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¿Puede haber algo más terrorífico que asomarse al futuro y ver solo un vacío yermo? La extinción, no solo de tu vida, sino de todo lo que tus antepasados han logrado. Si nosotros los tleilaxu caemos en el abismo de la nada ¿quedará en nada la larga historia de nuestra raza?

MAESTRO TLEILAXU SCYTALE, Saber para mi sucesor

Después del funeral espacial y la emergencia de la red invisible, el último de los maestros tleilaxu originales estaba sentado en su celda, contemplando su propia mortalidad.

Scytale ya llevaba atrapado en la no-nave más de una década antes de que Duncan y Sheeana escaparan de Casa Capitular. Ya no era simplemente un cautivo al que protegían de las Honoradas Matres. La nave había saltado a… no sabía a dónde.

Por supuesto, las rameras que se instalaron en Casa Capitular le habrían matado en cuanto hubieran sabido de su existencia. Tanto él como Duncan Idaho eran hombres muertos. Al menos allí afuera, Scytale estaba a salvo de Murbella y sus sirvientes. Pero había otras amenazas.

Mientras estuvo en Casa Capitular, le habían tenido en cámaras interiores para que no viera el exterior. Por tanto, las brujas podían haber modificado fácilmente los ciclos diurnos y haber creado un insidioso engaño para desorientar a su reloj corporal. Podían haber hecho que olvidara los días de guardar y que juzgara equivocadamente el paso del tiempo, por mucho que de boquilla comulgaran con la Gran Creencia tleilaxu y dijeran compartir las verdades sagradas del Islamiyat.

Scytale pegó sus piernas delgadas al pecho y las rodeó con los brazos. No importaba. Aunque ahora se le permitía moverse por una zona mucho más amplia de la nave, su encarcelamiento se había convertido en una sucesión insoportable de días y años, independientemente de la forma en que los dividieran.

Y lo espacioso de sus austeros alojamientos y las zonas de confinamiento no podían hacerle olvidar que seguía estando encarcelado. A Scytale solo se le permitía abandonar aquella cubierta bajo una estricta vigilancia. Después de tanto tiempo ¿qué pensaban que iba a hacer? Si el Ítaca seguía vagando tarde o temprano tendrían que bajar las barreras. Y, aun así, el tleilaxu prefería permanecer al margen del resto del pasaje.

Hacía mucho tiempo que nadie hablaba con él. ¡Sucio tleilaxu! Seguramente tenían miedo de su tara. O quizá es solo que les gustaba aislarle. Nadie le explicaba los planes que tenían, nadie le decía adónde iba aquella inmensa nave.

La bruja Sheeana sabía que les estaba ocultando algo. A ella no podía engañarla… no era bueno. Al inicio del viaje, el maestro tleilaxu había revelado a regañadientes el secreto para crear especia en los tanques axlotl. Los suministros de melange de la nave eran claramente insuficientes para la gente que viajaba a bordo, y él les había dado una solución. Aquella revelación inicial —una de sus mejores cartas para negociar— también le beneficiaba a él, porque temía al síndrome de abstinencia de la especia. Así que regateó enérgicamente con Sheeana y finalmente consiguió el acceso a la base de datos de la biblioteca y confinamiento en una sección mucho más amplia de la no-nave.

Sheeana sabía que aún tenía al menos otro importante secreto, una información de vital importancia. ¡La bruja lo intuía! Pero nunca habían llevado a Scytale a los extremos necesarios para que revelara su secreto. Todavía no.

Por lo que sabía, él era el único de los maestros originales que quedaba. Los tleilaxu perdidos habían traicionado a su gente, se pusieron del lado de las Honoradas Matres, que destruyeron todos los mundos sagrados de los tleilaxu. Al huir de Tleilax, vio a las feroces rameras lanzar su ataque contra la ciudad sagrada de Bandalong.

Solo de pensarlo los ojos se le llenaban de lágrimas.

¿Soy yo el Mahai, el Maestro de Maestros, por defecto?

Scytale había escapado de las Honoradas Matres y pidió asilo entre las Bene Gesserit de Casa Capitular. Ellas le protegieron, sí, pero no estaban dispuestas a negociar si él no les revelaba sus secretos sagrados. ¡Todos! En un primer momento, la Hermandad quiso tanques axlotl para crear sus propios gholas, y él tuvo que darles la información. Un año después de la destrucción de Rakis, crearon un ghola del bashar Miles Teg. Luego la Madre Superiora lo presionó para que descubriera cómo utilizar los tanques para fabricar melange, y él se negó, porque lo consideraba una concesión excesiva.

Por desgracia, Scytale guardó sus conocimientos especiales demasiado celosamente, y trató de conservar su ventaja demasiado tiempo. Y cuando decidió revelar el funcionamiento de los tanques axlotl las Bene Gesserit ya habían encontrado otra solución. Habían llevado al planeta pequeños gusanos de arena, y sin duda la melange acabaría por llegar. ¡Había sido un necio al negociar con ellas! ¡Al confiar en ellas! La baza que tenía se convirtió en algo inútil…, hasta que los pasajeros del Ítaca no necesitaron especia.

De todos los secretos que Scytale llevaba consigo, solo quedaba el más importante, y ni siquiera su apurada situación había sido bastante para que lo revelara. Hasta ahora.

Todo había cambiado. Todo.

Scytale bajó la vista a su plato de comida sin tocar. Comida powindah, comida impura de los extranjeros. Trataban de disfrazarla para que comiera, pero él sospechaba que cocinaban utilizando sustancias impuras. Aun así, no tenía elección. ¿Preferiría el profeta que muriera de hambre antes que tocar comida impura… sobre todo ahora que se había convertido en el último de los grandes maestros?

Él solo llevaba sobre sus hombros el futuro del que fuera un gran pueblo, el intrincado conocimiento del lenguaje de Dios. Su supervivencia era más vital que nunca.

Recorrió el perímetro de sus cámaras privadas, midiendo los pasos de su encierro. El silencio pesaba sobre él como una losa.

Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Y en el proceso ofrecería los últimos retazos que le quedaban de dignidad y sus conocimientos secretos; tenía que lograr las máximas ventajas posibles.

¡El tiempo se agotaba!

Le dio un vahído, notó que se le hacía un nudo en el estómago y se llevó la mano al abdomen. Se echó sobre el catre, tratando de ahuyentar el martilleo que sentía en la cabeza y los retortijones de la tripa. Podía sentir la muerte reptando por su interior. La degeneración corporal ya se había iniciado y en aquel mismo momento seguía propagándose por su organismo, los tejidos, las fibras musculares, los nervios.

Los maestros tleilaxu nunca se habían planteado una eventualidad como aquella. Scytale y los otros maestros habían sobrevivido a numerosas vidas en serie. Sus cuerpos morían, pero siempre volvían, y sus recuerdos despertaban en un ghola tras otro. Siempre había una nueva copia desarrollándose en un tanque, lista para cuando hiciera falta.

Como magos de la genética, los grandes tleilaxu creaban su propio camino yendo de un cuerpo físico al siguiente. Sus métodos se habían perpetuado durante tantos milenios que se dejaron llevar por la complacencia. Orgullosos y ciegos, no se plantearon adonde podía arrojarles el destino.

Y ahora los planetas tleilaxu habían sido invadidos, sus laboratorios habían sido saqueados, y los gholas de los maestros destruidos. No había ninguna reencarnación de Scytale esperándole. No tenía a donde ir.

Y se estaba muriendo.

Al crear los sucesivos gholas, los maestros tleilaxu no habían malgastado esfuerzos buscando la perfección. Para ellos eso era un gesto de arrogancia a los ojos de Dios, porque toda criatura humana debía ser imperfecta. Así pues, los gholas de los maestros habían ido acumulando numerosos errores genéticos, que con el tiempo resultaron en una vida más corta para cada cuerpo.

Scytale y sus compañeros maestros habían preferido pensar que la menor duración de las sucesivas encarnaciones no era relevante, porque siempre podían reaparecer en un cuerpo nuevo. ¿Qué importancia tenía una década o dos, mientras la cadena de gholas permaneciera intacta?

Por desgracia, ahora Scytale se enfrentaba a la tara fatal, solo. No había gholas suyos, ni tanques axlotl que pudiera utilizar para crearlos. Pero las brujas podían hacerlo…

No sabía cuánto tiempo le quedaba.

Scytale conocía demasiado bien sus procesos corporales, y le atormentaba aquella degeneración. Siendo optimistas, quizá aún le quedarían quince años. Hasta ahora, Scytale se había aferrado al último secreto que llevaba oculto en su cuerpo, negándose a utilizarlo para negociar. Pero su resistencia ya había cedido. Era el último portador de los secretos de los tleilaxu, y no podía arriesgarse a seguir posponiéndolo. La supervivencia era más importante que los secretos.

Se llevó la mano al pecho, consciente de que, bajo la piel, llevaba implantada una cápsula nulentrópica que hasta la fecha nadie había detectado, un diminuto tesoro de células que los tleilaxu habían reunido por miles a lo largo de miles de años. Allí dentro tenía muestras secretas de figuras clave de la historia, tomadas de sus cadáveres: maestros tleilaxu, Danzarines Rostro… incluso Paul Muad’Dib, el duque Leto Atreides y Jessica, Chani, Stilgar, el tirano Leto II, Gurney Halleck, Thufir Hawat y otras figuras legendarias que se remontaban hasta Serena Butler y Xavier Harkonnen en la Yihad Butleriana.

Seguro que la Hermandad la querría. Concederle la libertad de movimiento por la nave sería una pequeña concesión comparada con la recompensa que él quería. Mi propio ghola. Continuidad.

Scytale tragó con dificultad, sintiendo los tentáculos de la muerte por dentro, y supo que no había vuelta atrás. La supervivencia es más importante que los secretos, repitió para sus adentros en la intimidad de su mente.

Mandó una señal pidiendo la presencia de Sheeana. Haría a las brujas una oferta que no podrían rehusar.