecía a Chicago, esperaría por ella toda la vida. Ahora que las condiciones eran diferentes, le daría todo lo que merecía, lo que soñó y mucho más. Se armó de infinita paciencia para recuperarla, deseando cada día que el momento llegara.
No obstante, encontró la compañía de Michelle reconfortante, tanto así que sus promesas se desvanecían. Su piel le suplicaba ser tocada, esa parte muerta estaba más viva de lo que alguna vez imaginó. Un sutil roce lo excitaba. Estar en control era difícil, ya que su cuerpo era consciente del funcionamiento total del mismo. La necesidad de sumergirse en los muslos de alguna mujer lo volvía loco. En momentos como ese pensaba en Chicago, imaginaba todo lo que le haría cuando volvieran a verse, su deseo se vinculaba a su imagen. Ella era la dueña de tórridas noches de sexo mental mientras se tocaba hasta correrse en la cama.
Deseaba con fervor que regresara para cumplir cada una de sus fantasías.
El tiempo pasaba, demostrándole lo eterna que se hacia la espera. Su paciencia se desvanecía, su amor no. Vivir al vilo de algo que no llegaba lo desesperaba. Todas las mañanas esperaba recibir la llamada de su mujer para volver a sostenerla, besarla, tocarla, fundirse con ella. Quería darle su primera vez a Chicago.
Se concentró en su trabajo, en dar buenos resultados, aprender del negocio. Recuperó la confianza de algunos inversionistas, hizo nuevas alianzas, aprendía con facilidad. Aun así estaba la sombra de aquel recuerdo que abrazaba con tal fuerza, que cada día se rompía y con ella las promesas.
Michelle y él comenzaron a salir, en un principio como amigos. Pero todo se hizo más intenso cuando la besó. No podía mentirse a sí mismo e ignorar la atracción que sentía por ella. Su compañía, sus palabras de aliento, el simple hecho que se involucrara en su vida, fueron factores suficientes para tomarle afecto. De esa manera quiso intentar una relación con ella.
No podía evitar compararla con Chicago, a pesar de compartir momentos dulces con Michelle, Chicago era un fantasma en su relación, cosa que empezaba a molestarla. Ella estaba enamorándose de Daniel, se tomaba la relación en serio, quería una vida junto a él. Debía entender que ella jamás lo recordaría, nunca volvería a su lado. Estaba dispuesta a hacerle olvidar a Chicago, y encontró el momento y el lugar adecuado para intentarlo.
Michelle le preparó una especie de emboscada cuando le pidió a Daniel que fuera a su casa. Él termino sus labores y fue a buscarla. Encontrándola en ropa interior muy pequeña, cubría justo lo necesario. Daniel tragó saliva, las manos le picaban, su cuerpo se tensó, y su amigo creció a tal punto de parecer una tienda de campaña. La castaña se lamió los labios feliz por hacer ese efecto en él.
—Sorpresa, amor. —Depositó un beso en sus labios, uno casto, para luego tomar las riendas y profundizarlo. Daniel gruñó de gusto, tomándola del cabello para pegarla más a su boca. Sus lenguas se rozaban. Ella succionaba su lengua prometiéndole con el gesto que le succionaría su miembro de esa manera. Daniel le mordió el labio suavemente, imprimiéndole la presión justa para no lastimarla. Sus manos se movieron por sus curvas, apreciando su cuerpo, deseando hacerla suya, penetrarla, correrse. Sus deseos eran tan primitivos que se encontró besándola con fiereza sin ser salvaje.
La llevó hasta la habitación, por el camino se deshizo de sus zapatos, de su traje, quedándose en ropa interior. La llevaba alzada, sin despegar sus labios de ella. Le acariciaba el trasero, apretándola a su cuerpo para que sintiera su excitación. Ella sonrió, estaba logrando su cometido, Daniel seria suyo.
La dejó en la cama, ella se quitó el brasier. Daniel la cubrió con su cuerpo, besando los labios, su cuello, deslizando su lengua lentamente por la delicada curva. Michelle se retorcía bajo su cuerpo, enredando sus piernas alrededor de sus caderas, meneándose contra él, sintiendo su dureza. Lo tenía donde lo quería, dispuesto y caliente, listo para empezar una vida nueva junto a ella.
Daniel se apartó un poco para admirarla. Era bella, exudaba sensualidad, su cuerpo llamaba al sexo. No obstante su mente y su corazón seguían conectados a esa chica de ojos color chocolate, con la voluntad de un maremoto. Hermosa, sensual sin esfuerzo, delicada y frágil aunque ella no lo admitiera. No pudo evitar imaginarla tendida en la cama, sonriéndole, ansiándole, entregándose. Recordó los momentos candentes que pasaron juntos, las veces que se deshizo en sus brazos, específicamente cuando lo invocaba mientras el orgasmo la destruía deliciosamente. Olvidar el placer que le provocaba verla envuelta en el delirio de sus besos, de sus toques era como olvidar su nombre. Chicago estaría ahí, donde quisiera mirar ella absorbía todo el espacio, el aire. Ella era su complemento y pensar en ello con el miembro duro como el acero lo desanimaba.
Michelle vio como lo perdía, lo sintió, su mirada era tan transparente que temía que se detuviera. De ninguna manera permitiría que el fantasma de su ex esposa lo jodiera. Eso era Chicago Adams: su ex. Una chica desafortunada que perdió demasiado. Daniel no tenía nada que ver, perdió tanto o más que ella. No dejaría que sufriera, no cuando estaba saliendo del fango en el que lo encontró.
Lo trajo a la realidad al posar su mano en su miembro, lo tocaba por encima de sus calzoncillos. Daniel gimió, inclinando la cabeza hacia atrás. Era la primera vez que disfrutaba de una caricia tan cadenciosa. La mano de Michelle hacia estragos en su razón, solo pensaba en estar dentro de ella, en hundirse en sus profundidades y sacudirse hasta saciarse. Sus dedos eran delgados, envolviéndose en su erección, apretando lo suficiente para que temblara. Daniel se colocó sobre ella nuevamente, apreciando sus pechos con la mirada. Llegaron las comparaciones. Odiaba ser tan nefasto, tan egoísta, tan burro como para comparar unos simples pechos. Los de Michelle eran un poco más grandes que los de su esposa, la gravedad no los afectaba, aun. Eran lindos, pero los de Chicago eran pequeños, tiernos. Cada vez que podía mordisqueaba sus pezones hasta que ella arqueaba su cuerpo, atrayéndolo en un beso duro mientras él deslizaba sus dedos dentro de ella.
Meneando la cabeza para disipar la imagen de su esposa, se entretuvo con uno de sus pechos, rodeando el pezón con su lengua caliente. Michelle lo agarró del cabello, acercándolo, instándolo, provocándolo. Era dulce con ella, incluso en la intimidad se preocupaba por su seguridad, porque se sintiera cómoda, relajada. Y lo estaba logrando con esos lametazos delicados, lentos. Succionando su pezón sin ser brusco. Su mano se ocupaba del otro pecho, usando sus dedos para excitar su pezón, logrando el efecto propuesto. Sus pechos se sentían pesados, sus pezones húmedos, erguidos, apuntando al techo. Daniel posó una mano en su espalda, acercándola hacia su falo más que preparado para atravesarla. Esta vez era él quien se meneaba descaradamente contra ella.
Volvió a invadir sus labios, cada vez exigiendo su aliento, su lengua, reclamando su boca con tal de olvidar, de intentar borrar de su memoria el sabor fresco y embriagador de Chicago. Incluso en eso no podía evitar compararlas. Era demasiado enfermo y autodestructivo lo que hacía, no era a propósito, todo su ser estaba prendado de esa chica, zafarse de ello era imposible. Lo estaba intentando, justo ahora, con Michelle dispuesta, ardiendo, casi suplicando. Con todo eso su mente viajaba a viejos momentos; momentos que no volverían.
Michelle notaba su distracción, sus dudas. No permitiría que la sombra de un viejo amor jodiera el momento. Era suyo, ella lo dejó ir, era su oportunidad. Ella no lo dejaría escapar ni lo olvidaría.
— ¿Te gusta lo que ves?—Preguntó, besándole el cuello mientras él recorría su cuerpo con sus manos.
—Sí, mucho. Eres muy bonita—declaró besando sus pechos. Ella se retorció, riendo gozosa. Él la había tocado toda, sus manos, su boca la descubrían de a poco, pero no se acercaba a su sexo, no hacia amago de querer bajar. Se preguntó si no le gustaba posarse allí abajo, o estaba esperando el momento correcto.
El momento correcto era ahora. Estaba mojada, muy mojada, ansiosa por tenerlo dentro, por anular cualquier duda que tuviera su chico. Necesitaba demostrarle hasta donde llegaría con tal de hacerle ver que ella era perfecta.
—Quiero chupártela. —Daniel se detuvo, ella continuó susurrando—: Quiero que golpees mi garganta con esa cosa dura que tienes entre tus piernas hasta que me llenes con tu lefa. Quiero saborearte, tragarme hasta la última gota. —Lamió su mejilla, él se sacudió ante la invitación y la caricia incitadora.
Se apartó de ella, sentándose en la cama, ella se sentó en su regazo, besándolo, llevando una mano dentro de sus interiores, tocando su pene. Daniel brincó, nunca tuvo la oportunidad de sentirse así, de ser tocado íntimamente y reaccionar positivamente. Estaba duro, firme, listo para darle lo que ella quería en ese momento.
—Estas muy duro, amor—afirmó entre besos—. Quiero eso en mi boca y luego aquí —señaló su entrepierna—Estoy muy húmeda, tanto que cuando lo metas, te deslizarás con facilidad. —Su miembro tembló, aceptando la oferta.
Michelle se desplazó hacia abajo, dejando besos en su pecho, Daniel gemía, gruñía, el placer ondulaba por su cuerpo. Se estaba entregando por primera vez sin tener los sentimientos completamente claros. Entregándose por lujuria, por experimentar, por conocer. Lo que temía era el resultado que traería sus acciones.
Perdió la cordura cuando la lengua de la joven hizo contacto con su capullo. Lamiendo el tronco de arriba abajo, llegando al glande, proporcionando pequeños golpes. La sensación que se repartía en esa zona era increíble, fenomenal, asombrosa. Sentía como palpitaba, su sangre fluyendo más rápido, más fuerte. Su miembro creciendo y engrosándose. Apretó las sabanas y maldijo por lo bajo cuando Michelle lo tragó. Lo chupaba con fuerza, succionando cada pulgada. Meneando su cabeza de arriba abajo, sacándolo y metiéndolo en el calor que ofrecía su boca. Enredó su mano en su cabello, apremiándola a ir más profundo, a acogerlo más hondo. Ella obedeció, llevándolo hasta su garganta, sosteniéndolo allí por unos segundos. No iba durar mucho si seguía chupándolo así. De hecho sentía un hormigueo construyéndose en su espalda baja, uno potente y doloroso. La preocupación se hizo presente, no quería que todo lo avanzado se fuera al carajo por un dolor cualquiera, no obstante esa molestia se convirtió en algo agradable. Su cuerpo se adaptaba a los cambios, a reconocer el placer en las zonas adecuadas. Eso hacía, asimilarlo para luego estallar.
Así llegó, sin avisar. Su primer orgasmo le sacudió hasta el último cabello. Sostuvo a Michelle por el cuello, derramándose en su garganta. Ella hacia sonidos de gusto, aprobando su sabor. Daniel jadeó, bramó al sentir como los espasmos se apoderaban de él. No pudo soportarlo, de su boca salió el nombre de la dueña de sus sueños húmedos.
— ¡Oh, Dios! ¡Chicago!—Rugió viniéndose con fuerza. Nunca imaginó que algo así podía pasarle, ser capaz de prolongar su orgasmo y no poder pararlo. Era genial, fantástico en distintas formas. Llegó como un relámpago, atacándolo, rompiéndolo, fraccionando su cuerpo y uniéndolo una y otra vez. Todo este tiempo se había perdido de tanto, no obstante la espera por ello valía la pena.
Al terminar soltó a Michelle, la mirada que le dirigió fue tan letal que aún no comprendía lo que sucedía. Estaba sumergido en la experiencia más esplendida de su existencia. Una sonrisa enmarcaba su rostro, completamente extasiado. Físicamente hablando fue estupendo, fantástico. Emocionalmente hablando, el vacío se extendía, no logró complementar el suceso. Fue más como la necesidad de cubrir esa parte inexplorada que evento casi sobrenatural que lo catapultara al infinito. Eso no sucedió porque sencillamente no estaba con la persona correcta. Ambos lo sabían, pero fueron lo suficientemente mezquinos para ignorar su realidad.
Recapacitó, recordando la invocación de sus deseos, de esa mujer que le robó el aliento desde que la vio por primera vez. Ella era todo, era quien gobernaba su ser, su corazón. La que tendría su amor siempre.
—Michelle… yo
—No me vengas con esa mierda—lo cortó rebuscando su ropa. Las lágrimas acudieron, nublando su visión, expresando lo que realmente pasaba en su interior. Por más que se esforzara, por mucho que quisiera desaparecer a Chicago de su mente, ella lograba colarse entre ellos, interfiriendo, cagándose todo. El simple hecho de nombrarla mientras se corría en su boca era degradante, infame. Lo sucedido era prueba suficiente de que jamás llegaría a su corazón, nunca tendría el primer lugar en sus pensamientos. La realidad la golpeó con tanta fuerza que sollozó.
—Perdóname… Esto no es justo para ti. —Daniel se colocó su ropa lentamente, avergonzado por dejarse al descubierto. No lo pudo frenar, en todo momento mantuvo a Chicago en mente mientras otra chica intentaba darle afecto. Le gusto lo que pasó, no lo podía negar, sus instintos básicos lo llevaron hasta este punto, el descubrimiento de aquellas reacciones potentes lo dominaron. Eran años de perdida, de no poder disfrutar correctamente, de aislamiento, depresión. Sin embargo, la aparición de Chicago cambió por completo su percepción. Ella le enseñó que existían maneras diferentes de amar, le mostró un camino apasionante, arrebatador. Le enseñó a aceptarse, a recibir las convergencias y dificultades con fuerza porque siempre estaría a su lado, siendo su soporte.
Ahora, después de permitirse sentir, experimentar, conocer los placeres, podía decir que no era suficiente cuando no estaba con la persona indicada. Michelle sin duda alguna era atractiva, una mujer con encantos que saltaban a la vista, pero no era la persona a la que amaba. La persona que amaba no lo recordaba, la mujer que quería a su lado se ausentó, llevándose consigo cada pedazo de él
—No, no lo merezco. —Michelle volteó a verlo, indignada, desilusionada, herida. Su mirada lo hacía sentir diminuto, con unas ganas increíbles de ser una pulga y esconderse de su furia. Ella se secó las lágrimas, armándose de valor para decirle un par de cosas—. No merezco ser comparada, dejada a un lado cuando fui yo quien estuvo todo este tiempo a tu lado. Yo te acompañé en cada etapa de recuperación. Fui yo la que estuvo ahí cuando todo dolía demasiado. Yo te esperé, te quise en silencio—lloró con voz quebrada—. Durante todo este tiempo fui yo la que estuvo presente en tu vida, no ella. Elegí estar contigo porque pensé que algún día, en algún momento, me abrirías tu alma y me dejarías quedarme allí. Te demostré que soy capaz de ser tu chica, tu mujer. Hoy fui yo la que se puso de rodillas, te la chupó. Eran mis labios, no los de ella. Era mi cuerpo el que besabas, no el de ella. Fui yo la que se entregó, no ella. Me entregué… esperando más que migajas de ti. —Apuntó hacia él con despreció. Daniel la miró fijamente, viendo su agonía, la amargura en cada palabra. Nunca quiso hacerle daño, nunca quiso ilusionarla. Sabía que parte de esa situación tan incómoda era su culpa, por llevar las cosas hasta ese punto, por no ser firme, claro, por intentar olvidar cuando no estaba dispuesto a hacerlo. Cada paso que dio fue equivocado. En el momento en el que fingió que podía dejarla ir, en ese instante fue donde se perdió a sí mismo.
Nada podría compensar un corazón roto, lo sabía por experiencia propia. Nada de lo que dijera aliviaría la rabia por la que atravesaba. Esperaba que algún día, cuando su historia no fuera una vergüenza para ambos, se dieran la mano en son de paz
—Siento ser un cretino, uno estúpido que no supo valorarte, darte tu lugar. Mi egoísmo te hizo esto. Lamento sinceramente no ser lo que quieres, no ofrecerte más de mí, pero sigo enamorado de mi esposa. Siento que le fallé, te fallé como amigo. Me aproveché de nuestra amistad y atravesé la delgada línea que terminó aplastando nuestra relación. —Recogió su chaqueta, dirigiendo su mirada hacia la salida—. Espero que algún día me perdones.
—Solo vete—señalo la puerta—. ¡¡Sal de una puta vez de mi casa!!
Daniel hizo lo que le pidió, rompiendo con su relación, la única relación medianamente sana que había tenido después de Chicago. Después de eso no volvieron a entrar en contacto, él no quiso molestarla y ella se alejó del todo. Con eso se dio cuenta de lo evidente: nunca olvidaría a su esposa. Fue demasiado ingenuo al forzar sus sentimientos hacia ella, no podía comparar lo que tuvo con Chicago. Ninguna podría ocupar su lugar, nunca les daría la oportunidad.
Se enfocó en su trabajo, en administrar bien los recursos de Samuel, en aprender, en descargar toda su adrenalina en los proyectos en los que trabajaba. No dormía lo suficiente, se estaba volviendo una maquina dispuesta a hacer dinero, a triplicar lo que Samuel le dio. Al enterarse del cáncer, recuperó un poco sus cabales, cuidando de él como un padre, ya que el hombre no tenía a quien ir. Su relación se fortaleció, la confianza fue suficientemente sólida como para que le dejara casi toda su fortuna. Ese hombre quería aliviar su pena como mejor conocía, y él no era quien para arruinar lo deseos de un moribundo.
Jasón regresó a su rancho, junto con sus padres. Al enterarse de su accidente y su resultado, lo apoyaron, sorprendiéndolo gratamente. La verdad es que no lo vio venir. Cuando se fue de casa rompió todo contacto con ellos, excluyéndolos de su vida. Esa fue la razón por la que su madre abandonó a su padre por casi dos años, en ese tiempo entabló una relación con un hombre más joven que ella. Su padre no soportaba su ausencia, no podía siquiera verse en el espejo y soportar su soledad, su miserable ser. Comprendió que sin ella nada era igual, sin su esposa a su lado nada valía la pena. Se empeñó a reconquistarla, a tratarla como realmente merecía, a suplicar perdón por sus faltas, por engañarla, por dejarla a un lado cuando todo lo que quería lo tuvo frente a sus ojos.
No fue nada fácil, ella estaba resentida por todo lo que tuvo que soportar a su lado. Las noches en las que llegaba borracho, oliendo a puta barata. Las marcas en su cuello. El hecho que le restregara a otras mujeres en su cara. Soportó todo por Jasón, pero cuando se fue, hizo lo mismo, tratando de continuar su vida con otra persona. Lo quiso, aunque no con la misma intensidad con la que amaba al padre de su hijo. Por más que quisiera ocultar el sol con un dedo, la verdad estaba allí, hablándole al oído. No podía continuar engañándose a sí misma. Decidió darle una segunda y última oportunidad a su hogar.
Las cosas cambiaron para bien, y más con la llegada de su hijo, con la carga tan pesada que llevaba en sus hombros. Su semblante triste, destrozado. Perdió la vitalidad, esa fuerza que lo caracterizaba. No era difícil predecir la relación directa que tenía su estado anímico con una mujer. Ese asunto lo pospusieron para ocuparse de su recuperación. Su padre pagó los mejores especialistas para que recuperara la visión. Fue intervenido en dos ocasiones, recuperando así el ochenta por ciento de su visión. Era bastante bueno para las expectativas que tenían los doctores. Acostumbrarse a ver de nuevo fue recobrar parte de su vida, de su vitalidad. Sonreía un poco, aunque era una sonrisa que camuflaba demasiado dolor. Quería estar con su Fresita, compartir ese momento preciado para ambos. Enseñarle lo mucho que había mejorado. Abrazarla y susurrarle lo que se le viniera a la mente. Ese amor lo estaba consumiendo, cada día acababa con él. No podía hacer algo sin pensar en ella, no podía levantarse sin que le dedicara el primer pensamiento del día.
No salía con nadie, no tenía citas. No podía hacerlo cuando la veía en todas partes, cuando la imaginaba en los rostros de las chicas que coqueteaban con él. Ninguna podía igualarla, por ello prefería mantenerse alejado, para no meterse en problemas.
Hablaba con Daniel de vez en cuando. Se conectaban vía Skype para conversar. Era la única manera en la que podía charlar con él sin que el dolor amenazara con atacarlo, obligándolo a hacer alguna estupidez.
— ¿Qué haces, bro?—Preguntó tomando una botella de cerveza fría. Brindó con su amigo a través de la pantalla y le dio un sorbo, luego la dejó sobre la mesa—. ¿Cómo te tratan los negocios hoy?
—No me quejo. He salido bien librado de algunos inconvenientes. Nada que no pueda manejar.
—Eso veo—se rió—. ¿Qué tal… sigue el vejete?—Se refería a Samuel. Él no entendía como carajos podía convivir con ese tipo sin querer acabar con su vida. Aun no comprendía del todo las acciones de su amigo. O era demasiado noble, o demasiado estúpido como para seguir como si nada hubiera pasado.
—Muriendo—respondió serio—. Tiene días buenos, pero son pocos comparados con los días duros. Está pagando su penitencia, Jasón. Lo he visto, estoy a su lado todos los días y veo como pierde su vitalidad. No es el mismo.
—Ninguno lo es—sentenció—. Todos estamos recibiendo nuestra parte, ¿no es así?
—Jasón…
—Cambiemos de tema. —Le dio otro sorbo a su cerveza, dejándola en su lugar—. ¿Te han vuelto a dar alguna mamada, o ahora te la jalas?—Se burló, lanzando una carcajada. Daniel cometió el pequeño error de contarle a su amigo lo que había sucedido con Michelle. No dejaba de hacerle preguntas incomodas. Lo avergonzaba con sus comentarios. Siempre que charlaban él tenía la mala costumbre de sacar el tema a colación. No le molestaba del todo, de hecho le divertía ver a su amigo reír, recuperar parte de lo que perdió. Ambos estaban por el camino de a restauración, no todo podía ser malo, aunque sería mucho mejor si ella por fin los buscaba, los recordaba. Eso… era lo que realmente los haría felices.
—A veces me toco, pensando en ello y otras pensando en…
—Ella—finalizó Jasón con la mirada apesadumbrada. Allí estaba de nuevo, ausente, carente de vida, distante. De alguna manera u otra terminaban hablando del tema. Por más que dieran vueltas alrededor del asunto, el asunto los alcanzaba, los devoraba y no podían oponerse. Era su realidad, su verdad. Por más que intentaran evitarlo allí estaba ese enorme agujero, ese que les impedía seguir adelante—. No va a volver, Dani—afirmó serio—. Es el momento que lo aceptemos y vivamos con eso. Yo… no puedo estacarme en una promesa que no se cumplirá. Ni siquiera creo que se acuerde de lo que le dijimos antes de dejarla. A lo mejor nos tomó como lunáticos a los que no debe acercarse.
—He estado hablando con Sean y Abel. Está avanzando, no como queremos, pero sé que encontrará el camino de vuelta a nosotros. Abel me dice que últimamente ha estado muy inquieta. Eso es una buena señal, ¿no es así?
—No lo sé, no creo que sea sano para nosotros seguir de esa manera. Prefiero ser realista ante nuestro panorama. Quiero recordarla como aquella chica por la que luchamos, la chica que me robó el corazón. Quiero avanzar sin que su recuerdo me desangre, ¿entiendes? Ya no puedo seguir sentado, viviendo de esperanzas fantasiosas. No puedo… ser un despojo, una piltrafa. No puedo continuar así, Dani. Hay personas que se preocupan por mí, no hacen preguntas pero saben que no estoy bien. Saben que estoy hecho pedazos, destrozado, jodido, y no merecen verme así, no merecen preocuparse por algo que no comprenden. Me iré, en cuanto el contrato de patrocinio sea un hecho, me iré.
Jasón retornó a su pasión, volvió a las carreras de rally. Dar ese paso no fue sencillo, sobre todo por el trauma que sufrió después del accidente. Tomó todo de él volver a subirse en un auto de esos y reconciliarse con uno de sus amores. Usaba gafas de un aumento decente para conducir, y para todo en general. Le lucían bastante bien, iban con su estilo. Su calidad de vida mejoró increíblemente. Estaba regresando a lo que solía ser, aunque nunca estuviera completo.
Unos patrocinadores vieron su talento, conocían sus antecedentes como piloto, también estaban al tanto del accidente y se impresionaron de su mejoría en tan poco tiempo. No dudaron en ofrecerle su patrocinio. Estaba en proceso para ser legal, unos cambios para el beneficio de ambos, con algunas firmas y todo sería oficial. Se iría a Singapur por cinco años. Empezaría de nuevo.
Daniel estaba al corriente del asunto. Aunque no estaba de acuerdo, lo apoyaba. Le apenaba su sufrimiento, lo compartía.
—Lamento todo lo que sucedió—dijo cerrando los ojos—, después de todo fui yo él que te hizo esto. Si yo no te hubiera dicho nada…
—No podemos cambiar las cosas, Dani—cortó sereno—. Te agradezco la oportunidad que me diste de amarla. Por ti pude experimentar algo real, bonito, inmenso. Lo que viví jamás lo voy a olvidar, pero es momento de continuar nuestra vida, entender que su ausencia se prolongará mucho tiempo—decretó—. Ella estará en mi vida como tinta indeleble, un sello imborrable. Lo que nos sucedió luego de reconocer lo que sentíamos el uno por el otro no fue nuestra culpa, trato de no amargarme por ello. Aunque no te puedo negar que tengo pesadillas… He aprendido a lidiar con ello a mi manera. Vive, amigo, es momento de decir adiós.
—A lo mejor y tienes razón—coincidió melancólico—. Tengo que descansar, haz lo mismo por favor.
—Seguro—respondió—. Hasta luego
—Hasta luego, Jasón.
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Perpleja, atónita, enojada. Esas eran las palabras que medianamente se acercaban al describir el estado de Chicago. Las pesadillas persistieron, al igual que ese sueño del cual no quería salir. Le dio la oportunidad de creer, de ceder ante lo que sucedía. No podía continuar como si nada cuando una corazonada le indicaba echar un vistazo a los acontecimientos relacionados con su accidente.
Luego de la cita con el doctor Cleveland, tomó un desvió hacia la biblioteca ya que en su casa no tenían un computador. Su madre odiaba esos aparatos que atontaban a la gente. Por eso debía acudir a un lugar donde pudiera acceder a ellos, y que mejor que una biblioteca, un lugar tranquilo, silencioso, justo lo que necesitaba para concentrarse en su búsqueda.
Inició con la frase <<Accidentes en Arizona>>. No creyó encontrar tantos artículos relacionados. No tenía una fecha exacta por la cual comenzar, pero tenía la paciencia necesaria para encontrar lo que quería. Una hora después por diferentes links, uno llamó su atención. El encabezado se titulaba <<Operativo sorpresa termina en un fiasco>>. Abrió el link, encontrando información relacionada con un hombre que retuvo por casi tres meses a una periodista al saber que tenía información sobre sus negocios ilícitos. Para evitar que la noticia estallara como bomba, la secuestró.
En el momento en el que su nombre figuró en el artículo, su cabeza comenzó a palpitarle, su cerebro contrayéndose dolorosamente en su cráneo. Lo que pudo leer mientras resistía el malestar era el relato escalofriante de un lunático que asesinó a sangre fría a muchas personas inocentes. Un ser sin escrúpulos, capaz de llegar a lo más retorcido con tal de conseguir sus propósitos. Ella fue víctima de ese hombre, la retuvo para que la verdad no saliera a la luz. En el artículo recreaban su muerte y su rescate. Lo peor del relato fue encontrar el nombre de su hermana relacionada con ese hombre. Al parecer mantenían una estrecha relación de negocios que terminó en su deceso por asuntos que aún no estaban claros.
El dolor de cabeza se intensificó. Apretó los dientes, cerró los ojos, intentando concentrarse en otra cosa diferente en las punzadas horrorosas que le dificultaban la respiración. Por un instante se sintió transportada al lugar. Podía jurar que lo escuchaba murmurando asquerosidades, tratándola como si la conociera de toda la vida. Imágenes de otras cosas se agolparon en su mente, personas a las cuales no podía reconocer, pequeños borrones que se oscurecían. El impacto de la noticia era demasiado fuerte, desencadenó una pequeña crisis que soportó sola.
Salió del lugar, dirigiéndose a su casa. Empacó algunas de sus pertenencias. Todo ese tiempo sus padres conocían la verdad, todo este tiempo le vieron la cara de estúpida. Estaba tan enojada con ellos por tratar de apartarla de su realidad, de lo que le sucedió. No podía aceptar su proceder. Lo que descubrió debió hacerlo hace mucho tiempo, dejó que su madre tomara el control de su vida hasta joderla. La volvieron una inútil, una muñequita a la que mantenían en una casita de cartón, jugaron con sus recuerdos, con algo tan vital para ella. Esos momentos en los que se entristecía por no encontrarse, por verse al espejo y ver a una desconocida, en los que necesito desesperadamente una respuesta oportuna, nunca llegó. Eran conscientes de lo que sucedía y decidieron hacerse los de la vista gorda. Apretó la mandíbula, enfurecida con ellos.
Llamó a Abel, contándole brevemente lo que encontró. Le pidió posada por unos días, a lo que él acepto fácilmente. Sabía que había una historia detrás de la oficial y estaba dispuesta a ir más allá de lo que un simple papel opinara sobre el tema. Ahora entendía las miradas que recibía en las calles, miradas de lastima, de pena por lo que le pasó. El mundo estaba enterada de la verdad menos ella. Quería estrellarse contra la pared por ser tan idiota. Comprendió por qué su madre no la dejaba salir a menos que Abel la acompañara, o que fuera a un lugar recurrente, ella temía que alguien se acercara y le contara todo. La mantenía cautiva. La situación se repetía una y otra vez, primero retenida por ese tal Joshua Grantt y luego sus padres. ¿Cuándo acabaría el círculo vicioso?
Al bajar las escaleras se encontró con sus padres. Llevaban unas bolsas, venían del supermercado. Sus sonrisas se desvanecieron al ver la expresión mortal de su hija junto con la maleta que cargaba sobre su hombro. Eleonor tembló
— ¿Qué haces con esa maleta, pequeña flor?—Preguntó su padre con una sonrisa nerviosa.
—Me largo—expresó fría, distante, muerta—. No me gusta vivir con mentirosos, no me gusta que me escondan cosas.
— ¿Qué dices hija?—Cuestionó Eleonor asustada—. Siempre te hablamos con la verdad.
—¡¡Mentira, mentira, mil veces mentira!!—Bramó rabiosa—. Me demoré, pero hice mi tarea, o al menos parte de ella—ironizó— ¿Cuándo pensaban contarme que un hijo de puta me secuestro y que casi me lleva con él bajo tierra? ¿Cuándo pensaban contarme que mi hermana tenía nexos con ese tipo? ¡¿Cuándo coños iban a ser sinceros conmigo?!—Vociferó colérica—. ¿Qué más esconden? ¿Qué demonios hay detrás de esa historia de mierda?—Al verlos callados perdió el control—. ¡¡Contesten maldita sea!!
—¡¡No tienes derecho a hablarnos de esa manera!! Somos tus padres—clamó con el corazón a punto de estallar. No tenía idea que tanto descubrió, pero no podía abrir su boca, esperaba que su esposo no lo hiciera. No podía permitir que cometiera el mismo error, no podía concebir otra perdida. No lo soportaría, no lo toleraría—. Todo lo que hemos hecho ha sido para protegerme. No queríamos que ese evento afectara tu vida.
— ¡¿Y quiénes son ustedes para decidir eso, eh?! ¡¡Es mi vida, mis decisiones!! Saben cómo me sentía, me vieron desorientada, apagada, molesta porque algo no andaba bien. Me dejaron de lado, siempre ha sido así. No creas que no recuerdo lo dura que fuiste conmigo, madre—le recriminó con fastidio—. Tu preferida siempre fue Bianca. Es por eso que no quisiste decirme que ella tenía que ver con mi secuestro, la protegías a ella, no a mí. Querías que su recuerdo fuera limpio. Dios, no sabes lo decepcionada que estoy de ustedes.
—No sabes lo que dices, hija. Cálmate, hablaremos de lo que quieras—rogó llorosa.
—¡¡No me voy a quedar un segundo más con ustedes!!—Bajó las escaleras, abriendo la puerta—. El que no conoce su historia tiende a repetirla, y al parecer esta no es la excepción—ratificó dolida—. Siempre fue así, ¿verdad madre? Tu queriendo gobernarnos. Escogiéndola a ella cuando yo también te necesité. Al parecer no soy lo suficientemente buena para ser tu hija.
—¡¡No te atrevas a decir eso!!—Chilló sacudida ante las palabas mortales de Chicago. Nunca entendería sus razones, para ella lo mejor era saltarse esos capítulos tan traumáticos para tener una vida saludable. Quería que se recuperara lejos de aquello que la atormentó, sin embargo aquello que quiso evitar llegó intempestivamente—. Tienes que comprender que…
—No, no voy a entenderlo jamás—sentenció con su voz teñida de odio—. No podías evitarme esto, no tenías ningún derecho a privarme de mi pasado, de mis recuerdos. ¿Crees que es bonito enterarte de quien eres por un pedazo de articulo? ¿Un desconocido que redactó eso sabe más de mil de lo que ustedes son capaces de contarme? Son increíbles, en serio—. Escuchó el auto de Abel aparcándose al frente de su casa, esa fue señal suficiente para escabullirse de sus padres.
—No puedes irte… Tenemos que hablar…
—Déjala, Eleonor. Ambas tienen que pensar con claridad—intervino Sean, abrazando a su esposa.
—No quiero volver a verlos, no quiero que intenten contactarme. De ahora en adelante no existen para mí.
—No digas eso… por favor—sollozó su madre, destrozada por cada daga que lanzaba su hija.
—Adiós.
Cerró de un portazo. Llorando, corrió hacia el auto de Abel. Él no hizo preguntas, al verla quedaba claro lo que sucedía.
*******
Una hora después llegaron a su apartamento. A pesar de ser un hombre soltero era bastante ordenado. No era tan grande, no necesitaba demasiado espacio. La decoración sobria la desorientó un poco. Su habitación era más colorida sin duda alguna.
Abel la ayudó a acomodarse. Tomó su maleta y la dejó en su habitación, constaba de una cama con edredones color gris, las paredes sin ningún tipo de cuadro, la casa en su conjunto era de esa forma. Con la mano, su amigo le indicó que tomara asiento, ella se sentó, cerrando los ojos ante lo que descubrió. Tanto tiempo ocultándole algo tan grande, monstruoso y no tuvieron la decencia de contarle. Las pesadillas se relacionaban con su secuestro. No confiaron en ella, en realidad no estaban dispuestos a brindarle su apoyo si le confesaran los pormenores. La carga era demasiado pesada, atroz, no serían capaces de cargar con los traumas que acarrearía la verdad. Se hicieron a un lado, la hicieron a un lado por miedo a su reacción, y ella tuvo miedo de averiguar lo que sucedía porque el trasfondo podría ser espeluznante. Ambas partes sumergidas en la cobardía de dar el paso. No fue hasta que la suma de todos los eventos comenzaron a buscar la salida a través de sueños y pesadillas.
—Toma. —Chicago alzó la mirada, observando el líquido rojizo. Negó cansada.
—No quiero emborracharme
—Vas a relajarte—aclaró—. Definitivamente necesitas esto
Sin más remedio tomó la copa, sorbo por sorbo se lo bebió. No estaba tranquila, pero de alguna manera el efecto del vino la calmó un poco. La cabeza aun le daba vueltas. Estaba dispuesta a recuperar todos sus recuerdos, hasta el último de ellos con tal de vivir en paz. Volver sobre sus pasos y recordar lo que realmente ocurrió le daría una visión realista de su entorno. Podría levantarse, verse en el espejo y ver a través de su reflejo, ver su pasado, su presente y sobrevivir ante ello.
—Ven aquí. —Abel le tendió la mano—. Vamos a bailar.
—No quiero bailar—contestó—. Quiero dormir y no despertar.
—Vamos—insistió—. El baile te ayudará a despejar esa turbulencia que llevas. De nada te servirá amargarte por algo que no podías manejar. Ya sabes parte de la verdad, puede que conozcas otra parte, solo si abres tu mente.
—La tengo abierta—señaló su frente—.Esta lata me ayuda a mantenerla en su lugar—se mofó con acidez.
—Levántate y déjate llevar. No quiero verte así, tampoco permitiré que sigas de esa manera mientras vivas en mi casa.
Ante la perseverancia de su amigo, no tuvo más alternativa que ceder a un capricho inocente. Se puso de pie, algo tímida porque no recordaba si bailaba bien o no. Abel colocó la música.
Into the night de Chad Kroeger acompañado por Santana llenó la instalación. Chicago frunció el ceño ante el ritmo movido de la canción, pero también por algo más, algo en su mente se removía ante las letras, el compás de la canción. No era la primera vez que la escuchaba ni la primera vez que la bailaba con su amigo. Concentrándose, trató de recordar el donde, pero nada llegó, como siempre.
Abel la agarró por la cintura, bailando con entusiasmo. Chicago sonreía, dejándose llevar, soltándose. La música realmente hacia efecto en ella, al igual que su mente. Movían su cuerpo hacia adelante y hacia atrás. Mantenían una distancia de respeto pero también de complicidad. Se acercó a su amigo, llevando sus manos a su cuello, moviendo las caderas, riendo, dando vueltas. Fijó su mirada en Abel, en sus gestos, en sus movimientos. Cada vez se familiarizaba con la canción, sentía calor, alegría, y una duda; una duda que la atormentaba porque no sabía que decisión tomar, ni sabía con quien compartir ese sentimiento que tenía atragantado entre pecho y espalda.
Allí, relajada, dispersa, todo se agolpó. Sus recuerdos se amontonaron, como si hubieran sido invocados, sobre todo una pregunta, una simple pregunta que la llevó a una decisión trascendental.
¿Crees… que es posible amar a dos personas a la vez?
Aquella pregunta fue la apertura a un millón de ideas y respuestas que azotaban su mente. Sin resistir la presión se fue al piso, agarrando su cabeza para no escuchar esas voces, aquellas que quiso escuchar pero no pudo porque no los recordaba. Las punzadas se extendieron por su cabeza, eran tan fuertes que se sacudía. Todo fluía como una cascada, sin embargo no había orden, no seguían una secuencia, simplemente tocaban su memoria una y otra vez. No podía respirar, su corazón batallaba por bombear, su temperatura bajó tremendamente. Nada tenía sentido, pero a la vez era coherente. No lo podía explicar, ni siquiera podía entender como pudo olvidar cosas tan importantes en su vida, como se alejó tanto. Ni siquiera su lesión podía justificar su vacilación. Lo que quería saber permanecía allí, solo debía activarlo con los botones adecuados, hacer las preguntas adecuadas. Allí estaban las respuestas y también sus peores temores.
Besos, caricias, promesas, dudas, enfrentamientos, terror, ilusión, vida y muerte eran parte de su vida, lo fueron y seguirían siéndolo sin importar cuanto huyera. Aquellas cosas le recordarían quien era, lo que hizo, en lo que se convirtió. Eran parte de su ser, de sus experiencias. Lo bello y lo malo cobraron vida, alimentando esa parte que se extravió por el camino. Una rosa sin espinas no perdía su belleza. Esa era su vida, un camino labrado por el amor y el odio, lo puro y lo inmundo, lo bueno y lo malo. Cada una de esas cosas le daba vitalidad, fuerza. Todo eso se lo arrebataron en un instante.
Abel apagó la música de inmediato, se agachó al lado de su amiga. El propósito del baile era reactivar su memoria, al menos parte de ella. Al enterarse sobre el descubrimiento de la noticia de su accidente, no dudó en planear esto. No podía soportar el peso del secreto, ya no podía callar, no podía continuar como si lo que pasó no le afectara en absoluto, no podía engañar a Chicago. Por alguna razón ella lo recordaba, lo tomó como una señal para actuar cuando llegara el momento. Él era ese bucle que la unía a su pasado, era el verdadero detonante.
La levantó con suavidad, lentamente. Acariciaba su espalda, hablándole al oído para que recuperarla, ya que estaba ida por el terrible dolor que atravesaba.
—Necesito… necesito verlos—susurró—. Necesito… decirles que volví—repitió ahogada—. ¡¡Necesito que me ayudes, Abel!! ¡¡ Debo encontrarlos!! ¡¡ Debo recuperarlos!!—Gritó desesperada
—Nunca los perdiste—contestó en voz baja.
—Llévame con ellos. ¡¡Llévame, llévame, llévame!! ¡¡ Tú lo sabias todo y me mentiste!! ¡¡ Me ocultaste todo!! ¿Porque me hiciste eso? ¿Por qué ninguno es capaz de hablar conmigo?
—Quería que lo descubrieras por ti misma—comentó—. Tenías que recuperarte físicamente, pasar por varias etapas para llegar a hoy. Siempre quise revelártelo, pero no podía dañar el progreso que obtenías. Tenías que estar lista, lo que sufriste… es algo que nadie podría creerlo hasta verlo
—Quiero la verdad, quiero saber hasta el más mínimo detalle—exigió con los dientes apretados—. Quiero… saber todo sobre mi matrimonio, mi… amante, lo que… hicimos. Todo. Sin mentiras, sin encubrir nada. Por muy duro que sea merezco saberlo.
—Obtendrás todas las respuestas, no te preocupes. Te ayudaré.
**************
Se encontraba sentada en una mesita, afuera de la cafetería. Lo escogió estratégicamente para ser vista por aquellas personas con las cuales se encontraría. Estaba nerviosa, con el estómago encogido, sudando a pesar de que no hacía calor. Le costaba respirar, pensar, encontrar las palabras que diría al verlos. Una parte de ella temía que no quisieran verla, no después de tres años y seis meses de espera. Los hizo esperar por tanto tiempo, a lo mejor la olvidaron, tal vez se cansaron y siguieron adelante.
Quería culpar a todo el mundo, en ocasiones se culpaba por ser tan crédula, tan tonta, tan manipulable. Por más que se cuestionara lo que la rodeaba no tomaba las riendas de su vida. Siempre bajo los cuidados y el mando de su madre, dejó que hiciera lo que creía era bueno para ella, restringiéndole salidas a menos que fuera acompañada o a sitios frecuentes. Ella siempre obedeciendo, en un principio por miedo a perderse, luego por conformismo y costumbre. La inquietud seguía allí, la perseguía, no obstante ella lo esquivaba, pensaba ir paso a paso. Luego quiso más, obtener respuestas, conocer la verdad de lo ocurrido. No creía en nada, dudaba de las personas que la rodeaban, de sí misma, de las intenciones de su familia. Nada era como parecía.
Después de los pequeños flashes, tuvo una crisis. Sus recuerdos seguían borrosos, se escurrían con tal de no ser alcanzados. Su memoria era un maldito rompecabezas que no tenía sentido. Odiaba ser tan susceptible, tan irritable. No era nada bonito esforzarse y fallar en el intento. Enfrentando su fracaso, asistía a las citas con el doctor Cleveland, relatándole lo que sucedió. Para él eso era una gran avance, aunque el temor de que Chicago colapsara estaba latente, confiaba en que su método la hiciera entender que las cosas buenas y malas son parte de la vida, ninguna se excluye de la otra.
Por otra parte Abel se encargó de entregarle algo que le pertenecía, algo que tenía que ver cuando estuviera lista para ello. Parte de su vida estaba envuelta en cajas abandonadas en un garaje. Odiaba saber que fue engañada por la persona en quien más confiaba y aun así dependía de él para saberlo todo.
Verse en fotos fue una experiencia extraña pero agradable. En ellas se reflejaba lo feliz que era, los momentos más sustanciales congeladas en un papel. Distinguió con asombro a los dos chicos que la visitaron en el hospital. El de facciones angelicales le rodeaba la cintura y besaba su mejilla, ella sonreía como si ese gesto resumiera lo que sentía en ese momento. En otra se encontraba con el chico dulce y con el travieso, sus ojos verde oscuro la transportaron a escenarios sensuales, agradables. Estaba en medio de los dos, manteniendo una sonrisa reluciente mientras el chico de ojos negros la veía como una diosa y el otro le daba un beso en la mejilla. La foto describía lo que con palabras no se podía plasmar: Ambos eran su felicidad, su cielo. No necesitaba una explicación cuando esa imagen transmitía tanto.
Ansiaba recuperar todo eso, deseaba con toda su alma volver a sonreír de esa manera. Quería sentir aquellas emociones que solo despertaban esos hombres en esa fotografía. ¿Cómo demonios nos los reconoció cuando estuvieron a su lado y se despidieron? ¿Por qué cuando su voz interior le gritaba que los retuviera, ella los dejo ir? Y lo que aún no podía entender era su relación. Definitivamente no era digno estar con dos personas al tiempo y actuar como si nada. ¿Acaso engañaba a alguno y actuaba como una zorra descarada?
Volvió a mirar la foto detenidamente, en ningún momento sintió que traicionara a alguno, se atrevía a asegurar que estaban juntos porque así eran, porque no había otra manera de amar para ninguno. Eso la inquietó aún más. Llegar a esa conclusión tan polémica y vivir con ello era inaudito, imposible. Sin embargo lo sentía adecuado, justo, lo que alguien como ella quería. De alguna manera las piezas encajaban a la perfección.
Entre sus cosas encontró dos anillos, ambos representaban un amor interminable, inagotable, lo presentía. Con lágrimas mojando sus mejillas, se colocó los anillos en cada mano. Eran suyos, la representación de una promesa que las circunstancias no le permitieron cumplir. Un amor suspendido en el tiempo.
— ¿Cómo te sientes?—Preguntó Abel desde el umbral de la puerta. Chicago se sorprendió un poco ante la interrupción. Aún seguía enojada con él por ocultarle esas cajas, sin embargo seguía viviendo en su casa hasta que las heridas que volvían a abrirse sanaran.
—Sigo tratando de entender eso—señalo las cajas—. No puedo creer que tuvieras esto tanto tiempo en tu casa y tuvieras la desfachatez de mirarme a los ojos cuando yo te suplicaba cualquier información sobre mi pasado—le reprochó cruzada de brazos.
Abel no se arrepentía de la decisión que tomó. No le correspondía revelarle la verdad, aunque lo haría, esperaba que su padre fuera más sensato y le contara todo. Ese era su deber, no el de él. Además le prometió a Daniel que le entregaría esas cajas en últimas circunstancias, no contaba con que eso fuera tan pronto. Las guardó siendo fiel a su palabra, sin embargo no soportaba ver como su amiga continuaba ignorante de su propia historia, la hipocresía de sus padres, el sufrimiento de dos chicos enloquecidos por ella. No lograba entender como Eleonor y Sean no le hacían frente a una realidad que los absorbería.
En el momento en el que Chicago tomó la iniciativa de buscar por si sola alguna pista sobre su accidente, se dio cuenta que no podía prolongar ese secreto que se lo comía vivo.
—Espero que logres perdonarme—expresó cabizbajo—. Sé que nada de lo que te diga te devolverá lo que perdiste y que sientes que te defraudé, pero quiero que entiendas que no podía romper mi palabra. Esperé hasta este momento para estar en paz.
— ¿Lo estás? ¿Lo estás del todo?—Inquirió Chicago cortante.
—No hasta que seas tú misma. No lo estaré hasta que recuperes tu vida.
Lo dejó estar por ahora, no quería más discusiones, después de todo fue el único que le tendió la mano en el último minuto.
Los meses pasaron tan lentos que sintió cada día más denso, más largo. Se sabía de memoria las fotos, las veía y recuperaba una pieza. Se refugiaba en ellas, encontrando un poco de luz en las tinieblas que amenazaban su mente. No recordaba mucho, ya no se esforzaba por ello. Se concentró en los sentimientos que surgían al encontrarse en ese cuarto, rodeada de tantos álbumes. Fingía recordar todo, a pesar de que solo fragmentos llegaban a su memoria. Día tras día se enamoraba de cada imagen, de los chicos retratados en ella. Soñaba con ellos, los anhelaba, los deseaba. Corría cada mañana a ver las mismas fotos y dormir tendida en el suelo. Abel la sacaba de allí, la obligaba a dormir y la llevaba a su habitación. Seis meses enamorándose de los mismos hombres, seis meses extrañándolos, seis meses tomando una decisión que estaba al alcance de sus manos.
Arriesgándose, le pidió a Abel el número de cualquiera de los dos. No esperaría más, no viviría de unos retratos, hablaría con ellos y completaría el rompecabezas.
Con manos temblorosas, marcó el número que su amigo le indicó, sonó dos veces antes de que contestaran
—Hola, Abel. Que gusto saludarte—dijo una voz tan dulce y masculina que se estremeció. ¿Cómo diablos olvidó ese tono suave, amable y hermoso? El vello se su cuerpo se erizó, poniéndose de punta, su garganta de repente se secó. Tuvo que sentarse ante la impacto de escucharlo.
Identificó la voz como la del chico dulce. Se dio una cachetada mental al recordar la última vez que la escuchó: en el hospital. Sin embargo añoraba con escucharla otra vez, justo como en ese momento. Se permitió sonreír, felicitándose por tomar la iniciativa.
— ¿Pasa algo? ¿Ella está bien?—Su corazón se aceleró de alegría, seguía preocupado por su bienestar. Su sonrisa se amplió como una tonta quinceañera. Eso era un buen indicio, seguía pensando en ella—. Dime, ¿le sucedió algo? Necesito saberlo—apremió claramente asustado. Chicago no dejaba de sonreír.
—Soy yo… Chicago. —El silencio los acompaño por unos minutos, tan extensos como el desierto. No quería agregar nada por temor a que colgara, temía que ya lo hubiera hecho. Respirando profundo, preguntó—: ¿Sigues allí? No sé si me escuchaste pero….
—Estoy alucinando—dijo—. Alucino o estoy en un sueño
Aquellas palabras la emocionaron. La esperaban, aunque no estaba del todo segura cual era el móvil que lo motivaba a hacerlo.
—No estas alucinando—contestó fascinada—. Tengo que hablar contigo y… con el otro chico. Como sabrás mi amigo traidor me mostró las cajas que le enviaste. —Miró a Abel de reojo, el aludido sonrió sardónico—. Yo… quiero hablar con ustedes de las cosas que encontré y lo que no.
Daniel no hablaba, no respiraba. Estaba a punto de desmayarse. No lo podía creer. Se pellizcaba las mejillas una y otra vez. Era ella, era su chica, su musa. Se encontraba sumergido en una diatriba, creer si era real o solo un invento de su imaginación. Escuchar su voz después de tanto tiempo, que le hablara en un tono tan alegre, con tanto entusiasmo, alentaban esas esperanzas que estaban desfalleciendo. Quería grabar ese momento para siempre, el día que su reina regresó para quedarse.
—Solo dime cuando y a qué hora, estaré donde desees—se apresuró a decir casi eufórico. Poco le importaba sonar como un niño tonto, nada arruinaría la alegría que le producía escuchar esa llamada.
—Yo… te escribo—susurró moviéndose de un lado a otro. No lo quería ver como una cita, demasiado pronto para que un pensamiento así se formara. Primero tenían que charlar y luego verían que sucedería—. Fue… un placer volver a escuchar tu voz. Te veo pronto. —Colgó antes de escuchar una réplica.
Por esa llamada y algunas indicaciones se encontraba en aquella cafetería. Toda la semana estuvo probándose diferentes vestidos, ninguno era lo suficientemente bonito como para impresionar a sus acompañantes. Quería verse hermosa, inigualable, dejarlos boquiabiertos. Verse discreta pero sensual. El pecho le vibraba de solo imaginarlos sentados junto a ella, el corazón le palpitaba tan rápido que temía un ataque cardiaco, los pulmones no cumplían su función de brindarle oxígeno, en su cabeza retumbaban imágenes en desorden. Los recordaría por completo, ese era su propósito.
Iba por su segundo helado, una copa enorme de chocolate, fresa y crema de avellana. Al sentirse en incertidumbre y presión no existía mejor cura que un delicioso y refrescante helado. Lo saboreaba con cuidado, tratando de no ensuciar su vestido blanco de flores rosadas. Venia ajustada a su cintura, de tiras, vuelo amplio, el que se convino a sus exigencias. Llevaba su cabello corto peinado a medio lado, con una diadema blanca adornando su cabeza. Se aplicó un maquillaje suave, resaltando sus ojos cafés. Usaba unas sandalias rojas elegantes que combinaban con su vestido.
Distraída comiendo su helado, no notó que se aproximaban los chicos por los que se tomó el trabajo de arreglarse. Daniel llevaba una camisa beige, pantalones negros y zapatos café oscuro. Llevaba su cabello peinado hacia atrás. Le llegaba a la barbilla, lo que le permitía probar diferentes peinados, pero de esa manera se veía bien, sus facciones dulces resaltaban a la vista. A su lado iba su amigo, quien estaba a punto de salirse de la ropa de la emoción por el reencuentro con su Fresita. Llevaba una camisa amarilla y un jean desgastado, tenis blancos. Usaba sus gafas de marco grueso color negro para ver mejor. Su cabello casi al ras de daba un toque peligroso, junto con su expresión seductora.
—Mierda, ya estamos aquí—expresó pasando sus manos por sus pantalones—. No… no lo creo, no puede ser que ella nos haya recordado para venir aquí. Sigo pensando que es un bonito sueño y despertaré llorando.
—No lo harás—afirmó, palmeándole el hombro—. Cuando escuché su voz… quería gritar, llorar…
—Salir desnudo por las calles. —Ambos rieron como en los viejos tiempos, como cuando eran unos estudiantes simples y con una maleta de sueños. Quien diría que terminarían enamorados de la misma mujer, compartiéndola, esperando por ella.
—Tampoco a esos extremos—comentó entre risas—. Creí que estaba aluciando, soñado con su llamada. Casi me doy con la pared para comprobar que era la verdad. Ella volvió Jay, está aquí.
—Estoy a punto de hacerme pipi en los pantalones. No sé qué carajos decirle, como rayos reaccionaré. No quiero asustarla, tampoco quedar en ridículo cayéndole encima como una roca de carne. Estar aquí… verla de nuevo… es… indescriptible.
—Estamos igual, Jay
Avanzaron a la calle que Chicago les indicó, tuvieron que tomar el vuelo hasta Carolina del Norte, volarían hasta la China con tal de verla de nuevo. Se hospedaban en un hotel cerca de la zona donde se encontrarían con su chica, por tanto no les tomaba mucho tiempo llegar.
Con la mirada la identificaron fácilmente. Adorable, magnifica, bella, espectacular. Suspiraron al mismo tiempo al verla. Valió la pena cada mes, cada semana, cada día, cada segundo que no pudieron estar a su lado. Su cabello estaba más corto, compresible después del golpe y la operación. Eso no le quitaba ni una gota de tu hermosura, nada de lo que se hiciera cambiaria lo que ella les producía. Sonrieron al verla sentada, devorando esa copa de helado, con ese vestido que deseaban arrancar. Se veía jodidamente provocativa, los incitaba a desenvolverla con mesura y furia a la vez. No sabían si podrían controlarse.
Apresuraron sus pasos hacia ella, confiados, optimistas, convencidos que después de esa charla, las cosas tomarían el rumbo adecuado.
Chicago alzó la vista, ellos estaban allí, observándola con intensidad mientras ella engullía con entusiasmo. Sus miradas la bloquearon, su mente revoloteaba en su cráneo, su corazón iba a explotar en mil pedazos, el aliento se le escapó, hipnotizada ante lo que tenía ante sus ojos. Ellos eran el contraste perfecto, fuego y aire, ardor y sosiego. Apuestos a rabiar, uno de forma delicada, el otro de forma traviesa. Los dos formaban parte de una aventura sin final, produciendo sentimientos contradictorios, sensaciones que dominaban su sentido común. Por eso estaba allí, para descubrir, para entender, para conectarse con lo que dejó atrás.
—H-hola. —Chicago extendió su mano, temblando como una hoja, tragando saliva espesa. Jasón fue el primero en tomarla, apretando sin lastimarla. Quiso evaporarse, desaparecer, sentía calor en su rostro, jurando estar ruborizada por el contacto estremecedor de ese chico. Le sostuvo la mano, acariciándola con la otra, ella no se molestó ni se incomodó, de hecho deseó que esas manos grandes tocaran su rostro, su cuerpo, se metieran en…
Interrumpió el camino que sus pensamientos tomaban. Era completamente inapropiado para un momento serio, no obstante las imágenes de ellos juntos en una situación íntima la abordaron. La familiaridad de su tacto la sorprendieron, por eso no quería soltarlo, quería continuar con el agarre hasta donde quisiera llegar. No le asustaba, era conocido, tanto que le costaba pensar con claridad.
— ¿Nos sentamos?—Preguntó Daniel, trayéndolos a la realidad. Asintieron, ubicándose en sus respectivos lugares—. No sé si recuerdas nuestros nombres, no importa si no lo haces, me presentaré. Soy Daniel.
Ella agarró la mano de Daniel, se dejó llevar por la increíble calma que experimentaba al estar en contacto con él. Una calma que escondía una pasión que consumía lentamente. Él se atrevió a trazar con su otra mano círculos en su mano. Sonrió hechizada al sentir la los trazos suaves en sus mano, como si un pétalo se deslizara por cada rincón de su cuerpo. Sonrió ante los pensamientos candorosos que se reproducían en su mente, recuerdos, eso debía ser.
—Soy Jasón—inclinó su cabeza en reverencia—. Es… un gusto verte de nuevo… Fresi
Ese apelativo tan cariñoso la hizo sonrojar. Estaba haciendo un esfuerzo monumental por no derretirse ante las miradas ansiosas de aquellos hombres que llenaban su espacio. Quería darse contra la pared por olvidarse de ellos, por olvidar como se sentía con ellos. Ese sin duda alguna era el día más interesante de su vida en los últimos tres años.
Tomando un poco de aire, organizando su mente, controlándose, quería dejar las cartas sobre la mesa.
—Yo…agradezco que hayan venido hasta aquí—dijo jugueteando con una servilleta—. Hay tantas cosas que quisiera decirles, que quisiera preguntarles. Pero no sé por dónde empezar, no sé qué… hacer con mi vida en realidad—susurró casi resignada.
—Estamos aquí para ayudarte en lo que desees. Puedes decirnos lo que desees. Nada nos alegra más que estar aquí, junto a ti otra vez.
Solo recibía halagos por parte de ellos, cinco minutos compartiendo la mesa y quería tomarlos de la solapa de la camisa y estampar sus labios. No podía esquivar sus recuerdos cuando los tenía al frente, cuando soñó con ellos durante mucho tiempo. Ellos eran la representación equilibrada de lo que necesitaba. Si estaba bien o mal dependía de ellos, los demás no tenían ni voz ni voto. Eso fue algo que comprendió hace tiempo, lo que la llevó a aceptar la realidad.
Era el turno de ella de alagarlos, de brindarles calma a sus corazones heridos y atormentados. Era el momento de arriesgarse por completo.
—Perdón… por hacerlos esperar tanto tiempo.
—Disculpas aceptadas—dijo Jasón—. Aunque perdiéramos la esperanza, aunque pasaran mil años, en el fondo de nuestro corazón te esperaríamos. No hay nadie que pueda ocupar tu lugar. No hay manera de imaginar nuestra vida al lado de alguien que no nos mire como tú lo haces, con devoción, con admiración. Cada paso, cada sacrificio que hemos hecho ha valido la pena por este momento. Te perdonamos una y mil veces Chicago Adams, te amaremos en esta vida y las que existan.
No se dio cuenta que las lágrimas descendían por sus mejillas. Esas palabras tan sinceras, nacidas de lo profundo de su alma la marcaron. No los merecía, no podía creer que ella fuera tan afortunada por recibir amor por partida doble. La situación la sobrepasaba, la ponía a prueba. Sin importar el tiempo, el camino que tomara, sabía que siempre estarían allí. Estaban unidos por hilos poderosos que, aunque se enredaran, se retorcieran, la guiarían justo de regreso a su felicidad, como lo hacía ahora.
—Yo… no lo recuerdo todo con claridad—reconoció triste—. Sin embargo les puedo garantizar que los he visto en mis sueños. Me han visitado, me han amado en cada uno de ellos. Lo que sentido en ellos es lo más real que he tenido en toda mi vida, me aferro a ello cuando despierto sola y desorientada. —Tomó una bocanada de aire para continuar, sin desviar su mirada puesta en ellos. Las cajas que dejaron, los recuerdos almacenados, me dieron el empujón para sentarme aquí con ustedes y hacerles una propuesta.
—Te escuchamos
Se puso nerviosa al verlos tan abiertos a cualquier cosa que les dijera. Lo que quería decirles no era grave, pero podría ser peligroso. Observó los anillos, cada uno representaba una promesa inquebrantable, la unidad que los llevaría a caminar por los valles más austeros y difíciles. Verlos le hizo proseguir en la propuesta que la incitaba a unirse a ellos.
— ¿Estarían dispuestos a caminar junto a mi hacia el pasado? ¿Volver a cruzar los mismos pasajes y recordarme todo sin importar si se torna feo? ¿Me harían el honor de ser mis aliados, mis confidentes en este proceso? Nada me gustaría más que… tenerlos a mi lado para regresar a ser quien fui.
Ambos sonrieron. Esas eran palabras mágicas. Podrían jurar que recibirían la estocada final directo a su pecho, regresando destrozados a Texas. Existía la posibilidad que ella no los quisiera a su lado. Sin embargo estaba allí, ofreciéndoles algo tan sencillo, tan inesperado. No existían dudas, miedo. Volverían a comenzar una y mil veces si era necesario con tal de estar a su lado. Cada uno tomó una de sus manos, besando su mano como respuesta, ella se sacudió, comprendiendo su aprobación, sin embargo quería oírlo, ellos la complacieron:
—Aceptamos.