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Sospechar tu propia mortalidad es conocer el inicio del terror. Saber de forma irrefutable que eres mortal es el fin del terror.

Archivos Bene Gesserit, Manual de aprendizaje para acólitas

Aunque sus valquirias invictas viajaban hacia Tleilax, la madre comandante se sentía inquieta. Tleilax… las mujeres tleilaxu… las Honoradas Matres. Había tantas cosas que ahora cobraban sentido. Que las rameras hubieran destruido de forma tan inconsciente todos los planetas tleilaxu ya no era tan incomprensible.

Pero el entendimiento no llevó a la piedad. Los planes de la Nueva Hermandad no cambiarían. Había demasiado en juego, aquello sería la culminación de un conflicto agotador que impedía que se concentraran en prepararse para la batalla principal. El ataque desbaratado contra Casa Capitular, la destrucción de Richese, las insurgentes y los Danzarines Rostro en Gammu. Después de hoy, todo aquello habría pasado.

El inmenso carguero transportaba las tropas de Murbella y el material al último bastión de las rameras rebeldes. Cuando la nave de la Cofradía dejara salir a la vistosa flota de valquirias en las mismas naves de guerra que habían utilizado para atacar Buzzell y Gammu, desde luego el despliegue sería imponente. Sin embargo, por lo que sabía de la madre superiora Hellica, seguramente no bastaría con intimidarlas. Las valquirias estaban dispuestas a emplear tanta violencia como fuera necesaria; de hecho, lo estaban deseando.

El navegador Edrik insistió en guiar personalmente el carguero. Amparándose en la neutralidad habitual de la Cofradía Espacial, no participaría en combate, pero quería estar presente durante la toma de Bandalong. Murbella tenía la sensación de que la facción del navegador ganaría algo con aquello. ¿Estarían escondiendo algo en Tleilax? Aunque los navegadores y los administradores humanos habían negado categóricamente cualquier implicación, estaba claro que alguna nave tuvo que llevar los destructores de Hellica hasta Richese. Ella había dado por sentado que fue una nave de las Honoradas Matres, pero también podía haber sido un carguero de la Cofradía… como aquel.

En una cámara transparente, por encima de sus naves, el navegador flotaba en gas fresco de especia procedente de los stocks de Casa Capitular. Murbella no confiaba en él.

Aquella misma semana, una nave de suministros de la Cofradía de aspecto inocuo había enviado una transmisión en código con los planes de la Nueva Hermandad a Janess, que se ocultaba entre las Honoradas Matres. Ella y su grupo estaban bien camuflados, y los datos de inteligencia y la información que la joven envió dieron mucho que pensar a Murbella y le permitieron planificar el perfecto golpe de gracia. En colaboración con Kiria y las otras diez falsas Honoradas Matres, Janess lo había preparado todo para atacar los puntos más vulnerables mientras aquellas rameras confiadas miraban al cielo.

Pronto…

La nave gigantesca emergió del tejido espacial y entró en la órbita de Tleilax. La bashar Wikki Aztin ya tenía órdenes.

Desde el puente de navegación, Murbella contempló el planeta. Los continentes aún presentaban grandes cicatrices negras por la violencia con que las Honoradas Matres tomaron en su momento el planeta. Aquellas mujeres utilizaron armas terribles, pero en lugar de acabar de aniquilar definitivamente el principal planeta de los tleilaxu, prefirieron aplastar y conquistar lo que quedaba. Una venganza inconsciente en nombre de incontables generaciones de mujeres tleilaxu. Sin duda la madre superiora Hellica no conocía su propia historia, pero sabía muy bien lo que es el odio.

En las décadas que siguieron al ataque original, aquellas mujeres draconianas salvaron lo que parecía insalvable. Mientras Murbella estudiaba el terreno allá abajo, sus asesoras tácticas fueron encajando los detalles con los informes de inteligencia que Janess y sus espías habían enviado. La bashar Wikki estaría haciendo una última valoración, formulando los planes para el ataque principal y ultimando los detalles.

Sin duda las rameras habrían detectado la presencia del carguero, cuya llegada no estaba programada. Cuando Murbella dio la señal, más de sesenta naves de ataque de Casa Capitular salieron de la gran cámara de carga y quedaron en espera en ordenados escuadrones, como peces piloto rodeando un gran tiburón. Al ver aquella fuerza militar las Honoradas Matres no tendrían ninguna duda sobre las intenciones de los recién llegados.

Su oficial de comunicaciones activó el interruptor de transmisión.

—La madre comandante Murbella de la Nueva Hermandad desea hablar con Hellica.

Una mujer contestó con tono desafiante.

—Os referís a la Madre Superiora. Ya aprenderéis a mostrarle el debido respeto.

—Vosotras también. —La voz de Murbella estaba infundida de autoridad y confianza—. He venido para facilitar vuestra rendición.

La mujer parecía indignada, pero momentos después otra voz se hizo con el mando.

—Palabras osadas de alguien que me consta que es débil.

—Nosotras hemos aniquilado planetas enteros. ¡Un carguero y un puñado de naves no nos asustan!

—¿No? ¿Incluso si llevamos algunas de las armas que utilizasteis para calcinar Richese?

—Nosotras tampoco estamos precisamente desarmadas —replicó Hellica—. Sigo sin creer en la necesidad de rendirnos.

En lugar de amedrentarse, Murbella se sintió más segura. Si Hellica realmente hubiera tenido esas defensas, habría atacado de forma preventiva en lugar de amenazarlas.

—Tu bravuconería me aburre, Hellica. Sabes muy bien que las otras rebeldes o se han unido a la Nueva Hermandad o han sido aniquiladas. Tu causa está perdida. Deberíamos buscar otra solución. Encontrémonos, cara a cara.

La Madre Superiora profirió una risa quebradiza.

—Sí, me reuniré contigo, aunque solo sea para demostrarte tu debilidad. —Murbella sabía perfectamente cómo pensaban las Honoradas Matres: para ellas la costumbre de negociar de las Bene Gesserit no era más que un defecto. Hellica aprovecharía cualquier ocasión y seguramente intentaría asesinarla, pensando que podía asumir el control de la Nueva Hermandad. Murbella ya contaba con ello.

—Bien. Bajaré a Bandalong con mi escolta de sesenta naves. Juntas encontraremos una solución.

—Baja si te atreves. —La Madre Superiora cortó la transmisión. Murbella casi pudo oír el sonido de la trampa al cerrarse.

Anteriormente, la madre comandante había considerado la posibilidad de capturar a la aspirante a reina con vida y aceptarla en la Nueva Hermandad como aliada. Niyela, de Gammu, había preferido suicidarse antes que convertirse… no había sido una gran pérdida. Pero tras la espantosa destrucción de Richese, Murbella había comprendido que capturar a Hellica sería como llevar una bomba de relojería a Casa Capitular. La Madre Superiora debía morir. Duncan jamás habría cometido un error táctico tan absurdo.

Murbella subió a una de las naves de sus valquirias e iniciaron el descenso a Bandalong. Aquel contingente había bastado para conquistar Buzzell y Gammu en un impresionante despliegue de fuerza, pero no abrumador. La Madre Superiora daría por sentado que sus seguidoras podían derrotarlas.

Si no quieres que tu oponente vea la daga que escondes, asegúrate de llevar bien visible un arma grande y de aspecto mortífero.

Sus naves se acercaron al palacio.