24
Todos llevamos una bestia en nuestro interior, hambrienta y agresiva. Algunos podemos alimentarla y controlar al predador, pero cuando se suelta es impredecible.
REVERENDA MADRE SHEEANA, cuadernos de navegación del Ítaca
Sheeana caminaba sola por corredores aislados y silenciosos, meditando en sus obligaciones y sus dilemas. Ahora que habían tomado una decisión sobre el programa de resurrección de los gholas, la larga espera había empezado. Después de un año y medio de preparativos, otros tres tanques axlotl estaban listos, sumando un total de cinco. El primero de los preciosos embriones ya se estaba gestando en una de las matrices ampliadas. Pronto, las figuras casi míticas de la historia habrían vuelto.
El maestro tleilaxu Scytale atendía cuidadosamente los tanques, totalmente decidido a conseguir que los primeros salieran perfectos para que Sheeana le permitiera crear un ghola de sí mismo. Dado que aquel hombrecito tenía mucho que ganar con el éxito del proyecto, Sheeana confiaba en él… de momento, y solo hasta cierto punto.
Nadie sabía lo que el Enemigo quería, ni por qué estaban tan interesados en aquella no-nave concreta. «Para combatir al enemigo, primero debes comprenderle», había escrito en una ocasión la primera encarnación del bashar Miles Teg. Y ella pensó: No sabemos nada de este anciano y esta anciana que solo Duncan puede ver. ¿A quién representan? ¿Qué quieren?
Sheeana siguió recorriendo las cubiertas inferiores, preocupada. Durante los años que llevaban en el Ítaca, Duncan había mantenido una angustiosa vigilancia, atento a cualquier señal de la red del Enemigo, que siempre buscaba. La nave se había mantenido a salvo desde que escaparon por poco hacía más de dos años. Sí, después de todo, puede que ella y el resto del pasaje estuvieran a salvo.
Puede.
Los meses iban pasando sin una amenaza abierta, y con frecuencia Sheeana tenía que recordarse que no hay que dejarse llevar por la complacencia, por la tendencia natural a relajarse. Gracias a las lecciones de las Otras Memorias, sobre todo de su linaje Atreides, sabía de los peligros de bajar la guardia.
Los sentidos de una Bene Gesserit debían estar siempre despiertos a la señal de cualquier peligro sutil. Sheeana se detuvo en mitad de un paso en un corredor aislado. Se quedó petrificada, porque su olfato captó algo, un olor animal que no cuadraba con la atmósfera procesada de aquellos pasillos. Y estaba mezclado con un olor metálico.
Sangre.
Un instinto primario le dijo que la estaban observando, o incluso puede que acechándola. La mirada invisible quemaba su piel como una pistola láser. El vello de detrás del cuello se le erizó. Sheeana comprendió que estaba en una situación delicada y se movió muy despacio, extendiendo las manos y los dedos… en parte en un gesto tranquilizador, pero también en preparación para un combate cuerpo a cuerpo.
Los pasillos tortuosos de la no-nave eran lo bastante amplios para permitir la maniobrabilidad de maquinaria pesada, como los tanques de los navegadores de la Cofradía. La nave había sido construida durante la Dispersión, y buena parte del diseño respondía a necesidades y presiones que ya no importaban. Por encima de su cabeza, las riostras de soporte se curvaban como las costillas de una inmensa bestia prehistórica. Los pasadizos adjuntos se unían en ángulo. Las cámaras de almacenaje y los camarotes desocupados estaban a oscuras, y la mayoría de las puertas de las principales áreas para el pasaje estaban cerradas, pero no con llave. A bordo solo estaban los refugiados, así que las Bene Gesserit no sentían la necesidad de asegurar las puertas.
Pero allí había algo. Algo peligroso.
En la cabeza de Sheeana, las voces de su pasado le decían que tuviera cuidado, y luego se replegaron al necesario silencio para dejar que se concentrara. Ella olfateó el aire, avanzó dos pasos y se detuvo, porque la sensación de peligro se hizo más acuciante. ¡El peligro está aquí!
La puerta de una de las salas de almacenaje estaba a oscuras, casi cerrada, pero no del todo. Había una pequeña rendija abierta, suficiente para poder espiar desde dentro a quien pasara.
¡Ahí! Sí, el olor de la sangre venía de allí, y un olor animal, rancio, a almizcle. Estaba demasiado concentrada en su descubrimiento para disimular.
La puerta se abrió de golpe y ante ella vio a una dinamo musculosa, desnuda, con la piel clara recubierta de un vello rojizo y una boca amplia para acomodar los gruesos y afilados colmillos. Bajo la piel, los músculos estaban tan tensos como hilo shiga. ¡Uno de los futar! Sus garras y los labios oscuros estaban manchados de sangre fresca.
—¡Basta! —espetó Sheeana, empleando toda la fuerza de la Voz en una sola palabra.
El futar se quedó paralizado, como si llevara un collar al cuello y acabaran de darle un tirón. Sheeana permaneció inmóvil bajo la intensa luz del pasillo, con gesto no amenazador. La criatura la miraba rabiosa, mostrando sus largos dientes. Ella volvió a utilizar la Voz, aunque era consciente de que quizá aquellas criaturas habían sido creadas con capacidad para resistirse a las capacidades de las Bene Gesserit. Y se maldijo por no haber dedicado más tiempo a estudiarlas para comprender mejor sus motivaciones y sus puntos débiles.
—No me hagas daño.
El futar seguía en posición de ataque, como una bomba a punto de estallar.
—¿Eres adiestrador? —Se sorbió los mocos—. ¡Tú no adiestrador!
En la sala oscura de almacenaje que el futar había elegido para cobijarse, Sheeana atisbo un destello de carne y ropas negras desgarradas. Vio unos dedos claros curvados hacia el techo, en el reposo de la muerte. ¿Quién era?
Hasta aquel momento, los cuatro futar cautivos se habían mostrado hoscos e inquietos, pero no habían tenido comportamientos asesinos. Ni siquiera habían matado a las Honoradas Matres que los tuvieron presos —su presa natural—, porque según parece no actuaban si no tenían instrucciones de sus amos. Los adiestradores. Y sin embargo, después del maltrato que sufrieron a manos de las Honoradas Matres y de haber permanecido años prisioneros en la no-nave, ¿es posible que estuvieran cambiando? Incluso el adiestramiento más riguroso podía desdibujarse y dar pie a «accidentes».
Sheeana se concentró en su adversario y se obligó a no ver a aquella criatura como algo inestable o quebrantado. ¡No le subestimes! De momento, no podía perder el tiempo pensando cómo había escapado de su celda de alta seguridad. ¿Estarían los cuatro vagando por los pasillos o sería aquél el único?
Con mucho cuidado, Sheeana alzó el mentón y volvió la cabeza a un lado, dejando la garganta al descubierto. Cualquier predador habría entendido enseguida aquel gesto universal de sumisión. La necesidad del futar de dominar, de ser el líder de la manada, exigía que lo aceptara.
—Eres un futar —dijo Sheeana—. No soy una de tus adiestradoras.
Él se acercó a rastras, para olfatearla.
—Tampoco soy una Honorada Matre.
Él lanzó un aullido bajo y burbujeante, una muestra del odio que sentía por las rameras que les habían esclavizado a él y los suyos. Pero las hermanas Bene Gesserit eran algo totalmente distinto. Y aun así había matado a una.
—Ahora nosotros os cuidamos. Os damos comida.
—Comida. —El futar se lamió la sangre de sus labios oscuros.
—Nos pedisteis asilo en Gammu. Nosotras os rescatamos de las Honoradas Matres.
—Mujeres malas.
—Nosotras no somos malas. —Sheeana permanecía inmóvil, con expresión pacífica, haciendo frente al peligro que acechaba en la figura del futar. De niña, se había enfrentado a un gusano de arena gigante y le gritó, sin pensar en el peligro. Sí, ella podía hacerlo. Habló con una voz lo más tranquilizadora posible.
—Soy Sheeana. —Su voz era cantarina, susurrante—. ¿Tienes un nombre?
La criatura gruñó… o al menos eso le pareció a Sheeana. Y entonces se dio cuenta de que aquel ronroneo de su laringe en realidad era su nombre.
—Hrrm.
—Hrrm. ¿Te acuerdas de cuando llegaste a esta no-nave, cuando huisteis de las Honoradas Matres? Nos pedisteis que os lleváramos con nosotras.
—¡Mujeres malas! —repitió el futar.
—Sí, y nosotras os salvamos. —Sheeana se acercó. Aunque no estaba muy segura de la eficacia de aquello, manipuló su química corporal para acentuar su olor, tratando de imitar algunos de los distintivos que producían las glándulas de almizcle del futar. Quería asegurarse de que al olería percibía a una hembra, no una amenaza. Alguien a quien había que proteger, no atacar. También se aseguró de no despedir ningún olor que transmitiera miedo, para que no la viera como una presa.
—No tendrías que haber huido de tu habitación.
—Quiero adiestradores. Quiero casa. —Con una expresión anhelante en sus ojos fieros, Hrrm lanzó una mirada a la sala de almacenamiento que tenía a su espalda, donde el cuerpo de la hermana yacía despedazado en el suelo. Sheeana se preguntó cuánto tiempo llevaría alimentándose de él.
—Debo llevarte con los otros futar. Tenéis que estar juntos. Nosotras os protegemos. Somos vuestras amigas. No debéis hacernos daño.
Hrrm gruñó. Y entonces, aprovechando la ocasión, Sheeana estiró el brazo y tocó su hombro velludo. El futar se puso rígido, pero ella lo acarició con cuidado, buscando los centros del placer en sus nervios intensos. Aunque aquellas atenciones le chocaban, Hrrm no se apartó. Las manos de Sheeana subieron, moviéndose con suavidad, y le acarició el cuello, luego detrás de las orejas. El gruñido receloso del futar se convirtió en algo muy parecido a un ronroneo.
—Somos vuestras amigas —insistió ella, con apenas un toque de la Voz, solo para reforzar sus palabras—. No debéis hacernos daño. —Y miró con expresión significativa a la cámara donde yacía la hermana.
Hrrm se puso tenso.
—Yo mata.
—No deberías haberlo hecho. No era una Honorada Matre. Era una de mis hermanas. Tu amiga.
—Los futar no mata amigos.
Sheeana volvió a acariciarle, y el vello del cuerpo de la bestia se erizó. Empezó a avanzar con él por el pasillo.
—Nosotras os damos de comer. No tenéis necesidad de matar.
—Mata Honoradas Matres.
—No hay Honoradas Matres en esta nave. Nosotras también las odiamos.
—Necesita caza. Necesita adiestradores.
—En estos momentos no podéis tener ninguna de las dos cosas.
—¿Otro día? —Hrrm parecía esperanzado.
—Otro día. —Era lo único que Sheeana podía prometer.
Se lo llevó lejos de la Bene Gesserit muerta, deseando que no se encontraran a nadie en el camino de vuelta a las celdas, ninguna otra víctima potencial. Su control sobre la criatura era muy endeble. Si alguien le asustaba, es posible que atacara.
Utilizó pasillos secundarios y ascensores de servicio que pocos utilizaban, hasta que llegaron al nivel de las mazmorras. El futar parecía desconsolado, reacio a volver a su celda, y ella lo compadeció por aquel encierro sin fin. Como el de los siete gusanos de la cubierta de carga.
Cuando llegaron a la puerta, vio que un circuito menor de seguridad había fallado después de años. En un primer momento temió que hubiera algún problema en el sistema y que todos los futar hubieran escapado. En cambio, aquello era algo sin importancia, resultado de un mal servicio de mantenimiento. Un accidente de una vieja nave.
Un año antes, hubo otro problema relacionado con el sistema de reciclaje del agua, y una tubería corroída provocó la inundación de un pasillo. También habían tenido repetidos problemas con las cubas de algas que utilizaban para producir oxígeno y alimentos. El mantenimiento empezaba a descuidarse. Complacencia.
Sheeana dominó su ira; no quería que Hrrm la oliera. Las Bene Gesserit vivían en un peligro continuo pero intangible, aunque ese peligro ya no parecía tan inmediato. A partir de ahora tendría que imponer una disciplina más estricta. ¡Un error como aquel podía haber acabado en desastre!
Hrrm entró en la cámara de confinamiento con aspecto triste y derrotado.
—Debes permanecer ahí —dijo Sheeana, tratando de sonar animosa—. Solo un poco más.
—Quiere mi casa —dijo Hrrm.
—Intentaré encontrar tu casa. Pero de momento debo manteneros a salvo.
Hrrm fue hasta el extremo más alejado de la celda y se acuclilló. Los otros futar se acercaron a los barrotes de sus celdas para mirar, con ojos curiosos y hambrientos.
Asegurar el mecanismo de la puerta fue fácil. Ahora todos estarían a salvo, los futar y las Bene Gesserit. Sin embargo, Sheeana temía por ellos. Llevaban demasiado tiempo errando sin un rumbo fijo en la no-nave, sin un objetivo.
Y eso tenía que cambiar. Quizá el nacimiento de los nuevos gholas les daría lo que necesitaban.