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Siempre hay información disponible, si estás dispuesto a llegar a donde sea.

El manual del mentat

Las Honoradas Matres lo querían todo, y Uxtal temía que los ocho nuevos tanques axlotl de Bandalong no fueran suficiente. Pronto —como le habían ordenado Hellica y el navegador Edrik— decantaría los ocho gholas del maestro tleilaxu Waff, el masheij, Maestro de Maestros, al que habían conservado en la cámara de los horrores de Hellica. Ocho oportunidades de recuperar el conocimiento perdido para la fabricación de melange.

Si no funcionaba, crearía ocho más, y otros ocho, un flujo continuo de posibles reencarnaciones que le permitieran acceder a ciertos recuerdos, que le abrieran las puertas a un saber que no podía encontrar por sí mismo.

La Madre Superiora había dado al investigador tleilaxu perdido todo lo que necesitaba, y los navegadores le habían pagado bien por ello. Pero no era tan sencillo. Después de extraer las copias idénticas de Waff de los vientres, tendría que lograr que vivieran hasta la madurez, y luego despertar sus recuerdos y conocimientos de vidas pasadas, como un hombre que trata de abrir un cajón sellado a golpes.

Y el proceso no era sencillo. Ni siquiera el barón Harkonnen, que ya tenía doce años, había despertado todavía. Afortunadamente, ese ya no era su problema, porque Khrone había decidido ocuparse personalmente en Dan.

En aquellos momentos, mientras realizaba su ronda habitual, Uxtal se sintió satisfecho al examinar los vientres redondeados y carnosos, las extremidades atrofiadas, los rostros tan flácidos que parecían amnios de piel. Los cuerpos femeninos podían ser tan útiles…

Uxtal ya había forzado al máximo el desarrollo de los gholas del maestro. El tiempo pasaba, y era plenamente consciente de la desesperación de los navegadores de la Cofradía y de la Madre Superiora por conseguir especia; por eso decidió que la rapidez era más importante que la perfección y había utilizado un proceso prohibido e inestable de aceleración, derivado de factores genéticos asociados a un proceso prematuro de envejecimiento que antiguamente era incurable. En consecuencia, los ocho Waffs nacerían después de pasar solo cinco meses en el útero y, una vez decantados, durarían dos décadas como mucho. Crecerían de forma rápida y dolorosa y luego se consumirían.

A Uxtal le parecía una solución innovadora. No le importaban aquellos gholas, ni cuántos tuviera que utilizar antes de conseguir la información que quería. Le bastaba con que uno sobreviviera y despertara.

En cualquier otro momento, se habría sentido importante, como una pieza fundamental, pero ni las Honoradas Matres ni los navegadores parecían respetarle. Quizá tendría que imponerse y exigir que lo respetaran y lo trataran mejor. Podía negarse a seguir trabajando. Exigir lo que le correspondía…

—Deja de soñar despierto, hombrecito —espetó Ingva.

Uxtal casi se sale de su propia piel del susto, y apartó la mirada enseguida.

—Sí, Ingva. Me estoy concentrando. Es un trabajo muy delicado. —­No puede matarme, y ella lo sabe.

—No quiero errores —le advirtió aquella arpía nervuda.

—Nada de errores. Haré un trabajo perfecto. —Estaba demasiado asustado para cometer ningún error.

Pensó en las antiguas copias de Waff, con el cerebro muerto, sujetas a aquellas mesas inclinadas. Fábricas de esperma. En cambio, aunque su situación era un infierno, podía haber sido peor. Sí, podía haber sido peor. Trató de esbozar una sonrisa esperanzada, pero no pudo.

Ingva se situó detrás de él y miró el tanque axlotl que había salido de una Honorada Matre herida.

—Respiras demasiado cerca de ellos. Podrías contaminarlos. O asustar a los fetos.

—Hay que supervisar los tanques muy de cerca. —A pesar de sus esfuerzos por controlar el miedo, la voz le salió chillona.

La mujer pegó su cuerpo ajado al de él, probando sus técnicas de seducción de Honorada Matre, aunque más que una mujer parecía un despojo.

—Es una pena que la Madre Superiora haya decidido no someterte. Si Hellica no te quiere, entonces ya es hora de que te convierta en mi juguete.

—Ella… no le gustará, Ingva. Se lo aseguro. —Le estaban dando náuseas.

—Hellica no será Madre Superiora para siempre. Un día de estos alguien podría asesinarla. Y, entretanto, yo te haría trabajar con más empeño, hombrecito. Eso me reportaría un mayor respeto, incrementaría mi poder, independientemente de lo que pase.

Afortunadamente, en ese momento se produjo cierto alboroto y a pesar del fuerte olor de los productos químicos del laboratorio notaron otro olor que distrajo a Ingva. Un hombre sucio con las ropas sucias y la mirada gacha pasó empujando un carro sucio por el vestíbulo estéril.

—La carne de slig que me habían encargado —gritaba el granjero oprimido—. ¡Recién sacrificada, aún con la sangre!

Ingva soltó a Uxtal y salió al encuentro del hombre, concentrando su ira en él.

—Te esperábamos hace una hora. Los esclavos necesitan tiempo para preparar el festín de esta noche.

Ingva había perdido el interés por Uxtal, y fue a ocuparse de la carne. Él se estremeció, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no poner expresión de asco y alivio.