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¿Aparecen nuestros enemigos de forma natural, o los creamos nosotros mismos a través de nuestros actos?

MADRE SUPERIORA ALMA MAVIS TARAZA, archivos Bene Gesserit, registros abiertos para las acólitas

La sola existencia del ghola de Leto II era una ofensa para Garimi. ¡Pequeño Tirano! ¡Un bebé con la destrucción de la raza humana en los genes! ¿Cuántos más recordatorios de su culpa y fracaso debían afrontar las Bene Gesserit? ¿Cómo es posible que sus hermanas se negaran a aprender de sus errores? ¡Ciega arrogancia, necedad!

Desde el principio, Garimi y sus aliadas, de un conservadurismo inflexible, se opusieron a la creación de los gholas históricos por razones obvias. Esas figuras ya habían vivido su momento. Muchas causaron un gran daño y pusieron el universo patas arriba. Leto II, el Dios Emperador de Dune, conocido como Tirano, era el peor de todos con diferencia.

Garimi se estremecía solo de pensar en el riesgo que Sheeana corría con todos aquellos gholas. Ni siquiera Paul Atreides, el tan deseado e incontrolable kwisatz haderach, había hecho tanto daño como Leto II. Al menos Paul había conservado cierta vena cautelosa, había sabido guardar una parte de humanidad en su ser y se negó a hacer las cosas terribles que su hijo haría más adelante. Al menos Muad’Dib tuvo la delicadeza de sentirse culpable.

Pero Leto II no.

El Tirano sacrificó su humanidad desde el principio. Sin remordimientos, aceptó las terribles consecuencias de fundirse con un gusano de arena y siguió avanzando por la historia como un torbellino, arrojando las vidas de los inocentes a su paso como quien separa el grano de la cizaña. Él mismo era consciente de hasta qué punto se le odiaría, puesto que dijo: «Mi presencia es necesaria para que nunca en la historia vuelva a hacer falta alguien como yo».

Y ahora Sheeana había recuperado al pequeño monstruo, ¡a pesar del riesgo de que hiciera un daño aún mayor! Duncan, Teg, Sheeana y otros consideraban que Leto podía ser el más poderoso de los gholas. ¿El más poderoso? ¡El más peligroso! De momento, no era más que un niño de un año en una guardería, indefenso y débil.

Nunca volvería a ser tan vulnerable.

Garimi y sus hermanas leales decidieron actuar sin dilación. Moralmente, no tenían más remedio que destruirle.

Ella y su compañera de hombros anchos, Stuka, se deslizaron por los corredores poco iluminados del Ítaca. En deferencia a ciertos ciclos biológicos ancestrales, Duncan, el «capitán», había impuesto la graduación de la intensidad de las luces en la nave para simular el día y la noche. Aunque no era obligatorio ceñirse a estos horarios, la mayoría lo consideraba algo socialmente conveniente.

Juntas, las dos mujeres doblaron esquinas y más esquinas, y descendieron de cubierta en cubierta en elevadores y plataformas de carga. Mientras la mayoría del pasaje se preparaba para acostarse, Garimi y Stuka entraron en la guardería silenciosa situada cerca de las extensas cámaras médicas. Stilgar (de dos años) y Liet-Kynes (de tres) estaban en la guardería, los otros cinco gholas estaban con sus supervisoras. Leto II era el único bebé, aunque era evidente que tarde o temprano los tanques axlotl traerían más.

Aprovechando su conocimiento de la nave, desde la antesala Garimi manipuló los controles para evitar las pantallas de vigilancia.

No quería que quedara constancia del supuesto crimen que ella y Stuka estaban a punto de cometer, aunque sabía que no podrían mantener el secreto por mucho tiempo. Muchas de las Reverendas Madres que había a bordo eran guardianas de la verdad. Podían descubrir a las asesinas con métodos probados de interrogatorio, incluso si para ello tenían que preguntar a todos los refugiados de la nave.

Garimi había tomado su decisión. Y Stuka juró también que sacrificaría su vida para hacer lo correcto. Y si fracasaban, Garimi sabía de al menos otra docena de hermanas que si tenían ocasión, harían lo mismo.

Miró a su amiga y compañera.

—¿Estás preparada?

El rostro ancho de Stuka, aunque joven y terso, parecía llevar consigo una edad y una tristeza infinitas.

—He hecho las paces conmigo misma. —Respiró hondo—. No debo temer. El temor destruye la mente. —Las hermanas recitaron el resto de la Letanía juntas. A Garimi siempre le había resultado muy reconfortante.

Ahora que las cámaras de vigilancia estaban desactivadas, las dos mujeres entraron en la guardería con todo el silencio y sigilo Bene Gesserit que pudieron. El bebé Leto estaba en una de las cunas monitorizadas, como un bebé inocente cualquiera, con un aspecto tan humano. ¡Tan inocente! Garimi hizo una mueca de desprecio. Cuan engañosas pueden ser las apariencias.

En realidad no necesitaba la ayuda de Stuka. Asfixiar a aquel pequeño monstruo sería sencillo. Aun así, las dos Bene Gesserit furiosas se daban ánimo mutuamente.

Stuka miró a Leto y le susurró a su compañera:

—En su vida original, la madre del Tirano murió durante el parto y un Danzarín Rostro trató de asesinar a los gemelos cuando solo tenían unas horas de vida. Su padre huyó ciegamente al desierto, y dejó que otros criaran a sus pequeños. Ni Leto ni su gemela estuvieron nunca en los brazos amorosos de sus padres.

Garimi le dedicó una mirada agria.

—No te me pongas blanda ahora. No es solo un bebé. En esa cuna duerme una bestia, no un niño.

—Pero no sabemos dónde ni cuándo consiguieron los tleilaxu las células para crear este ghola. ¿Cómo es posible que consiguieran muestras del inmenso Dios Emperador? Si realmente tomaron las células de él, ¿por qué no tenemos un bebé que sea mitad humano mitad gusano? Lo más probable es que guardaran muestras del joven Leto antes de que pasara por la transformación. Lo que significa que el bebé sigue siendo inocente, que sus células proceden de un cuerpo inocente. Incluso cuando recupere sus recuerdos, no será el odiado Dios Emperador.

Garimi la miró furiosa.

—¿Quieres que corramos ese riesgo? Incluso de niños, Leto II y su gemela, Ghanima, tenían una capacidad de presciencia asombrosa. Y, sea como sea, sigue siendo un Atreides. Sigue llevando en su sangre los caracteres genéticos que llevaron a la aparición de dos peligrosos kwisatz haderach. ¡Eso es innegable! —­Estaba empezando a levantar la voz. Garimi miró al bebé, que se movía, y vio los brillantes ojos del niño mirándola con una inquietante sabiduría y con la boca entreabierta. Era como si supiera por qué estaba allí. La reconocía… y sin embargo ni siquiera pestañeó.

—Si tiene presciencia —dijo Stuka vacilante—, quizá sabe lo que vamos a hacerle.

—Estaba pensando exactamente lo mismo.

De pronto una de las alarmas de los monitores empezó a parpadear y Garimi corrió a los controles para pararla. No podía permitir que ninguna señal alertara a las doctoras suk.

—¡Deprisa! No hay tiempo. Hazlo ya… ¡o tendré que hacerlo yo!

La otra mujer cogió una almohada y la levantó ante el rostro del bebé. Mientras Garimi trataba de manipular el panel de las alarmas, Stuka empezó a bajar la almohada para asfixiar al pequeño.

Y entonces Stuka gritó y al volverse, por un momento, Garimi creyó ver unos segmentos marrones, una forma sinuosa que se elevaba de la cuna. Stuka reculó asustada. La almohada que llevaba en las manos quedó hecha jirones.

Garimi no podía creerse lo que estaba viendo. Era como si viera doble, como si dos cosas distintas estuvieran sucediendo a la vez en el mismo lugar. Una boca bordeada por diminutos dientes cristalinos atacó desde la cuna y golpeó a la mujer en el costado. Hubo una salpicadura de sangre. Asustada, respirando a bocanadas, Stuka se llevó la mano a la herida, que le había desgarrado la carne hasta las costillas.

Garimi se acercó trastabillando, pero cuando llegó a la cuna solo vio al pequeño Leto descansando. El niño estaba tendido sobre la espalda, mirándola tranquilamente con ojos brillantes.

Stuka dejó de gritar de dolor y utilizó sus poderes de Bene Gesserit para detener la hemorragia. Se apartó de la cuna, con los ojos muy abiertos, tratando de no perder el equilibrio. Garimi volvió a mirar al bebé. ¿Había visto realmente a Leto transformado en un gusano de arena?

No había imágenes de seguridad. Nunca podría demostrar lo que había visto. Pero ¿cómo explicar entonces la herida de Stuka?

—¿Qué eres, pequeño Tirano? —Garimi no veía sangre en los deditos ni en la boca. Leto la miraba pestañeando.

La puerta de la guardería se abrió y Duncan Idaho entró corriendo, seguido por dos supervisoras y por Sheeana. Y se quedó allí parado, con el rostro ensombrecido por la ira. Vio la sangre, la almohada desgarrada, al bebé en su cuna.

—¿Qué demonios estáis haciendo aquí?

Garimi se apartó de la cuna, tratando de mantener la distancia, por si el pequeño Leto volvía a convertirse en gusano y atacaba. Mientras miraba a Duncan, se le pasó por la cabeza decir que Stuka había ido allí a matar al bebé y que ella había llegado a tiempo para salvarlo. Pero la mentira se descubriría enseguida bajo un examen más atento.

Así que se puso derecha. Una doctora suk llegó respondiendo a la señal de alarma. Tras comprobar el estado del bebé, fue a ver a Stuka, que se había desplomado. Sheeana retiró la tela desgarrada de su hábito y dejó al descubierto la profunda herida, que había sangrado profusamente antes de que Stuka detuviera la hemorragia con un arranque de energía. Duncan y las supervisoras estaban perplejos.

Garimi apartó la mirada, sintiendo más miedo que nunca por Leto II. Señaló con gesto furioso a la cuna.

—Ya sospechaba que ese bebé era un monstruo. Ahora no tengo ninguna duda.