Capítulo 29: Obsesión

 
 

—Vengo a relevar a Chicago—anunció Daniel entrando a la habitación, Jasón se encogió de hombros. Estaba acostado de medio lado, dándole la espalda a cualquiera que entrara, fingiendo estar dormido. El beso con Chicago había encendido ese fuego que se empeñaba en apagar, ella peleaba tan duro por él cuando debía dejarlo ir. La amaba tanto que le dolía respirar, cada minuto que pasaba sus pensamientos iban dirigidos a ella, cada vez más intensos, más fuertes. Su amor no parecía disminuir por más que intentaba apagarlos. Ella era parte de su alma, su vitalidad, su estrella de la mañana. Amarla era difícil y maravilloso. No verla era una tortura, una agonía lenta y martirizante. En el fondo de su corazón esperaba recuperar la vista y pedirle perdón todos los días de su vida por intentar apartarla de su lado. Ella lo amarraría y le haría el amor como aquella vez y él aprobaría todo con sonrisas.

 

Ese optimismo no le servía de nada, su situación era esa; sin luz para apreciar la belleza del mundo, de su chica, de las cosas más mínimas que podía captar. La oscuridad era cómoda, silenciosa, lo consumía de a poco y en cierta forma le gustaba. La soledad era su refugio, su amable compañero, no sentía lastima por él y de alguna manera entendía por lo que pasaba. Aun así, Chicago era aquella fuerza que penetraba esos muros que tanto luchaba por mantener en pie, lo alejaba de la oscuridad, con paciencia y cariño le demostraba que nunca se apartaría, jamás lo abandonaría. Sentía que era una carga para ella, atarla de esa forma solo la arrastraría a su miseria y no quería eso.

 

— ¿Te obligo decirle las famosas “palabras mágicas”?—Cuestionó Daniel con una risita

 

—Me imagino que te contó—respondió sin dar la vuelta.

 

—Sí, aunque no eres el único que ha pasado por esa dura prueba. —Eso despertó el interés de Jasón. Dio la vuelta dándole la cara a Daniel, aunque no lo podía ver sabía que estaba a su lado. Tener un amigo como él fue una bendición, era como su hermano, su compinche, su cómplice. Lo amaba, lo envidiaba por tener el corazón de Chicago, pero sobretodo, admiraba su forma de ser; siempre tan pacifico, tan dedicado, tan amable y dulce. Estar con él era como estar cerca de un ángel. Pocas veces perdía la paciencia, cuando pasaba entonces se desataba un terremoto, lo sabía por experiencia. Era todo un reto ser como él, vivir con las decisiones que tomaba, con su condición. Quería ser como él en ese aspecto, tener esa calma para manejar la situación, mantener la esperanza. Daniel siempre fue el ejemplo que quiso seguir.

 

— ¿También te obligo a decirlo?—Preguntó sentándose en la cama, enfocándose en él aunque no pudiera verlo.

 

—Claro que si—sonrió ante el recuerdo—. Cuando le confesé mi condición el día de nuestra luna de miel, le dije que era libre de irse, de encontrar a alguien que le ofreciera lo que yo no podía darle, ella me gritó y buscó especialistas. Nuestros gastos subían y yo no le podía ofrecer nada, como practicante no tenía muchos recursos económicos. Ella empezaba en el canal, hipotecamos la casa para continuar con los tratamientos, especialistas; nada de eso resultaba como queríamos. En parte por mi actitud, los doctores decían que por pasar tanto tiempo sin asistencia controlada y el estado en el que cicatrizaron mis heridas era muy difícil intervenir sin quedar paralitico. Ahí perdí todas las esperanzas y la alejé, justo como tú. —Jasón se removió incomodo ante su afirmación, tenía toda la razón, la apartaba para darle el campo libre y ella se rehusaba. Era terca, eso le gustaba y le molestaba en partes iguales—. Le dije que no podíamos seguir juntos, entonces ella me dejó entre la espada y la pared. Debía decirle que no la amaba, ¿puedes creerlo? Decirle que no la añoraba cada día, que no nací de nuevo el día que la conocí, mentirle tan vilmente sabiendo que mis ojos reflejarían todo lo que ella provocaba en mí. Era inútil huir de ella, de su sentencia. Intenté convencerme que no la amaba, de engañarla, pero cada vez que la veía mi corazón se aceleraba. En ese momento me sentí el hombre más afortunado al tener a un ser tan extraordinario a mi lado siendo mi apoyo, en la salud y en la enfermedad, dando lo mejor de sí cuando yo no podía más. Tienes que darte cuenta que ella nunca se irá de tu lado si no le dices las palabras que romperían su lazo, nuestro lazo—apuntilló serio.

 

— ¿Crees que no intentado convencerme a mí mismo de que lo que siento por ella no es real?—resopló cansado—. Nunca volveré a enamorarme de alguien y menos de esta forma—afirmó convencido de sus palabras—. Ella cambió todo en el momento en que posé mis ojos en ella. La quise desde que la vi, la amé cuando la conocí más. Mentir sobre eso es negar mi existencia—declaró apasionado—. Jamás podre decirle que no la amo, Dani. Ella es todo lo que quiero—manifestó agotado.

 

—Lucha—dijo Daniel inclinándose hacia él—. Una vez me dijiste que dejara de lamentarme, ahora te devuelvo tus palabras. Hazle frente a la situación, lo que te pasa es difícil, pero transitorio.

 

—Lo dices porque tú puedes ver—gruñó

 

—Y a ti se te pone duro—comentó riendo—. La vida no es fácil, los obstáculos se presentan cuando menos lo esperamos. No recibí tanto apoyo como lo he recibido de Chicago. A pesar de la propuesta que nos trajo a esto, ella siempre me apoyó, siempre estuvo conmigo. Luché a pesar de lo complicado que se convertía todo a mí alrededor. Cuando mis padres murieron desperté invalido, una tía me acogió, no tenía los recursos suficientes para una operación, aun así luché con las herramientas que poseía. Luego cuando recibí la noticia de que no podía tener relaciones sexuales porque mi pene se volvió inútil y que caminar ya era suficiente, quería morirme, no poder compartir esa parte con alguien era una infamia. Aun así luché, luché para sostener mis gastos, a mi tía, por lograr ser alguien en la vida. Entré a la universidad con una beca, trabajando duramente para mantéela. Me aparté de todos, en especial de las chicas, no podía tener sexo con ellas así que lo mejor era no mantener contacto con ellas. Tuve novias, pero terminaba rápido con ellas, no podía pasar esa vergüenza con ellas. Todo mejoró un poco cuando apareciste en mi habitación exigiendo ser mi compañero en los trabajos. —Jasón sonrió con nostalgia ante el recuerdo—. Fuiste letal, fuerte, valiente e intrépido; características de las que yo carecía y nunca tendría. No me quedó más remedio que aceptarte y ser tu compañero. Nos hicimos amigos, te mudaste a mi habitación, me hablabas de tus conquistas y yo moría de celos porque nunca tendría eso. Seguí luchando contra la envidia, la tristeza. Eras el único amigo que tenía, te apreciaba, te amaba y no quería perderte. Luego apareció Chicago en aquella fiesta, tan bella, tan prohibida, tan inalcanzable. Me sorprendí cuando ella tomó la iniciativa y me habló. Sentí que había entrado en una dimensión desconocida, que estaba alucinando. Por primera vez conecté con alguien, logré soltarme y dejarme llevar. Nuestro noviazgo fue inocente, puro. Ella me confesó que no era virgen y a mí no me molestó, podía intuir que el tema le dolía y preferí no meterme en eso. Tu caíste en sus redes y te fijaste en ella, dejé que fueras parte de nuestra relación con la esperanza de que ella me dejara así tendría una excusa para seguir adelante. Sin embargo cada día que pasaba me enamoraba de ella, me ilusionaba, tú seguías ahí, viendo, siendo parte de nosotros. Tenía la sensación de que le gustabas pero preferí ignorar el sentimiento. En un movimiento desesperado pero con la absoluta certeza de que era lo que quería, le propuse matrimonio. Lo hice porque a pesar de que le ocultaba mi estado de salud, quería mantenerla siempre junto a mí, alejarla de ti porque ella era lo que más quería en ese momento. Fui egoísta al atarla a mí, al quererla demasiado. A pesar de todo eso ella sigue conmigo, con nosotros. Somos los tres contra el mundo.

 

—Yo… no sabía que… bueno, que pasaste por muchas cosas feas. —Agachó la cabeza, entrelazando sus dedos arrepentido por no querer saber más de su amigo. Él siempre lo escuchó, pero no le dio la oportunidad de hablar. Sentía que él era egoísta, no Daniel.

 

—No tenías porque, nadie aparte de Chicago sabe esto—confirmó—. Nunca quise que supieran mi historia, no quería la lastima de nadie—le palmeó la espalda a Jasón—. Entiendo perfectamente lo que es estar mal, que una parte de tu cuerpo no funcione, refugiarse en la oscuridad, en la soledad. Sé que estás pasando por una etapa difícil, pero se te olvida que me tienes a mí. Puede que Chicago sea algo dura, que intente entenderte, pero yo lo hago mejor que cualquiera. —Se puso de pie y le extendió una manzana, Jasón la recibió confundido ante su gesto—. Yo comprendo tu dolor mejor de lo que piensas y estaré aquí cuando decidas salir del cascarón—le dio un abrazo y se dirigió a la puerta.

 

—Daniel. —El aludido volteó a ver a su amigo, jugaba con la manzana en sus manos. Estaba inseguro, inquieto, aturdido. Lo entendía, sabía lo que era sentirse así, nadie mejor que él para ser empático en su situación—. Gracias por tus palabras, eres un gran hombre—dijo con la cabeza inclinada.

 

—Tú también lo eres. —Salió de la habitación para revisar su celular, estaba descargado, seguramente Chicago lo había llamado para saber de Jasón y estaría enojada porque no le contestaba. Sonrió, le gustaba verla enojada, con el ceño fruncido y regañándolo. Si supiera lo adorable que se veía así no se enojaría tan seguido.

 

Se dirigía a la cafetería cuando el doctor que recibió a Chicago inconsciente lo interceptó con una hoja en la mano. Extrañado se detuvo, el doctor hizo lo mismo intentando recuperar el aire por la pequeña carrera que había emprendido al intentar alcanzarlo.

 

—Qué bueno que lo veo. —El doctor le entregó la hoja mientras recordaba como respirar.

 

— ¿Qué es esto?—Preguntó mientras evaluaba el documento sellado.

 

—Lea y se enterará. —Se enderezó respirando con normalidad—. Tengo que irme. —El doctor palmeó su espalda—. Felicidades. —Se alejó corriendo hacia un paciente. Daniel leyó detenidamente la hoja. No sabía cómo encajar aquello en su cabeza, no tenía idea de que como sentirse al respecto. Estaba pálido, confundido, temblando. Quería llorar, gritar, sentarse en un rincón y pensar en los resultados que tenía en la mano. Esa noticia cambiaría la vida de los tres, aún más con las circunstancias por las que estaban pasando. Lo inesperado parecía ser parte del itinerario. Su mente divagaba en las palabras correctas, en como dejar caer la bomba, nada de lo que estuviera en su cabeza podía acercarse a la realidad plasmada en el papel.

 

     Chicago estaba embarazada

 

 *****

 

Iba a venia una y otra vez, sentía la cabeza desfragmentarse y unirse nuevamente. Un pitido atravesó sus oídos, voces llenaban el lugar, una luz cegadora taladrando su cerebro. Todo revolviéndose y reuniéndose,  girando, moviéndose. Las ganas de vomitar se instalaron en su estómago. Estaba cansada de estar enferma, débil. Las extremidades le dolían a tal punto que no las sentía. Sus pulmones parecían estar cerrados porque le costaba respirar. Su mente intentaba procesar lo sucedido, los recuerdos de lo sucedido pasaron como imágenes de diapositiva. Joshua en su casa, su hermana traicionándola, la bestia cazándola, acechándola hasta que la atrapó, su última llamada a Daniel. Aquellos sucesos tomándola, asustándola, alertándola sobre el peligro que aún no pasaba, si creía que había terminado, solo era el comienzo de su pesadilla.

 

Entrecerró los ojos para adaptarse a la luz, recuperando la conciencia de a poco. La claridad chocando contra su rostro, el aire era demasiado denso para respirar, sus fuerzas no regresaban, la cabeza le martillaba. Logró adaptar sus ojos a los destellos y pudo ver donde se encontraba. La habitación era pequeña, las paredes de color blanco carecían de cuadros o retratos. Las cortinas color crema estaban completamente abiertas, el aire acondicionado estaba encendido, con la temperatura apropiada para no congelarla. Cerca de la ventana estaba un individuo sentado sin camisa, con un polvo blanco, lo estaba probando para luego doblarlo y guardarlo. El reconocimiento de aquel hombre la impresionó. Joshua la vio despertar y sonreía como un niño pequeño, mirando a su nuevo juguete con anhelo. Chicago intentó incorporarse pero sus manos estaban atadas al cabestrillo de la cama, sus muñecas atadas con cadenas gruesas la sujetaban con fuerza. Las lágrimas brotaron sin ser llamadas. No quería rendirse, no cuando tenía dos seres maravillosos afuera. Daniel y Jasón estarían preguntándose por su paradero, esperaba que el mensaje de voz que alcanzó a dejarle a su esposo sirviera de algo.

 

Se sentó en la cama como pudo y notó que no llevaba pantalones, solo sus braguitas azules. Aun usaba la blusa, aunque no sabía por cuanto tiempo. Se preguntaba si Joshua se había atrevido a algo mientras estaba dormida. Apretó los ojos con fuerza al imaginárselo sobre ella como un potro, montándola mientras ella no podía defenderse. Y no podía defenderse atada como una esclava contra la cama. No importaba si estaba inconsciente o no, en su posición no podía hacer nada. Las náuseas la atacaron, apuñalando su estómago. Se removió como pudo, recogiendo sus piernas desnudas, sorbiendo por la nariz, rogando por su rescate. Se orilló como pudo en el rincón de la cama, tratando de hacerse ovillo ante la mirada depredadora de Joshua. Se la comía con la mirada, la saboreaba mentalmente, tenía una erección monumental, la haría suya en ese instante porque después de esperar tanto por ella era tiempo de ser recompensado.

 

—Por fin mi reina ha decidido unirse al mundo de los mortales. —Joshua se acercó a la cama, su torso desnudo y musculoso cubría el campo de visión de Chicago, su sonrisa maléfica la desbarataba, su mirada oscura la amedrantaba. No tenía fuerza para ser valiente,  ni estaba en condiciones de pelear cuando estaba atada, perdería contra su oponente sin oportunidad de defenderse. Se hizo ovillo y se secó las lágrimas con el antebrazo—. Hace calor en este lugar—dijo sentándose cerca de ella.

 

— ¿Dónde estamos?—Preguntó temblando.

 

—En un lugar donde nadie nos molestara. —Atrapó sus lágrimas con los dedos y la saboreó, su erección se hizo más grande y notoria, marcando sus pantalones. Chicago jaló las cadenas para soltarse, cada intento hacia que la cadena permeara su piel, lastimándose, abriéndose poco a poco las muñecas. Joshua la sujetó para que se detuviera, ella abrió los ojos al tenerlo tan encima y sin poder huir de su contacto, él sonrió satisfecho por el efecto que provocaba en Chicago.

 

—Suéltame, por favor—rogó en un murmullo.

 

—Son necesarias hasta que te acostumbres al lugar—le informó oliendo su cabello, jalándolo con fuerza, Chicago gimió de dolor—. No quiero que intentes alguna tontería, aquí estas a salvo. —Cuan equivocado estaba, con quien menos estaba a salvo era con él. Joshua era su verdugo, su amenaza más grande, su obsesión no la dejaba vivir, su amor enfermizo la contaminaba, la dejaba sin salida. Si tan solo pudiera rendirse y ceder ante él, pero no podía, su voluntad no se lo permitía. No se consideraba una guerrera, pero tampoco una debilucha. Quería luchar contra él con las herramientas que tuviera, así fueran pocas.

 

— ¿Por qué?—Cuestionó con la voz llorosa.

 

— ¿Por qué que, cariño?—Le devolvió la pregunta deslizando sus manos por sus piernas, Chicago ahogó un chillido, apretó la mandíbula para no llorar abiertamente. Los pulgares de Joshua se internaron en las bragas de Chicago, ella se revolcó, arrastrándose hacia atrás quedando más atrapada contra el cabestrillo de la cama. Los pulgares de Joshua se movieron sin bajar la prenda, de su garganta salió un sonido de alegría, un resoplido gustoso, tocarla era todo un placer, una fantasía hecha realidad.

 

— ¿Por qué no me dejas tranquila de una buena vez? ¿Qué te hice para que me atormentes así?—Joshua la agarró de las caderas bruscamente, le abrió las piernas sin importarle como Chicago luchaba por mantenerlas cerradas. Se metió en ellas hasta que sus sexos chocaron, Joshua se rozaba contra ella descaradamente, Chicago se tensó y se movió violentamente. Joshua la mantuvo quieta con sus manos aferradas cruelmente en sus caderas mientras bamboleaba contra ella, gimiendo, gruñendo mientras ella lloraba, suplicando internamente que la dejara sola.

 

—Te quiero—lamió su mejilla, ella retiró su rostro y lo miró indignada. Estaba arrebatándole la dignidad de a poco, tomando de ella lo que quería sin permiso, sin importar si lloraba o suplicaba, para él ella era de su propiedad y no tenía ni voz ni voto sobre si misma—. Eres mía desde que te vi, lo sabes y no lo aceptas. —Se cernió sobre ella, aplastándola con su peso, la hizo gritar por la presión de las cadenas en sus muñecas. Le ardían, le pesaban, no sentía la sangre llegar hasta allí. Joshua la olió, besó su cuello, lamió el área con su áspera lengua. Chicago luchaba, aun en su debilidad daba la batalla por mantenerse intacta. Al llegar a sus labios Chicago le apartó el rostro, Joshua le tomó la barbilla con firmeza, haciendo que lo mirara fijamente, pudo ver todo ese resentimiento, esa ira creciendo. Joshua era un ser tan peligroso, tan trastornado que llegaría a un punto en el que nada le importara y los daños colaterales serian lamentables.

 

—Me haces daño, Joshua. Suéltame—pidió con el corazón desbocado, el rubio ladeó la cabeza, como si no entendiera lo que Chicago le decía—. Retenerme no hará que lo que siento que por ti cambie. Déjame vivir mi vida y sigue tu camino, por favor. —Esperaba que sus palabras suavizaran su carácter, no lograron el objetivo. Joshua la aplastó tanto que ella pensó que se hundiría en el colchón. Su mirada posesiva la intimidó. Estaba indefensa con un lunático obsesionado sobre ella. Su cuerpo pequeño, delgado, siendo sometido de tal forma que no tenía escapatoria, no había forma alguna de que Joshua renunciara a ella.

 

— ¿Tu vida?—Cuestionó furioso—, ¿follándote a dos idiotas cuando yo puedo llenarte por completo?—Puntualizó meneando sus caderas sobre el sexo de Chicago, ella chilló por la manera tan tosca en la que Joshua se movía contra ella—. Esos imbéciles son un obstáculo entre tú y yo. No sé porque putas te acostabas con ellos, comportándote como una perra. Sin embargo ya estoy yo aquí para poner orden a tu vida. Soy yo tu equilibrio, tu alma gemela. Asúmelo y todo será más fácil para ti.

 

— ¡¿Por qué yo?! ¡¿Por qué a mí?!—Reclamó a grito herido—. Deja de perseguirme, de atormentarme porque me quitaste la virginidad, porque me rebajé ante ti, porque me follaste. ¡¡ Déjame en paz!!—Exclamó con las lágrimas rodando por sus mejillas. Inesperadamente Joshua se apartó, Chicago hipó encogiéndose, queriendo protegerse con una barrera invisible. Joshua se sentó en la cama, acomodándose la erección. Se arregló el cabello, mirándola como si ella no entendiera lo más obvio del mundo: ellos eran el uno para el otro. Para que ella se diera cuenta de eso debía contarle como se conocieron.

 

—Te pusieron en mi camino—respondió sus preguntas—. Cuando una persona se une a mi equipo de trabajo, tiendo a investigar a sus familias para asegurarme de que no me fallen. —Sus ojos se oscurecieron—. Bianca se unió a mi cuando estuvo en problemas. Le di la oportunidad porque tenía potencial, aun lo tiene. Investigué a su familia y me topé con lo más hermoso de la creación—apuntó hacia ella con una sonrisa de enamorado—. Te vi en esas fotos, patinando, yendo a la universidad que casualmente era la misma en la que yo estudiaba. Tu sonrisa iluminando cada parte de mi alma, desbordabas tanta sensualidad que no te dabas cuenta del efecto que causaban en los hombres. En ese momento me di cuenta que tu debías ser mía, solo mía. Te aferré como mi tesoro, te vigilaba atentamente, iba a tus prácticas de patinaje solo para verte. Tus movimientos me excitaban tanto que llegaba a mi casa a masturbarme pensando en cómo te deslizabas por el suelo, la forma en la que movías tu cuerpo, tu boca entreabierta. Imaginaba que me la chupabas, justo como te enseñé. —Se acercó un poco más y ella tembló. Aun en posición fetal, lo miraba con tanto hastió, con asco, con desprecio. Nunca tuvo la oportunidad de fraternizar con él antes de la maldita fiesta, jamás se le pasó por la cabeza que había alguien pensando en ella de una forma tan enferma que comprender ese hecho la estaba trastornando—. Eras parte de un mundo que construí para los dos. Quería que me notaras, que te dieras cuenta de que existía y no había nadie mejor para ti que yo. Pero tú solo te dedicabas a estudiar y a patinar que ignorabas a los demás, me ignorabas a mí. Eso me jodia mucho, porque no soportaba la idea de ser un cero a la izquierda en tu vida. Un día tu estúpida hermana perdió una gran cantidad de dinero que le di. La protegí, aposté por ella y así me pagaba, siendo una descuidada inútil. Ella me dijo que me daba cualquier cosa con tal de salvarse y aproveché la oportunidad y te pedí, ella aceptó sin reparos y te entregó a mí. —Abrió los brazos como si fuera el salvador del mundo—. Me hizo las cosas más fáciles cuando te drogó, no quería perder el tiempo. Quería saborearte y lo hice con el mayor gusto. —Se lamió los labios y se acercó más a ella—. No tenía ni la más puta idea de que eras una dulce virgen, eso me puso mucho más duro, saber que era el primero con quien estabas. Te hice mía y te gustó. —Le jaló una pierna, dejándola estirada sobre la cama, se colocó sobre ella, acechándola como sabía hacer, cerniéndose sobre ella hasta respirar el mismo aire que ella respiraba. Le bajó las bragas lentamente, Chicago cerró los muslos pero fue inútil protegerse, Joshua rasgó la tela, viendo su sexo totalmente desnudo y expuesto solo para él—. Estamos juntos de nuevo, sin importar lo que suceda, el destino es sabio al colocarnos en situaciones inesperadas. Es momento de que comprendas que nada de lo que hagas me apartará de tu lado. —Le abrió las piernas y se arrodilló entre ellas. Tomó su miembro pesado en su mano, masajeándolo, sonriendo como si lo que pasaría a continuación fuera la realización de todos sus sueños. Chicago aceptó la revelación de Joshua con la dureza con la que siempre la trataba. Su hermana la vendió sin detenerse a pensar en ella, sin algún remordimiento. Aquel hombre iba a tomarla de nuevo, iba a violarla nuevamente, porque para ella el estar drogada mientras un animal la destrozaba era un acto vil, sucio, cruel, digno de un ser sin escrúpulos. Joshua la había ultrajado y ella fue tan inútil y estúpida para acostarse con él después de eso.

 

Ser consciente de que su hermana era una rata asquerosa que solo veía por sí misma, que iba por la vida causando daño y lastimando, destruyendo sin mirar quien caía, la dejaba completamente vacía, sin fuerzas, sin esperanzas. Alguien como ella no debía ser llamada hermana, o familia. Debería estar muerta, no haber nacido. Alguien como Bianca no merecía contaminar el mundo con su existencia. Debió morir en aquella cirugía, así su familia evitaría sufrir tanto por intentar rescatarla del camino que ella misma escogió.

 

Aun así no todo era culpa de ella, eso pensaba Chicago. Conservaba ese instinto protector sobre ella. A pesar de sentirse defraudada, llena de rabia, deseaba meterse en su cabeza y encontrar la raíz del por qué las cosas habían llegado a ese punto, cual fue el detonante para que su relación terminara siendo el de dos enemigas a muerte. En todo su tiempo juntas siempre busco su bienestar, que luchara contra los malos pronósticos. La amó cuando la vio por primera vez, cuando su madre la dejó en sus brazos por primera vez y tuvo miedo de que su agarre fuera brusco, luego de que cayera. Al ver sus ojos verdes mirarla con tanta inocencia supo que en sus manos residía la responsabilidad de cuidar de ella, protegerla y siempre amarla sin importar lo que pasara. Era difícil pensar así en esos momentos, aunque no inevitable. Bianca siempre seria su hermana así le pesara. Amar era doloroso, un camino escabroso, lleno de espinas, en donde se puede encontrar la paz o terminar en mil pedazos. Esa regla aplicaba para todos sin excepción. Bianca buscaba la forma de ser amada tan desesperadamente que terminó destrozando a quien más la quería. Perdió a su familia por su egoísmo.

 

—Siempre estaremos juntos. —Joshua se inclinó para besar sus labios, ella sintió aquellas ganas de vomitar volvían, como su vientre se revolvía y su cuerpo buscaba la forma de defenderse. Aquel engendro que estaba sobre ella como amo y señor de su cuerpo la tomaría de nuevo. Abusaría de ella con ideas retorcidas en su cabeza de amor.

 

—Me violaste. —Joshua se frenó al escuchar esas palabras. Su cerebro sufrió un pequeño cortó circuito. No la había violado, solo había tomado lo que era suyo saltándose los preámbulos. Ella era su alma gemela aunque se negara a verlo. —. Abusaste de mí con la excusa de que yo era tuya. No te tomaste el tiempo de conocerme, de acercarte a mi debidamente. No sabes lo que me gusta, lo que quiero. Nunca me llevaste flores, ni me escribiste algo, así estuviera mal redactado. Nunca tuviste la decencia de hacer las cosas bien, tal vez no hubiera accedido, o tal vez sí. Tú tomaste la decisión por mí y nunca llegaré a saber cómo hubiesen sido las cosas entre nosotros si te hubieses tomado la molestia de sentarte a mi lado cinco minutos y charlar. A lo mejor hubiésemos sido amigos, o novios, quien sabe. Lo que siento por ti en este momento es el más profundo desprecio, asco, odio en magnitudes que no te alcanzas a imaginar. Eres el ser más ruin que conozco, me das pena. Nunca podría enamorarme de ti ahora, ni en un futuro. ¡¡Jamás!!—Se revolcó bajo su peso, cerrando los muslos como pudo. Joshua ardía en rabia, en ira en su estado más puro. Ella lo amaría, lo haría a su manera, no había forma en que pudiera escapar del destino, Chicago era su otra mitad y pronto se lo demostraría.

 

—¡¡Tú eres mi mujer!! ¡¡ Yo te enseñe a follar!! ¡¡ Yo soy el que decido las cosas aquí, no tú!!—Se abrió campo entre sus piernas para penetrarla, Chicago se cerraba y lloraba, Joshua la abofeteó para que se quedara quieta, ella le escupió en la cara la sangre que le provocó al abrirle el labio. Enfurecido como un toro cuando le muestran el pañuelo rojo, rozó la cabeza de su miembro, fallando en entrar. Frustrado por su inusual torpeza, se inclinó para besarla. Sin preverlo, sin siquiera adivinarlo, Chicago trasbocó, machando su blusa y salpicándolo en el proceso. Joshua se incorporó con el rostro contorsionado en total disgusto. Chicago siguió vomitando en el borde de la cama, manchando el suelo, Joshua se limitó a observar como temblaba mientras expulsaba todo. Así no podía poseerla, en ese estado tan deplorable. Estaba pálida como un papel, sin fuerzas para alzar su cabeza y recostarse en la cama de nuevo. La necesitaba bien, al menos un poco más viva de lo que se veía, así podrían terminar lo que estaban a punto de hacer.

 

Con un chasqueó las chicas del servicio estaban en la habitación, eran dos señoras con la mirada gacha, de cabello negro recogido en una coleta desordenada, de estatura baja, rellenitas. Tenían su mirada fija en Chicago, quien estaba semidesnuda y a punto de desfallecer. Joshua las empujó para que hicieran su trabajo, a una le dio la llave para que la desatara, dominándolas con la mirada. Ellas no solo le tenían miedo, sino un extraño respeto. A lo mejor Joshua las tenía coaccionadas con algo, ya que era la única forma en la que podía manejar a las personas bajo su mano.

 

—La quiero muy limpia, vestida y alimentada. No la aten hasta que yo regrese, ¿entienden? La trataran como mi mujer, porque eso es ella: la señora de la casa. —Las señoras hicieron lo que Joshua les ordenó mirando con pesar a Chicago, en ese estado era casi una hazaña que siguiera viviendo. La llevaron al baño para asearla y dejarla lista para que la maldad disfrazada de cabello rubio y rostro atractivo retomara su mórbidas intenciones.

 

 
 

 
 

 
 

 
 
La propuesta
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