Capítulo 12.5: Chica Heineken
Tres años atrás…
Esta era una fiesta a la que no quería ir, pero su hermana Bianca insistió tanto que decidió hacerle caso. Bianca era su hermana menor, solo tenían un año de diferencia. Sin embargo esas no eran las únicas diferencias de las hermanas Adams.
El nacimiento de Bianca fue muy complicado, tanto que pensaron que moriría. Fue terrible para la familia. Nació muy pequeña y con problemas cardiacos, las esperanzas de que sobreviviera eran ínfimas, no obstante, como una guerrera, luchó por su vida. Desde entonces se volvió la niña consentida por la familia y Chicago se vio desplazada. A pesar de eso ella también amaba a su hermanita, tanto que dejaba que le dañara los juguetes, que le pegara sin poder defenderse. Sus padres decían que no podía alterar a su hermana y debía ser tolerante, cosa que tuvo que aceptar a regañadientes para no causarle algún ataque.
A la edad de seis años le hicieron una cirugía a corazón abierto, una cirugía muy riesgosa para una niña tan pequeña como ella, además, una vez más las posibilidades de salir viva de la situación eran mínimas. Aun así logró superar otro obstáculo, lo que ocasionó que sus padres la consintieran por todo, le acolitaran los caprichos y la dejaran hacer lo que quisiera. A Chicago le daban cariño también, pero siempre Bianca era prioridad. Era imposible no sentir envidia por la situación, ella era la mayor y no recordaba a sus padres siendo tan permisivos como con su hermana.
Desde entonces Bianca hacia lo que se venía en gana. Salía con amigos de malas pintas, fumaba cigarrillo, marihuana, entre otras cosas. Iba a fiestas hasta el día siguiente y ni siquiera se tomaba el trabajo de llamar a sus padres que no pegaban el ojo en toda la noche. Chicago no aceptaba su comportamiento y siempre peleaban por eso. No es que ella fuera una chica enclaustrada en su habitación, pero no era descontrolada. Iba a reuniones, convivía con sus compañeros, sin embargo siempre supo mantener los pies en la tierra y enfocarse en sus estudios. También le gustaba el patinaje, le ayudaba a mantener su mente tranquila y despejada. De hecho, había quedado entre las participantes para concursar en las nacionales. Por lo que Bianca quiso tener un gesto amable con ella. Quería celebrar su nominación en la fiesta que se hacía en la cabaña de Joshua. Chicago no lo conocía, a lo mejor lo había visto pero no tenía ninguna fijación por algún chico, su carrera en comunicación social y periodismo era algo muy importante, al igual que su inocencia. Se había propuesto no ser como las chicas que se dejaban llevar por la modernidad y guardarse para alguien especial, no exactamente un príncipe, pero alguien que valiera la pena como para entregar su cuerpo y su alma.
Bianca por otro lado, ya tenía amplia experiencia en ese campo. Era la chica fácil y solicitada. Le gustaba probar cualquier cosa con tal de sentirse plena. Sus padres no la podían controlar, hace mucho que se le salió de las manos a causa de permisiones, no supieron corregirla en el momento apropiado. Por excusarse en su afección cardiaca le permitieron muchas cosas, demasiadas. A la edad de quince años ella hacía y deshacía como quería. Era un terremoto de vergüenza y problemas.
En secreto Bianca le tenía envidia a Chicago. Ella no tenía una horrible cicatriz en el pecho, era una chica centrada, los novios que tenía Bianca se fijaban en su hermana. Eso incrementó su profundo odio por Chicago. Añadiéndole las diferencias físicas. Originalmente el cabello de Bianca era como el cabello de su hermana, café con tonos negros, pero por sus locuras y extravagancias comenzó a tinturarse el cabello de muchos colores, tanto así que poco a poco perdió su brillo, su suavidad. Ahora lucia maltratado y seco. Al hacer deporte, las piernas y trasero de Chicago eran más definidas, duras, gruesas, la tentación perfecta para un hombre. Bianca poseía buenos atributos; de ojos verdes, heredados de su padre, cara redonda que le daba un toque aniñado, nariz pequeña, labios delgados, senos pequeños, una cintura definida pero no curvilínea. Era atractiva sin duda alguna. Había estado con muchos hombres, se encargaba de cubrir bien su cicatriz con cremas y maquillaje. La marca atravesaba la mitad de su pecho, resultado de la cirugía que le dio otra oportunidad para vivir. Aquel recuerdo solo era una línea que no se notaba gracias a los tratamientos modernos a los que su madre la sometió con tal de que no se sintiera mal por la marca en su pecho, sin embargo se notaba y eso la impulsaba a cubrirse con la falsa magia de los cosméticos.
Con el pasar del tiempo, Chicago era el deseo de cualquier hombre y no necesitaba aplicarse toneladas de maquillaje, o vestir trajes diminutos o escotados. Su aura era sensual, atrayente. Ella no lo notaba y tampoco tomaba ventaja de eso. Siempre dándole prioridad a sus proyectos y deporte. Muchos hombres habían intentado acercarse, pero solo conseguían una amistad sincera. Por otro lado, Bianca siempre estaba disponible para un revolcón, haciendo todo más fácil, tratando de robar la atención de los hombres y ofreciéndose como un corrientazo.
A pesar de ser hermanas eran tan diferentes. Chicago la quería, la soportaba, y en el fondo esperaba que ella madurara, esperaba que aquello no fuera a las malas. Se sentía contenta porque su hermana quisiera compartir con ella, aunque no le agradaba mucho la idea de ir a una fiesta, quería darle la oportunidad de limar las asperezas y poder entenderse, así fuera un poco.
—Será genial hermanita, ya verás—afirmó Bianca, quien lucía una blusa azul de tiras, ajustada al cuerpo, era muy pequeña, justo lo que necesitaba para lucir una argolla que se había colocado hace un par de días en el ombligo. Sus pantalones grises descaderados, permitían ver un tatuaje tribal negro en la parte baja de su espalda. Su cabello era de color rojo fuego, amarrado en una moña desordenada que no le deslucía.
Chicago usaba una camisa negra algo holgada, unos pantalones azules ajustados en sus piernas y trasero, dándole las formas perfectas, baletas para sentirse cómoda ya que estuvo en entrenamiento. Su cabello ondulado estaba suelto, adornaba su rostro como un ángel.
—Gracias Bi, por esto—sonrió sinceramente—. Pero por favor no tardemos. Mañana tengo que presentarme para las nacionales.
—No seas aguafiestas—le reprochó—. Venimos a celebrar. Prometo que no tardaremos. Solo tomaremos unas copitas y listo
—Sabes que no puedo beber—le recordó mientras entraban a la cabaña.
—Ay, hermanita tonta. Serán unas cuantas, solo eso. Además moveremos el bote un poco. No hay nada malo en eso, ¿no?
—Ya veremos eso. Oye, ¿has hablado con papá? Está preocupado Bi, en serio. Debes dejar de meterte en problemas y sentar cabeza, enfocarte en algo que te guste. Te desapareciste por tres semanas y no has dado señales de vida. Los pobres están como locos intentando dar contigo—confesó tomándola por los hombros, gesto que Bianca rechazó internamente.
—Los llamaré luego—comentó con total indiferencia—. Te llamé para celebrar, no para amargarnos la noche.
—No es amargar la noche, es ser responsable. Ellos siempre se preocupan por ti. Eres su bebé consentida, nuestra bebé. Te queremos y deseamos que madures pronto—se burló con ternura.
—Sé lo que hago. —Se alejó del agarre de su hermana disimuladamente—. ¿Podemos disfrutar de esto? Los llamaré cuando salgamos. Lo prometo.
Sin decir más entraron al lugar. Era inmenso. El dueño nadaba en dinero. Había aproximadamente tres mil personas, casi todo el cuerpo estudiantil. Impresionadas, fueron adentrándose más. Las luces intermitentes estaban girando entre los colores, rojo, morado y amarillo, algunos bailando en el centro de una pista improvisada. Al lado izquierdo estaba una barra donde un barman servía todo tipo de bebidas. Al lado derecho que estaba separado por una pared que tenía una abertura en forma de arco para entrar a otra sala, donde algunos estudiantes jugaban play station, otros estaban muy borrachos, otros algo cariñosos. En esa misma salida había unas escaleras que conducían a un segundo piso. Las hermanas ignoraron eso y se concentraron en la barra para tomar algo.
— ¿No tendrán agua o jugo?—Preguntó Chicago mirando las bebidas alcohólicas, Bianca se carcajeo de la actitud tan infantil de su hermana. Estaba en una fiesta, agua era algo que no estaba en el menú
— ¿En serio?—Colocó sus manos en su cintura mirándola como si tuviera cara de payaso— Obvio no tonta. Solo tomaremos una cerveza
—Sabes que no…
—Solo será una—soltó dejándose llevar por el ambiente— ¡Anímate mujer! Solo será una.
—Está bien—se dejó convencer—. Solo una, bailamos un poco y luego nos vamos, ¿listo?
—Sí, eres tan aburrida—hizo un puchero—. Si quieres esperas allá en el sofá y pido las bebidas.
—Okey.
Bianca pidió dos Heineken mientras Chicago se sentaba en un sofá. Estaba un poco incomoda por ver tantas parejas manoseándose, por tantos cuerpos húmedos a su alrededor. Sin embargo su hermana quería compartir un poco con ella, por eso se había dejado arrastrar hasta allí, deseaba convencerla de tomar mejor las riendas de su vida, aconsejarla y ayudarla si fuera posible.
Por un momento se quedó entretenida observando el juego de Crash que jugaban dos chicos. No era muy fan de eso, pero la entretenía ver como los carritos se estrellaban con unas cajitas y le daban ciertas armas para atacar a sus contrincantes. Sonreía al ver a los jugadores insultándose y apostando por quien ganaría. En ese momento sintió la mirada de alguien misterioso. Dirigió su vista hacia el punto donde se escondía. Las luces no permitían verlo bien, pero pudo observar su postura vigilante. Se encontraba pegado en la esquina de la pista. Tenía los brazos cruzados, se le marcaban los bíceps a través de la camisa negra que traía puesta. No pudo ver muy bien las facciones de su rostro, ni siquiera pudo ver si sonreía o estaba serio, solo se sentía vigilada, cosa que la intimidaba.
Bianca llegó con la cerveza, Chicago tomó la botella y bebió un sorbo. No estaba acostumbrada a tomar licor, aquello le quemó un poco la garganta y la boca del estómago, sin embargo tenía un sabor dulzón que le agradó.
— ¡Salud!—Exclamó Bianca por encima de la música chocando las botellas.
—Gracias por pasar un rato conmigo, Bi. Sabes que a pesar de nuestras ridículas peleas te quiero. Eres mi hermana, me preocupo por ti, quiero que seas feliz y que me consideres tu amiga. Como me gustaría que fueras un poco más centrada. Hay buenas carreras en la universidad. O si deseas puedes hacer un curso y aprender algún oficio. —Ladeó la cabeza intentando convencerla, cosa que irritó a Bianca.
—Me gusta mi vida Chicago. No todos somos como tú. Disfruto de lo que soy y de lo que puedo lograr. Se preocupan demasiado—dijo exasperada por el comportamiento protector de su hermana.
—Lo digo porque no me gusta con quién andas últimamente. Esos tipos… no se Bi, no me gustan—confesó preocupada—. No quiero que te equivoques y no puedas salir de lo que sea en lo que estés.
—Mira. —Le dio otro sorbo a su bebida—, sé que me aman y todo ese chorrero meloso. Soy consciente de lo que hago. Llevo las cosas al punto que me gustan. Hago mis negocios con precaución. Estoy bien—dijo para tranquilizarla. Pero la verdad era que no, no estaba bien. Hace unos años, recibió una paliza que la dejo en el hospital. La razón de esto era una deuda muy grande que tenía con un traficante, al no pagarle por una gran cantidad de droga, Bianca había recibido un escarmiento. Sin embargo, un misterioso salvador llegó a su rescate. Le pagó la cuenta en el hospital al igual que la cuenta pendiente con el traficante. Solo que eso venía con una retribución. El hombre que amablemente le pagó la quería en sus negocios clandestinos. Quería que lavara algo de dinero para él, por lo que hacía de testaferro, además de que ambos les gustaba consumir algunas sustancias que los ponía un poco más animados de lo normal. El misterioso hombre tenía mucho dinero, la mayoría por sus padres, sin embargo se estaba haciendo su propio dinero en ilícitos.
Todo estaba bien hasta que Bianca perdió una gran cantidad de dinero y su ángel guardián se volvió un demonio. Quiso su cabeza en bandeja de plata para colgarla en la pared. La cantidad que había perdido era demasiado grande y aun no entendía como lo había extraviado. Estaba en problemas y en malas compañías, algo que preocupaba a Chicago. Su desinterés por sus padres la entristecía, hacia lo que estaba en sus manos para que tomara el buen camino. Pero Bianca era un huracán, no tenía escrúpulos y cada día más su desprecio por su familia se incrementaba sin razón aparente.
— ¿Conoces al organizador de esta fiesta?—Preguntó Chicago tomando otro sorbo, ya casi terminaba la botella.
—No, un amigo que lo conoce me invitó y me pensé en traerte para celebrar tu clasificación—sonrió hipócritamente.
— ¿Es de mi universidad el organizador de semejante fiesta?
—Al parecer si
—Veo. —Terminó a beber y dejo la botella en el suelo—. Yo no lo conozco, la verdad es que no voy mucho a este tipo de reuniones, no me queda tiempo.
—Ajam—respondió mirando hacia atrás. Cuando entraron no notaron una puerta que estaba abierta, ésta los conducía a una piscina donde estaban otros invitados dando chapuzones, riendo y bebiendo. Inmediatamente, Bianca logró visualizar a un chico de camisa blanca muy ajustada, marcaba su musculatura a la perfección. Traía jeans desgastados que caían de su cadera, tenis negros de líneas azules. Sus ojos verde oscuro que la tenían embobada. Su cabello castaño estaba algo revuelto, cosa que le produjo picazón en los dedos de rozarle las hebras y otras partes de su cuerpo. El chico estaba riéndose con otros chicos. Se incorporó para ir a cazar a su presa.
— ¿Para dónde vas?—Chicago la sujetó de la muñeca.
—Voy a… saludar a un amigo que acabo de ver—se soltó bruscamente—. Espera aquí, socializa un poco con tus compañeros. Así no pensaran que eres una creída. —Se apartó sin preocuparse lo mucho que afectaron esas afiladas palabras a su hermana. La dejó tirada en el sofá con las botellas en el suelo.
Sin más remedio Chicago se incorporó para depositar las botellas en una caja. Al levantarse se sintió muy mareada y solo se había tomado una cerveza. Era ridículo que por eso ya estuviera borracha. Sin embargo la cabeza le daba vueltas, las paredes parecían encerrarla, las luces la cegaban. Algo más explotó en su interior. De repente se sentía más…alegre, más animada, aunque los mareos aún estaban. Sentía que una gran energía recorría su cuerpo. Se dejó guiar por la música dejando las botellas en alguna silla y se acercó a la pista. Dio vueltas como si estuviera poseída, danzando provocativamente, todos en la pista estaban viéndola como un manjar, un dulcecito que querían probar. Ignorando eso ella siguió con el movimiento sensual de caderas, paseando sus manos por su cuerpo, agitándose descontrolada. De repente sintió una oleada de sed impresionante, jamás había sentido tanta sed en su vida, ni siquiera en los entrenamientos.
Se acercó a la barra y pidió otra Heineken, se la bebió de un solo trago, luego otro más. Regreso a la pista, dándoles a los chicos de la pista un show de movimientos provocativos. Uno de ellos quiso acercarse a Chicago pero fue empujado por un rubio de uno ochenta y cinco, de ojos negros, pómulos altos, un hoyuelo en la barbilla, una sonrisa matadora. Traía una camisa negra, la cual tenía los dos primeros botones abiertos. Un pantalón café oscuro y unos zapatos mocasín del mismo color.
La acercó a su cuerpo, cubriendo su cintura con sus manos. Estaba extasiado por los movimientos de la castaña. Le dio la vuelta para que la mirara. La apretó más hasta que sus alientos se mezclaron.
— ¿Te das cuenta que tu bailecito tiene loco a más de uno?—Inquirió alzando una ceja, mirándola con un deseo que quemaba la parte baja de su cuerpo.
— ¿Y qué?—Se encogió de hombros, restregando su pelvis contra la del extraño.
— ¿Cuál es tu nombre?—Él siguió los movimientos de Chicago, su erección creciendo lentamente por el contacto de sus cuerpos. Sus manos descendieron hasta abarcar sus nalgas, las apretó tanto que sintió que su entrepierna iba a explotar.
—Chi…ca Hei…neken—arrastró las palabras con la vista perdida en un punto negro.
— ¿Chica Heineken?—Rió—. Bonito nombre.
— ¿Verdad que si?— Un calor súbito la invadió, lo empujó y saltó frenéticamente. Cada vez estaba más enérgica, se sentía poderosa, no sentía ningún dolor o cansancio. Dio saltos meneando la cintura, el trasero, provocando al rubio que la observaba fascinado.
Éste se acercó tomándola de la nuca. Acerco sus labios y la beso con fuerza. Ella abrió los ojos, sorprendida por el contacto. Aprovechando eso, el chico metió su lengua, provocando un gemido de Chicago al sentir su lengua en su garganta. Le devoró los labios, los mordió, la toqueteó descaradamente. A Chicago no me molestaba, de hecho se sentía en el cielo por las caricias descaradas del extraño.
—Eres una delicia—dijo el hombre, repasando sus labios con sus pulgares—.Vamos a otro lugar con menos ruido.
Sin escuchar la respuesta de Chicago, la arrastró hasta las escaleras, llevándola a una habitación. Sus paredes eran de color naranja oscura, muy amplio. A su mano izquierda estaba un tocador, al frente estaba la una cama doble con cobijas azul claras, más al fondo había un sofá pequeño y un televisor de cincuenta pulgadas pantalla plana. Las ventanas cubiertas por una cortina de velo, dejaban entrar un poco la luz de la luna.
El chico rubio abrió el tocador y tomó protección. Se sentía suertudo al tener una muñeca como ella justo donde la quería.
Chicago se sintió un poco mareada, no reconocía nada a su alrededor. Se asustó un poco al sentir unas manos rodeando su cintura, besando su cuello. Ella se apartó un poco y se dio vuelta para encararlo.
—Disculpa, ¿qué… hacemos… aquí?—Aquel cambio de escenario la asustaba mucho, no lo conocía y la verdad estar encerrada con él no le causaba gracia.
—Estamos aquí para tocar el cielo. —Se acercó a ella y beso su mejilla, deslizó sus manos por su blusa hasta llegar a sus senos. Los amasó con fuerza haciendo que Chicago chillara por la caricia tan tosca—. Vamos a llegar al éxtasis, hermosa
— ¿En serio?—Preguntó ingenuamente, contemplando sus ojos negros, su rostro perfecto y ese hoyuelo que la volvía loca.
—Sí, nena. Me tienes mal…—Le quitó la blusa, descubriendo su sostén blanco con bolitas rosadas. Ver ese brasier le pareció muy gracioso, pero no le importaba. Quería culminar la noche placenteramente, lo esperaba desde que la vio.
La tomó del cabello bruscamente y la besó de igual forma, la mordió hasta el punto de hacerla sangrar. Chicago emitió un quejido que el hombre se tragó, disfrutando de su debilidad. Le jaló el cabello para tener acceso a su cuello. Con una mano desabrochaba el sostén y con la otra sostenía su cabeza hacia atrás mientras chupaba embriagado por la suavidad de su piel. Sentir aquella textura se la puso mucho más dura, tanto que estaba señalando a Chicago con su erección.
Descendió hasta que el brasier cayó al suelo, dejando ver sus senos pequeños pero hermosos, sus pezones rosados lo atraían como un imán, su tamaño era perfecto para su enorme mano. Sin esperar estimuló uno con su mano, lo amasaba sin suavidad, lo jalaba hasta dejarlo listo. Luego pasó su lengua en el pecho, Chicago siseó, temblando por las caricias extrañas de un desconocido, le pasaba las manos por el cabello rubio. Cerró los ojos, dejándose llevar por la cálida lengua del hombre.
Éste, siguió con el otro pecho, cada vez era más exigente y más duro. No había ternura en ninguna de sus toques, solo el deseo desbocado de tenerla gritando por él. Pasó su lengua por el valle de sus pechos, bajo hasta el ombligo y metió su lengua. Chicago se movía inquieta, le hacía cosquillas y le parecía extrañas las reacciones de su cuerpo, de hecho su parte baja estaba muy húmeda. La recorrió con los labios, haciendo chupones en su torso, en sus senos, mordisqueo los pezones haciendo que Chicago gritara, así como él quería.
Se quitó la camisa, dejando ver su cuerpo trabajado. Su pecho musculoso, con sus abdominales bien definidos, brazos fuertes y fibrosos. En ese momento Chicago perdió el norte. Estaba demasiado mareada como para asimilar lo que pasaría a continuación.
Sin perder el tiempo el hombre se quitó los pantalones, quedando en su bóxer gris, con su miembro abultado a punto de estallar. Dirigió sus manos a los pantalones de Chicago, sacándoselos rápidamente, quedando en igualdad de condiciones; en interiores, solo que los de ella eran blancos con bolitas blancas, haciendo juego con el sostén que estaba en el suelo.
La tiró a la cama, se colocó encima de ella y le sacó los interiores rápidamente, dejándola completamente desnuda. La contempló lentamente, deleitándose con sus curvas, con sus pechos pequeños y erectos llenos de sus chupones, al igual que su abdomen. Le abrió las piernas con la rodilla, tomando las piernas de Chicago para que rodearan su cintura. Pasó la mano por su hendidura lentamente, al sentir lo húmeda que estaba su miembro se endureció más, parecía un bate de béisbol.
—Eres divina—decía impresionado al ver como se retorcía por las caricias superficiales que hacia allí—. Voy a probarte. Te devoraré toda. Eres mía hoy.
Siguió tanteándola con la mano, palpándola, estimulándola. Deslizó un dedo en su interior, sintiendo lo estrecha que era. Su pecho se hinchó al igual que cada vena de su cuerpo lo hizo. Chicago chilló al sentir la intromisión indelicada del hombre. Movía el dedo rápidamente, adentro y afuera, estimulándola con dureza.
—Preciosa, estas tan lista que no se si pueda soportarlo—dijo maravillado a la respuesta corporal de su amante. Chicago se retorcía, gimoteaba por las nuevas sensaciones que le provocaba su acompañante—. Tan estrecha…que delicia. —Introdujo otro dedo, expandiendo la cavidad de Chicago, ella murmuró algo, por el gesto de su rostro le dolía mucho, él era muy basto, estaba hipnotizado y loco de deseo. No le haría sexo oral, no la estimularía más. Estaba a punto de manchar su bóxer de solo escuchar sus gemidos tan dulces, tiernos, como ella.
Se bajó los interiores hasta que el su falo varonil se asomó, estaba surcado de venas, listo para la faena. Se acercó a sus labios y los tomó una vez más, deslizando otra vez los dedos confirmando lo preparada que estaba para el momento. Estaba hechizado por la chica que tenía bajo su cuerpo. Tan hermosa, delicada, con formas tan femeninas. Gruñó contra sus labios al colocar la cabeza de su miembro en su entrada, aun no se colocaba protección, lo hacía para estimularla un poco, pero el que estaba más que estimulado era él. Estaba perdiendo la razón por tenerla ahí, más que lista.
Sin perder tiempo se cubrió el pene con el látex, se excitó al ver a Chicago perdida en las sensaciones que le provocaban sus dedos en su interior. Los retiró saboreando su esencia, eso lo embruteció más. No soportaba más la agonía. Acercó su erección a su entrada y de internó salvajemente. Chicago arqueó la espalda al sentir la brusca intromisión. Comenzó a llorar por la incomodidad y la perdida de algo que no recordaba.
—Me duele…no sigas—murmuró derramando lágrimas, el rubio hizo caso omiso y se introdujo un poco más hasta quedar completamente dentro de Chicago. Ella gritó al sentirlo completamente dentro. Estaba inmóvil, llorando, perdida al no saber que estaba pasando.
—Tranquila—susurró secándole las lágrimas—. No entiendo porque te duele.
Sacó un poco su miembro, Chicago siseó por el movimiento. El chico miró hacia donde estaban unidos y vio unas gotas de sangre deslizándose por su muslo interno, manchando las cobijas azuladas. Aquello lo hizo rugir de satisfacción. La chica era virgen y él era el primero. Se regodeó internamente. Se sentía un campeón al tener a una mujer tan bella y virgen en su cama. Pero no por eso iba a ser dulce. No era su novio. Estaba para follársela, y se lo confirmaría.
—Me vas a sentir, tanto que mañana te acordarás de mi cuando amanezcas adolorida. —Volvió internarse más fuerte, Chicago lloró, no soportaba la incomodidad y la molestia. Era nuevo para ella y no sentía ninguna emoción más allá del dolor, al estar en un estado de euforia lograba sentir todo más amplificado y eso no se sentía bien.
El rubio movió sus caderas duramente, profundizando cada movimiento. Unió su pecho al de Chicago, aplastándola con su peso. Sus embestidas eran más enérgicos, frenéticos, locos. A Chicago se le escapó un gemido que indicaba que le dolía un montón, pero que el extraño interpretó como gusto.
—Que apretada… me correré en nada—apretó sus dientes mientras su pelvis estaba desbocado en el interior de la chica. Llevó uno de sus pechos a la boca, mordisqueándolo ferozmente. Disfrutaba la forma en que Chicago lo acogía, como lo estrujaba, era demasiado estrecha. Y como no serlo si era su primera vez. La besó intensamente, tomando cada gemido que lo endurecía cada vez más. Llevó los brazos de Chicago por encima de su cabeza, siguiendo los envites frenéticos. El dolor de Chicago seguía siendo latente. No le gustaba ni entendía bien lo que pasaba. Su cabeza era una marea de rostros que se mezclaban sin poder identificar quien era quien la maltrataba de esa forma. Soltándose, lo aruñó para que se detuviera, solo que eso fue interpretado como una afirmación de lo mucho que disfrutaba.
Entonces, El hombre la embistió un poco más, hasta que se corrió sin control. Estaba desbocado, alucinado. Su interior aun lo seguía apretando y él no dejaba de venirse. Al terminar, cayó como peso muerto encima de Chicago. Ambos sudorosos. Ella con los ojos a punto de cerrarse y él impresionado de haberle quitado la virginidad a alguien tan sensual y hermosa.
Salió lentamente de su interior, viendo su miembro cubierto por el condón manchado de sangre. Se lo quitó con orgullo y lo dejó cerca a Chicago, con eso cuando se levantara le daría un recordatorio de la noche tan intensa que habían compartido.
La arropó y depositó un beso en su frente, aun jadeante y con ganas de más. Lo harían otra vez cuando estuviera en sus cinco sentidos. Moría de deseos locos por meterse entre sus piernas y hacerla delirar.
—Que rico es estar dentro de ti, chiquita. Gracias por darme tu virginidad, la disfruté demasiado. —Le dio un besito y salió del cuarto dejándola sola, tapada con una delgada cobija. Ella recordaría lo que habían compartidos, él se encargaría de eso.
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Abrir los ojos con la claridad invadiendo la habitación. Era una tarea titánica para Chicago, sin embargo parpadeó varias veces para asimilar lo que veía a su alrededor. No recordaba mucho, ni siquiera como había terminado en un cuarto arropada y…completamente desnuda. Al palparse y notar que no tenía ni una sola prenda puesta, se sintió asustada. Frunció el ceño al sentir un espasmo doloroso en la entrepierna. Poco a poco se destapó al notar las marcas espeluznantes que tenía en sus pechos y en el abdomen. Las lágrimas no se hicieron esperar. No recordaba muy bien lo que había pasado. Venían a su mente algunos momentos, pero eran demasiados confusos, para ella todo era un revoltijo de sucesos que no lograba conectar bien.
Dirigió su mirada un poco más abajo y lo que vio la hizo llorar de la pura tristeza. Sus muslos internos estaban manchados de sangre seca y la sabana azulada también. Se tapó la boca, sentía que perdería el conocimiento. Se sentía irresponsable y tremendamente sucia al encontrar que su virginidad, aquello que conservaba con recelo, se lo había regalado a cualquier fulano que ni siquiera estaba a su lado. No pudo evitar que posiblemente… la hubieran violado. Aquello la compunjo aún más y se lamentó casi hasta gritar. Ella, una persona centrada, con proyecciones, había sucumbido a una noche loca, llena de alcohol y sexo repugnante. Se agarró las rodillas cuidadosamente, ya que la entrepierna le dolía horrores. Seguramente el tipo con el que estuvo era un animal que no cuido de ella en el acto, razón más para pensar que la habían violado.
Giró su cabeza castaña frenéticamente, buscando rastro de su ropa, esta estaba tirada por la habitación. Con lágrimas nublando su visión, se incorporó lentamente, cubriéndose con una mano y con la otra impulsándose para colocar sus pies en el suelo. Sintió algo pegajoso en la mano. La retiró inmediatamente y enseguida notó que era un condón. Horrorizada por el descubrimiento, reparó que tenía restos de sangre y semen. Se levantó violentamente, casi cayendo de bruces en el suelo. La cabeza le palpitaba, sentía su cuerpo entumecido, la entrepierna le ardía terriblemente. Se lamentó al entender el que hombre que había estado entre sus piernas ni siquiera se preocupó por su bienestar, ni siquiera recordaba si lo había disfrutado o no.
Se cambió como pudo, entre sollozos y pensamientos sobre su perdida. Eso jamás debería ocurrirle a una mujer. La primera vez debería ser especial, maravillosa, excelsa. Estar con la persona indicada. Sentir seguridad y confianza en el acto. Decirse halagos y calmar el dolor del momento con besos y caricias dulces. No esa mierda de un polvo doloroso del que ni siquiera tenía memoria. Angustiada por todo lo que estaba pasando y la marea de sentimientos y pensamientos tormentosos. Se acercó al baño. Al ver su imagen en el espejo casi se tira por la ventana. Su cabello enmarañado, sus ojos hinchados, su labio inferior tenía una marca que cicatrizó un poco. Al pasar sus dedos por la pequeña herida intentó recordar la faena, sin resultado alguno.
Con la poca dignidad que tenía, caminó lentamente, realmente le escocia y le costaba caminar rápido. A todas estas, ¿dónde demonios estaba su hermana? ¿Acaso no se preocupó por su desaparición? Seguramente no. Bianca siempre pensaba en ella y solo en ella. Y muy seguramente se había ido con el amigo que se encontró en la fiesta. Encima de todo abandonada como basura por su hermana. Que poco le importaba lo que le pasara, como siempre una egoísta de campeonato.
Bajó sigilosamente y se encontró con una imagen que la dejo desconcertada. Absolutamente todo estaba limpio. No había rastros de que en ese lugar hubo una fiesta, ni borrachos, ni… sexo desenfrenado. Siguió caminando, aun con la sensación de que su cuerpo se partiría en dos, desde la coronilla hasta la punta de sus pies. Debió tomar demasiado como para sentirse así, de otra forma no encontraba explicación lógica para eso. Le había pedido a su inconsciente hermana que no tomaran tanto y he allí las consecuencias.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y siguió el camino. Decidió ignorar el orden tan repentino del lugar y la ausencia de estudiantes locos. Se peinó el cabello lo mejor que pudo, estaba demasiado enredado, como sus pensamientos y recuerdos. A punto de abrir la puerta, una profunda voz llamó su atención.
—Deberías al menos despedirte de mí, ¿no crees?—Impactada por sus palabras, se giró lentamente. Ahí estaba la imagen de un hombre corpulento, vestido de una camisa manga larga color blanco, pantalones azul oscuro de prenses y zapatos negros. Parecía un ejecutivo de algún banco, a excepción de que su cuello no estaba rodeado de una corbata, en su lugar los dos primeros botones estaban abiertos. La miraba divertido por la situación. Su cabello rubio estaba sensualmente desordenado, su sonrisa abierta en vez de tranquilizarla la espantó. No era una sonrisa conciliadora o que le brindara tranquilidad. Era una muestra abierta de burla hacia su persona.
—Perdón… es que es tarde y quiero irme. —Chicago sonrió sin ganas, observando al hombre que estaba cruzado de brazos, la escaneaba sin descaro. Su mirada estaba llena de diversión, a lo mejor recordando algo secreto.
Se acercó a ella lentamente midiendo su reacción. Pudo notar lo asustada que estaba de amanecer en una casa extraña y permanecer ahí con un extraño. Le extendió la mano, era una mano velluda, varonil, suave. Chicago la estrechó tímidamente sin mirarlo directamente.
—Mucho gusto, soy Joshua Grant. El dueño de la cabaña—Se regodeó de ello—. Follamos anoche—soltó sin más dejándola helada. Se burló al notar su reacción, estaba pálida, con los ojos bien abiertos, analizando sus palabras. Le había dicho que compartieron un momento que para ella debió ser especial como si leyera el periódico.
— ¿Disculpa?—Pronunció intentando salir de su consternación—. Tu y yo… ¿Estuvimos juntos?—Dos gotas saladas se deslizaron por su mejilla. Este era el bruto que le había dejado un condón en la cama y adolorida hasta la saciedad.
—Oh si, preciosa. Tú y yo compartimos un momento muy intenso. —Arqueó la ceja paseando su mirada desvergonzada por el cuerpo de una chica atemorizada por su forma tan distante de ser—. Eras tan estrecha, no entendía porque. Pero luego supe que…
—Suficiente—dijo ofendida por sus palabras. Hablaba del acto sin pudor, sin ternura, sin ninguna emoción profunda. Lo decía con un tono obsceno que solo la avergonzaba aún más—. ¿Serias tan amable de decirme la hora?—Lo desafío con el tono de voz, dejándole claro que no tenía intenciones de quedarse allí.
—Son las tres de la tarde. Dormiste como una marmota, linda.
Llevó sus manos a su cara completamente destrozada. Tenía la presentación en las nacionales. Era el acto más irresponsable que había cometido en su vida. Lo peor de todo era que los recuerdos la azotaban más, provocando que las punzadas fueran más dolorosas. Se tocó las sienes intentando calmar su cabeza. Vio retazos de un baile, su hermana, el tipo que tenía al frente, sus manoseos descarados, besos y algunas partes donde la chupaba como si quisiera arrancarle el pedazo. Tremendo salvaje que era el tal Joshua.
—Mira. —Intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta lo mejor que pudo para no romperse ante él, algo que seguramente el sujeto estaba esperando—. Tengo que irme. Tenía una presentación demasiado importante para mí y seguramente estarán esperando mis explicaciones. Si deseas podemos hablar después.
—No me parece—resolvió altivo—. Quiero verte esta noche, a las ocho. Charlaremos y rellenaremos algunos agujeros que seguramente tienes. —Se acercó a ella, intimidándola con su estatura y esa presencia de macho alfa que destilaba—. Sin embargo déjame asegurarte que fue la mejor noche de nuestra vida. Me arañaste como una gatita, además fui el primero en ver como llegabas conmigo moviéndose como deseabas, como un lunático. Créeme que no será suficiente, me encargaré de que sigamos en contacto—le guiño el ojo y la dejo ir impresionada por su afirmación. En realidad no se había enterado de que ella no llegó al orgasmo por estar concentrado en su propia satisfacción, ninguno de los dos lo sabía.
Tuvo que enfrentar la decepción reflejados en los ojos de su entrenador, quien la eliminó del grupo. Esto como ejemplo para las demás. Aquel suceso la destrozó por completo, la estancó emocionalmente. Ella jamás se había comportado de esa forma. No tuvo forma de excusarse y pedir otra oportunidad. El equipo dependía de ella y perdieron la oportunidad de ser reconocidos.
Ese peso en los hombros y el hecho de no tener un recuerdo de lo que para ella tuvo que ser el momento más bonito de su vida la derrumbó. Sus padres la regañaron por dejar escapar a Bianca, de la cual solo recibieron una llamada diciendo que dejaran de joderla. Su compañera de cuarto estaba demasiado centrada en su nueva relación como para preocuparse de lo que sucedía a su alrededor. Se sintió abandonada, desolada, profundamente triste y agotada por tantos eventos que cambiaron cosas que consideraba vital. En momentos así se conocen las personas que realmente desean ayudar, los que te tienden la mano para no desfallecer. Por las fuerte que seas, terminas rompiéndote por la presión y la desesperación. Y alguien como Joshua, que se vanagloriaba de sus posesiones y su atractivo, se aprovecharía del enorme hueco que Chicago tenía en su pecho.
Le gustaba mucho, demasiado para su agrado. Con ella deseaba hacer de todo, enseñarle como se cogía como un hombre como él, como satisfacerlo y tenerla a su merced. Las personas que conocía, en especial sus padres, que estaban más enfocados en buscar a Bianca que en lo que le pasaba, la abandonaron como si tuviera lepra. No tenía muchas personas cercanas a las cuales refugiarse, por lo que tuvo que resurgir sola de las cenizas, aunque no tuvo la suficiente fuerza para ver que parte de las cosas que disfrutaba se le iban de las manos.
Joshua rompió fácilmente su coraza, ya habían tenido relaciones, así era más fácil manipularla. Además la curiosidad de Chicago era grande, estaba inquieta por saber cómo sucedieron las cosas. Pasaron varias semanas antes de hablar, ella lo dejo plantado, no le daría la cara hasta llorar como poseída por perder lo que más reservaba para aquel a quien ella consideraría idóneo, añadiéndole las recriminaciones del equipo de patinaje y de su propio entrenador, quien no escatimó en sacarla a patadas y humillarla en frente de todos.
Cuando se volvieron a ver, él le recordó con el acciones como había perdido su inocencia. Ella experimento el clímax en sus brazos por primera vez. Él era cada vez más brutal y exigente. Ella se perdía en las sensaciones físicas, en lo que provocaba en cada poro su piel, aunque no estaba convencida del todo por la relación que tenían, era lo que necesitaba. Ambos lo necesitaban, coger cuando fuera necesario. Después de cada encuentro él la desechaba con mucho disimulo, ella entendía y aceptaba. No estaba enamorada de él porque no había nada aparte de lo que le ofrecía en la cama que llamara su atención.
En cada encuentro ella aprendía algo diferente, era la forma de saciar su curiosidad y esa energía acumulada, lo veía como otra forma de hacer deporte. Necesitaba no pensar en las cosas buenas que había perdido. Aún tenía su carrera y aunque no la distraía del todo, la mantenía equilibrada.
—Eso es preciosa. Usa más la lengua, bebé. —Chicago estaba de rodillas, lamiendo la erección de Joshua. Estaba aprendiendo a usar la boca para otra cosa distinta a comer. Joshua la observó, derramando unas gotitas en su boca. Cada vez se resistía menos a ella y eso lo enfermaba, experimentaba el placer pleno de someterla y correrse a diestra y siniestra con ella gimiendo y chillando por la liberación. No soportaba más como la cálida boca de Chicago lo envolvía, como lo succionaba suavemente, apretando sus testículos y absorbiendo su longitud. La tomó del cabello y la movió de forma maniática, lastimando y golpeando su garganta. No pudo más y se corrió en su boca—. Trágatelo todo. —Lo retiró rápidamente, esperando que hiciera lo que le exigió. No obstante ella lo escupió asqueada. La había sacudido como un energúmeno y encima quería que pasara esa inmundicia.
Salió de allí desafiándolo con la mirada. Se estaba cansando de sentirse vacía, de no tener nada un anhelo más allá de los físico. No experimentar sentir el cosquilleo de la persona amada sin ser tocada, solo con el hecho de que existiera y tenerlo a centímetros de su cuerpo. Aquello era una bendición para los afortunados que tenían ese tesoro y que lo desaprovechaban abiertamente.
Siguieron encontrándose durante dos meses, la tomaba cuando tenía ganas, en su habitación, en un salón, ya que pertenecían a la misma universidad, solo que él estudiaba finanzas y ella comunicación social.
—No te dolerá, preciosa. Está bien lubricado y estimulado. Es el único orificio que no he probado. —Chicago estaba en cuatro, con Joshua detrás colocando la cabeza de su miembro sobre ese diminuto oficio apretado que le hacía falta por descubrir. Estaba temblando porque sabía lo duro que era, y aunque increíblemente lo disfrutaba porque era lo único que conocía y le ayudaba a no pensar demasiado, le asustaba que realmente le hiciera daño.
Se enterró en ella como siempre: implacablemente. Ella gritó a todo pulmón al sentir toda su envergadura golpeando su pequeño agujero. Se movía como un endemoniado, la estaba partiendo en dos, la desgarraría si seguía así. Pero él estaba tan embotado por como lo apretaba que no se detenía. Se correría demasiado rápido y no quería parecer precoz, por lo que en momentos se movía más lento. Estaba totalmente perdido en la sensación que experimentaba al ser el primero en probar el trasero de Chicago. En su fuero interno comenzaba a sentirse realmente atraído por ella, por su inteligencia, por su receptividad, por la forma en la que a veces lo rechazaba, por el desafío constante que era atraerla de nuevo a sus redes. Ella jamás iba detrás de él. Todo lo contrario, él intentaba persuadirla llegando al éxito, llevándola donde siempre la quería, aunque sus emociones demandan más de ella. Algo que no se daría nunca.
—¡¡Me duele, Joshua!!—Bramó con lágrimas cayendo sin control. Él estaba perdido en las sensaciones que obtenía al sentir su miembro siendo apretujado como un limón por Chicago—.¡¡ Detente!!—Exclamó sollozando. Al momento de pronunciar esas palabras, Joshua la embistió un poco más hasta correrse como un degenerado en el interior de ese estrecho agujero, la llenó con su simiente hasta quedar casi deshidratado. Salió de ella lentamente para no lastimarla. Demasiado tarde para eso, le dolía tanto el trasero que no podría caminar por días.
Se levantó tomando unas pastillas, teniendo en cuenta que sería un poco incómodo para ella. Ya estaba preparado para esa reacción, por lo que tomó el medicamento y se lo tiró en la cama como si fuera una cualquiera. Aunque así se sentía, como una puta barata.
—Tómatelas, eso tendrá que ayudar con el dolor. —Chicago se incorporó lo más lento que pudo, secándose las lágrimas y siseando del ardor tan espantoso que sentía en aquella parte—. Eres perfecta, chica Heineken. Juro por Dios que no me cansaré de ti.
—No me digas así—contestó enojada—. Ya te he dicho como me llamo.
—Te digo como se me dé la puta gana—expresó llanamente—. Tomate esas pastillas ahora, dejaremos pasar unos días y luego seguiremos—dijo con alegría genuina en su mirada, cosa que la espantó. Ella estaba demasiado molida como para seguir haciendo eso. Estaba cansada de no tener un más, alguien que la hiciera volar, que le enseñara a sentir de verdad.
Los días pasaron y con ellas las semanas, en las cuales Chicago huía de Joshua. No quería verlo, él no le producía nada que no fuera desprecio a sí misma. Ese encuentro la dejó mullida, casi la desgarra el muy animal. Ya tenía demasiado de Joshua, por lo que lo ignoraba y no se encontraba con él.
Joshua estaba enloquecido por tenerla bajo su cuerpo nuevamente. Ninguna le había producido esa adicción como ella. Valoraba su inteligencia, al menos las veces que la había espiado en algunas clases, hablando con tanta propiedad de los temas que lo dejaba absorto en su desenvolvimiento, así como lo era en la cama, ya era toda una fierecita. Se felicitó por ser el receptor de su calor. Sin embargo ella no sentía nada por el que no fuera el goce momentáneo. No lo odiaba, ya era suficiente con odiarse por ser tan imbécil como para ceder cada vez que él quisiera y no darse la oportunidad con alguien más. Una persona que realmente le provocara todo tipo de sensaciones huracanadas que arrasara con su ser por completo. Anhelaba eso, y por eso se mantendría lejos de Joshua.
Un día llegó furioso a la habitación de Chicago. Ella se encontraba sola estudiando para un examen que tendría al día siguiente, estaba concentrada en un análisis sobre la guerra en Irak y la participación del ejército estadounidense en el combate.
Tocaron la puerta y ella por reflejo abrió. Al verlo ahí de pie, mirándola como un poseído se aterrorizó. Jamás lo había visto con las pupilas tan dilatadas, el rostro desfigurado por la rabia. Su cabello rubio estaba más translucido y seco, su semblante estaba más decaído. La escaneaba con el deseo más irracional que un ser humano puede tener. Se estremeció del puro susto al ver una sonrisa cínica asomarse con su bello rostro.
— ¿Qué tal todo, Heineken?—La empujó y cerró la puerta tras el—. ¿Porque no me has contestado las llamadas? ¿Porque no me has buscado?
—Porque ya no quiero esto—suspiró cansada—. No siento nada por ti, nada significativo como para seguir—dijo intentando razonar con él, pero se veía molesto, más que eso, como desorientado, como si no distinguiera muy bien lo que Chicago decía. Sin embargo ella continúo: —. Yo… deseo cosas distintas a las que tú quieres. Sé que tú también estás cansado de mí. Por eso te doy la libertad de seguir adelante.
— ¿Quién carajos te dijo que yo estaba cansado de ti? Tú eres mi puta, me la chupas, te follo cuando yo quiera. Tu voluntad me pertenece desde que rompí el himen. Además—Se acercó peligrosamente a ella, quedando a centímetros de su rostro. Se lamio los labios al ver aquellos rojizos labios que perdieron el color al tenerlo tan cerca. Parecía un loco por la forma tan posesiva que la miraba. La agarró del cabello duramente acercándola tanto que sus alientos se combinaron—, las cosas se terminan cuando yo quiera. Yo soy quien mando, dicto las cosas como son. Te gusta que te dé duro hasta que no lo resistes. Lo sé. Tu cuerpo no miente. Por lo demás, esas cosas vienen solas, preciosa. No tienes por qué alejarte cuando nuestros cuerpos desean fundirse—le lamió la mejilla, dejándole su saliva pegajosa.
—Joshua. —Se agarró de la mano que sostenía su cabello brutalmente—. Ya te dije. No… no quiero esto. Esto lo hago porque no quiero seguir humillándome más. No eres dulce, ni siquiera te has preocupado por mí. Me lastimas y me cansé de sentirme una basura por lo que paso. En realidad me estaba castigando por haberme ido a la cama contigo sin siquiera recordarlo, por perder una de las cosas que me importaban, porque las personas que me querían me abandonaron, por sentirme tan perdida en todo lo que me sucedía que me dejé seducir por lo que me ofrecías. Pero me harté de doblegarme ante ti como si no valiera nada, por sentirme tan vacía, por ser una quejica que no supo levantarse lo suficiente, y por ser tan curiosa como para estar contigo sin recibir nada que una mirada fría.
—Te gusta todo lo que te hago. —Apretó uno de sus pechos tan fuerte que la hizo llorar—. No puedes sentirte vacía cuando yo te lleno todo lo que tú quieres. Eres importante para mí. Contrario a lo que pienses, a mí me encantas, nunca me había sentido tan cómodo con una mujer como lo he estado contigo, muñeca. Te vas a enamorar de mí, me encargaré de eso como me he encargado de todo lo referente a ti, no tienes por qué afanarte.
—Suéltame—gruñó molesta por el trato—. Estás loco, es eso—afirmó mirándolo con desprecio—. Lo que sientes es calentura porque hemos estado juntos mucho tiempo. No te interesa otra cosa que no sea poseer, subyugar y retener lo que deseas. Por alguna razón me protegí de ti, no dejé que manipularas mis emociones más allá de lo físico. Entiende de una vez que lo que hay entre nosotros es perecedero. Te estoy dando la opción de que continúes lejos de mí. —Joshua estaba perdido en el cuerpo de aquella mujer que sostenía por el cabello como si fuera un costal. La empotró a la pared, arrinconándola con su enorme cuerpo, manoseándola como quería, demostrándole que lo que tenían no se había acabado.
—Ya te dije—la zarandeó del cabello cuando ella intentó empujarlo—, las cosas se acaban cuando yo diga, y esto no se ha acabado para mí. —Se metió entre sus piernas, llevó sus labios a su cuello y comenzó a mordisquearlo. Chicago lloraba y suplicaba que se detuviera porque no lo deseaba así, pero Joshua estaba muy concentrado en lo que hacía. Sus pupilas dilatadas y la manera tan anormal en la que sudaba le indicó a Chicago algo que le produjo escalofríos.
— ¿Estás… estás drogado?—Preguntó en un hilo de voz al confirmar con la mirada que le dirigía Joshua que estaba en lo correcto.
—Que comes que adivinas. ¿Sabes? Es mejor así, porque las sensaciones aumentan hasta llevarte al límite. Eso deseo, llevarte al límite conmigo. Que me succiones todo, preciosa. Es más, quiero darte por el culito otra vez. Estabas tan sensible en esa parte que…no pude durar mucho, me apretabas demasiado. Esta vez será diferente, ya verás.
Chicago peleaba por sacárselo de encima, pero él era mucho más grande y la sostenía bastante bien. La manoseaba, la besuqueaba, la mordía y arañaba. Aquello era demasiado doloroso, casi llegando a lo traumático. No quería estar con él en esas condiciones, ni en ninguna otra. Le había dejado las cosas claras. Pensó que como un adulto lo aceptaría. Sin embargo estaba tratando con un adicto que abusaba de todo lo que se le pasara por el frente. Tomaba y botaba lo que quería y nadie lo detenía, porque era su forma de imponerse y hacerse notar. A pesar de que Chicago cayó en sus redes, no fue lo suficiente como para que le abriera su corazón, eso lo incomodaba de gran manera. Deseaba tenerla por completo, que se arrodillara frente a él como lo habían hecho muchas anteriormente. Sin embargo el tiro le salió por la culata y ella estaba luchando por alejarse de él. En realidad había pensado en hacerlo desde hace mucho, solo que no había encontrado el momento o mejor aún, las fuerzas para hacerlo. Ahora que las tuvo Joshua reaccionó mal, como un poseído por el demonio.
Pasaba sus labios duramente por su cuello, enterrándole los dientes como si fuera un vampiro. Chicago chilló de dolor y peleó con más fuerza, incluso intentó gritar pero Joshua la silencio con una cachetada que por poco le hace girar la cabeza. Cerró los ojos para no concentrarse en el escozor que recorría su mejilla. Mientras Joshua le subía la camisa, besándola desesperado por una reacción aprobatoria de su parte, pero no llegaban sino insultos y suplicas para que la soltara. Él gruñó enfadado por esa reacción y se volvió más implacable, más brusco, más desagradable.
Chicago estiró una mano hasta tomar una lámpara y se la estampó en la cabeza. Joshua se tambaleó a un lado aturdido por el golpe recibido. Chicago intento salir corriendo, pero al llegar a la puerta Joshua la agarró por la cintura y la tiró al piso. De su cabeza salía sangre, cosa que ignoró para centrarse en su víctima, que estaba llorando, aterrada por verlo tan imponente de pie frente a ella. La miraba con desprecio, profundamente herido por el rechazo de la única mujer que realmente le despertaba sentimientos contradictorios. No llevaba muy bien ese hecho, le ardía, le molestaba, porque había caído en ella por completo y no sabía cómo ganársela. Estaba enloquecido por su piel, sus labios, su forma de responder a sus toscos estímulos. Ella aceptaba eso de él porque su perversa curiosidad y despertar la llevaron a eso. Porque su razonamiento se fue a pique y las pocas personas que la conocían la apartaron, sobre todo sus padres, que estaban enfocados en Bianca, olvidando que tenían otra hija que también sufría y los necesitaba.
—Te gusta más rudo, ¿no? Te voy a enseñar como son las cosas conmigo a otro nivel. Tú te lo buscaste. —La levantó enredando su puño en su camisa gris y le atestó un puño directo a la mandíbula, Chicago escupió sangre mareada por el golpe. El pánico se apodero de ella, intento soltarse pero solo recibía la paliza más grande de su vida. Joshua estaba descontrolado, envuelto en una manta de furia por no poder manejar lo que se albergaba en su pecho. Aquello que no podía expresar porque siempre obtenía lo que quería. Con ese pensamiento pateó, golpeó, lastimó hasta casi deformarla. Como si fuera un mueble viejo la levantó, Chicago estaba al borde de la inconciencia, a duras penas respiraba y su rostro estaba cubierto de sangre. Lo veía borroso, con lágrimas acumuladas por sentirse impotente, débil, cansada por ser tan idiota y equivocarse dos veces con la misma persona.
Joshua la tiró en la cama, con la mirada desorbitada, sudando como si hubiera corrido una milla, los nudillos cubiertos de la sangre de Chicago. No le importaba verla tan maltrecha por sus salvajismo, de hecho pensó en que debía haberlo hecho desde hacía mucho tiempo para que cediera por completo a él.
—Me vas a querer como yo quiero. Vas a desearme como nunca. Me encargaré de eso. —Se bajó los pantalones, liberando su erección. Chicago que estaba al borde del colapso, derramó unas enormes gotas saladas. Joshua haría lo que se le diera la gana con ella. Ahí postrada, sin fuerza para resistirse a su violenta forma de ser. Perdió la esperanza de que alguien llegara a socorrerla.
Sin embargo, como ángeles caídos del cielo, su compañera de cuarto y su novio llegaron a la habitación. Al ver la escena el chico empujó a Joshua y lo golpeó, su compañera llamó a emergencias y la llevaron al hospital más cercano.
Chicago estuvo hospitalizada durante dos semanas, el desgraciado le había rotó tres costillas, magullado el rostro, el alma, el espíritu, había tomado todo para desecharla de una manera más horripilante que alguien pudiese imaginarse. La poca dignidad le fue arrebatada por ese animal poseído por la pasión por la impotencia de ver como aquella mujer con la que compartía su cuerpo no lo quería por completo.
Ella estuvo dispuesta a colocar la denuncia, pero el padre de Joshua se adelantó y lo sacó a regañadientes del país. A pesar de que la lastimó en su delirio quiso visitarla, cosa que sus padres— que por fin dieron señales de vida—, no permitieron. Su recuperación emocional se tardó lo suficiente para ver ese ser tan hermoso en aquella fiesta a la que se presentó porque se sentía aburrida. Los pensamientos del psicópata de Joshua la atormentaban, por lo que decidió salir a tomar aire, a despejar su mente, a sentirse viva por al menos cinco minutos. Esos que cambiaron su vida cuando lo vio. Destilaba tanta paz, ternura, inocencia, que se maldecía internamente por todos los errores que cometió. En ese pequeño instante supo donde quería estar. Entendió que a pesar de tantos traspiés, había encontrado a un ser excepcional, bastaba con mirarlo para comprender eso.
Así fue como le entregó su corazón a Daniel, se dejó llevar de la devoción que este sentía por ella, por su amabilidad, su timidez, su sencillez, por ser ese oasis en medio de tanta equivocación. Estaba enamorada de él, lo amaba con la fuerza de un tornado, con una entrega absoluta. Todo hasta que el tercero en discordia tomó lugar. Jasón, se hizo partícipe de todo su noviazgo a las malas. A pesar de que Chicago odiaba todo aquello que él representaba porque le recordaba a Joshua, Jasón tenía una forma de ser agradable. Era gracioso a su manera, amigable, un coqueto empedernido, un amante del sexo femenino, un loco por las carreras de automóviles, de hecho era fanático de rápido y furioso.
Desde el momento que la vio se sintió atraído por ella, siempre la quiso para él en secreto, pero no le haría semejante perrada a su amigo. Además Chicago nunca le daba señales de estar interesada en él. Al contrario, lo apartaba como si tuviera mal olor y se enfadaba por ser tan deslenguado. Aun así reconocía, muy a su pesar, que le gustaba que fuera amigo de Daniel. Cuando él estaba alrededor de su novio parecía más desinhibido, más confiado, en realidad era buena influencia.
Ahora todo había cambiado por la propuesta, se encontraba en una terrible encrucijada. Por un lado Jasón despertaba esa pasión dormida, de una forma lenta, atrayente, morbosa sin dejar su atractivo. Daniel era sereno, tranquilo, dulce y desinteresando, tanto como para poner en la mesa esa absurda idea que los tenía en un ciclo que no sabía si podía terminar. No obstante estaba decidido a hacer feliz a su esposa, a regalarle de una forma inusual algo que él no podía darle. Fue un poco cobarde al ocultarle eso a su futura esposa de su impotencia hasta llegar al momento de la verdad. Lógicamente que se enojó, pero luego quiso ayudarlo, solo que no había muchas esperanzas de que recuperara esa parte que era fundamental, por lo que prácticamente la entregó. Sin embargo su estúpida parte curiosa quiso hacerlo porque sorpresivamente se sentía atraída por el imbécil de Jasón. Deseaba que esa parte que sentía mutilada por tantas razones traumáticas despertara. Y despertó, con otras emociones que mantenía ocultas, cosa que la alteraba y la inquietaba de igual forma.