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Incluso los planes más cuidadosos pueden caer en el caos por una acción impetuosa de nuestros supuestos amos. ¿No es una ironía cuando dicen que los Danzarines Rostro somos inmovilistas y cambiadizos?
KHRONE, comunicado a la miríada de los Danzarines Rostro
Desde el interior del castillo reconstruido de Caladan, Khrone tiraba de las cuerdas, hacía su papel, movía sus piezas. La miríada de Danzarines Rostro había manipulado a los ixianos, a la Cofradía, a la CHOAM y a las Honoradas Matres rebeldes que aún gobernaban Tleilax. Ya habían alcanzado muchos hitos con sus éxitos. Khrone había viajado allá donde se le necesitaba, donde su presencia era requerida, pero siempre volvía con sus dos preciosos gholas. El barón y Paolo. El trabajo continuaba.
En Caladan, año tras año, el grupo de observadores mejorados mecánicamente enviaba informes regulares a los lejanos anciano y anciana. A pesar de su degeneración física, daban muestras de una irritante paciencia, y aun así seguían sin encontrar nada que criticarle. Los observadores a parches siempre le vigilaban, pero no le habían descubierto. Ni siquiera aquellos horripilantes espías lo sabían todo.
Khrone fue convocado desde la torre del castillo, y la llamada interrumpió su trabajo y su concentración. El Danzarín Rostro subió con dificultad la escalera de piedra para ver qué querían los espías. Cuando invocaban el nombre de sus amos no podía negarse… todavía no. Tenía que seguir manteniendo las apariencias un poco más, hasta que terminara aquella parte de su proyecto.
Khrone sabía que el anciano y la anciana eran conscientes de lo acertado de su plan alternativo. Dado que sus esfuerzos por encontrar la no-nave perdida no dejaban de fracasar, era lógico buscar otra forma de conseguir a su kwisatz haderach: el ghola de Paolo.
Pero ¿le concederían el tiempo que necesitaba para despertar al niño? Paolo solo tenía seis años, y aún faltaba un tiempo para que pudieran iniciar el proceso de despertar sus recuerdos, de saturarlo de especia y prepararlo para su destino. Los amos lejanos habían planteado sus exigencias y puesto sus plazos. De acuerdo con los parcos informes de los observadores a parches, el anciano y la anciana estaban listos para lanzar una inmensa flota a una conquista largamente esperada de «todo», tanto si el kwisatz haderach estaba listo como si no…
Los horripilantes emisarios le esperaban en lo alto de la torre, mudos y pétreos. Cuando Khrone llegó por fin a lo alto de la tortuosa escalera, los hombres se volvieron a mirarle con movimientos torpes.
Él se puso las manos en las caderas.
—Estáis retrasando mi trabajo.
La cabeza de uno de los emisarios se movía compulsivamente a un lado y a otro, como si sus neuronas estuvieran enviando impulsos contradictorios que hacían que los músculos del cuello y el hombro sufrieran espasmos.
—Este mensaje… no podemos entregar… entregar este mensaje… personalmente. —Cerró su mano huesuda en un puño. Las burbujas borboteaban por los tubos—. Entregar un mensaje.
—¿Qué es? —Khrone cruzó los brazos—. Tengo que completar mi trabajo para nuestros amos.
El líder de los emisarios abrió las manos y le indicó que avanzara. Los otros permanecieron inmóviles, grabando presumiblemente cada uno de sus movimientos. Khrone entró en la galería mientras aquellos engendros de rostro pálido reculaban hasta la pared. Frunció el ceño.
—¿Qué es esto…?
De pronto su visión se empañó por los bordes y las paredes de la torre se desdibujaron. A su alrededor la realidad cambió. Al principio Khrone vio el etéreo enrejado de la red, los hilos de taquiones conectados en una cadena infinita. Luego se encontró en otro lugar, en la simulación de una simulación.
Oía sonido de cascos, olía a estiércol, y oyó las ruedas de una carreta. Se volvió a la derecha y vio al anciano y la anciana sentados en un carro de madera tirado por una mula gris. La bestia avanzaba con una paciencia y un hastío infinitos. Nadie parecía tener prisa.
Khrone tuvo que dar un paso para seguir al carro, cargado de melones de paradan con la piel verde oliva moteada. Miró a su alrededor, tratando de comprender la metáfora de aquel mundo imaginario. A lo lejos, vio que el camino llevaba a unos abarrotados edificios geométricos que parecían moverse y fluir como un todo, una ciudad enorme que parecía viva. Las estructuras con ángulos perfectos eran como el diseño de un panel de circuitos.
El anciano estaba en un primer plano, sentado en el pescante junto a la anciana, sujetando con informalidad las riendas. Miró a Khrone.
—Tenemos noticias. Ese proyecto tuyo que tanto tiempo necesita ya no es relevante. No necesitamos a tu barón Harkonnen ni al ghola de Paul Atreides que has creado para nosotros.
La anciana intervino.
—En otras palabras, no tendremos que esperar a tu candidato a kwisatz haderach tantos años.
El hombre levantó las riendas y azuzó un poco a la mula, pero la bestia no hizo caso.
—Es hora de dejarse de juegos.
Khrone les seguía el paso.
—¿Qué queréis decir? Estoy tan cerca…
—Durante diecinueve años, nuestras sofisticadas redes no han conseguido atrapar la no-nave, pero hemos tenido suerte. Hemos puesto una trampa primitiva, y muy pronto la no-nave y su pasaje estarán bajo nuestro control. Tendremos lo que queríamos sin necesidad de recurrir a tu kwisatz haderach de repuesto. Tu plan es obsoleto.
Khrone rechinó los dientes, tratando de no parecer alarmado.
—¿Cómo habéis encontrado la nave después de tanto tiempo?
Mis Danzarines Rostro…
—La nave fue al planeta de nuestros adiestradores, y ahora los tenemos. —El anciano sonrió, mostrando sus dientes blancos y perfectos—. Estamos a punto de soltar la trampa.
La mujer se recostó en el pescante.
—Cuando tengamos la no-nave y sus pasajeros, tendremos bajo nuestro control lo que la profecía matemática dice que necesitamos. Todas nuestras proyecciones prescientes indican que el kwisatz haderach está a bordo. Durante Kralizec estará con nosotros.
—Nuestra enorme flota está a punto de lanzar una ofensiva a gran escala contra los mundos del Imperio Antiguo. Pronto todo habrá acabado. Llevamos tanto tiempo esperando… —El anciano volvió a sacudir las riendas, con aire satisfecho.
Los labios agrietados de la mujer se curvaron en una sonrisa de disculpa.
—Así pues, Khrone, tu costoso y largo plan, sencillamente, ya no es necesario.
Horrorizado, el Danzarín Rostro dio dos pasos para no quedarse atrás.
—¡Pero no podéis hacer eso! Ya he despertado los recuerdos del barón, y el ghola de Paolo es perfecto, es ideal para nuestros propósitos.
—Especulaciones. Ya no le necesitamos —repitió el anciano—. Cuando capturemos la no-nave, tendremos al kwisatz haderach.
Como si se tratara de un premio de consolación, la mujer estiró el brazo, escogió un paradan, el melón blando de Caladan, de la parte de atrás del carro y se lo dio a Khrone.
—Ha sido agradable trabajar contigo. Toma, un melón.
Él lo aceptó, confuso y turbado. El espejismo parpadeó y desapareció, y Khrone se encontró de nuevo en la torre. Sus manos seguían ahuecadas, sujetando un paradan inexistente.
Y estaba en el borde de la ventana de la alta torre, con los pies en el límite. Los cristales de plaz estaban abiertos, y un viento racheado le golpeaba el rostro. La caída era de vértigo, y terminaba en las rocas escarpadas de la zona intermareal, allá abajo. Medio paso y caería directo a la muerte.
Khrone agitó los brazos y cayó trastabillando hacia atrás con una embarazosa falta de gracia.
Los emisarios mejorados lo miraban fríamente desde un lado de la habitación. Con un considerable esfuerzo, Khrone mantuvo la compostura. Ni siquiera habló con aquellos monstruos hechos de parches, se limitó a salir.
No importa lo que hubieran dicho el anciano y la anciana, Khrone no abandonaría sus planes hasta que él hubiera terminado.