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Quienes piensan igual no siempre se complementan. La combinación puede ser explosiva.
MADRE COMANDANTE MURBELLA
Durante más de trece años, desde que llegó con las Honoradas Matres conquistadoras a Casa Capitular, Doria había fingido llevarse bien con las brujas. A estas alturas lo hacía muy bien. Doria había intentado tolerar sus hábitos y aprender de ellas para utilizar aquella información en su contra. Poco a poco, había aceptado ciertos compromisos en sus patrones de pensamiento, pero no podía cambiar lo que era.
Por respeto a la madre comandante, a regañadientes Doria hacía cuanto podía con las operaciones de extracción, tal como le habían ordenado. Intelectualmente comprendía la idea: incrementar los ingresos por la venta de especia que, junto con el flujo de soopiedras de Buzzell, serviría para financiar el gasto inimaginable de construir una fuerza militar gigante capaz de hacer frente a las Honoradas Matres y luego al Enemigo.
Aun así, con frecuencia las Honoradas Matres actuaban por impulso, no por lógica. Y a ella la habían educado, entrenado e incluso programado para ser una Honorada Matre. No le resultaba fácil cooperar, sobre todo con Bellonda, aquella bruja corpulenta y arrogante. Murbella había cometido un grave error al pensar que obligándolas a trabajar en colaboración conseguiría que evolucionaran y se adaptaran… como un físico atómico de la antigüedad que unía por la fuerza dos núcleos con la esperanza de lograr una fusión.
Pero en los años que llevaban trabajando juntas en la zona árida en expansión, su odio mutuo había ido en aumento. A Doria se le hacía intolerable. Aquel día, habían realizado otro vuelo de reconocimiento en un tóptero. Tener a aquella foca tan cerca solo hacía que Doria la detestara mucho más… siempre resollando, siempre sudando, siempre fastidiando. La estrecha cabina se había convertido en una cámara a presión.
Cuando Doria llevó por fin el tóptero de vuelta a Central, lo hizo a una velocidad implacable, impaciente por alejarse de la otra mujer. A su lado, visiblemente consciente de la incomodidad de su compañera, Bellonda iba sentada con una sonrisa de suficiencia. ¡Solo con su tamaño ya parecía desestabilizar el tóptero! Con aquel traje de una pieza negro parecía un zepelín cubierto de grumos.
Durante toda la tarde, habían cruzado palabras tensas, sonrisas malintencionadas y miradas asesinas. El defecto más importante de Bellonda era que su adiestramiento como mentat le hacía comportarse como si lo supiera todo sobre todo. Pero no lo sabía todo sobre las Honoradas Matres. Ni mucho menos.
Doria nunca había controlado su vida. Desde su nacimiento, había estado a disposición de un ama severa tras otra. Siguiendo la costumbre de la Honorada Matre, se había educado en comunidad en Prix, en los vastos territorios ocupados durante la Dispersión. A las Honoradas Matres no les interesaba la genética, así que dejaban que el proceso de cría siguiera su camino, dependiendo del macho al que seducía y doblegaba cada Honorada Matre.
Las hijas de éstas eran segregadas según sus habilidades para la lucha y su capacidad sexual. Desde muy jovencitas, eran sometidas a repetidas pruebas, conflictos a vida o muerte que servían para pulir la cantera de candidatas. Doria deseaba con toda su alma pulir a aquella gorda.
Una imagen le vino a la cabeza y le hizo sonreír. Parece un tanque axlotl ambulatorio.
Ante ellas, Central se recortaba contra la salpicadura naranja de la puesta de sol. El polvo omnipresente daba un colorido espectacular al cielo. Pero Doria no veía ninguna belleza en la imagen, y se limitaba a pensar obsesivamente en aquella bola sudorosa de carne.
No soporto cómo huele. Seguramente está pensando la forma de matarme antes de que yo la ensarte como un cerdo.
Cuando el tóptero descendía para aterrizar, Doria dejó que una píldora de melange se disolviera en su boca, aunque apenas le hizo efecto. Había perdido la cuenta de las pastillas que había tomado en las pasadas horas.
Al verla agachada sobre los controles, Bellonda dijo con su voz de barítono:
—Tus pensamientos insignificantes siempre han sido transparentes para mí. Sé que quieres eliminarme y solo estás esperando una ocasión.
—A los mentats os gusta calcular probabilidades. ¿Cuáles son las probabilidades de que aterricemos y nos separemos en paz?
Bellonda consideró la pregunta seriamente.
—Muy pocas, debido a tu paranoia.
—¡Ah, me psicoanalizas! Los beneficios de tu compañía son incontables.
El ornitóptero ralentizó el ritmo de sus alas y la nave se posó con una sacudida en el suelo. Doria esperaba que la otra criticara el aterrizaje; pero Bellonda se dio la vuelta con desdén y se puso a manipular el cierre de la escotilla del lado del pasajero. Aquel momento de vulnerabilidad encendió una chispa en Doria, despertó en ella una respuesta visceral y predatoria.
Aunque en la cabina del vehículo apenas había espacio, saltó para golpear con los pies. Bellonda intuyó el ataque y respondió, utilizando su corpulencia para arrojar a Doria contra la escotilla del piloto justo en el momento en que empezaba a abrirse. La Honorada Matre cayó al exterior dando tumbos. Y la miró, humillada y furiosa.
—No subestimes nunca a una Reverenda Madre, tenga el aspecto que tenga —le dijo Bellonda alegremente desde la cabina del ornitóptero. Y bajó como una ballena que está naciendo.
Al fondo de la pista, la madre comandante las esperaba para recibir su informe. Sin embargo, al ver el altercado, corrió hacia ellas como una tormenta inminente.
A Doria le daba igual. Sin poder controlar la ira, se incorporó de un salto, consciente de que toda semblanza de civismo entre ellas había desaparecido para siempre. Cuando la mujerona bajó del vehículo, Doria giró a su alrededor, sin hacer caso del grito de Murbella. Aquella sería una lucha a muerte. A la manera de las Honoradas Matres.
El traje negro de Doria estaba roto, y la rodilla le sangraba por la caída. Se puso a cojear, exagerando la herida. Bellonda, que también hizo caso omiso a la madre comandante, se movía con una gracia y rapidez sorprendentes. Al ver que su oponente cojeaba, se acercó para atacar.
Pero cuando Bellonda saltaba hacia ella en un ataque combinado de puño y codo, Doria se echó al suelo para que su oponente pasara de largo —una finta—, se puso en pie de un brinco y saltó utilizando todo el cuerpo, como un kindjal. El impulso actuaba en contra de la hermana más pesada. Antes de que pudiera darse la vuelta, Doria cayó sobre su espalda, golpeándole los riñones con los puños.
Con un rugido, Bellonda se giró, tratando de enfrentarse a su atacante, pero Doria siguió como una sombra a su espalda, golpeando y golpeando con los puños. Oyó costillas que se partían y golpeó con más ahínco, con la esperanza de que algún hueso roto perforara el hígado y los pulmones a través de todos aquellos pliegues de carne. A cada movimiento de Bellonda, seguía uno suyo, de modo que siempre se mantenía fuera de su alcance.
Finalmente, cuando la sangre oscura empezó a salir a borbotones de la boca de la mujerona, Doria permitió el cara a cara. Bellonda cargó contra ella como un toro furioso. Aunque tenía una hemorragia interna generalizada, fingió un ataque, pero en el último momento giró hacia un lado y le asestó una fuerte patada a Doria en el costado. La mujer cayó al suelo.
Murbella y varias hermanas se acercaron desde diferentes lados.
Con mirada furiosa, Bellonda rodeó a Doria por la izquierda, buscando una nueva oportunidad para golpear. La Honorada Matre se apoyó en la fuerza de su oponente, una táctica diseñada para confundir a las Reverendas Madres.
Doria solo tenía una fracción de segundo. Cuando vio que los músculos de su oponente se relajaban apenas, saltó como una serpiente enroscada y hundió los dedos en el cuello de Bellonda, clavando las uñas en los pliegues de carne, hasta que encontró la yugular. Desgarró la vena de un tirón y un chorreón de líquido carmesí salió disparado con la fuerza de un corazón.
Doria retrocedió, sintiendo un espantoso placer al sentir aquella sangre salpicándole la cara y el traje. Aquella voluminosa mujer se llevó una mano al cuello, con expresión de sorpresa. No podía detener la hemorragia, ni ajustar su química interna para reparar una herida tan grave.
Doria la empujó con repugnancia, y Bellonda se desplomó. Limpiándose la sangre de los ojos, Doria se alzaba sobre ella triunfal, viendo cómo la vida se le escapaba. Un duelo tradicional, como le habían enseñado. Su piel se sonrojó de la emoción. Aquel adversario no se recuperaría.
Sujetándose el cuello con dedos débiles y temblorosos, Bellonda la miró con incredulidad. Los dedos resbalaron.
En ese momento Murbella le asestó a Doria una fuerte patada que le llenó la boca de sangre.
—¡La has matado! —Una segunda patada la hizo caer.
Arrastrándose, la antigua Honorada Matre se puso a cuatro patas.
—Ha sido un duelo justo.
—¡Era una mujer útil! No eres quién para decidir qué recursos descartamos. Bellonda era tu hermana… ¡y la necesitaba! —Estaba tan furiosa que tuvo que hacer un esfuerzo para articular las palabras. Doria estaba convencida de que la madre comandante la mataría—.
¡La necesitaba, maldita seas!
Y, aferrándola por el material de su traje negro, la arrastró hasta donde estaba Bellonda, hasta el charco rojo que se estaba formando a su alrededor en el suelo.
—¡Hazlo! Es la única manera de compensar lo que has hecho. La única forma de que te deje vivir.
—¿Cómo? —Los ojos de la muerta empezaban a ponerse vidriosos.
—Comparte con ella. Ahora. De lo contrario te mataré y yo misma compartiré con las dos.
Inclinándose sobre el cuerpo aún caliente, Doria puso a desgana su frente contra la de su oponente. Tuvo que controlar el asco y la repugnancia. En cuestión de segundos, la vida de Bellonda empezó a fluir a su interior, llenándola con todo el veneno que aquella perversa mujer había sentido por ella, junto con sus pensamientos y experiencias y todas las Otras Memorias que llevaba en su conciencia. Al poco Doria poseía todos los repugnantes datos que habían formado la persona de su rival.
No pudo moverse hasta que el proceso estuvo completo. Finalmente, se dejó caer sobre el duro suelo. Bellonda, en silencio, cada vez más fría, tenía una sonrisa enloquecedora y extrañamente triunfal en sus labios gruesos y muertos.
—La llevarás siempre contigo —dijo Murbella—. Las Honoradas Matres tienen una larga tradición de ascensos a través del asesinato. Tus actos te han dado el puesto, así que acéptalo… es un adecuado castigo Bene Gesserit.
Doria se incorporó sobre las rodillas y miró a la madre comandante, angustiada. Se sentía sucia y violada, habría querido vomitar y acabar con aquella intrusión, pero era imposible.
—A partir de ahora, eres la única directora de las operaciones de extracción. Todo lo relacionado con los gusanos de arena será tu responsabilidad, así que tendrás que trabajar el doble. No vuelvas a decepcionarme como has hecho hoy.
Una voz profunda de mujer apareció en la cabeza de Doria, pinchando y fastidiando. Sé que no quieres mi antiguo trabajo, dijo su Bellonda-interior, y que no estás cualificada para hacerlo. Tendrás que consultarme continuamente para que te asesore, y a lo mejor no siempre me apetece ser amable contigo. Una risa de barítono se extendió por su mente.
—¡Cállate! —Doria miró con expresión vengativa al cadáver que yacía a los pies del ornitóptero, que todavía se estaba refrigerando.
Murbella le habló con voz fría.
—Tendrías que haberte esforzado más. Habría sido mucho más fácil para ti. —Y contempló la escena con disgusto—. Ahora limpia todo esto y prepárala para el funeral. Escucha a Bellonda… ella te dirá cómo lo quiere. —La madre comandante se marchó, dejándola a solas con una compañera interior de la que ya no podría escapar.