Capítulo 1: Fiesta de disfraces
—Amor, esto es lo más absurdo del mundo—dijo Chicago, terminando de ponerse su disfraz de la mujer maravilla. Era el reencuentro que estaba organizando Jasón, el mejor amigo de Daniel en la universidad. A este le pareció apropiado hacer una fiesta de disfraces para reunirlos a todos. No es que la hiciera feliz ir a ese tipo de eventos, pero no podía hacerle ese desaire a su esposo, el cual estaba feliz de ver a su amigo.
Daniel estaba detrás de Chicago poniéndose su disfraz del Zorro. Se veía tan bien con esa mascara que le daba un toque de misterio muy sensual y resaltaba sus ojos negros. La tomó de la cintura, colocando su barbilla en el hombro de su esposa, mirando el reflejo encantador que les otorgaba el espejo
—El disfraz te queda genial, amor—susurró en su oído—. Además, seremos la pareja estelar, llevamos un año de casados, es todo un acontecimiento para nuestros excompañeros.
—Lo sé, muchos quisieron lincharnos por casarnos jóvenes, pero no me importó. Llegaron a pensar que estaba embarazada—dijo risueña—. Sabes que no es por eso que no me gusta la idea—suspiró de solo pensarlo—. Me molesta el hecho de ir justo a la casa de Jasón. Sabes que no es santo de mi devoción. Detesto que haga de este evento algún tipo de espectáculo pornográfico
—Chiqui, preciosa. —La volteó para ver la hermosa cara de su esposa, sus ojos marrones, su cabello largo que no se definía entre el negro y el café, sus labios delgados y sensuales que eran su perdición—, sé que las cosas entre ustedes nunca fueron las mejores, pero por favor olvida eso por hoy. Estaré contigo toda la noche. Nada de peleas, ¿lo prometes?
Chicago torció su boca pero le prometió de mala gana que se controlaría y no le saltaría al cuello para drenarlo como merecía. Tomó los labios de Daniel en un suave beso, las manos de Daniel se aferraron a su cintura, Chicago abrió su boca para recibir la lengua de su esposo, el beso se hacía más apasionado, más febril, no obstante Daniel se separó de Chicago, tomando aire.
—Se nos hace tarde y nos esperan.
El apartamento de Jasón estaba lleno de invitados, era la locura. Afuera las luces parpadeando de una manera que cegaban a quien se acercara, en la entrada había unos cuencos con brasas encendidos, gente bebiendo por todas partes. Jasón, al verlos, salió a recibirlos con sus brazos extendidos.
— ¡Mis amigos!, ¡bienvenidos!—Le dio un gran abrazo a Daniel—. Te ves estupendo con ese disfraz. —Su mirada se dirigió a Chicago, no podía disimular ese brillo lujurioso que destellaba su mirada al verla con ese disfraz que le quedaba de maravilla
—Y aún siguen casados—mencionó resignado. Hacia un año que no entablaban una conversación seria, o al menos una conversación donde Daniel tuviera la oportunidad de contarle su relación con su esposa. El chico estaba ensimismado en su carrera deportiva, en pasarla bien con cuanta mujer se le cruzara. Si lo llamaba, poco o nada hablaban. Siempre en fiestas, embriagándose, perdiendo la noción de la vida hasta el amanecer. Por eso organizó aquella fiesta, para reencontrarse con su mejor amigo, para celebrar los pequeños triunfos que obtenía y para cotorrear un poco con sus compañeros. De alguna manera quería rememorar la mejor época de su vida—. ¿Cómo estas fresita achocolatada?—Chicago le dio una mirada asesina, odiaba que le dijera así. Cuando estudiaban en la universidad le decía de esa forma por fastidiarla, aunque él le tenía mucho cariño a aquel mote. Únicamente lo usaba para dirigirse a ella de esa manera, era su apodo. A Chicago le irritaba sobremanera aquel sobrenombre tan ridículo, era tan idiota al tratar un acercamiento usando ese tipo de adeptos que muy seguramente ya estaba gastado en otras.
— ¿Cómo estas tu…Tarzán?—Jasón solo tenía un taparrabos. Su pecho bronceado estaba al aire libre, su abdomen bien marcado, músculos definidos. Se burlaba de ella con la mirada. En realidad le encantaba atormentarla con sus dichos, su manera de mirarla, de comportarse con su esposo. Apenas lo toleraba por Daniel, estaba allí por él, no porque quisiera volver a ver a personas que ni siquiera conocía. Y es que solo a ese hombre se le ocurría salir con ese frio tan atroz semi desnudo. Esperaba que debajo de ese taparrabos tuviera ropa interior
—Bueno ya sabes, el que no muestra no vende. Y yo quiero mucha acción esta noche, ya tengo por ahí algunos blancos localizados— comentó riéndose exageradamente
—Tú no cambias verdad. —El tono de Chicago era acusador—. Pobres chicas, la desesperación debe llevarlas a…ti —afirmó señalándolo con desprecio
— ¡Bueno! Tu fiesta esta genial, gracias por invitarnos—intervino Daniel para bajar la tensión en el ambiente.
Chicago y Daniel hicieron su camino para entrar. El apartamento de Jasón no era muy grande, los invitados se veían un poco apretados, pero era agradable. Tenía balcón con vista a la ciudad, una cocina integral de diseño, una sala con un teatro en casa y un sofá donde estaban una pareja muy cariñosa. Jasón había acomodado el apartamento para que los invitados pudieran bailar y hacer lo que quisieran.
No pasó mucho tiempo antes de que Daniel estuviera en la pista con Chicago meneando el cuerpo. Daniel la atrajo hacia él moviendo sus caderas a un mismo ritmo. Chicago bailaba bien, era suelta, desinhibida, y más cuando la cuestión era deleitar a su esposo. Con sus movimientos era imposible no atraer las miradas, no obstante hacia caso omiso a eso, de quien quería recibir las miradas era de su esposo, y ya había logrado su objetivo. No se arrepentía ni por un instante de dar el sí y casarse con ese hombre que despertaba tanta dulzura. Cometió tantos errores en el pasado que alguien como él era una bendición a la que no pudo resistirse.
—Iré por algo de tomar—dijo Daniel en su oído—, no me tardo.
Daniel se dirigió a la cocina, la cual estaba repleta de gente. Estaba buscando tomar algo para él y Chicago. Sin embargo algo llamó su atención. Jasón estaba con una chica contra la pared, sus movimientos eran duros y contundentes, la chica con las piernas bien abiertas solo pedía más y gemía, Jasón soltaba gruñidos de placer, sosteniendo a la joven mientras la incrustaba en la pared. Daniel se quedó mirando, se sentía morboso al ver a su amigo tirándose a una chica, pero eso no era todo, había algo más que pasaba por su cabeza, parecía sumergido en una hipnosis ante lo que presenciaba. A Jasón no le importaba en absoluto, total estaba en su casa y podía hacer lo que quisiera, no obstante un sentimiento irracional lo sacudió. El nacimiento de una idea, de un deseo, y lo absurdo de la dirección que tomaban sus pensamientos.
Avergonzado por la invasión de su privacidad, Salió de la cocina, tomó a Chicago de la mano, llevándola a un rincón de la casa. Sin dejarla siquiera formular la pregunta, Daniel estampó sus labios con furia, en un férreo e inexplicable beso que no era propio de él. Chicago estaba sorprendida por la reacción inesperada de Daniel, sin embargo se dejó llevar por esa sensación que tomaba el control de la situación. Abrió su boca para recibirlo sin chistar, las manos de Daniel se paseaban por sus piernas hasta llegar a su trasero, apretándolo. Ella soltó un leve gemido, disfrutando de sus caricias atrevidas con aquella pizca de ternura. Alzando las piernas, logró enroscarlas en la cintura de Daniel. Ella tiraba de su cabello suavemente para besar su cuello, pasando su lengua lentamente, disfrutando de su sabor a manzana, justo el olor del perfume que se aplicaba. Las manos de Daniel se posaron sobre los senos de su esposa, apretándolos suavemente, masajeándolos lo suficiente para tenerla jadeando. Chicago gimoteaba y se sentía húmeda, quería más. Así que su mano se dirigió a la entrepierna de su esposo, lo tocó por instinto, conociendo las consecuencias y lo que nunca podría pasar en aquella zona. No quiso ofenderlo ni mucho menos, se había dejado llevar demasiado por la excitación que le provocaba. Sin embargo era demasiado tarde para retractarse. Podían ser una joven pareja muy enamorada, pero tenían problemas que les estaba costando llevar una vida plena. El calor se evaporó, dejando solo jadeos y respiraciones pausadas y distantes.
Se separó de chicago, abatido y para qué negarlo, humillado por ser mitad hombre, por no ser capaz de ponerse duro para ella, por ser un ser incompleto. ¿Cómo podía seguir a su lado? Era demasiado bueno para que durara toda la vida. En algún momento llegarían los reproches, las exigencias. Ella le pediría cosas que no podría darle ahora, tal vez nunca podría.
—Te espero afuera. —Fue lo único que logró decir con temblor en su voz, soltándola en medio del pasillo oscuro.
La abandonó, o esa era la sensación que la atravesó al verlo escapar de ella. La culpabilidad de avergonzarlo de esa manera le impedía tragar saliva. Los ojos se le volvieron acuosos, amenazando con llorar como una Magdalena en medio de una fiesta descontrolada. Podía vivir sin ello, se lo repetía una y otra vez, en sus intenciones jamás estaba el reclamarle algo, finalmente lo que le sucedió fue una tragedia con la que aprendió a vivir. Una tragedia que compartía durante un año. Lo amaba por encima de sus carencias, lo que tenían era demasiado especial como para desperdiciarlo por nimiedades que arruinarían su relación. Sin embargo, aquellas emociones que luchaba por esconder, aquellos deseos que ignoraba, tomaban tanta fuerza que dudaba poder retenerlo por mucho tiempo. Y precisamente eso, podría traer una catástrofe.