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El mejor método de ataque es matar con rapidez. Estad siempre listas para saltar a la yugular de vuestro adversario. Si lo que queréis es ofrecer un bonito espectáculo, dedicaos a la danza.

MADRE COMANDANTE MURBELLA, arenga ante un despliegue de tropas

Cuando el Enemigo llegara, la Nueva Hermandad no lucharía sola. Murbella no pensaba aceptarlo. Aunque no había un liderazgo centralizado en las civilizaciones disgregadas del Imperio Antiguo, se prometió que conseguiría que participaran. No podía permitir que se quedaran sentadas a un lado cuando la humanidad se jugaba tanto.

Bajo la dirección de su hija Janess y de la veterana bashar Wikki Aztin, las mejores guerreras de la Hermandad estaban recibiendo entrenamiento, pero Murbella necesitaba acceso a armas poderosas, y muchas. Así pues, viajó a Richese, el principal competidor de Ix.

La pequeña lanzadera de Murbella aterrizó en el principal complejo comercial de Richese, donde el comisionado de fábrica acudió a recibirla. Era un hombre bajito de rostro redondo, con el pelo muy corto y una sonrisa sincera que podía utilizar a voluntad. Dos mujeres y tres hombres le acompañaban, todos con elegantes trajes de negocios, idénticos. Llevaban tacos de proyección y papeles, contratos, listas de precios.

—La Nueva Hermandad desea hacer negocios con vosotros, comisionado. Por favor, enseñadnos todo el armamento que tengáis… ofensivo y defensivo.

Sonriendo, el hombre de rostro redondeado estiró el brazo para estrecharle la mano, cosa que ella le permitió hacer a desgana.

—Richese se alegra de poder ayudaros, madre comandante. Podemos fabricar de todo, desde una daga a una flota de naves de guerra. ¿Os interesan los explosivos, las armas de mano, los lanzaproyectiles? Tenemos minas espaciales defensivas que pueden ocultarse mediante campos negativos. Por favor, decidme, ¿qué necesitáis en concreto?

Murbella le miró con dureza.

—Todo. Vamos a necesitar la lista completa.

Durante miles de años, Richese e Ix habían sido rivales tecnológicos e industriales, cada uno con sus propias áreas de especialización. Ix se había labrado su reputación gracias a innovadoras investigaciones, diseños creativos y tecnologías pioneras. Aunque muchos de sus proyectos fracasaban estrepitosamente, los que no lo hacían generaban los suficientes beneficios para compensar más que de sobra los errores.

Por su parte, a Richese se le daba mejor imitar. Eran más conservadores a la hora de asumir riesgos, pero cada vez se mostraban más ambiciosos en la producción y la eficacia. Aprovechando el ahorro que supone la producción en masa y forzando las fábricas automatizadas hasta los límites de lo que las restricciones de la Yihad Butleriana permitían, Richese podía producir artículos muy buscados en grandes cantidades y a precios muy bajos. Murbella los escogió por delante de Ix porque la Nueva Hermandad necesitaba enormes cantidades de armas… tan pronto como fuera posible.

El complejo de negocios donde el comisionado recibía siempre a sus clientes potenciales incluía exuberantes parques y fuentes, con edificios limpios, estilizados, acogedores. Las antiestéticas zonas industriales estaban fuera de la vista. Mientras avanzaban por los espaciosos salones de escaparates donde se exhibían artículos que Richese podía producir de un día para otro, Murbella se sintió como si estuviera vagando por un salón de exposiciones interminable de objetos de mercado.

El comisionado le dio todo el tiempo que quiso para examinar la mercancía, y mientras iban de un escaparate a otro estuvo charlando con ella.

—Desde la muerte del Tirano y los tiempos de la Hambruna, muchas veces se ha recurrido a Richese para que proporcione armamento defensivo en guerras poco importantes. Seguro que os satisfará ver lo que podemos producir.

—Si sobrevivimos al conflicto que se avecina, entonces estaré satisfecha.

Murbella estudió la armadura corporal y el blindaje para naves, las bombas seudoatómicas, pistolas láser, lanzaproyectiles, microexplosivos, cañones de impulsos, polvos venenosos, dagas de astillas, pistolas de dardos, disruptores, descodificadores de mentes, sondas X ofensivas, herramientas asesinas cazadoras-buscadoras, engañadores, energizadores, quemadores, lanzadardos, granadas, incluso bombas atómicas auténticas «solo para exposición». Un modelo holográfico de los continentes meridionales de Richese mostraba inmensos astilleros donde se construían yates espaciales y no-naves militares.

—Quiero que conviertan todos esos yates en naves de guerra —­dijo Murbella—. De hecho, necesito estar al mando de todos vuestros sistemas de fabricación. Debéis dedicar todas vuestras cadenas de producción a las armas que necesitamos.

Los abogados y vendedores jadearon, se consultaron entre ellos. El comisionado parecía alarmado.

—Es una petición asombrosa, madre comandante. Tenemos otros clientes…

—Ninguno tan importante como nosotras. —Y lo miró con frialdad—. Pagaremos por el privilegio, desde luego… en melange.

Los ojos del comisionado se iluminaron.

—Desde hace tiempo se dice que los tiempos de guerra son duros para la gente, y buenos para el negocio. ¿Acaso no tiene la Cofradía prioridad sobre toda la especia que produce vuestro nuevo cinturón desértico?

—He restringido drásticamente las ventas a la Cofradía, aunque la demanda sigue siendo alta —dijo Murbella. El richesiano ya lo sabía, por supuesto. Solo estaba interpretando un papel.

Los abogados y representantes de ventas estaban haciendo ciertos cálculos mentales preliminares. Cuando recibieran su pago en especia, podían darse la vuelta y venderla a la Cofradía desesperada por diez veces el elevado precio al que la vendía la Nueva Hermandad. Recogerían beneficios por todas partes.

Murbella cruzó los brazos sobre el pecho.

—Necesitaremos una fuerza militar como la humanidad nunca ha visto, porque nos enfrentamos a un Enemigo nunca visto.

—He oído rumores. ¿Quién es el enemigo y cuándo atacará? ¿Qué quieren?

Ella pestañeó, porque sintió un ramalazo de inquietud.

—Ojalá lo supiera.

Sin embargo, antes de eso sus escuadrones de combate se enfrentarían a las Honoradas Matres rebeldes en sus enclaves dispersos, y para eso necesitaba tópteros blindados, naves de asalto, vehículos terrestres pesados, lanzaproyectiles personales, rifles de impulsos, e incluso afilados cuchillos mono-hoja. Muchas de las batallas contra las disidentes implicarían una lucha cuerpo a cuerpo.

—Podemos proporcionaros ciertos productos de nuestros stocks de forma inmediata, algunas naves, algunas minas espaciales. Un señor de la guerra cliente nuestro recientemente ha sufrido… mmm, ha sufrido un asesinato. Por tanto, nadie ha reclamado el pedido, y podemos ofrecéroslo entero.

—Me lo llevaré, ahora —dijo ella.

— o O o —

La madre comandante siguió entrenando a sus tropas, afinando sus capacidades para convertirlas en un arma afilada. Ataviada con su traje negro de una pieza, Murbella estaba junto a Janess en una plataforma suspensora que flotaba sobre el campo de entrenamiento más grande. Abajo, bajo el sol del mediodía, sus tropas escogidas realizaban sus ejercicios de combate, cada vez más difíciles, sin descansar en ningún momento, sin permitirse ni el más mínimo error.

Cuando supieron que el escuadrón especial de la madre comandante había aplastado el campamento de disidentes de Casa Capitular, sus consejeras se habían sorprendido por tanta brutalidad, pero la madre comandante se mostró firme.

—No soy el bashar Miles Teg. Él podría haber utilizado su reputación para manipular sutilmente a las descontentas y llegar a un compromiso que evitara la violencia. Pero el Bashar ya no está entre nosotras, y me temo que sus inteligentes tácticas no servirán contra el ejército del Armagedón del Enemigo. La violencia será cada vez más necesaria.

Las mujeres no encontraron ningún argumento efectivo que oponer.

Tras aquella primera batalla decisiva, las fuerzas de la madre comandante adoptaron un nuevo nombre: valquirias.

Murbella retó a sus valquirias a que aprendieran una nueva técnica de lucha que Janess había desenterrado de los archivos: las técnicas de los maestros de armas de Ginaz. Al resucitar la disciplina y entrenar a sus hermanas en una lucha que ningún humano vivo recordaba, la madre comandante buscaba guerreras mejor preparadas que nadie que pudieran neutralizar a las Honoradas Matres atrincheradas.

En aquellos momentos, los escuadrones estaban ejecutando una compleja maniobra en la que combatían a las fuerzas enemigas en tierra, atacándolas en formación de estrella girando. Desde la plataforma suspensora, era un espectáculo impresionante ver las cinco puntas de cada estrella rotando y arrojándose contra las fuerzas opositoras, haciendo que se dispersaran. Murbella lo llamaba «coreografía del combate personal», y estaba impaciente por probarlo en el campo de batalla.

Al igual que su madre, Janess se entregaba al trabajo con fervor. Hasta había adoptado el apellido de su padre, y se hacía llamar teniente Idaho. A ella le sonaba bien; también a Murbella. Madre e hija se estaban convirtiendo en una fuerza formidable. Algunas hermanas bromeaban y decían que no necesitaban un ejército… que aquellas dos solas ya eran bastante peligrosas.

Con aire satisfecho, la madre comandante revisó las tropas. Janess también parecía visiblemente satisfecha de sus guerreras.

—Opondré nuestras valquirias a cualquier ejército que las Honoradas Matres lancen contra nosotras.

—Sí, Janess, lo harás… y pronto. Pero primero conquistaremos Buzzell.