69
¿Es suficiente con encontrar un hogar, o hemos de crearlo nosotros? Si al menos lográramos decidirnos, tanto me da que sea lo uno o lo otro.
SUPERVISORA MAYOR GARIMI, diario personal
Otro salto a ciegas por el tejido espacial. El Ítaca emergió sano y salvo, tras haber seguido un rumbo aleatorio marcado por los caprichos de la presciencia. Con Duncan ante los mandos, la no-nave se dirigió hacia un planeta luminoso y de aspecto agradable. Un nuevo mundo. Él y Teg habían hablado sobre el rumbo a seguir, sobre lo prudente de hacer un nuevo viaje a pesar de que sus perseguidores no habían vuelto a encontrarles… y entre los dos llevaron a la enorme nave a aquel lugar.
Incluso de lejos el planeta parecía prometer, y a bordo el entusiasmo se extendió entre los refugiados. Al fin, después de casi dos décadas de vagar sin un rumbo fijo, tres años después de haber encontrado el no-planeta muerto, ¿podrían por fin descansar y recuperarse en aquel planeta? ¿Un nuevo hogar?
—Parece perfecto. —Sheeana dejó a un lado el sumario con los datos del escáner. Miró a Duncan y a Teg—. Vuestro instinto nos ha guiado.
Garimi, que estaba con ellos en el puente de navegación, miraba con nerviosismo las masas de tierra, los océanos, las nubes.
—A menos que sea otro mundo azotado por una epidemia.
Duncan meneó la cabeza.
—Ya hemos empezado a detectar transmisiones procedentes de pequeñas ciudades, de modo que hay una población activa. La mayoría de continentes tienen masa forestal y son fértiles. La temperatura está dentro de los límites de la habitabilidad. Capacidad atmosférica, humedad, vegetación… Quizá es uno de los mundos que se establecieron durante la Dispersión, hace mucho tiempo. Muchos grupos se perdieron y desaparecieron en el vacío.
Los ojos de Garimi destellaron.
—Tenemos que investigar. Este podría ser un buen lugar para poner las nuevas bases de nuestra Hermandad.
Duncan era más práctico.
—Si otra cosa no, sería bueno que renováramos el suministro de aire y agua de la nave. Nuestros almacenes y los sistemas de reciclaje no durarán para siempre y nuestra población aumenta gradualmente.
—Convocaré una reunión general —espetó Garimi—. Aquí hay mucho más en juego que solo reabastecer nuestros depósitos. ¿Y si la gente que vive ahí abajo nos recibe bien? ¿Y si es un lugar apropiado para asentarnos? —Miró a su alrededor—. Al menos algunos.
—Entonces tenemos una importante decisión ante nosotros.
— o O o —
Aunque todos los adultos que viajaban a bordo asistieron, la inmensa sala de reuniones del Ítaca parecía vacía. Miles Teg estaba recostado en su asiento, en una de las butacas más bajas de la grada, y cambiaba sus largas piernas de posición continuamente. Aunque escucharía el debate con atención, esperaba no tener que hacer muchos comentarios. Él siempre se había sometido a los dictados de las Bene Gesserit, aunque en aquellos momentos no estaba seguro de quién dictaría qué.
Un joven tomó asiento junto a Teg, el ghola de Thufir Hawat.
Aquel niño de doce años y expresión ceñuda no solía apartarse de su camino para estar con el Bashar, pero Teg sabía que lo observaba con atención, casi como si fuera un héroe. Y con frecuencia estudiaba los detalles de su carrera militar en los archivos.
Teg le saludó con el gesto. Aquel era el leal maestro de armas y guerrero-mentat que había servido al viejo duque Atreides, luego al duque Leto y finalmente a Paul, antes de ser capturado por los Harkonnen. Teg sentía que tenía muchas cosas en común con aquel genio curtido en combate. Algún día, cuando el ghola de Thufir Hawat hubiera recuperado sus recuerdos, tendrían mucho de que hablar, de comandante a comandante.
Thufir se inclinó hacia delante, reunió el valor y susurró:
—Hace tiempo que quería hablarle, bashar Teg. Sobre la revuelta de Cerbol y la batalla de Ponciard. Las tácticas que empleó fueron de lo más inusuales. Jamás habría imaginado que pudieran funcionar, y sin embargo lo hicieron.
Teg sonrió al recordar.
—No habrían funcionado con ninguna otra persona. Del mismo modo que las Bene Gesserit utilizan la Missionaria Protectiva para plantar la semilla del fervor religioso, mis soldados crearon un mito en torno a mis capacidades. Me convertí en un personaje sobrehumano, y eso sugestionó e intimidó a mis oponentes más de lo que habrían hecho los soldados o las armas. En realidad hice bien poco en esas batallas.
—No estoy de acuerdo, señor. Para que vuestra reputación se convirtiera en un arma tan poderosa primero os la tuvisteis que ganar.
Teg sonrió y confesó que el mito que había en torno a su persona era cierto con tono bajo, casi triste.
—Oh, desde luego que me la gané. —Y le explicó al joven fascinado cómo había evitado una masacre en Andioyu, una confrontación contra los reductos desesperados de un ejército que perdía y que sin duda habría acabado con la muerte de todos ellos y el asesinato de decenas de miles de civiles. Aquel día había muchas cosas en juego…
—Y entonces murió usted en Rakis combatiendo a las Honoradas Matres.
—En realidad, morí en Rakis para provocar a las Honoradas Matres, como parte de un plan más amplio de las Bene Gesserit. Yo desempeñé mi papel para que Duncan Idaho y Sheeana pudieran escapar. Pero después de mi muerte, las hermanas me trajeron de vuelta porque consideraban que mis capacidades de mentat y mis experiencias no tenían precio… como las tuyas. Por eso nos recuperaron.
Thufir estaba totalmente absorto en sus palabras.
—He leído la historia de mi vida y estoy seguro de que puedo aprender mucho de usted, Bashar.
Teg oprimió el hombro del joven, con una sonrisa en los labios. El muchacho estaba desconcertado.
—¿He dicho algo divertido, señor?
—Cuando te miro, ¿cómo podría no recordar que yo mismo aprendí mucho del estudio de la figura del famoso guerrero-mentat de la casa Atreides? Tú y yo podríamos aprender mucho el uno del otro. —El muchacho se ruborizó.
El debate empezó, y Teg y Thufir volvieron su atención al centro de la sala de convocatorias. Sheeana permanecía sentada en el imponente banquillo del defensor, un reducto de los orígenes de aquella nave, diseñada para otras gentes.
Como de costumbre, Garimi estaba ansiosa por cambiar la situación. Fue hasta el podio y habló sin preámbulos, bien alto, para que todos la oyeran.
—No partimos en una carrera o un viaje. Nuestro objetivo era huir de Casa Capitular antes de que las Honoradas Matres lo destruyeran todo. Queríamos preservar la esencia de la Hermandad, y lo hemos hecho. Pero ¿adónde vamos? Es una pregunta que lleva diecinueve años acosándonos.
Duncan se puso en pie.
—Escapamos del verdadero Enemigo, que se estaba acercando. Y todavía nos busca… eso no ha cambiado.
—¿Nos busca a nosotros? —preguntó Garimi desafiante—. ¿O solo a ti?
Él se encogió de hombros.
—¿Quién puede decirlo? Pero no estoy dispuesto a dejar que me capturen o me maten solo para aclarar tus dudas. En esta nave, muchos tenemos talentos especiales, sobre todo los niños-ghola, y necesitamos todos los recursos que tenemos.
El rabino habló en ese momento. Aunque aún estaba sano y en forma, su barba y su pelo estaban más largos y canosos; detrás de las lentes, sus vivos ojos de pajarillo estaban rodeados de arrugas.
—Yo y mi gente no elegimos esto. Pedimos que nos rescatarais de Gammu, y desde entonces hemos estado atrapados en esta locura. ¿Cuándo terminará todo esto? ¿Tendremos que pasar cuarenta años vagando por el desierto? ¿Cuándo nos dejaréis marchar?
—Pero ¿adónde quiere ir, rabino? —La voz de Sheeana era tranquila, pero a Teg le pareció algo condescendiente.
—Me gustaría que tomáramos en consideración, y seriamente, el planeta que acabamos de encontrar. No diré que es una nueva Sión, pero podría ser nuestro hogar. —El hombre se volvió a mirar al puñado de seguidores que le acompañaban, todos ataviados con ropas oscuras, apegados a sus costumbres. Aunque en el Ítaca ya no tenían necesidad de ocultar sus creencias, los judíos se mantenían al margen, porque no deseaban integrarse con el resto del pasaje.
Habían tenido sus propios hijos, diez hasta la fecha, y los educaban como consideraban más apropiado.
Finalmente, Teg habló.
—De acuerdo con los escáneres, este planeta parece ideal para instalarnos. Su población es mínima. Y nuestros refugiados no serán apenas molestia para los habitantes locales. Incluso podríamos buscar algún lugar remoto y establecernos lejos de ellos.
—¿Tienen una civilización muy desarrollada? ¿Poseen algún tipo de tecnología? —preguntó Sheeana.
—Como mínimo a un nivel pre Dispersión —dijo Teg—. Los indicadores muestran industrias locales menores, algunas transmisiones electromagnéticas. Sin capacidades visibles para los desplazamientos espaciales ni puertos espaciales. Si se instalaron aquí después de la Dispersión, no han hecho nuevos viajes a ningún sistema estelar. —Para escanear el planeta, Teg había pedido la ayuda del joven y entusiasta Liet-Kynes y su amigo Stilgar, que habían estudiado más sobre ecología y dinámicas planetarias que la mayoría de hermanas adultas. Todas las lecturas habían sido contrastadas.
—Podría ser una nueva Casa Capitular —comentó Garimi, como si el debate ya hubiera acabado.
El rostro de Duncan se ensombreció.
—Si nos instalamos aquí seremos vulnerables. Nuestros perseguidores ya nos han encontrado otras veces. Si permanecemos mucho tiempo en el mismo lugar nos atraparán en su red.
—¿Y qué interés pueden tener tus misteriosos perseguidores en mi gente? —preguntó el rabino—. Nosotros somos libres de asentarnos aquí.
—Está claro que debemos investigar más —dijo Sheeana—. Bajaremos en una gabarra para dilucidar los hechos. Conozcamos a esa gente y averigüemos cómo son. Y entonces decidiremos.
Teg se volvió hacia el joven ghola que estaba sentado a su lado, e impulsivamente dijo:
—Pienso ir en esa expedición, Thufir, y me gustaría que me acompañaras.