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El fango es algo sólido que puedes sostener en tu mano. Con nuestra ciencia y nuestra pasión, podemos moldearlo, darle forma y despertar la vida. ¿Es posible que haya una labor mejor para nadie?
PLANETÓLOGO PARDOT KYNES, petición al emperador Elrood IX, registros antiguos
Desde la galería de observación, dos niños miraban a través de la ventana de plaz manchada de polvo para ver a Sheeana y los gusanos.
—Ella baila —dijo Stilgar, de ocho años, con un evidente tono de reverencia—. Y Shai-Hulud baila con ella.
—Solo responden a sus movimientos. Si la estudiamos el tiempo suficiente, seguro que encontramos una explicación racional. —Liet-Kynes era un año mayor que su compañero, que tan asombrado parecía ante aquella danza. No podía negarse que Sheeana hacía cosas que nadie podía hacer con los gusanos—. No intentes hacerlo tú, Stilgar.
Incluso cuando Sheeana no estaba en la cámara con aquellas grandes bestias, los dos jóvenes amigos iban con frecuencia a la galería de observación y pegaban la cara al plaz para contemplar las arenas irregulares. Aquel pequeño trozo cautivo de desierto les atraía. Kynes entrecerraba los ojos, dejaba que su mirada se perdiera e hiciera desaparecer las paredes de la cámara de carga para poder imaginar un paisaje mucho más extenso.
Durante sus clases intensivas con la supervisora mayor Garimi, Kynes había visto imágenes históricas de Arrakis. Dune. Con una aguda curiosidad, el joven Kynes había profundizado en los registros. El misterioso planeta desértico parecía llamarle, como si fuera una parte de su memoria genética. Su búsqueda de conocimiento era insaciable, quería algo más que limitarse a conocer los hechos de su vida pasada. Quería volver a vivirlos. Durante toda su nueva vida, las Bene Gesserit les habían entrenado a él y los otros niños-ghola para esa eventualidad.
Su padre, Pardot Kynes, el primer planetólogo oficial del imperio enviado a Arrakis, había formulado el gran sueño de convertir aquel yermo en un inmenso jardín. Pardot puso las bases para un nuevo Edén, reclutó a los fremen para las plantaciones iniciales y preparó grandes cuevas selladas para criar las plantas. Pero el hombre murió de forma inesperada en un derrumbamiento.
La ecología es peligrosa.
Gracias al trabajo y los recursos invertidos por Muad’Dib y su hijo Leto II, con el tiempo Dune se había convertido en un planeta exuberante y verde. Pero la terrible consecuencia de tanta humedad venenosa fue la muerte de los gusanos. La especia quedó reducida a un hilillo en el recuerdo. Luego, después de tres mil quinientos años de mandato del Tirano, los gusanos de arena regresaron del cuerpo de Leto, invirtiendo el avance ecológico y convirtiendo Arrakis una vez más en desierto.
¡Y cómo! No importa lo que los líderes o los ejércitos o los gobiernos hicieran a Arrakis, con el tiempo el planeta se regeneraba. Dune era más fuerte que todos ellos.
—El solo hecho de mirar el desierto me relaja —dijo Stilgar—. No es que recuerde exactamente, pero sé que este es mi sitio.
Kynes también sentía paz al contemplar aquel pedazo de un planeta perdido tiempo ha. Su sitio también estaba en Dune. Gracias a los métodos avanzados de adiestramiento de las Bene Gesserit, había estudiado todos los antecedentes que había podido conseguir, había aprendido mucho sobre los procesos ecológicos y la ciencia de la planetología. Muchos de los tratados originales sobre el tema, los clásicos, habían sido escritos por su padre, estaban documentados en los archivos imperiales y se habían conservado durante milenios gracias a la Hermandad.
Stilgar restregó la mano sobre la ventana, pero la mancha de polvo estaba dentro del plaz.
—Ojalá pudiéramos entrar ahí con ella. Hace mucho tiempo yo sabía montar gusanos.
—Eran gusanos distintos. He comparado los registros. Estos proceden de gusanos engendrados por la disolución de Leto II. Son menos territoriales, menos peligrosos.
—Siguen siendo gusanos —dijo Stilgar encogiendo los hombros.
Abajo, en la arena, Sheeana había dejado de bailar y descansaba contra el costado de un gusano. Miró hacia lo alto, como si supiera que los dos niños-ghola estaban allá arriba, observando. Y, mientras miraba, el gusano más grande levantó también la cabeza, intuyendo su presencia.
—Algo está pasando —dijo Kynes—. Nunca les había visto hacer eso.
Sheeana se apartó ligeramente, mientras los siete gusanos se aproximaban y se subían uno encima de otro y formaban una criatura única y mucho mayor, lo bastante alta para alcanzar el plaz de observación.
Stilgar se apartó, más por reverencia que por miedo.
Sheeana trepó por el costado de las criaturas entrelazadas, hasta llegar al extremo de la cabeza del más alto. Mientras los dos niños miraban asombrados, Sheeana se puso de nuevo a girar y girar, durante varios minutos, aunque ahora estaba sobre la cabeza del gusano; era bailarina y jinete a la vez. Cuando se detuvo, la torre de gusanos se dividió en sus siete componentes originales, y Sheeana hizo descender al gusano sobre el que estaba hasta el suelo.
Ninguno de los dos gholas habló durante varios minutos. Se miraban entre ellos con una sonrisa de asombro.
Abajo, una Sheeana agotada fue hacia el ascensor arrastrando los pies. Kynes consideró la posibilidad de poner alguna excusa para salir corriendo y hablar con ella cuando aún tenía reciente su experiencia en la arena, como haría cualquier buen planetólogo. Quería percibir el olor a pedernal de los gusanos en su cuerpo. Sería interesante, y potencialmente instructivo. Tanto él como Stilgar ansiaban saber cómo controlar a las criaturas, aunque sus razones eran muy distintas.
Kynes la siguió con la mirada mientras salía.
—Incluso cuando recuperemos nuestros recuerdos, esa mujer seguirá siendo un misterio para nosotros.
Las fosas nasales de Stilgar se hincharon.
—Shai-Hulud no la devora. Con saber eso me basta.