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Como seres humanos, tenemos dificultades para movernos en un entorno en el que nos sentimos amenazados. La amenaza se convierte en el eje de nuestra existencia. Sin embargo, la «seguridad» es una de las grandes ilusiones del universo. No existe ningún lugar donde se esté realmente seguro.

Estudio sobre la condición humana, archivos Bene Gesserit, sección VZ908

Los adiestradores recibieron a sus visitantes como amigos y aliados, y quisieron saber más sobre sus enfrentamientos con las Honoradas Matres. El grupo se sentó en lo alto de una de las amplias torres cilíndricas. Sobre una piedra plana, en medio del suelo de tablones, un brasero emitía un resplandor cálido y reconfortante a la noche.

—Sabíamos que veníais —dijo Orak Tho—. Cuando desactivasteis el campo negativo para lanzar vuestras pequeñas naves, detectamos vuestra inmensa nave. También sabemos que habéis mandado grupos a buscar alimentos a zonas deshabitadas del planeta. Estábamos esperando que vinierais directamente a nosotros.

Miles Teg, acuclillado junto a Sheeana, estaba sorprendido, porque aquella gente no parecía tener una tecnología muy avanzada.

—Se necesitan detectores muy sensibles para localizarnos.

—Hace tiempo, por nuestra propia seguridad, desarrollamos un sistema para detectar las naves pilotadas por Honoradas Matres. Y, dado que se consideran infalibles, no es difícil.

—La soberbia es su principal debilidad —dijo Thufir Hawat.

Bajo la franja de piel oscura los ojos verdes destellaron.

—Tienen muchas debilidades. Y tuvimos que aprender a explotarlas.

Comieron todos juntos: nueces, fruta, pescado ahumado y medallones de una carne oscura y especiada que al parecer procedía de un roedor arborícola. El rabino estaba más relajado de lo que Sheeana le había visto nunca, aunque parecía preocupado por la procedencia de la comida. Estaba claro que había tomado una decisión: quería que su gente se estableciera allí, si los adiestradores les aceptaban.

Mientras estuvieron sentados en el tejado abierto, escuchando el zumbido de los insectos nocturnos y viendo oscuros pájaros que se abalanzaban, Sheeana se sintió aislada. Según los escáneres, la población de adiestradores era relativamente grande, y había minas e industrias en otras zonas del planeta. Por lo visto habían desarrollado una civilización tranquila y pacífica.

—Imagino que vuestro pueblo se originó en la Dispersión, mucho después de la muerte del Tirano. ¿Este planeta fue vuestra primera parada?

El adiestrador mayor encogió sus hombros huesudos.

—Tenemos mitos sobre eso, pero fue hace más de mil años.

—Quince siglos —comentó Thufir. Era un alumno brillante. Obviamente, con su pasado y el lugar que ocupaba en la historia, el mentat-ghola tenía un especial interés por los diferentes períodos.

—Nuestra raza se extendió a muchos planetas cercanos. No formamos un imperio sino una… una hermandad política. Y entonces, un día las Honoradas Matres salieron de la nada como una estampida de animales cegados y torpes, tan destructivas por su ignorancia como por su maldad. —Orak Tho inclinó su rostro alargado hacia el resplandor del brasero. Una luz anaranjada iluminó su piel.

Había otros adiestradores sentados alrededor de la pared circular de la cubierta más alta, escuchando, musitando. Sus característicos olores corporales flotaban en la atmósfera. Por lo visto aquella raza tenía cierta afinidad por los olores, como si entre ellos fueran un importante elemento de comunicación.

—Llegaron sin avisar, para saquear, destruir, conquistar. —El rostro de Orak Tho era duro como madera petrificada, tenía la mandíbula apretada—. Evidentemente, tuvimos que detenerlas. —Sus labios se curvaron en una débil sonrisa—. Por eso desarrollamos a los futar.

—Pero ¿cómo lo hicisteis? —preguntó Sheeana. Si aquella gente engañosamente sencilla podía detectar la presencia de naves en órbita y crear complejos híbridos genéticos, debían de tener una tecnología mucho más avanzada de lo que aparentaban.

—Algunos de los que se establecieron con nosotros eran huérfanos de la raza tleilaxu. Nos enseñaron cómo modificar nuestra prole para crear lo que necesitábamos, porque Dios y la evolución habrían tardado demasiado en dárnoslo.

—Los futar —dijo Teg—. Son muy interesantes. —Tras su reunión inicial, los adiestradores se habían llevado a los predadores a zonas de confinamiento donde podrían estar con los de su especie.

—¿Qué pasó con aquellos tleilaxu? —El rabino miró a su alrededor. Nunca le había gustado el maestro Scytale.

—Ay, todos murieron.

—¿Asesinados? —preguntó Teg.

—Extinguidos. No se reproducen como los demás. —Aspiró, como si aquella parte de la historia no le interesara—. Creamos a nuestros futar para perseguir a las Honoradas Matres. Esas mujeres vinieron a nuestros planetas pensando que podían conquistarnos. Pero nosotros hicimos que las tornas se volvieran. Solo valen como comida para nuestros futar, para nada más.

— o O o —

Por motivos de seguridad, Teg sugirió que durmieran en la gabarra, con las escotillas selladas y los campos defensivos activados, cosa que molestó visiblemente a sus anfitriones. El adiestrador mayor miró atrás por encima del hombro.

—Aunque estos bosques están domesticados, por las noches aún pueden encontrarse merodeando algunos viejos predadores. Lo mejor sería que os quedarais con nosotros, aquí arriba, en las torres.

Una expresión de desazón cruzó el rostro del rabino.

—¿Qué viejos predadores? —No quería oír hablar de ningún defecto en aquel planeta.

—Los felinos que nos proporcionaron el material genético para crear a los futar —Orak Tho señaló con sus brazos desgarbados a otra de las torres—. Mañana tenemos un gran espectáculo. Tendríais que estar descansados para lo que vais a presenciar.

—¿Qué clase de espectáculo? —Hawat parecía impaciente. A veces parecía un niño cualquiera, y no un guerrero-mentat en potencia.

Con una sonrisa enigmática, el adiestrador mayor les indicó que le siguieran. El iris verde de sus ojos parecía esmeraldas candentes.

Fuera estaba totalmente oscuro. Constelaciones desconocidas titilaban como millones de ojos que reflejan la luz de un fuego. Orak Tho guió a sus visitantes por una pasarela de gruesos tablones hasta una torre próxima, luego descendieron por una escalera de caracol interior que rodeaba el cilindro dos veces y finalmente llegaron al nivel del suelo. Caminaron por el suelo del bosque, cubierto de hojas, hasta una torre mucho más baja que parecía el grueso tocón de un árbol.

El hedor fue lo primero que notaron. La base de aquel grueso árbol artificial había sido vaciada por dentro, como una guarida. Y unos gruesos barrotes verticales que se hundían en la tierra cubierta de pajote la cerraban.

Teg arqueó las cejas.

—Tenéis prisioneras.

En la cámara había cinco cautivas harapientas y furiosas. A pesar de su aspecto lastimoso, Sheeana vio que eran humanas. Todas mujeres, con pelo sin brillo, manos ásperas y nudillos ensangrentados. Lo que quedaba de unas mallas rotas se pegaba a su piel clara, y sus ojos tenían un ligero brillo anaranjado.

¡Honoradas Matres!

Una de las rameras les vio acercarse. Gruñendo, se lanzó contra los barrotes de madera de su jaula, tratando de asestar una patada.

Su pie descalzo golpeó contra la madera, dura como acero. Algo se agrietó con el impacto y, cuando vio que la Honorada Matre se apartaba renqueando, Sheeana se dio cuenta de que lo que se había quebrado era el hueso, no la madera. Aquellas mujeres estaban cubiertas de sangre de tanto golpearse contra los barrotes.

El rostro de Orak Tho se constriñó como si detrás se estuviera fraguando una tormenta.

—Hace tres meses un grupo de Honoradas Matres descendió en un transporte pensando que iban a encontrar presas fáciles. Las matamos a todas, pero conservábamos a algunas para… para entrenar. —Sus labios se curvaron—. No es la primera vez que tratan de atacarnos. Forman células independientes que no necesariamente saben lo que hacen las otras. Y por eso repiten los mismos errores.

Dos futar merodeaban por la base de la torre, caminando en círculo, olfateando. Sheeana reconoció a Hrrm; el segundo hombre-bestia tenía una franja negra en el vello tieso de su pecho.

Una de las Honoradas Matres cautivas gritó con tono desafiante.

—Dejadnos libres, o nuestras hermanas os arrancarán la carne de los huesos en vivo.

Hrrm gruñó y saltó sobre la jaula, pero en el último momento reculó. La saliva caliente de su boca salpicó a la Honorada Matre. Tres de las mujeres se acercaron a los barrotes, con un aire tan fiero como los futar.

—Como he dicho —siguió diciendo Orak Tho con voz tranquila y segura—, las Honoradas Matres no sirven más que como alimento.

Un adiestrador se acercó con un cuenco de madera lleno de huesos rojos que aún tenían pegados unos trozos de carne y piel grasienta con algunos parches de pelaje. En otro cuenco había vísceras brillantes y órganos purpúreos. Lo arrojó al interior de la celda por una rendija. Las sucias Honoradas Matres lo miraron con asco.

—Comed si queréis estar fuertes para la cacería de mañana.

—¡Nosotras no comemos basura! —dijo una de ellas.

—Pues moríos de hambre. A mí me da igual.

Sheeana veía claramente que estaban hambrientas. Tras un momento de vacilación, saltaron sobre los despojos, desgarrando y devorando, hasta que sus rostros y sus dedos quedaron cubiertos de grasa y sangre seca. A través de los barrotes miraban a sus captores con tanto odio que casi parecía que los iban a fulminar.

Una de las mujeres miró con ira a Sheeana.

—Tú no eres una de ellos.

—Tú tampoco. Sin embargo, yo estoy fuera de la jaula y tú estás dentro.

La mujer golpeó la barrera de barrotes con la palma con un fuerte crujido, pero fue un intento de agresión muy desinflado. Hrrm se colocó junto a Sheeana de un brinco, como si quisiera protegerla, y se puso a andar arriba y abajo ante la celda, con los músculos en tensión. Parecía muy alterado.

Sabiendo como sabía lo que las Honoradas Matres habían hecho a Hrrm y sus compañeros, a Sheeana le pareció irónico. Las perversiones sexuales, los azotes, las privaciones. Un giro sorprendente ver a las mujeres encarceladas y a los futar andando libres.

Se volvió hacia el adiestrador mayor.

—Las Honoradas Matres maltratan a sus futar cautivos. Vuestros castigos son apropiados.

—Invitados míos, mañana os llevaremos a nuestras mejores estaciones de observación para que podáis seguir la cacería. —Orak Tho dio unas palmaditas en la cabeza a los dos futar—. Será bueno que este vuelva a correr con los suyos y practique. Ha nacido para eso.

Y, mirando con ojos salvajes a las Honoradas Matres, Hrrm enseñó los dientes en una sonrisa amenazadora.

Antes de que todos se fueran a dormir, Teg volvió a la gabarra para transmitir un informe optimista al Ítaca.