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La podredumbre de dentro se extiende siempre al exterior.

Proverbio sufí

—Hay un momento para las conversaciones y un momento para la violencia. Este no es momento para hablar. —Murbella había convocado a Janess y a Kiria, una antigua Honorada Matre, para que la acompañaran en la torre más alta de Central. Después de la destrucción de Richese, su ira era tan grande que incluso ahogaba las voces de las Otras Memorias—. Tenemos que cortar la cabeza del monstruo.

Se habían destruido tantas armas importantes, una flota gigantesca y armada que casi estaba terminada, todo aquel potencial para defender a la humanidad… ¡y todo arruinado por culpa de aquella ramera de Hellica! Aparte de los cargamentos de armas que ya habían recibido, Murbella no tenía nada que compensara todos aquellos años de pagos a Richese.

En Casa Capitular la mañana era nublada, aunque las nubes se debían a las tormentas de polvo, no a la lluvia. Un frente frío había llegado. Caprichos del clima de un ecosistema en los estertores de la muerte. Allí abajo, en el campo de prácticas, las valquirias vestían hábitos negros con capuchas y guantes para protegerse del viento penetrante, aunque las Reverendas Madres podían manipular su metabolismo para soportar temperaturas extremas. Los enfrentamientos entre ellas eran impresionantes, porque se entregaban a la lucha con abandono. Todas habían oído la noticia de la destrucción de Richese.

—Tleilax es nuestro último objetivo —dijo Kiria—. Tendríamos que actuar sin dilación. Golpear ahora, sin piedad.

Janess se mostraba más cauta.

—No podemos permitirnos nada que no sea una victoria absoluta. Tleilax es el enclave más poderoso que les queda, el lugar donde las rameras están más protegidas.

Murbella adoptó una expresión reservada.

—Por eso precisamente utilizaremos una táctica distinta. Necesito que vosotras dos me despejéis el camino.

—Pero destruiremos Tleilax, ¿verdad? —Kiria estaba obsesionada con la idea.

—No, lo conquistaremos. —La brisa cortante soplaba ahora más fuerte—. Pienso matar a la madre superiora Hellica personalmente, y las valquirias eliminarán al resto de rameras rebeldes. De una vez por todas.

Murbella habría querido tranquilizarlas diciendo que la Nueva Hermandad podría conseguir nuevas armas, nuevas naves, pero ¿dónde? Y ¿cómo afrontar un desembolso tan grande cuando casi estaban en bancarrota y habían ampliado su crédito a unos extremos impensables?

Lo que había que hacer estaba muy claro. Incrementar la recolección de especia en la franja desértica de Casa Capitular y ofrecerla a la voraz Cofradía, cosa que los convencería para que cooperaran en el plan global de la Hermandad para defender a la humanidad. Si satisfacía su sed insaciable de melange, la Cofradía la ayudaría de buena gana a montar una operación militar eficaz. Un precio bien pequeño.

—¿Cuál es vuestro plan, madre comandante? —preguntó Janess.

Murbella se volvió a mirar el rostro severo de su hija y a la temeraria Kiria.

—Vosotras dos bajaréis secretamente a Tleilax con un grupo de valquirias. Vestíos como Honoradas Matres y moveos entre ellas, y descubrid sus puntos débiles. Os doy tres semanas para que descubráis cómo destruir al enemigo desde dentro. Necesito que estéis preparadas para cuando lance el ataque a gran escala.

—¿Queréis que me haga pasar por una de las rameras? —­preguntó Janess.

Kiria suspiró.

—Para nosotras será fácil. Ninguna Honorada Matre podría caminar entre nosotras sin que la descubriéramos, pero lo contrario sí es posible. —Le dedicó una sonrisa descomunal a Janess—. Yo te enseñaré cómo hacerlo.

La otra joven ya estaba calibrando las diferentes posibilidades.

—Si actuamos secretamente entre ellas, podemos colocar explosivos en puntos estratégicos, sabotear sus defensas y transmitir planes codificados con los detalles sobre Bandalong. Podemos provocar el caos en el momento decisivo…

Kiria la interrumpió.

—Os despejaremos el camino, madre comandante. —Y dobló sus dedos como garras, ansiosa por volver a probar la sangre—. Estoy impaciente.

Murbella miraba a lo lejos. Cuando se hubieran asegurado Tleilax, la Nueva Hermandad, la Cofradía Espacial y los otros aliados de la humanidad podrían hacer frente al verdadero Enemigo. Si hemos de ser destruidos, que sea a manos de nuestro verdadero enemigo, no con un puñal clavado en la espalda.

—Quiero que venga un representante de la Cofradía enseguida. Tengo una propuesta que hacer.