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Las herramientas para el buen gobierno siempre deben estar listas y afiladas. Poder, miedo… siempre listos y afilados.

BARÓN VLADIMIR HARKONNEN, el original, 10.191 antes de la Cofradía

De vuelta ya en los laboratorios de Bandalong, soportando el duro y desquiciante trabajo diario, Uxtal estaba en pie ante el tanque axlotl, visiblemente embarazado. El niño de nueve años que tenía a su lado miraba con una fascinación inquietante.

—¿Es así como yo nací?

—No del todo. Así es como se te creó.

—Qué asqueroso.

—¿Te parece asqueroso? Pues tendrías que ver cómo procrean los humanos de forma natural. —Apenas fue capaz de disimular el asco.

El aire olía a sustancias químicas, antiséptico y canela. La piel del tanque palpitaba suavemente. A Uxtal la imagen le resultaba hipnótica y repelente. Al menos, trabajando con los tanques axlotl, desarrollando otro ghola para los Danzarines Rostro se sentía como un verdadero tleilaxu que habla el Lenguaje de Dios… ¡alguien importante! Era más satisfactorio que limitarse a crear droga fresca para satisfacer la demanda constante de las rameras. Tras dos años de preparativos y esfuerzos —y más de un costoso error— todo estaba listo para que el próximo y vital ghola fuera decantado en un mes.

Y entonces tal vez le dejarían en paz. Aunque lo dudaba. Khrone parecía estar impacientándose, como si adivinara que los retrasos se debían a su torpeza e ineptitud.

Evidentemente, a la madre superiora Hellica no le gustó que el tleilaxu perdido tuviera que apartar sus atenciones de la producción del sustituto naranja de la especia, pero le había concedido otro tanque axlotl quejándose sin mucha convicción. ¿Con qué la tendrían atrapada los Danzarines Rostro?

Tras comprobar el tanque preñado por décima vez en la pasada hora, Uxtal miró las lecturas. Ya no había nada que hacer, salvo esperar. El feto se desarrollaba sin problemas, y tenía que confesar que esta vez él mismo sentía curiosidad. Un ghola de Paul Atreides… Muad’Dib… el primer hombre que se convertiría en kwisatz haderach. Él había traído de vuelta al barón Harkonnen y luego a Muad’Dib.

¿Qué podían querer los Danzarines Rostro de aquellos dos?

Tras regresar de Dan con el cuchillo ensangrentado conservado, el proceso de desarrollar el ghola le había tomado más de lo que esperaba. En cuanto desactivó el campo de nulentropía, encontrar células viables en la hoja no le fue difícil, pero el primer intento de implantar un ghola en un tanque axlotl fracasó. Su idea era desarrollar al nuevo Paul Atreides en la misma matriz que alumbró a Vladimir Harkonnen —tenía una cierta ironía histórica—, pero durante aquellos años el tanque no había recibido los cuidados adecuados y rechazó el primer feto. Y luego la matriz murió. Un derroche de carne femenina.

Cuando sucedió, Ingva lo miró con expresión acusadora, con un resentimiento cada vez más evidente por el hombrecito. Por lo visto se imaginaba que su trabajo en los laboratorios de torturas la hacía tan importante como la Madre Superiora. Además, extrañamente engañada por sus habilidades sexuales, parece ser que se consideraba una mujer atractiva. ¡Su espejo no funcionaba bien! A él le parecía un lagarto vestido de mujer.

Cuando el primer tanque axlotl murió, Uxtal se sintió aterrado, aunque hizo cuanto pudo por encubrir los posibles errores y dejar pruebas que inculparan a sus ayudantes. Después de todo, eran prescindibles, él no. Pero las represalias no llegaron.

La madre superiora Hellica tuvo la frivolidad de entregarle a una mujer defectuosa como sustituto del tanque. El cráneo y el cerebro estaban dañados, pero el cuerpo seguía con vida. Una Honorada Matre… ¿que casi había resultado muerta en un intento fallido de asesinato, tal vez? Fuera como fuese, su sistema reproductor —en su opinión, la única parte de la anatomía femenina que importaba— funcionaba a la perfección. Así que Uxtal volvió a empezar; primero adaptó el cuerpo para convertirlo en un tanque axlotl, haciendo meticulosas y repetidas pruebas, y luego seleccionó nuevo material genético de la sangre que se conservaba en la daga. Esta vez no habría errores.

Los ojos oscuros del niño de diez años destellaron.

—¿Será mi compañero de juegos? ¿Mi nuevo gatito? ¿Hará todo lo que le mande?

—Ya veremos. Los Danzarines Rostro tienen grandes planes para él.

Vladimir parecía furioso.

—¡También tienen planes para mí! Yo soy importante.

—Podría ser. Khrone no me cuenta nada.

—No quiero un nuevo ghola. Yo quiero un gatito. ¿Cuándo tendré mi nuevo gatito? —dijo Vladimir haciendo pucheros—. El último se ha roto.

Uxtal dejó escapar un suspiro de exasperación.

—¿Ya has matado a otro?

—Se rompen enseguida. Consígueme uno nuevo.

—Ahora no. Tengo trabajo que hacer. Ya te lo he dicho, este nuevo ghola es muy importante. —Estudió los tubos y bombas para asegurarse de que las lecturas eran aceptables. Y de pronto, temiendo que Ingva pudiera estar mirando, añadió en voz alta—: Aunque no tan importante como mi trabajo para las Honoradas Matres.

Aunque las líneas de producción funcionaban sin problemas, Hellica cada vez exigía cantidades más grandes de especia de adrenalina; decía que sus mujeres tenían que estar más fuertes y más despiertas ahora que la Nueva Hermandad ponía tanto empeño en eliminarlas. Las brujas de Casa Capitular ya habían tomado Buzzell y varios enclaves menos importantes de las Honoradas Matres.

Entretanto, dado que tras la pérdida del negocio de las soopiedras necesitaban una fuente de ingresos, Hellica insistía en que recuperara la antigua técnica tleilaxu para fabricar melange auténtica. Uxtal se encogió al oír aquello; era una labor de una dificultad imposible —­mucho más que crear simples gholas—, y hasta la fecha había fracasado en todos sus intentos. Sencillamente, quedaba fuera de sus capacidades. Cada mes, cuando tenía que dar el mismo informe patético, la misma falta de resultados, estaba seguro de que le iban a ejecutar.

Diez años… ¿cómo he podido sobrevivir a esta pesadilla diez años?

Vladimir pinchó la carne distendida del tanque con el dedo, y Uxtal le apartó la mano de un manotazo. Con aquel niño había que marcar unos límites muy claros. Si había alguna forma de dañar al Atreides no nacido, aquel crío la encontraría.

Vladimir retrocedió y se miró la mano furioso, luego miró a Uxtal. Evidentemente, cuando se volvió de mal humor para marcharse, su cabecita estaba tramando algo.

—Voy afuera a divertirme. Igual mato algo.

— o O o —

Tras dejar el tanque axlotl, contando el tiempo que faltaba para que pudieran decantar al bebé, Uxtal fue a las salas de «estimulación del dolor». Allí, bajo la estricta supervisión de las Honoradas Matres, sus ayudantes extraían sustancias de las víctimas de las torturas. Con los años, Uxtal había aprendido que ciertos tipos de dolor llevan a diferencias en la pureza y la potencia de la sustancia resultante.

Hellica lo vigilaba esperando ese tipo de resultados y análisis.

Algo inquieto tras la rabieta de Vladimir, se metió de lleno en el trabajo, espetando órdenes a sus ayudantes, comprobando el miedo en los ojos mortecinos de las víctimas sujetas con correas a las que extraían sustancias preespecia. Al menos estas cooperaban. No pensaba darle a la lagarta de Ingva nada que contarle a la Madre Superiora.

Horas después, exhausto, ansioso por poder gozar de unos momentos de intimidad en sus habitaciones para realizar sus abluciones y sus oraciones rituales y tachar un nuevo día de vida, Uxtal abandonó los laboratorios de dolor.

A esas alturas, Vladimir o se habría metido en problemas o habría encontrado a la Madre Superiora y estarían intercambiando comentarios crueles. Le traía sin cuidado.

Estaba cansado, y aun así se dirigió a la sección más pequeña del laboratorio para comprobar el tanque axlotl una última vez. Pero el joven barón le cerró el paso, con las manos en las caderas.

—Quiero otro gatito. Ahora.

—Ya te he dicho que no. —Uxtal trató de rodearlo, pero el niño se movió para seguir cerrándole el paso.

—Pues otra cosa. ¡Un cordero! Consígueme un corderito. Los sligs son aburridos.

—Basta —espetó Uxtal. Atraída por el sonido de voces, Ingva salió del ala de torturas y los miró con gesto ávido. Él apartó la vista y tragó con dificultad.

Cuando el niño vio a la espía, su atención se desvió a otro tema, como un proyectil que rebota contra un blindaje resistente.

—Ingva le ha dicho a la madre superiora Hellica que mi sexualidad está muy desarrollada para mi edad… y que tengo una vena perversa. —Parecía saber perfectamente que el comentario era provocativo—. ¿Qué quería decir con eso? ¿Crees que me quiere someter?

Uxtal miró por encima del hombro.

—¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? Sí, ¿por qué no te vas ahora mismo a preguntarle? —Intentó rodear al niño una vez más y de pronto reparó en un sonido poco habitual que venía del laboratorio. Un sonido como de chapoteo, cerca del tanque axlotl.

Asustado, Uxtal empujó a Vladimir a un lado y corrió hacia el tanque.

—¡Espera! —dijo el niño tratando de alcanzarle.

Pero Uxtal ya había alcanzado la figura femenina hinchada.

—¿Qué has hecho? —Corrió hacia las conexiones con los tubos de nutrientes. Estaban desconectadas, y los fluidos rojos y amarillos se estaban derramando por el suelo. El sistema nervioso simpático del cuerpo-matriz hacía que la carne gelatinosa temblara. Un tenue chillido y sonidos de succión brotaban de lo que quedaba de boca, un sonido casi consciente de desesperación. En el suelo había un cuchillo quirúrgico de las salas de estímulo del dolor. Una alarma se disparó.

Presa del pánico, Uxtal trató de reconectar los tubos. Se dio la vuelta, aferró al chico de la camisa y lo sacudió.

—¿Has sido tú?

—Pues claro que sí, idiota. —Le propinó una patada en la entrepierna y, aunque falló y solo consiguió acertarle en el muslo, fue suficiente para que le soltara. El niño salió corriendo, gritando.

—¡Voy a decírselo a Hellica!

Dividido entre el miedo a la Madre Superiora y los Danzarines Rostro, Uxtal miró con desánimo los sistemas de soporte del tanque. No podía dejar que la matriz —y el importantísimo niño que llevaba dentro— muriera. Pobre criatura… ¡y pobre Uxtal!

Atraídos por la alarma, dos ayudantes llegaron corriendo… de los competentes, gracias a Dios, no Ingva. Quizá si se movían con rapidez…

Siguiendo sus indicaciones, él y los ayudantes instalaron a toda prisa nuevos tubos flexibles, repusieron las reservas, bombearon estimulantes y estabilizadores y reconectaron los monitores. Uxtal se limpió el sudor de su frente grisácea.

Sí, Uxtal salvó el tanque. Y al ghola no nacido.

— o O o —

Vladimir pensaba que había sido más listo. Sin embargo, su castigo fue inmediato, severo y, para él, algo inesperado.

Fue corriendo a Hellica para criticar a Uxtal por su maltrato, pero el rostro de la Madre Superiora estaba rojo de ira. Ingva había sido más rápida, y corrió a Palacio para darle el fatídico informe.

Antes de que el niño pudiera dar su falsa versión de la historia, Hellica lo aferró por la camisa con unos dedos tan fuertes y afilados como las garras de un tigre.

—Pequeño bastardo, espero por tu bien que el nuevo ghola esté a salvo. Querías matarle, ¿verdad?

—N-no. Quería jugar con él. Ahora. —Muerto de miedo, Vladimir dio un paso atrás. Trató de poner cara llorosa—. No quería hacerle daño. Solo quería que saliera. Estoy cansado de esperar un compañero de juegos. Solo quería sacarlo. Por eso cogí el cuchillo.

—Uxtal le detuvo antes de que lo lograra. —Ingva salió de detrás de unas cortinas, desde donde había estado escuchando.

Con los ojos de un naranja llameante, la Madre Superiora le dio una reprimenda.

—¡No seas estúpido, niño! ¿Por qué destruir cuando puedes controlar? ¿No es esa una mejor venganza contra la casa Atreides?

Vladimir pestañeó. No se le había ocurrido.

Hellica lo despachó, como si fuera un insecto molesto.

—¿Sabes lo que es el exilio? Significa que volverás a Dan… o a donde Khrone quiera enviarte. En cuanto consiga una nave de la Cofradía, estarás en sus manos.

—¡No puedes hacer eso! ¡Soy demasiado importante! —A pesar de su corta edad, su cabecita retorcida empezaba a entender de maquinaciones y trampas, aunque no acababa de asimilar las intrigas políticas que veía a su alrededor.

Hellica lo hizo callar con una expresión que daba miedo.

—Por desgracia para ti, el bebé ghola es mucho más importante que tú.