Capítulo 21: Por ella
—Vengo a hablar contigo de hombre a hombre. —Jasón ingresó al apartamento de Daniel como si lo hubieran invitado. Su estado anímico era un desastre. Había adelgazado, tenía ojeras debido a que dormía poco y entrenaba demasiado para no pensar, para no sentir que se hundía en la desolación y la miseria que lo perseguían, se burlaban de él, le hacían ver que era el perdedor.
Se sentó en el sillón, esperando a que Daniel lo acompañara, cosa que hizo. Permanecieron callados durante unos minutos, solo se escuchaban las manecillas del reloj moviéndose, el espeso silencio que en cada instante era más incómodo. No parecían los amigos de siempre, ya no lo eran. Estaba muy claro que la manzana de la discordia tenía nombre, iluminaba sus vidas, los provocaba, los hacía reír. Amaban su carácter, su entereza, su sonrisa tan sencilla y elegante. Todo de ella los ponía como animales en celo. La batalla de voluntades estaba a punto de comenzar. Jasón no buscaba hacerle daño a su amigo, lo amaba como un hermano, apreciaba a ese hombre como una extensión de su ser. Pero Chicago vivía en su alma, ya no podía comportarse como un caballero y ocultar lo que sentía, no más.
—Lo sé todo, Jay. —Daniel comenzó con la conversación, no parecía enojado, más bien derrotado, cansado de batallar y buscar alternativas, incluso de pensar en la situación que él mismo había traído a su hogar—. Y créeme que quisiera… matarte, cortarte las pelotas. Pero sé perfectamente que fui yo quien trajo el elefante a nuestra sala. Ella te quiere—le dijo con una tensa sonrisa.
—No me quiere como yo quisiera—refunfuñó—. Está contigo, ¿no?—Dijo con acero en su voz.
—Y está contigo también—replicó en un resoplido—. Esta con ambos. Sé que lo jodí y sabía que algo así podía pasar, pero no quise detenerlo. No lo sé… de alguna te estaba probando. Quería las circunstancias me revelaran lo que sentías por mi mujer.
—No entiendo lo que dices. —Se acomodó en el sillón—. Tú…
—Sí, Jasón. Yo sabía que tú sentías algo por ella, siempre lo supe. Y te puedo asegurar que ella albergaba cosas por ti. Tal vez nunca lo supo o nunca se dio cuenta. Pero en ocasiones te miraba fijamente, incluso se molestaba cuando llevabas mujeres que consideraba desagradables. En el fondo quería que estuvieras con alguien que te mereciera, alguien como ella.
Aquellas palabras lo dejaron de una sola pieza, eso no era verdad. Seguramente era una mentira para confortarlo. Chicago nunca se mostró interesada en él, desde que lo conoció levanto un muro impenetrable entre ellos. Lo miraba con aprensión, a veces desconfiaba de su sinceridad. Le costó mucho ganársela. Ahora Daniel le decía palabras que podían ser engañosas.
—Así que tu propuesta de que me acostara con ella era como una compensación para mí—afirmó con la mirada oscurecida͞—. Querías burlarte de mí, ¿verdad?—No se dio cuenta que tenía los puños apretados, las venas marcando su cuello. Estaba dispuesto a darse golpes con su amigo.
—Puedes pensar lo que quieras—respondió con severidad, por muy sereno que fuera, tampoco se dejaría golpear. Si había ataque, lo devolvería—. Aquí la cuestión es lo que pasará con los tres. Chicago está de viaje, ese tiempo nos servirá para resolver nuestros problemas. El rendirse no está en los planes de ninguno. Ella no elegirá, lo sé.
—Ya lo hizo, idiota—expresó aun con su cuerpo en tensión—. Le dije que la amaba, me confesé como un maldito adolescente. Lo que hizo fue destrozar las flores que le llevé y decirme que no podía ofrecerme nada. No sé si eso no te hace entender que no quiere nada conmigo—gesticuló con los brazos abiertos.
—Está confundida con todo esto—explicó con la mayor calma—. Debemos ponernos en su lugar, Jasón. No sabe cómo resolver la encrucijada en la que la metí. Si no me hubiera rendido tan fácil las cosas ahora no estarían tan mal.
— ¡Deja de lamentarte!—Le reclamó colocándose de pie—. Te la pasas diciendo que si no fuera por mi ella no estaría tan pensativa. Si yo no hubiera hecho esto o aquello. ¡Deja de arrastrarte! ¡Al menos ella sigue contigo mientras yo trato de sobrevivir con el corazón en pedazos!
Daniel también se levantó, no se dejaría gritar en su casa. Jasón tenía razón, debía dejar de darse golpes de pecho y enfrentar las cosas, lo hecho, hecho estaba y debía asumir las consecuencias.
— ¿Qué propones?—Lo retó acercándose a él. Parecía que en cualquier momento estallaría una guerra en esa sala. Demasiada testosterona junta era peligrosa.
—Hablar con ella, los dos—recalcó—. Decirle lo que pensamos y que sea ella quien decida y aceptarlo así nos mate—concluyó con un nudo en la garganta.
—Hablaremos con ella cuando regrese. —Daniel se obligó a calmarse, por muy mal que estuvieran las cosas entre ellos lo mejor era que uno de ellos mantuviera la cabeza fría, y quien mejor que él para disminuir la tensión impuesta entre ellos—. Está en Barbados cubriendo un evento, regresará pasado mañana.
El rostro de Jasón perdió por completo el color, su semblante se debilitó. Daniel se preocupó al verlo en ese estado, intuía que no comía ni dormía lo suficiente; razón por la que su cuerpo reclamaba mejor calidad en su atención. Jasón se sentó abruptamente en el sillón, no solo la desolación lo cubrió, sino un mal presentimiento. Algo estaba mal con respecto a su viaje, no solo el hecho que no se despidiera de él, sino también un pálpito extraño que no lo dejaba respirar bien.
— ¿Con quién se fue?—Las manos le sudaban, su cuerpo le parecía muy pesado, la sangre comenzó a hervirle. Si se había ido con ese tipo no escatimaría en nada, esta vez no pensaría dos veces antes de romperle el cráneo. Temía por la seguridad de su Fresita, algo no andaba bien y ese sentimiento no lo dejaba en paz.
—Con sus compañeros de trabajo, y su nuevo jefe. —A Daniel le pareció un poco extraño sus preguntas, pero ignoró el cambio tan dramático en su humor. Parecía como si viera un fantasma, estaba demasiado pálido, sus ojos verde oscuro se tornaron claros, apretó los puños como si estuviera a punto de destrozar un ejército entero. Daniel se acercó a su amigo, quien lo empujó y se levantó violentamente de su lugar, lo tomó por el cuello de camisa y casi lo levantó del suelo. Parecía poseído por alguna legión de demonios, su rostro estaba teñido de un carmesí intenso, su mandíbula estaba tan apretada que se podían partir los dientes por la fuerza ejercida. Daniel se impresionó por su fuerza, pero se recuperó al darle un golpe en la cara, Jasón lo soltó para arremeter contra él, lo que no esperaba era que Daniel reaccionara tan rápido y lo detuviera con un puño en la garganta. Jasón se atragantó y comenzó a toser. Cayó de rodillas intentando respirar. Estuvo unos minutos en esa posición intentando hablar, pero le dolía horrores la garganta, como si sangrara. Daniel lo cogió por el cuello de la camisa, soportando el dolor insoportable que se disparó por su columna vertebral. Cuando no pudo más lo soltó, ambos cayeron al suelo, Daniel confuso por su repentino ataque, Jasón con ganas de retorcerle el pescuezo a Joshua.
—Mierda… no… debiste….Dani…—carraspeó tosiendo, llevándose las manos a la garganta para calmar el ardor del golpe.
—Tú me atacaste a mi primero—farfulló entre dientes—. Morías por hacerlo, ¿no?
—No…quería… atacarte… carajo. —Se incorporó como pudo, yendo por un vaso de agua. Se lo bebió a la velocidad de la luz, atragantándose un poco, sin embargo eso sirvió para aliviar ligeramente la incomodidad que sentía hace unos minutos. Fue hacia su amigo para ayudarlo a colocarse sobre sus pies, pero este lo rechazó con la mirada inyectada de rabia, aquella camaderia que compartían ahora se tornó en una mezcla de extrañeza y odio entre ellos. Las cosas estaban lejos de ser igual para ellos, su amistad estaba hecha pedazos y esa breve pelea era una demostración de ese hecho.
— ¡¿Qué es lo que quieres, Jasón?!—Bramó Daniel con un dolor lanzando intensas punzadas por su espalda, llegando a sus piernas. Se sentía débil, le dolía el cuerpo y su alma estaba infectada de tristeza por perder al único amigo que hizo en su vida, el único con quien compartió sus miedos, sus alegrías, el único en quien podía confiar. Todo eso quedó olvidado en algún cajón viejo de su memoria. Lo supo, supo que en algún momento llegarían a pelear de esta manera por amar a la misma mujer, la cual amaba a ambos—. Fuiste el afortunado de estar con ella, la tocaste, estuviste en su cuerpo. Tuviste una oportunidad que te ofrecí. ¡No puedo darte todo lo que quieres! ¡Si ella te quiere o no eso no es por mi culpa!—Se sentó como pudo en el mueble, observándolo con recelo. Se obligó a retomar la calma—. Cuando regrese lo hablaremos los tres como dijiste. Ahora lárgate de mi casa—le ordenó señalando la salida. Jasón se impuso. Se quedó en su lugar, era el momento de abrir la caja de pandora, Daniel merecía saber lo que pasaba, así eso no le correspondiera a él.
—No te golpee por lo que piensas—le aclaró, carraspeando un poco para encontrar su voz nuevamente—. Lo hice porque no debiste dejarla ir, ella no está segura allá.
— ¡¿De qué demonios estás hablando?!—Se acomodó suavemente, quería recuperar las pocas fuerzas y sacarlo de su casa a patadas como se lo merecía.
— ¿Ella no te conto nada?—Cuestionó con los nervios de punta al pensar en la reacción de su amigo.
—Sé claro—dijo al borde de la desesperación—. Déjate de estupideces y termina las adivinanzas patéticas.
Jasón inhaló todo el aire que pudo contener su cuerpo, cerró los ojos para encontrar las palabras adecuadas, solo que dichas palabras no se formaban en su mente, no hallaba la forma de suavizar el golpe que impartiría. La noticia lo podría poner peor, pero necesitaba su ayuda para encontrarla, además era hora de que el supiera todo.
—Su jefe—aclaró la garganta, lo miró fijamente, estaba dispuesto a disparar todas las balas de un solo golpe. Era el momento de la verdad y tener ese poder en sus manos lo estaba aniquilando—. Ese hijo de puta es un acosador de mierda. El día que te pusiste mal… el maldito quiso violarla. Daniel, el jodido le despedazó la ropa, le hizo moretones en el cuerpo. Ella… me contó algunas cosas sobre él, iba a renunciar pero no sé qué sucedió que terminó quedándose en ese lugar del mal. —Todo su cuerpo se endureció ante los recuerdos, estaba conteniendo la ira que crecía, la oscuridad de sus pensamientos se hicieron más fuertes. Quería machacar, joder, pulverizar a ese rubio que le hacia la vida imposible a su Fresita.
Daniel estaba en estado catatónico, miraba a Jasón pero no lo observaba. Su mirada parecía vidriosa. La información no cuadraba, el malestar incremento a tal punto que quiso gritar. El lugar le dio vueltas, quiso arrancarse la medula, la cabeza, el corazón. Estaba preocupado, enojado, triste porque Chicago no le contara nada, no confiaba en él. A pesar de que estaba a su lado era una desconocida. Se sentía traicionado porque ella no le hablaba, se abría a otra persona, le contaba cosas que solo le competían a él. En ese momento quiso matar a Jasón por tener la oportunidad de consolarla, de escucharla, de tocarla. Seguramente se revolcó con ella. Las llamas del odio crecieron hasta el punto de consumirlo y ver todo rojo.
— ¿Te acostaste con ella?—Al ver que Jasón se quedó atónito ante la pregunta la repitió con más ahínco— ¡¿Te follaste a mi esposa mientras estaba hospitalizado?!—La expresión de Jasón era de asombro, él le contaba algo grave y él solo pensaba en si se había acostado con Chicago. Soltó una risa cansada, se pasó la mano por la cara y lo miró como si no tuviera remedio.
—No, imbécil, aunque quise hacerlo ella no estaba en condiciones para eso—recalcó con una ceja alzada con soberbia—. Chicago solo pensaba en verte, estaba muy mal y no tuvo más remedio que explicarme lo que sucedía. Porque… ella lo conocía desde hace mucho tiempo.
— ¿De dónde lo conocía?—Cuestionó Daniel con pequeños espasmos que recorrían su cuerpo, la agonía lo rodeaba. Su cuerpo era rebelde, el agotamiento lo reclamaba, lo arrastraba. Solo quería desaparecer—. ¿Se estaban revolcando?—Interrogó con una mirada letal.
—En serio te desconozco—lo acusó con decepción—. El tipo la quiso violar y tú piensas que yo me acosté con ella, o que eran amantes. —Se pasó la mano por el cabello, exasperado por no hablar claro y por la actitud tan huraña de su amigo—. No te lo repetiré, pon mucha atención antes de que en serio te parta la cara por baboso. Ellos se conocieron hace tiempo, ella estaba en una fiesta, las cosas se salieron de control y perdió la virginidad con el tipo. Luego la buscó, la persuadió y ella cayó, se dio cuenta que era un lunático y quiso dejarlo. No sé cómo terminó la historia, solo sé que volvió y no ha dejado a Fresi en paz. La persigue, la acosa, la atormenta y eso me hace pedazos. Yo no quiero que ese maldito cerdo le ponga un dedo encima. Debemos ir a buscarla.
La voz de Jasón era un eco para Daniel, estaba perdido en un mar de pensamientos, de dudas, algunas cosas cobraban sentido. A ella le avergonzaba no ser virgen, no entendía la razón pero no hizo preguntas. En ese momento supo que debió hacer las preguntas adecuadas, como el temor que tenía cuando él fue a recogerla, o cuando quería saber sobre su nuevo jefe. Su cabeza estaba a punto de explotar, la aflicción lo abrazó, su mente estaba invadida por pensamientos revueltos. Un sollozo se escapó de sus labios, tantos secretos entre ellos, y lo peor era enterarse por terceros, por un tercero a quien quería abrazar o estrellar contra la pared. Ya no se reconocían, se habían perdido en sus propios problemas, estaban a kilómetros el uno del otro. Lamentaba tanto la falta de honestidad por parte de su esposa y más lamentaba el hecho de que no tenía sentido estar juntos, no podía estar con ella, no podía verla a los ojos sin reclamarle. Añadiéndole el hecho de que no podía protegerla. No la protegió como debía y ahora estaba a merced de un psicópata que podría estar haciéndole cosas.
— ¿Por qué no me contó nada?—Susurró con el alma destrozada.
—Quería protegerte—respondió su amigo en la misma condición en la que se encontraba Daniel—. No quería que su felicidad se viera afectada, prefería cargar con todo sola que tú la odiaras. Creo que no soportaría que la miraras justo como lo haces ahora, como si te diera asco.
—No sentiría asco por mi mujer—afirmó enderezándose—. Ella debió confiar en mí, ¡soy su jodido esposo! ¡Soy yo quien debió protegerla! ¡Debí cuidar de ella! ¡Debí dejarla ir cuando estaba a tiempo!—Explotó con lágrimas nublando su visión, Jasón se levantó y lo envolvió en sus brazos, llorando junto a su amigo. Ambos sufrían por ella por diferentes razones. El agotamiento se apoderó de ambos, pero más allá de eso la decisión más importante, lo que cambiaría sus vidas, para bien o para mal.
—Iremos por ella—rectificó Daniel—. Ayer no me llamó y por lo que me cuentas sé que no está segura. No debió ocultarme nada, lo sé. Pero ahora no hay momento para pensar en eso. Ambos iremos por nuestra mujer. —Al decirlo los ojos de Jasón se abrieron de par en par. Era de ellos, siempre lo supo, ella solo reaccionaba a ellos, eran sus hombres. El reconocimiento de ese pensamiento lo llenó de vitalidad. Él era su hombre, ella era el amor de su vida. Daniel era su esposo y ella era esposa, su amor. Debían definir tantas cosas, dejar las cosas claras de una buena vez.
—Nos vemos en el aeropuerto en media hora. Sé dónde está hospedada.
******
Con las manos temblorosas sostenía un sobre, en ellas estaban las fotos de sus chicos. Los estaba siguiendo, sabia de cada movimiento, cada paso que daban. ¿Desde cuándo poseía esa información? ¿Hace cuánto los vigilaba? Estaba muerta de miedo, y ese sobre afianzaba la amenaza hecha la noche anterior. De solo pensar en estar con él quería vomitar, le dolía la cabeza, tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Estaba fuera de la realidad. Durante la rueda de prensa casi no participó, y no había visto a su amigo, eso la llenó de temor. No hablaba mucho, no parecía entusiasmada con su trabajo, el aire era demasiado denso para respirar, el calor demasiado intenso, y la zozobra una constante.
Nora intentó acercarse a ella, pero la rechazaba con una tensa sonrisa, razón por la cual prefería dejarla tranquila. Su relación con Alan de por sí ya era tirante. A él le gustaba, se lo dijo, pero ella se sentía tan inmunda para estar con él que no podía ni mirarlo.
Todo a su alrededor parecía miserable, todo gracias al rubio que la miraba como un halcón, burlándose con una sonrisa de su padecimiento. Se pasaba la lengua por los labios, como si ya saboreara su piel. Su humor se había revitalizado, mientras que ella envejeció diez años más.
— ¡Uff! Casi no salgo de esa habitación. —Al escuchar la voz de su amigo se le lanzó encima, recuperó un poco de paz que parecía evaporarse cada vez que intentaba alcanzarla. Abel la sostuvo con el ceño fruncido, extrañado ante tanta efusividad—. No quisiera pensar que estás ligando conmigo y por eso me abrazas así—se burló apartándola un poco para sentarse en la mesa. Estaban alrededor de la piscina, las candidatas desfilaban, lanzaban besos, ilusionaban a unos, excitaban a otros, demostraban sus habilidades ante las cámaras, ante el público y el jurado.
— ¿Dónde carajos estabas?—Preguntó duramente—Te estuve buscando como una loca, ¿sabes?—Se cruzó de brazos para ocultar su preocupación.
—Primero que todo, estaba pasando la borrachera, ¿recuerdas?—Se rió—. Segundo, venia para acá pero… una dulce mujer de cuarenta años se veía un poco… desorientada. —Esbozó una sonrisa ladeada que dejaría babeando a un sequito de adolescentes—. Y como buen samaritano la llevé a mi habitación para mostrarle que todas son parecidas, pero que la mía es mejor. Se lo demostré en el baño, en mi cama, en la pared, en el balcón, en el…
—Ya me quedo completamente claro—lo miró sin poder contener una sonrisa, le aliviaba saber que estaba bien, eso era lo que le importaba—. De todas maneras no te desaparezcas —suspiró con la mirada distante, Abel notó su preocupación, colocó su mano sobre la de ella. Chicago volteó a verlo, Abel le ofreció una sonrisa comprensiva. No entendía lo que sucedía, pero tampoco preguntaría para no incomodarla.
—Deberíamos salir otra vez—ofreció apretando su mano sobre las de ella—, algo me dice que lo necesitas.
—No puedo—dijo con la voz quebrada—. Debo… hacer algo importante.
—Está bien—se encogió de hombros, algo le decía que su amiga no estaba bien, lo notaba en su semblante, en su voz apagada. No parecía ser la misma chica de ayer, la que a pesar de estar preocupada le sonreía y se burlaba. Esta era la versión de alguien muerta en vida, cosa que lo inquietaba.
La tarde trajo la noche, una noche que rogaba que nunca se hiciera presente. Casi no habló a pesar de los intentos titánicos de Abel, finalmente la dejó tranquila, no parecía mostrarse cómoda con su presencia. Chicago no quería parecer grosera con su amigo, pero no podía exponerlo al peligro. Sentía que debía proteger a todo aquel que amaba, con tal de que ellos estuvieran tranquilos y a salvo ella tomaría el lugar en el paredón.
Joshua le indicó con una seña que se encontrara con él. El momento había llegado y ella sentía que algo en su interior se podría. Solo quería cerrar los ojos y desvanecerse, no pensar en lo que pasaría, en sus sucias manos sobre ella, en su áspera lengua sobre su cuerpo, en… él dentro de ella. Se le escapó un sollozo de solo imaginarlo.
Camino lentamente, como si los pies fueran demasiado pesados. Cada paso que daba el pasillo se estrechaba, estaba vez más cerca, su destino manchado, su ser rompiendo en pedazos. Era una muñeca rota con la que Joshua podía jugar como quisiera.
—Esa no es tu habitación, Chicago. —Esa voz… ese tono dulce pero exigente le envió una oleada de calor que tanto extrañaba. Su mano cayó del pomo. Miró lentamente al dueño de la melodiosa voz que la transportaba a los mejores momentos de su vida. Al verlo, no, al verlos juntos como sus ángeles guardianes pensó que soñaba. Eran ellos, sus hombres, su dualidad, el ángel y el demonio estaban allí por ella. Su corazón se detuvo y latió nuevamente, se frotó los ojos una y otra vez para cerciorarse que eran ellos y no una alucinación. Al ver sus expresiones duras, casi asesinas, no comprendía muy bien porque estaban así. ¿Qué estaba pasando? Sentía que estaba en otra dimensión, una donde todo era armonía, perfección, felicidad por tener a sus chicos junto a ella. Las lágrimas se desbordaron sin control, cada vez que las secaba otra salía. La emoción era tan grande que sentía que caería de rodillas y se desintegraría por completo.
Jasón, el chico a quien daño, a quien le pediría perdón mil veces si fuera necesario, a quien besaría hasta que sus labios se desgastaran, la agarró por el brazo atrayéndola hacia ellos. Lucia algo demacrado, cansado, con un semblante frio. Tenía toda la razón de estar así con ella, seguramente no quería ni verla y estaba obligado a estar allí por acompañar a Daniel. Llevaba una camisa azul ajustada a su cuerpo, una pantaloneta gris y unas sandalias. Su cabello estaba desordenado, la tentación perfecta para pasar sus dedos por cada hebra y morir de gusto. Daniel, su esposo, su ángel, su paz, la miraba igual o peor, parecía desolado, torturado, eso hizo que se le encogiera el corazón. Llevaba una camiseta blanca, con los primeros tres botones abiertos, se le hizo agua a la boca. Unos pantalones azules que le caían a la perfección por las caderas. Su cabello al ser un poco largo lo llevaba en una coleta. Parecía un sexy mafioso. No debía pensar en esas cosas, en nada en absoluto. Pero tenerlos juntos era un sueño.
—Nos vamos de aquí—dijo Jasón en un tono severo—. Los tres tendremos una conversación larga y tendida.