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Sé quién fui. Los registros históricos son muy claros respecto a los hechos. Sin embargo, la pregunta es… ¿quién soy?

PAUL ATREIDES, sesiones de adiestramiento en la no-nave

Desde el exterior de la cámara de instrucción, observando a través de una ventana de espíaplaz, Duncan se sentía como si estuviera mirando al pasado. Los ocho niños, de edades e importancia histórica diferentes, eran alumnos aplicados y seguían su instrucción diaria con diferente grado de inquietud, intimidación y fascinación.

Paul Atreides era un año mayor que su «madre», su hijo Leto II era un pequeño precoz que aún gateaba, y su padre el duque Leto aún no había nacido. Una cosa está clara: en la historia nunca ha habido una familia como esta. ¿Cómo se enfrentarían a aquella situación tan peculiar cuando restauraran sus recuerdos?

Casi a diario, la supervisora mayor Garimi sometía a los jóvenes gholas a un régimen bien estructurado de entrenamiento prana-bindu, ejercicio físico y desafíos de agudeza mental. Las Bene Gesserit llevaban milenios moldeando a sus acólitas, y Garimi sabía muy bien lo que hacía. No le gustaba estar al cargo de los niños-ghola, pero aceptaba su misión y sabía que si algo le pasaba a alguno de ellos el castigo sería peor. Con un entrenamiento físico y unos métodos de estimulación mental tan exhaustivos, aquellos niños se habían desarrollado de forma precoz, y eran más maduros e inteligentes que otros de la misma edad.

Ese día, Garimi había metido al grupo en un enorme falso solario, con material y un trabajo concreto. Aunque Duncan los observaba en secreto, no parecía que hubiera nadie con ellos. La cámara estaba bañada por una luz cálida y dorada, supuestamente de un espectro similar al del sol de Arrakis. El techo liso proyectaba un cielo azul artificial, y sobre el suelo se había extendido una capa de arena procedente de la cámara de carga. La idea era sugerir el recuerdo de Dune, sin la dureza de su realidad.

El lugar perfecto para el trabajo de ese día.

Con ayuda de bloques de sensiplaz neutro, moldeadores y cuadrículas históricas, se esperaba que los niños-ghola realizaran un ambicioso proyecto. Levantar un modelo exacto del Gran Palacio de Arrakeen, construido por el emperador Muad’Dib durante su violento reinado.

Los archivos del Ítaca contenían gran cantidad de imágenes, descripciones, folletos para turistas y planos con frecuencia contradictorios. De su segunda vida, Duncan recordaba que el verdadero Gran Palacio tenía muchos pasadizos y habitaciones secretas, lo que hacía necesarios unos mapas alternativos.

Paul se inclinó para recoger un guante moldeador y lo miró con escepticismo. Probando sus capacidades, empezó a extender el material informe en una capa delgada pero firme: los cimientos de su palacio. Los otros niños distribuyeron los bloques de sensiplaz en bruto; los almacenes de la no-nave siempre podían proporcionar más.

En sesiones anteriores, los gholas habían estudiado los sumarios biográficos de sus predecesores históricos. Leían y releían sus propias historias, familiarizándose con los detalles disponibles, mientras buscaban en sus mentes y sus corazones tratando de comprender lo que no estaba documentado, los motivos y las influencias que los habían empujado en cada ocasión.

Si empezaban de cero ¿alguno de aquellos vástagos celulares volvería a hacer lo mismo que en el pasado? Desde luego, estaban recibiendo una educación diferente.

Aquellos niños eran como actores aprendiéndose su papel en una obra con un reparto enorme. Ya estaban empezando a entablar amistades y alianzas. Stilgar y Liet-Kynes ya daban muestras de amistad. Paul se sentaba junto a Chani, mientras que Jessica estaba sola, sin su duque; el hijo de Paul, Leto II echaba en falta a su gemela, y también iba camino de convertirse en un solitario.

El pequeño Leto II debería tener a su gemela. No estaba destinado a convertirse en un monstruo, pero sin Ghani, seguramente sería más vulnerable. Un día, después de estar observando al niño silencioso, Duncan se presentó ante Sheeana exigiendo respuestas.

Sí, las células de Ghanima estaban en la reserva de Scytale, pero por los motivos que fueran las Bene Gesserit no la habían querido desarrollar en los nuevos tanques axlotl. «No esta vez», habían dicho. Por supuesto, siempre podían hacerlo más adelante, pero Leto II quedaría separado por años de una persona que tendría que ser su gemela, su otra mitad. A Duncan le apenaba que tuviera que pasar innecesariamente por aquel trauma.

Unidos por su pasado común, además de sus instintos, Paul y Chani, que tenía seis años, se habían sentado juntos. Él se acuclilló y estudió la distribución. Una proyección holográfica brillaba en el aire, con muchos más detalles de los que necesitaba. El niño se concentró en las paredes maestras, la parte más importante de aquel complejo, la estructura más grande construida jamás por el hombre.

Duncan sabía que la tarea que Garimi había puesto a los niños tenía diferentes objetivos, algunos artísticos, otros prácticos. Al hacer un modelo a escala del Gran Palacio de Muad’Dib, aquellos gholas estarían tocando la historia. «Las sensaciones táctiles y los estímulos visuales evocan una comprensión distinta a la de las simples palabras y registros archivados», había explicado. La mayoría de los gholas habían estado en el palacio auténtico en sus vidas anteriores; quizá la réplica alimentaría sus recuerdos internos.

Aunque era demasiado pequeño para ayudar, Leto II andaba torpemente arriba y abajo y observaba con fascinación. Ya había pasado un año desde que Garimi y Stuka trataron de matarlo en la guardería. Era un niño plácido y despierto, hablaba poco, pero demostraba un nivel de inteligencia que asustaba, y parecía asimilar todo cuanto sucedía a su alrededor.

El pequeño se sentó en el suelo arenoso y se puso a mecerse ante la proyección de la entrada principal del palacio, sujetándose las rodillas. Parecía comprender ciertas cosas igual que los otros, puede que incluso mejor.

Thufir Hawat, Stilgar y Liet-Kynes trabajaban juntos levantando los muros exteriores de la fortaleza. Reían y jugaban, porque veían aquello más como un juego que como una lección. Desde que leyó la heroica biografía de su vida anterior, Thufir había desarrollado una personalidad más temeraria.

—Ojalá encontráramos al Enemigo y empezáramos de una vez. Estoy seguro de que el Bashar y Duncan podrían con ellos.

—Y ahora que nos tienen a nosotros podemos ayudarles —dijo Stilgar con descaro, dándole un codazo a su amigo Liet y derribando sin querer algunos bloques.

Duncan, que los observaba, musitó:

—No os tenemos exactamente… no como queremos.

Jessica creó más bloques con el sensiplaz, y Yueh la ayudó obedientemente. Chani rodeó la proyección y señaló el perímetro en el plano. Luego ella y Paul abrieron una representación a escala del enorme anexo donde en tiempos se alojó el servicio de los Atreides y sus familias… ¡treinta y cinco millones de personas! Los registros no exageraban, pero era una cifra difícil de asimilar para cualquiera.

—No nos imagino viviendo en una casa como esta —dijo Chani, caminando alrededor del perímetro recién señalado.

—Según los archivos, durante muchos años fuimos felices allí.

Ella le dedicó una sonrisa traviesa, porque entendía mucho más de lo que habría correspondido a una niña.

—Esta vez, ¿no podríamos eliminar los alojamientos de Irulan?

Duncan, que lo estaba oyendo todo, rió por lo bajo.

Las células de Irulan, hija de Shaddam IV, estaban también entre el tesoro de Scytale, pero los tanques axlotl del centro médico no tenían previsto recuperarla de momento. No había ningún nuevo ghola programado, aunque Duncan se sentía confuso, pues sabía que Alia habría sido la próxima. Desde luego, Garimi y sus conservadoras no se habían quejado por la interrupción cautelar del proyecto.

En el interior del modelo del palacio, los niños esbozaron una estructura independiente, el templo de Santa Alia del Cuchillo. El templo había favorecido el auge de una religión incipiente en torno a la figura de Alia estando aún viva, y sus sacerdotes y burócratas habían destruido el legado de Muad’Dib. Duncan veía la ventana de tablillas desde donde Alia —poseída y enajenada— había saltado al vacío.

Tras estudiar una vez más las proyecciones, los gholas, cada uno con sus guantes moldeadores, convirtieron el sensiplaz en una aproximación de la estructura del palacio. Crearon representaciones de los inmensos pilares de la entrada y el arco del capitolio, dejando las numerosas estatuas y escaleras para después, junto con los toques finales. Incluir con exactitud toda la ornamentación, los regalos y los adornos que llevaron los peregrinos procedentes de cientos de mundos conquistados en la Yihad de Muad’Dib habría sido imposible. Pero eso también formaba parte del aprendizaje: ponerlos ante una tarea imposible y ver hasta dónde llegaban.

Cansado de sentirse como un voyeur, Duncan dio la espalda al espíaplaz y entró en la sala. Los gholas levantaron la vista al verlo entrar, y volvieron enseguida al trabajo. Pero Paul Atreides se acercó a él.

—Perdona, Duncan. Tengo una pregunta.

—¿Solo una?

—¿Puedes decirme cómo recuperaremos nuestros recuerdos? ¿Qué técnicas utilizarán las Bene Gesserit y qué edad tendremos cuando pase? Casi tengo ocho años. Miles Teg solo tenía diez años cuando lo despertaron.

Duncan se puso rígido.

—Se vieron obligados a hacerlo. Fue un momento de necesidad. Sheeana lo hizo personalmente, utilizando una variante de las técnicas de imprimación sexual. Miles estaba en el cuerpo de un niño de diez años, pero tenía la mente de un hombre muy, muy anciano. Las Bene Gesserit decidieron arriesgarse a dañar su psique porque necesitaban de su genio militar para derrotar a las Honoradas Matres. El joven Bashar no tuvo elección.

—¿Y no estamos en un momento de necesidad?

Duncan estudió la fachada del palacio.

—Basta con que sepas que restaurar tus recuerdos será un proceso traumático. No conocemos otro modo de hacerlo. Y, puesto que cada uno de vosotros tiene una personalidad diferente —miró a los otros niños—, el despertar será diferente para cada uno. Tu mejor defensa será comprender quién fuiste, para que cuando los recuerdos vuelvan, estés preparado.

El joven Wellington Yueh, de cinco años, empezó a hablar con voz vacilante e infantil.

—Pero yo no quiero ser quien fui.

Duncan sintió una profunda tristeza en el corazón.

—Lo siento, pero ninguno de nosotros tiene el lujo de poder escoger.

Chani siempre estaba cerca de Paul. Su voz era pequeña, pero sus palabras eran grandes.

—¿Tendremos que estar a la altura de las expectativas de la Hermandad?

Duncan se encogió de hombros y se obligó a sonreír.

—¿Y por qué no superarlas?

Juntos, siguieron levantado las paredes del Gran Palacio.