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Planes dentro de planes dentro de planes… como un diseño infinito de reflejos en una sala de espejos. Se necesita una mente superior para ver todas las causas y efectos.

KHRONE, mensaje a la miríada de los Danzarines Rostro

Una extraña delegación llegó a Caladan desde muy, muy lejos para ver a Khrone. No hubo necesidad de que se identificaran cuando pidieron que les informara de sus progresos con el niño-barón y el ghola de Atreides, al que llamaban «Paolo». Khrone ya tenía lo que el anciano y la anciana querían, un niño con todo el potencial necesario en sus caracteres genéticos. Un kwisatz haderach.

Sin embargo, en lugar de recompensarle, aquellos lejanos titiriteros le controlaban y miraban con lupa todo lo que hacía. Querían controlarlo todo, y a Khrone eso le molestaba. En los milenios que hacía que existían, la miríada de los Danzarines Rostro había sufrido la dominación de demasiados necios.

Aun así, se tomó su tiempo. Manejaría sin problemas a aquellos espías contrahechos.

Según el manifiesto de la Cofradía y los magistrales glifos falsos de identificación que llevaban, aquellos humanos extrañamente mejorados venían de Ix. Una tapadera aceptable que explicaría su extraña apariencia a los humanos que los vieran. Pero Khrone sabía que la tecnología tenía un origen muy distinto y que aquellos embajadores venían de mucho más lejos, de un lugar donde las aguas agitadas de los límites de la Dispersión se habían estrellado contra el baluarte del Enemigo.

En ocasiones anteriores, sus amos entrometidos le habían importunado mediante su red interconectada, pero por lo visto recientemente la red había sufrido daños y habían preferido utilizar un sistema de comunicación menos vulnerable. El anciano y la anciana le habían enviado a aquellas… monstruosidades. Se preguntó si sus supuestos amos querrían intimidarle… ¡intimidarle a él! El líder de los Danzarines Rostro sonrió ante la idea mientras iba al encuentro de la delegación.

En el vestíbulo de techos altos del castillo restaurado de Caladan, Khrone escogió un disfraz parecido a una pintura de archivo del duque Leto Atreides. Se vistió con ropas grises y pulcras de estilo antiguo, comprobó su aspecto en el espejo alto con marco de plazoro y, tras juntar las manos a la espalda, bajó la gran escalinata que llevaba al salón cavernoso. Se detuvo en el último escalón, esbozó una sonrisa afable y esperó tranquilamente a los seis hombres.

Los representantes, hombres de piel clara y cubiertos de cicatrices, estaban visiblemente sofocados por el esfuerzo de subir la empinada escalera desde el puerto espacial. Sin embargo, Khrone no tenía intención de hacerles el viaje más agradable. Él no había solicitado su presencia, y no pensaba hacer que se sintieran bienvenidos. Si la red de taquiones estaba dañada, quizá el anciano y la anciana no volverían a transmitir sus ondas de agonía para aguijonearle. Y entonces por fin los Danzarines Rostro podrían actuar impunemente.

O no. Aunque inseguro, Khrone decidió mantener la máscara de docilidad un poco más.

Cuando los extraños embajadores se colocaron en posición, Khrone los miró desde los escalones.

—Informad a vuestros superiores que habéis llegado bien. —­Separó las manos y las puso delante, y chasqueó los nudillos—. Y, por favor, decidles que los desperfectos de vuestros cuerpos no son responsabilidad mía.

Los hombres parecían confusos.

—¿Desperfectos? —Aquellos hombres tenían una piel clara y aceitosa. Y llevaban varios dispositivos implantados en el cráneo y el pecho: primitivos manómetros electrónicos, tubos, chips de memoria mejorados, luces indicadoras. La zona que rodeaba los implantes estaba en carne viva, porque las heridas no habían curado. En ellos todo parecía tan horripilante y retrógrado que Khrone se preguntó si no sería una broma sutil e incomprensible de la anciana. Ella tenía mucho más sentido del humor que su compañero.

—¿Desperfectos? Fuimos diseñados así.

—Ah, qué interesante. Mis condolencias.

Los añadidos mecánicos eran tan primitivos que parecían el experimento chapucero de un niño. Sí, pensó Khrone, tiene que ser una broma. La anciana debe de estar realmente aburrida.

—Hemos venido a observar y grabar. —El primero se separó del grupo. Un líquido oscuro circulaba por unos tubos en su garganta y se extendía a una bomba que tenía por detrás de los hombros. Sus ojos eran de un azul metálico, sin la parte blanca. ¿Otra broma, para sugerir adicción a la melange?

—Deben de sentirse frustrados por haber perdido la no-nave. Otra vez. —Con un ademán, Khrone indicó a los representantes que pasaran a la gran sala—. Ciertamente, espero que nuestros amos no lo paguen conmigo. Los Danzarines Rostro estamos haciendo un trabajo excepcional, como se nos ordenó.

—Los Danzarines Rostro tendrían que ser más humildes —dijo otro de los delegados mejorados.

Khrone arqueó las cejas. Y se preguntó si su expresión se parecería a la que habría podido poner antiguamente el duque Leto.

—¿Soy un anfitrión negligente? Vamos ¿os apetece tomar un refresco? ¿Un festín? —Controló la sonrisa—. ¿O tal vez preferís una urgente sesión de mantenimiento?

—Preferimos pasar nuestro tiempo reuniendo y analizando datos para poder volver con un informe completo.

—En ese caso, permitid que facilite vuestra partida lo antes posible. —Khrone los acompañó a los niveles del castillo donde estaban los laboratorios—. Afortunadamente, a pesar de la huida de la no-nave y el daño sufrido por la red, lo demás avanza extremadamente bien. Aquí, en el Imperio Antiguo, mis Danzarines Rostro están minando los cimientos de la civilización humana. Nos hemos infiltrado en todos los grupos de poder importantes, y hemos empezado a hacer que se vuelvan unos contra otros.

—Necesitamos pruebas. —Un extraño olor emanaba del cuerpo del primer representante… productos cáusticos, halitosis y un toque de descomposición.

—¡Entonces abrid los ojos! —Khrone se detuvo a mitad de un paso, trató de dominar la voz y siguió en un tono más relajado—. Os invito a viajar por los mundos del Imperio Antiguo. Vuestro aspecto seguramente asustará a la mayoría de humanos, pero han aparecido las suficientes anomalías desde la Dispersión para que nadie cuestione vuestra identidad con especial interés. Os puedo dar una lista de planetas clave y señalaros lo que debéis buscar. Todos están listos para caer como un castillo de naipes en cuanto las fuerzas militares lleguen del exterior. ¿Han lanzado ya nuestros amos la flota, o prefieren esperar a tener al kwisatz haderach?

—No nos corresponde a nosotros decirlo —dijeron tres de los representantes al unísono, con sus mentes mejoradas enlazadas, las voces superpuestas en un eco horripilante.

—Entonces me será más difícil concluir mis actividades. ¿Por qué iban a querer nuestros amos ocultarme una información vital?

—Quizá no confían en ti —dijo otro de los representantes a parches—. Hasta la fecha tus avances son insignificantes.

—¿Insignificantes? —espetó Khrone—. Tengo el ghola del barón Harkonnen, y el de Paul Atreides. Está garantizado.

En la entrada de las cámaras de los laboratorios de gruesas paredes, Khrone abrió una pesada puerta. Dentro, un niño algo rechoncho de diez años se levantó de un salto y sus ojos porcinos miraron a su alrededor con cautela, como si le hubieran pillado haciendo algo que no debía. El adolescente se recuperó enseguida y, cautivado por aquellos observadores horripilantes y deformes, les dedicó una mueca burlona.

Khrone no le dijo una palabra. Se volvió hacia los seis representantes.

—Como veis, la siguiente fase de nuestro plan es inminente. En breve espero restituir los recuerdos del barón.

—Puedes intentarlo —le espetó el niño—, pero aún no me has convencido de que a mí me beneficie en nada. ¿Por qué no me dejas jugar con el pequeño Paolo? Sé que lo tenéis aquí, en Caladan.

—¿Para qué necesitamos exactamente al barón Harkonnen? —dijo uno de los horribles observadores sin hacer caso del niño—. A nuestros amos solo les interesa el kwisatz haderach.

—El barón nos facilitará las cosas. Será como un acicate para el ghola de Paolo. Cuando vuelva a ser él mismo, nuestro barón será una herramienta para desatar los poderes del ser sobrehumano. Históricamente, el problema de los kwisatz haderach es el del control. Si el barón me ayuda a educar a Paolo adecuadamente, estoy seguro de que puede asegurar nuestro control sobre él.

El niño sonrió a los recién llegados.

—Mira que sois feos. ¿Qué pasa si os quitáis esos tubos?

—No parece que quiera colaborar —dijo uno de los espías.

—Ya aprenderá. Despertar los recuerdos de un ghola es un proceso muy doloroso —dijo Khrone, que seguía sin hacer caso del joven Harkonnen—. Estoy deseando ponerme.

El barón ghola soltó una risotada que sonó como metal retorcido.

—Y yo estoy deseando ver cómo lo intentas.

Khrone se detuvo en la puerta. No quería olvidarse de activar ninguno de los sistemas de seguridad, sobre todo con aquel niño tan despabilado y propenso a las travesuras. Sí, hizo pasar a la delegación de hombres de pesadilla a otra sala y selló cuidadosamente la cámara. No quería que Vladimir Harkonnen se le escapara.

—Nuestro ghola Atreides evoluciona adecuadamente.

Antes de entrar en la cámara principal del castillo, Khrone dedicó una mirada fría a aquella gente espantosa hecha de parches.

—Nuestra victoria está predestinada. Pronto iré a Ix para completar otro de los pasos del plan. —Khrone se refería a la victoria para los Danzarines Rostro, pero dejaría que los embajadores interpretaran lo que quisieran—. El resto no es más que una mera formalidad.