Capítulo 3: Locura

 
 

Chicago y Jasón intercambiaron miradas, confundidos. Esas palabras podrían tener mil significados. Una noche juntos, ¿con que propósito? ¿Llevarse bien? Una noche no solucionaría la molestia que le causaba verlo, ni siquiera se encontraba de humor para ese tipo de tonterías. Debían hablar de cosas mucho más importantes en las cuales Jasón no tenía cabida.

 

— ¿Quieres que seamos amigos?, ¿Qué salgamos y hablemos de nuestras vidas?—Interrogó su esposa, con sarcasmo bastante marcado

 

Al parecer ninguno entendía lo que implicaba unas palabras tan sencillas pero mortales, poseedoras de una trampa que estaba a simple vista. Chicago lo veía como una oportunidad de estrechar lazos de amistad no existentes, Daniel lo veía como algo mucho más peligroso, lo que proponía no era sano, ni siquiera estaba del todo seguro de las implicaciones que traería su propuesta. Sin embargo los había reunido porque Jasón era el candidato perfecto para el trabajo, una forma bastante burda de llamarlo. Su amigo era el tipo de hombre que hacia lo que tenía que hacer sin ningún tipo de remordimiento, tomaba lo que quería de una mujer y listo. Por eso era el hombre ideal, porque quería, de una manera retorcida, regalarle una noche de bodas a su esposa a través de un tipo que si podía complacerla. Una transacción que a la larga era sencilla, no obstante las partes involucradas debían estar de acuerdo.

 

Se aclaró la garganta. Su mirada de repente se tornó como la de un negociante, seria, un poco distante, aunque los nervios y las reacciones esperadas lo llevaban a cavilar por pequeños segundos; segundos que no marcaron la diferencia. Volvió a hablar, sin siquiera prepararlos:

 

—Quiero que Jasón y tu tengan sexo—explicó al fin, desviando la mirada a la pared opuesta

 

El silencio se hizo presente, fue tan espeso que no encontraban la forma de romperla. ¿Acostarse con él? ¿Abrirle sus muslos a semejante cerdo? ¡¿En qué carajos estaba pensando?! Claramente no lo hacía. Le quería adjudicar esa idiotez a las medicinas, o algún ataque, o algún alucinógeno. Lo que su esposo les proponía estaba fuera de proporciones. No era sensato ni justo, ni mucho menos cuerdo.

 

 Se apartó de su lado, sentándose en el extremo de la cama, la habitación se le hizo demasiado pequeña para tres personas, sobre todo por aquel intruso que no parpadeaba, observando a su amigo con cautela. Su piel aceitunada ya no era de ese color, en ese momento era blanco como una tiza. Incluso Jasón Willows estaba atónito, cosa que pocas veces sucedía.

 

—A ver Daniel. —Chicago estaba enfureciendo—. ¡Si esto es una especie de broma, no es divertida!

 

—No lo es, Chicago. Lo pensé muy bien—respiró trémulamente, mirándola con melancolía y con determinación. Después de lo dicho no podía retractarse—. Nuestros problemas en… ese aspecto se están tornando cada vez más grandes. Ya no quiero pretender que nuestra intimidad es perfecta, que tu estas feliz cuando sé que te falta algo que no puedo darte. Necesito que abras un poco tu mente y veas las cosas como yo lo hago.

 

— ¡¿Y qué carajos te hace pensar que quiero hacer algo así?!—Gritó enfurecida—. ¡Te enloqueciste! Es la propuesta más patética y estúpida que es escuchado, ¡¿Qué clase de proposición enferma es esta, Daniel?!—Chicago le dirigió una mirada mortal a Jasón, el cual aún estaba impactado por la propuesta, camino hacia él enfurecida.

 

— ¡Tú maldito depravado! ¡Tú fuiste el de la idea! Eres un cerdo repúgnate, asqueroso…

 

—Wow, Wow, Wow—dijo levantándose de su lugar, alzando las manos en señal de paz. Si Chicago tenía un arma no duraría en vaciársela en el cráneo—. No tengo nada que ver con esta loca idea, ¿está bien? Estoy... igual de sorprendido como tú. Y también creo que es ilógico—añadió nervioso—. ¿Acaso ustedes están en alguna secta? ¿O les gusta probar cosas raras?

 

—No Jasón—contestó de repente cansado—. Chicago, escúchame. Lo pensé bien después de lo que paso ayer…

 

— ¡Lo que paso ayer es algo que tenemos que hablar tú y yo!, ¡es nuestro problema! —Espetó loca de rabia, las venas resaltadas en su cuello, a punto de explotar, no sin antes llevárselos con ella.

 

—Chicago por favor, escúchame. Sé que es algo fuera de lugar; fuera de este mundo, pero tienes que darle una oportunidad a lo que te propongo, es para tu beneficio.

 

— ¿Cuál es tu problema, bro?—Preguntó Jasón, cambiando de tema, ganándose una mirada letal por parte de Chicago. Se sentía fuera de lugar, como una pieza de rompecabezas que no encaja, como un producto mal fabricado. Necesitaba saber el motivo real por el cual Daniel le ofrecía a su esposa como carne de exhibición. Desconocía a su amigo, a quien siempre recordó como un hombre íntegro, reservado, agradable, aplicado en sus estudios. Un tipo con el cual era fácil hablar, con quien realmente podía ser él mismo sin la necesidad de impresionar a unos cuantos imbéciles. Daniel era un hombre a quien en secreto admiraba y a quien valoraba. No obstante no podía creer lo mucho que había cambiado en tan solo un año, la madurez en su mirada, la desesperación en su tono de voz, su expresión lúgubre y solitaria. Estaba entrando, sin quererlo, en una discusión marital de la que poco quería verse involucrado.

 

—Te conté que tuve un accidente—le recordó—. Pero lo que no te conté, lo que no le conté a nadie—le dirigió una mirada breve a su esposa, tenía la mandíbula tan apretada que escuchaba el crujir de sus dientes—, es que me dejó secuelas irreversibles, una de ellas es que no puedo tener… relaciones. Dios sabe que he intentado de todo pero nuestra situación no es tan flexible como crees.

 

— ¡¿Por qué no probamos otra alternativa?! —Interrumpió Chicago a punto de llorar ante los detalles que le otorgaba a una persona que no era capaz de entender la gravedad del asunto. Se recompuso recordando su irritante presencia—. Y dejas esa loca idea a un lado, Daniel. Existen programas…

 

—Sabes que lo hemos intentado, Chicago. —Extendió sus manos intentando razonar con ella—. Esos programas son costosos, no podemos depender de mis medicamentos ni de las terapias que solo aminoran el dolor. Quiero… esto, quiero que veas lo que te ofrezco. No es fácil—reconoció tragando saliva—, pero es una opción poco convencional que extiendo sobre la mesa, una opción útil para ti. —La manera en la que lo exponía lo hacía ver aún más descabellado, incluso su tono denotaba la poca importancia que le daba a su reacción, como si no le importara que se acostara con otro, que se dejara manosear por otro. Era ella a la que estaba lanzando a los brazos de un cualquiera, era a ella a la que ofrecía como un manjar. Era inaudito, una grosería de su parte pensar por ella cuando estaba con él porque lo amaba de verdad, con la fuerza de mil mares, con el corazón. Y él escupía sobre sus promesas, se escondía en su escudo de miedo y resignación, dejándola sola, ignorando que sus palabras, su propuesta de mierda, abría una brecha espantosa en su interior.

 

Se quedó en silencio, esperando a que realmente fuera una broma muy pesada, que los camarógrafos salieran del closet y la tranquilizaran. Eso nunca pasó.

 

— ¿Y porque yo?—Intervino Jasón, rompiendo un poco la tensión, nuevamente con la sensación de ser la pata maltrecha de la mesa, el tercero en discordia, el intruso—. Sé que tengo fama de ser un tigre—se burló, ganándose refunfuños por parte de Chicago—. Pero… no se hombre, esta no es la manera correcta.

 

—Porque confió en ti y sé que te comportarás como debes porque se trata de mi esposa—respondió mirándolo con tranquilidad—. Porque te conozco para saber que puedes manejarlo. Eres un hombre que puede hacerlo sin sentimentalismo, justo lo que necesitamos. —Sus palabras decían algo muy diferente a su mirada. Jasón comprendió lo que sus ojos expresaban. No era ningún estúpido, podía pretender que era natural que su amigo siempre tuviera interés en Chicago, la verdad no era un tema que le quitara el sueño. Sin embargo estaba esa nueva situación frente a sus narices. Una prueba de lealtad muy fuerte que implicaba lo que siempre hacia cuando se acostaba con una mujer: desconectarse y dejarse llevar. Lo que pasaba con Jasón era que no consideraba a Chicago como cualquier mujer, no la veía simplemente como una vagina para eyacular. Ella realmente le interesaba, Daniel lo notó y por ello quería comprobar hasta qué grado era tal interés, hasta qué punto sería capaz de llegar. Le estaba dando la oportunidad de estar con ella y comprobar si en realidad su interés era parte del juego rechazo-odio que Chicago empleaba. No estaba del todo de acuerdo, pero no podía negar que la idea le hacia ojitos.

 

— No lo sé, Dani—negó perturbado—. Sinceramente yo no podría estar así, me pondría una de hule, me gusta estar enterrado en las chicas, darles como se merecen—dijo divertido. Su fuerte no era darle ánimos a nadie. De hecho sus prioridades eran él y nadie más, aunque cuando miraba a Chicago todo se volvía nubloso, turbulento. Esa mujer provocaba cosas en su pecho y cabeza que no podía manejar, cosa que lo jodia mucho.

 

— ¡¿Es a esto a lo que quieres llevarme, Daniel?!—Chicago estaba a punto de explotar— ¡Míralo! Es un asqueroso, no sabe medirse con lo que dice. No lo haré porque suena lo más enfermo del mundo, haremos las cosas a mi manera. Mañana iremos a un doctor y comenzaremos un tratamiento

 

— ¡No quiero más terapias! ¡¿Qué no entiendes?!—Daniel estaba perdiendo los estribos, cosa poco usual en él—. Te estoy dando la oportunidad de que explores con mi consentimiento actividades que te… harán feliz. Por un momento podrás disfrutar de esa parte de nuestra relación que no puedo ofrecerte, no es que no quiera, no puedo—puntualizó, defendiendo con argumentos su propuesta.

 

— ¡¿Cómo se te ocurre pedirme algo así?! ¿Qué hay de mi dignidad? ¡¿De mi opinión?! No me pidas algo a lo que no le daré vueltas en mi cabeza como si fuera un maldito trompo. En este momento no sé quién eres. No te reconozco—expresó con voz llorosa

 

—Chicago por favor…

 

Salió disparada, encolerizada, ofendida y herida por semejante propuesta que se salía de proporción. Daniel se quedó con Jasón, se miraban uno al otro, midiéndose, analizando la declaración y confesión de Daniel.

 

—Hermano, lo que acabas de proponer suena absurdo y perdóname pero enfermo. Ella me odia y jamás dejaría que la tocara. Si quieres lo hago con otra chica, por ti—sonrió confortándolo.

 

—No Jasón—espetó Daniel—. Quiero que sea ella, quiero darle algo que no puedo darle, quiero ver su rostro cuando este contigo, quiero que sienta placer.

 

— ¡Pero si ella es feliz contigo, Dani!—dijo poniendo su mano en el hombro de su amigo—. Ustedes se ven empalagosamente enamorados.

 

—Sé que no es feliz del todo—dijo decepcionado—. Sé que quiere una familia, sentirse completa en todos los sentidos posibles, realizarse como mujer, como profesional, como… madre. La amo tanto que no me importa si se enoja conmigo por esto, estoy dispuesto a enfrentar las consecuencias—declaró seguro.

 

—Hombre, pero si ya eres el desafortunado esposo de Chicago Adams, las demás cosas vendrán. No te presiones, bro. — Su forma de dar consuelo era paupérrima, aunque se le daban puntos por el esfuerzo.

 

—No lo entiendes porque no estás en mi lugar Jasón. Tú eres muy funcional y activo, todas quieren acostarse contigo, les das lo que yo no puedo.

 

—Piénsalo mejor—concilió—. Lo que pides está bien rayado, Dani. Simplemente no puede ser, no cuando tu mujer me detesta—determinó con cierto tono de decepción por ello

 

—Lo que pido está muy mal, lo sé. Pero, ¿si termina siendo lo mejor para ella? Es algo temporal mientras consigo un trabajo lo suficientemente bueno como para pagarme un tratamiento que realmente me ayude. No comprende el sacrificio que estoy haciendo con solo decírselos.

 

—Bueno ¿porque no le haces sexo oral? Eso las enloquece—sonrió con picardía.

 

—Porque no es suficiente—reconoció afligido—. La conozco, Jasón, y sé perfectamente que ella quiere más, su cuerpo le exige mucho más de lo que yo puedo darle. Necesita disfrutar plenamente de una relación sexual, no de un jueguito que a duras penas calma esa ansiedad que la controla, aunque lo niegue. —Se acercó al borde de la cama, su mirada paralizó a Jasón. Comenzaba a sentir temor por la salud mental de su amigo—Lo que quiero es que estés con ella así sea una noche, yo observaré, quiero ver cuando estén juntos. —Cada vez que lo decía sonaba más seguro de la propuesta

 

—Amigo entre más lo dices más horrible suena—expresó con cierto escalofrió—. No lo sé, a mí no me gusta la idea en todo su conjunto, suena terrible. Y estoy totalmente convencido de que ella no quiere.

 

—Hagamos algo. —Se arrimó más a Jasón, necesitaba comprobar que lo que proponía realmente no tenía sentido. Una sub idea ligada a la idea mayor, un paso improvisado que le daría las señales adecuadas  —. Mañana la buscas al trabajo y hacen una prueba, si ustedes no son compatibles entonces no habrá propuesta, no habrá trato ni nada. Iré a esos inútiles tratamientos, lo prometo.

 

— ¿En qué consistiría la prueba?—Eso despertó su curiosidad.

 

—Se trata de que sean compatibles, que se entiendan en ese aspecto. Llévala a tu casa y…sedúcela. —El decirlo le produjo una punzada espantosa en el pecho—. Si ella se resiste dejamos las cosas así, ¿te parece?

 

—En las cosas que me metes—dijo Jasón cansado—. Mira, no te prometo nada. Hablaré con ella y le comentaré lo que quieres, pero si Chicago me asesina tus manos estarán manchadas de sangre.

 

—Está bien Jasón, gracias amigo

 

Se fue trastornado de aquella conversación tan extraña. Jamás pensó que le harían una propuesta así, y menos con Chicago Adams incluida. Él siempre la había deseado, en otras circunstancias Jasón la se habría tirado, si ella no fuera ella. Para él ella era algo fuera de su liga, no porque no fuese atractivo, lo era en definitiva. Sin embargo Chicago sabía lo que quería y no era de esas a las que podías meterte en las bragas así no más. Aun así las cosas se estaban dando de manera inesperada, cosa que lo sorprendía y le gustaba de igual forma.

 

 
 
La propuesta
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