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El cuerpo humano puede lograr muchas cosas, pero quizá su función más importante sea la de actuar como mecanismo de almacenaje de la información genética de la especie.
MAESTRO TLEILAXU WAFF, en una reunión kehl sobre el proyecto del ghola de Duncan Idaho
Su hijo ghola era él mismo… o lo sería, cuando despertaran los recuerdos que llevaba en su interior. Pero eso no pasaría hasta dentro de unos años. Scytale esperaba que su cuerpo envejecido aguantara hasta entonces.
Todo lo que el maestro tleilaxu había experimentado y aprendido en incontables vidas secuenciales estaba guardado en su memoria genética y reflejado en el mismo ADN que se había utilizado para crear al duplicado de cinco años que en aquellos momentos tenía delante. En realidad aquello era un clon, no un verdadero ghola, porque las células de muestra se habían tomado de un donante vivo.
El predecesor del niño no estaba muerto. Todavía.
Pero el viejo Scytale notaba que su cuerpo degeneraba con rapidez. Un maestro tleilaxu no debía temer a la muerte. Hacía milenios que aquello había dejado de ser una posibilidad real para ellos, desde que su raza descubrió una forma de inmortalidad a través de la reencarnación ghola. Aunque el niño-ghola hacía progresos, seguía siendo demasiado pequeño.
Año tras año, la muerte se había ido extendiendo inexorablemente por su organismo, y sus funciones corporales eran cada vez más deficientes. Obsolescencia planificada. Durante miles de años, la élite masheij de su raza se había reunido en consejos secretos, pero jamás habrían imaginado que se enfrentarían a un holocausto como el que se avecinaba… que Scytale se enfrentaría a él, puesto que era el último maestro vivo.
Siendo realistas, tampoco tenía muy claro que solo pudiera hacer nada. De haber tenido acceso ilimitado a los tanques axlotl podría haber restaurado a otros maestros, los verdaderos genios de su raza. En su cápsula de nulentropía también habían guardado células de los miembros del último consejo tleilaxu, pero las Bene Gesserit no permitían que creara gholas de esos hombres. De hecho, tras el alboroto que hubo en torno a la figura del bebé Leto II y la ominosa visión que Sheeana decía haber tenido a través de las Otras Memorias, las brujas habían interrumpido el programa de los ghola, «temporalmente».
Al menos aquellas powindah le habían permitido crear por fin a su hijo, una copia de sí mismo. Así que, después de todo, quizá su persona tendría continuidad.
En aquellos momentos el niño estaba con él en la zona de la nave que antes era su prisión. Cuando Scytale reveló su último secreto, las restricciones a las que estaba sometido se suavizaron, y ahora podía moverse por donde quería. Podía observar a los otros ocho gholas mientras las Bene Gesserit les sometían al entrenamiento que consideraban necesario. Garimi, la Supervisora Mayor, que aceptó a desgana la responsabilidad de velar por los jóvenes gholas, se había ofrecido a educar también a su hijo, pero Scytale rechazó la oferta; no quería que se lo contaminaran.
El maestro tleilaxu enseñaba a su hijo en privado para prepararle para su gran responsabilidad. Antes de morir, tenía que pasarle una gran cantidad de información, en su mayoría secreta.
Le habría gustado tener la capacidad de las brujas de compartir sus recuerdos. «Descarga de datos humana», así es como él lo llamaba. Si pudiera despertar a su hijo de ese modo…, pero la Hermandad tenía bien guardado su secreto. Ningún tleilaxu había sido jamás capaz de descubrir el método, y la información no estaba en venta. Las brujas decían que era una capacidad que tenían como mujeres, que ningún varón podría adquirirla jamás. ¡Ridículo! Los tleilaxu sabían, y además lo habían demostrado, que las mujeres eran tan insignificantes como el color de una pared. No eran más que un recipiente biológico para producir hijos, y para eso no hacía falta un cerebro consciente.
Solo, Scytale afrontó el desafío de enseñar al niño los rituales y ceremonias de purificación más sagrados. Aunque hablaba entre susurros y silbidos, utilizando un lenguaje secreto que en teoría solo conocían los maestros, tenía miedo de que las brujas le entendieran.
Años atrás, Odrade había tratado de engatusarle hablándole en aquel antiguo lenguaje, para demostrarle que podía confiar en ella. Pero lo que él entendió es que nunca debía subestimar las artimañas de aquellas mujeres. Tenía la sospecha de que habían instalado sistemas de escucha en sus alojamientos, y ninguna powindah debía escuchar los profundos misterios.
La desesperación hacía que se sintiera cada vez más arrinconado. Su cuerpo se moría, y aquel niño era su única posibilidad. Si no se arriesgaba a que oyeran algunas de sus palabras, es posible que los secretos sagrados murieran con él. Un saber extraordinario, perdido para siempre. ¿Qué era peor, descubrirse o extinguirse?
Scytale se inclinó hacia delante.
—Llevas una pesada carga. Pocos en nuestra gloriosa historia han tenido una responsabilidad tan grande. Eres la única esperanza de la raza tleilaxu, y mi esperanza personal.
El niño parecía intimidado y a la vez impaciente.
—¿Cómo voy a hacerlo, padre?
—Yo te enseñaré —dijo Scytale en galach, antes de volver al antiguo lenguaje. El niño había demostrado una aptitud excepcional para aprenderlo—. Te explicaré muchas cosas, pero solo es una preparación, una base para que comprendas. Una vez restaure tus recuerdos, lo sabrás todo de forma intuitiva.
—Pero ¿cómo restaurarás mis recuerdos? ¿Me dolerá?
—No hay agonía más grande, ni satisfacción más grande. No se puede describir con palabras.
El niño respondió con premura.
—La esencia del s’tori está en aceptar nuestra incapacidad de saber.
—Sí. Debes aceptar tu incapacidad de comprender y tu importancia como persona para preservar la clave a ese conocimiento. —El viejo Scytale se recostó en su cojín. El niño ya era casi tan alto como él—. Escucha mientras te hablo de Bandalong, la hermosa ciudad santa del sagrado Tleilax, la ciudad perdida donde se fundó nuestra Gran Creencia.
Y pasó a hablarle de las gloriosas torres y minaretes, de las cámaras secretas donde tenían a las hembras fértiles para producir la prole deseada, mientras otras eran transformadas en tanques axlotl para las diferentes necesidades de los laboratorios. Le habló de cómo los maestros del Consejo habían preservado la Gran Creencia durante miles de años. De cómo los astutos tleilaxu habían engañado a los perversos extranjeros fingiendo que eran débiles y avariciosos para que los subestimaran y pudieran cosechar con el tiempo las semillas de la victoria.
Su hijo ghola lo absorbía todo, un público extasiado ante un gran narrador.
El viejo Scytale tenía que despertar los recuerdos de su duplicado lo antes posible. Era una carrera contrarreloj. La piel del maestro ya empezaba a mostrar manchas, y sus manos y sus piernas temblaban de manera notable. ¡Si tuviera más tiempo!
El niño se movió inquieto.
—¡Tengo hambre! ¿Cuándo comemos?
—¡No podemos hacer ningún descanso! Debes asimilar cuanto sea posible.
El niño dio un suspiro, apoyó su mentón pequeño y afilado en las manos y puso toda su atención en el maestro. Scytale habló de nuevo, pero esta vez más deprisa.