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Aprende a reconocer a tu enemigo. Podrías ser tú mismo.
MADRE COMANDANTE MURBELLA, archivos de Casa Capitular
Tras la ejecución de la Honorada Matre rebelde, Murbella no tenía prisa por recibir a la delegación de la Cofradía. Antes de permitir que ningún extranjero pasara a la cámara principal de Central quería asegurarse de que se limpiaba cualquier resto del altercado.
Aquellas pequeñas rebeliones eran como conatos de incendio entre la maleza… apenas acababas de apagar uno con los pies y otro aparecía en otro sitio. Mientras no consiguiera que nadie desafiara su autoridad en Casa Capitular, la madre comandante no podría emplearse en su intento por lograr que las células disidentes de Honoradas Matres de otros planetas se aproximaran a la Nueva Hermandad.
Y solo cuando hubiera logrado esto, podrían enfrentarse todas juntas al Enemigo desconocido que había hecho volver a las Honoradas Matres desde los confines de la Dispersión. Para superar esta amenaza, necesitaba a la Cofradía Espacial, que había demostrado sobradamente su falta de motivación. Pero ella cambiaría eso.
Cada paso de aquel plan global pasaba zumbando ante ella como los vagones conectados de un tren de levitación magnética, un maglev.
Bellonda se acercó arrastrando los pies a la tarima que había al pie del trono de Murbella. Sus maneras eran eficientes y profesionales, con la cantidad justa de deferencia.
—Madre comandante, la delegación empieza a impacientarse, como pretendíais. Creo que ya están preparados.
Murbella observó a aquella mujer obesa. Dado que las Bene Gesserit podían controlar hasta los detalles más ínfimos de su química corporal, el hecho de que Bellonda se hubiera dejado tanto físicamente sin duda indicaba algo. ¿Era una forma de rebeldía? ¿Demostraba así su desinterés por que la vieran como un objeto sexual? Algunas quizá lo verían como una bofetada en la cara de las Honoradas Matres, que utilizaban métodos más tradicionales para conseguir unos cuerpos perfectos y esbeltos. Sin embargo, Murbella tenía la sospecha de que utilizaba la obesidad para despistar y seducir a posibles oponentes. Al verla, todos daban por supuesto que era lenta y débil, la subestimaban. Pero Murbella era demasiado lista para dejarse engañar.
—Tráeme café de especia. Mi ingenio debe estar tan aguzado como sea posible. Sin duda, esos delegados de la Cofradía tratarán de manipularme.
—¿Deseáis que les haga pasar?
—Primero mi café, luego la Cofradía. Y que venga Doria también. Os quiero a las dos a mi lado.
Con una sonrisa de connivencia, Bellonda se alejó pesadamente.
Murbella se preparó, inclinándose hacia delante en su gran trono, y cuadró los hombros. Sus manos se aferraban a las soopiedras de los apoyabrazos, duras y sedosas. Después de años de violencia, después de haber esclavizado a tantos hombres y asesinado a tantas mujeres, sabía muy bien cómo mostrar un aspecto amenazador.
En cuanto tuvo su café, Murbella hizo un gesto con la cabeza a Bellonda. La vieja hermana tocó un pinganillo de comunicación que llevaba en la oreja y solicitó la entrada de los suplicantes.
Doria entró apresuradamente; llegaba tarde. Aquella joven ambiciosa, que en aquellos momentos era la consejera principal de la madre comandante por el lado de las Honoradas Matres, había ascendido de rango asesinando a sus rivales más próximas, mientras otras Honoradas Matres perdían el tiempo compitiendo con las Bene Gesserit. Doria, delgada como un junco, había sabido ver los patrones del nuevo poder emergente y prefirió servir al vencedor que ser la cabecilla de los vencidos.
—Ocupad cada una vuestro sitio a mi lado. ¿Quién es el representante oficial? ¿Ha enviado la Cofradía a alguien de especial importancia? —Murbella solo sabía que la delegación había acudido a la Nueva Hermandad exigiendo… no, no exigiendo, sino suplicando, una audiencia con ella.
Antes de la batalla de Conexión, ni siquiera la Cofradía conocía la localización de Casa Capitular. La Hermandad mantenía su mundo natal oculto tras un foso de no-naves, y sus coordenadas no figuraban en ningún registro de navegación de la Cofradía. Sin embargo, una vez se abrieron las compuertas y las Honoradas Matres empezaron a llegar a montones, la localización de Casa Capitular dejó de ser un secreto celosamente guardado. Aun así, pocos eran los extranjeros que iban directamente a Central.
—Su oficial administrativo humano de más alto rango —dijo Doria con voz dura e inflexible— y un navegador.
—¿Un navegador? —Hasta Bellonda parecía sorprendida—. ¿Aquí?
Doria siguió hablando, tras mirar con gesto hosco a su homóloga.
—He recibido informes desde el muelle donde ha aterrizado la nave de la Cofradía. Es un navegador de clase edric con los caracteres genéticos de un antiguo linaje.
La frente ancha de Murbella se arrugó. Rebuscó en sus conocimientos directos y en la información que había aflorado de la cadena de Otras Memorias de su mente.
—¿Un administrador y un navegador? —Se permitió esbozar una fría sonrisa—. Ciertamente, la Cofradía debe de tener un mensaje importante.
—Quizá no sea más que servilismo, madre comandante —dijo Bellonda—. La Cofradía necesita especia desesperadamente.
—¡Y hacen bien! —espetó Doria.
Ella y Bellonda siempre estaban enfrentadas. Y aunque a veces sus encendidos debates le ofrecían perspectivas interesantes, en esta ocasión a Murbella le parecieron infantiles.
—Basta las dos. No permitiré que los delegados de la Cofradía os vean discutiendo. Un comportamiento tan infantil demostraría debilidad. —Las dos consejeras callaron, como si les hubieran cerrado una puerta sobre la boca.
Las inmensas puertas de la cámara se abrieron, y las presentes se apartaron para dejar paso a la delegación de hombres. Los recién llegados vestían con hábitos grises; cuerpos achaparrados; cabezas sin pelo, rostros ligeramente deformes que tenían algo «mal». La Cofradía no buscaba la perfección masculina ni la belleza en sus miembros; se concentraba en favorecer al máximo su potencial mental.
A la cabeza de la delegación iba un hombre alto vestido con hábito plateado. Su cabeza calva estaba lisa como mármol pulido, salvo por una trenza blanca que colgaba desde la base del cráneo como un largo cordón eléctrico. El oficial administrativo se detuvo para examinar la sala con ojos lechosos (aunque no parecía que estuviera ciego) y se adelantó para abrir paso a la voluminosa construcción que venía después.
Detrás de los hombres de la Cofradía levitaba un enorme acuario blindado, un depósito transparente lleno de gas naranja de especia. Una estructura metálica trabajada con volutas subía desde la base, a modo de nervaduras de apoyo. A través del grueso plaz, Murbella veía una figura contrahecha que ya no era humana, con las extremidades atrofiadas y pequeñas, como si el cuerpo fuera poco más que un tallo con la misión de sujetar la mente expandida. El navegador.
Murbella se levantó del trono, pero no en señal de respeto, sino para indicar que miraba a aquella delegación desde muy alto. Y se preguntó cuántas veces aquellos importantes representantes se habían presentado ante líderes políticos y emperadores, intimidándolos con el poderoso monopolio de la Cofradía sobre los viajes espaciales. Sin embargo, esta vez intuía una diferencia: el navegador, el alto administrador y los cinco escoltas venían como humildes suplicantes.
Los escoltas de túnica gris agacharon la cabeza; el representante se situó ante el depósito del navegador e hizo una reverencia ante Murbella.
—Soy el administrador Rentel Gorus. Venimos en representación de la Cofradía Espacial.
—Evidentemente —dijo Murbella con frialdad.
Como si temiera que lo dejaran al margen, el navegador flotó hasta el panel frontal curvo de su depósito. Su voz salía distorsionada desde los altavoces/traductores situados en las nervaduras metálicas de soporte.
—Madre Superiora de las Bene Gesserit… ¿o debo dirigirme a ti como Gran Honorada Matre?
Murbella sabía que la mayoría de navegadores estaban tan aislados que a duras penas podían comunicarse con los humanos normales. Sus cerebros tenían tantos pliegues como el mismísimo tejido del espacio y no podían pronunciar ni una frase comprensible, de ahí que se comunicaran con el extraño y exótico Oráculo del Tiempo. Sin embargo, algunos navegadores se aferraban a algunos reductos de su pasado genético, «atrofiándose» deliberadamente para poder actuar como mediadores con los simples humanos.
—Puedes dirigirte a mí como madre comandante, siempre y cuando lo hagas con respeto. ¿Cuál es tu nombre, navegador?
—Soy Edrik. Muchos en mi linaje han interactuado con gobiernos y con individuos desde los tiempos del emperador Muad’Dib. —Se deslizó más cerca de las paredes del depósito, y Murbella vio los ojos ultraterrenos en la cabeza enorme y deformada.
—La historia me interesa mucho menos que lo apurado de vuestra situación presente —dijo Murbella, utilizando el acero de las Honoradas Matres y no el carácter negociador de las Bene Gesserit.
El administrador Gorus seguía inclinado, como si le estuviera hablando al suelo.
—Con la destrucción de Rakis, los gusanos de arena desaparecieron, y el planeta desértico ya no produce especia. Para acabar de agravar el problema, las Honoradas Matres masacraron a los maestros tleilaxu, y el secreto para crear especia con los depósitos axlotl se ha perdido con ellos.
—Un bonito problema —musitó Doria con cierto desdén.
Murbella frunció los labios con disgusto.
—Mencionas estos hechos como si no los conociéramos.
El navegador prosiguió, amplificando la voz para apagar posteriores comentarios de Gorus.
—En días pasados, la melange abundaba y teníamos numerosas fuentes independientes. Ahora, después de poco más de una década, a la Cofradía solo le quedan sus reservas, y se están agotando con rapidez. Empieza a resultar difícil conseguir especia, incluso en el mercado negro.
Murbella cruzó los brazos sobre el pecho. Bellonda y Doria, cada una a un lado, parecían sumamente satisfechas.
—Y sin embargo nosotras podemos suministraros nueva especia. Si queremos. Si nos dais una buena razón para hacerlo.
Edrik flotaba dentro del depósito. Los hombres de su escolta apartaron la mirada.
La franja desértica que rodeaba Casa Capitular seguía expandiéndose con cada año que pasaba. Se habían producido explosiones de especia, y los pequeños gusanos cada vez se hacían más grandes, aunque seguían siendo una simple sombra de los monstruos que en otro tiempo batieron las dunas de Rakis. Antes de que las Honoradas Matres destruyeran Dune, hacía décadas, la orden de las Bene Gesserit había reunido grandes provisiones de especia, en aquel entonces tan abundante. En cambio, la Cofradía Espacial, asumiendo que los días de privación habían pasado y que el mercado era fuerte, no se prepararon para una posible escasez. Incluso el antiguo conglomerado comercial de la CHOAM había sido cogido por sorpresa.
Murbella se acercó al depósito, mirando al navegador. Gorus cruzó las manos y dijo:
—Por tanto, el motivo que nos trae aquí es evidente… madre comandante.
—Mis hermanas y yo tenemos buenas razones para cortaros el suministro.
Anonadado, Edrik agitó sus manos palmeadas en medio de los remolinos de gas.
—Madre comandante, ¿qué hemos hecho para incurrir en tu desagrado?
Ella alzó sus finas cejas con desdén.
—Vuestra Cofradía sabía que las Honoradas Matres traían armas de la Dispersión, capaces de destruir planetas enteros. ¡Y aun así transportasteis a las rameras y las trajisteis a nosotras!
—Las Honoradas Matres tenían sus propias naves. Su propia tecnología… —empezó a decir Gorus.
—Pero viajaban a ciegas, no conocían el paisaje del Imperio Antiguo hasta que vosotros se lo enseñasteis. Las Cofradía les guió hasta sus objetivos, las condujo hasta planetas vulnerables. La Cofradía es cómplice de la pérdida de millones y millones de vidas… no solo en Rakis, sino en nuestro mundo biblioteca de Lampadas e incontables planetas. Todos los mundos de las bene tleilax han sido aplastados o conquistados, y nuestras hermanas de Buzzell permanecen esclavizadas, recogiendo soopiedras para Honoradas Matres rebeldes que no aceptan someterse a mi mandato. —Enlazó los dedos—. La Cofradía Espacial es al menos en parte responsable de estos crímenes, y por tanto debéis compensarnos.
—¡Sin especia, los viajes espaciales y el comercio galáctico quedarán impedidos! —La voz del administrador tenía un tono claramente alarmado.
—¿Y? La Cofradía ya ha alardeado anteriormente de su alianza con los ixianos utilizando primitivos aparatos de navegación. Si os quedáis sin especia, utilizadlos en lugar de los navegadores. —Esperó para ver si el hombre le pedía que pusiera sus cartas sobre la mesa.
—Sustitutos inferiores.
—En la Dispersión, las naves funcionaban sin especia y sin navegadores —agregó Bellonda.
—Y se perdieron una cantidad incontable —dijo Edrik.
Gorus se apresuró a adoptar un tono conciliador.
—Madre comandante, los aparatos ixianos no eran más que artilugios defectuosos para situaciones de emergencia. Nunca hemos confiado en ellos. Todas las naves de la Cofradía deben llevar un navegador funcional.
—Así pues, cuando alardeasteis de estos aparatos, ¿no era más que un truco para hacer bajar el precio de la melange? ¿Para convencer a los sacerdotes del Dios Dividido y los tleilaxu de que no necesitabais la mercancía que os vendían? —Sus labios se curvaron en una mueca desdeñosa. Durante los años que Casa Capitular permaneció oculta, incluso las Bene Gesserit habían evitado las naves de la Cofradía. Las hermanas tenían la localización de su planeta en sus cabezas—. Y ahora que necesitáis especia, no hay quien os la pueda vender. Salvo nosotras.
Murbella también había creado sus propios engaños. El extravagante uso que se hacía de la melange en Casa Capitular no era más que ostentación, un farol. Por el momento, los gusanos del cinturón desértico solo proporcionaban una pequeñísima cantidad de especia, pero las Bene Gesserit mantenían el mercado abierto y vendían libremente melange de sus copiosas reservas, dando a entender que provenía de los gusanos nacidos en el árido cinturón de arena. Es cierto que con el tiempo el desierto de Casa Capitular sería tan rico en especia como las arenas de Rakis, pero de momento aquello no era más que un ardid para aumentar su imagen de poder y riqueza ilimitadas.
Y, con el tiempo, en algún lugar, habría otros planetas que producirían melange. Antes de que llegara la larga noche de las Honoradas Matres, la madre superiora Odrade había dispersado grupos de hermanas en no-naves sin guía por todo el espacio sin cartografiar. Estas naves habían llevado consigo truchas de arena, junto con instrucciones precisas sobre cómo plantar la simiente de nuevos desiertos. En aquellos momentos quizá ya habría más de una docena de Dunes alternativos que empezaban a prosperar. Retira el elemento que provoca el fracaso, decía con frecuencia Odrade en aquel entonces, y seguía diciéndolo desde las Otras Memorias. El atasco desaparecería, y aparecerían nuevas fuentes de melange por toda la galaxia.
Pero, de momento, el control del monopolio estaba en manos de la Hermandad.
Gorus se inclinó todavía más, negándose a levantar sus ojos lechosos.
—Madre comandante, pagaremos cuanto deseéis.
—Entonces pagaréis con vuestro sufrimiento. ¿Habéis oído hablar alguna vez de los castigos de las Bene Gesserit? —Aspiró una bocanada fría y larga—. Vuestra petición es denegada. Navegador Edrik, administrador Gorus, podéis decirle a vuestro Oráculo del Tiempo y vuestros compañeros navegadores que la Cofradía tendrá más especia cuando… y si yo decido que lo merecéis. —Sintió una oleada de satisfacción e intuyó que venía de su Odrade interior. Cuando estuvieran lo bastante desesperados, harían exactamente lo que ella quería. Todo formaba parte de un gran plan que empezaba a cuajar.
—¿Puede vuestra nueva Hermandad sobrevivir sin la Cofradía? —preguntó Gorus con voz temblorosa—. Podríamos traer hasta aquí un gran contingente de cargueros y quitaros la especia por la fuerza.
Murbella sonrió para sus adentros; sabía que el lobo no tenía dientes.
—Suponiendo que eso tan divertido que dices fuera cierto, ¿os arriesgaríais a destruir la especia para siempre? Hemos instalado explosivos que aniquilarán las arenas de especia y las inundarán con nuestras reservas de agua si detectamos el más mínimo riesgo de una incursión externa. Los últimos gusanos de arena desaparecerían.
—Sois tan mala como Paul Atreides —exclamó el hombre—. Él amenazó con algo similar a la Cofradía.
—Lo tomaré como un cumplido. —Murbella miró al confuso navegador que flotaba en su gas de especia. La cabeza calva del administrador relucía por el sudor—. Miradme. ¡Todos! —Murbella se dirigía a los escoltas. Estos alzaron el rostro, y en ellos Murbella vio su miedo colectivo. Goras también levantó la cabeza y el navegador pegó su semblante mutado contra el plaz transparente.
Aunque Murbella hablaba al contingente de delegados, sus palabras también iban dirigidas a las dos facciones de mujeres que escuchaban en la gran cámara.
—Necios egoístas, hay un peligro mucho más grande que se acerca, un enemigo tan poderoso que hizo regresar a las Honoradas Matres de la Dispersión. Todos lo sabemos.
—Todos lo hemos oído decir, madre comandante. —La voz del administrador estaba cuajada de escepticismo—. No hemos visto ninguna prueba.
Los ojos de Murbella destellaron.
—Oh, sí. Se acerca, pero la amenaza es tan grande que nadie, ni la Nueva Hermandad, ni la Cofradía Espacial, ni la CHOAM, ni siquiera las Honoradas Matres saben cómo quitarse de en medio. Nos hemos debilitado a nosotros mismos y hemos malgastado nuestras energías con luchas absurdas, sin hacer caso de la verdadera amenaza. —Hizo ondear su hábito con dibujo de serpientes—. Si la Cofradía nos proporciona ayuda suficiente para la batalla que se avecina, y con el suficiente entusiasmo, quizá reconsideraré la posibilidad de abrir nuestros almacenes para vosotros. Si no somos capaces de hacer frente al Enemigo implacable, entonces las peleas por la especia serán el menor de nuestros problemas.